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Arte del Japón
El Arte del Japón es una síntesis de las distintas culturas e influencias que han llegado a sus costas a lo largo del tiempo. En la antigüedad, Japón fue poblado por pueblos altaicos llegados del continente asiático y por otros de origen malayo polinésico venidos del sur. Debido a su insularidad, Japón ha estado aislado buena parte de su historia, pero a intervalos ha ido recibiendo la influencia de las civilizaciones continentales, sobre todo de China y Corea. Gran parte del arte producido en Japón ha sido de tipo religioso: a la religión sintoísta, la más típicamente japonesa, formada alrededor del siglo I, se añadió el budismo en torno al siglo V, forjando un sincretismo religioso que aún hoy perdura. El arte japonés será reflejo de estas distintas culturas y tradiciones.
Cronología
Período Jōmon (5000 a. C.-200 a. C.)
Durante el mesolítico y el neolítico se fabricaron instrumentos de hueso y piedras pulimentadas, cerámica y figuras antropomorfas.
Período Yayoi (200 a. C.-200)
Desde el siglo I empezó a introducirse la civilización del continente, a causa de las relaciones con China y Corea. En esa época se difundió un tipo de sepulturas de gran tamaño con cámara y túmulo ornamentado con cilindros de terracota con figuras humanas y de animales. La cerámica se produce con torno.
Período de las antiguas tumbas (200-600)
Destacan las grandes sepulturas de los emperadores Ōjin (200-310) y Nintoku (310-399); junto a las tumbas aparecen joyas, armas, cerámica y unas figuras llamadas haniwa, de gran valor estético. En este período encontramos las primeras muestras de pintura japonesa (tumbas de Kyūshū, siglos V-VI; enterramiento real de Otsuka). En cuanto a arquitectura religiosa, cabe destacar el templo de Isa.
Período Asuka (552-646)
La llegada del budismo produce en Japón un gran impacto a nivel artístico y estético, con fuerte influencia del arte chino. Como edifico más destacable de este período hay que mencionar el templo de Hōryū-ji (607), representante del estilo Kudara. Las primeras imágenes de Buda fueron importadas del continente, pero luego se instalan en Japón gran número de artistas chinos y coreanos (Bodhisattva Kannon, obra del coreano Tori). La obra más importante de este período es el Kannon de Kudara (siglo VI), realizado por un artista desconocido. La pintura denota un gran sentido del dibujo, con obras de gran originalidad como el relicario de Tamamushi.
Período Nara (646-794)
En esta época tiene su apogeo el arte budista, continuando con gran intensidad la influencia china. Se conservan pocos ejemplos de arquitectura, generalmente construcciones monumentales: Pagoda del Este de Yakushi-ji, templo de Tōdai-ji, templo de Kōfuku-ji, Shōsoin de Nara. Obtiene gran desarrollo en escultura la representación de Buda, con estatuas de gran belleza: Sho Kannon, Buda de Tachibana, Bodhisattva Gakko de Tōdai-ji. Se encuentran también representaciones de espíritus guardianes (Meikira Taisho), reyes (Kamokuten), etc.
La pintura está representada por la decoración mural de Hōryū-ji (finales del siglo VII), por varios kakemonos y makimonos, historias pintadas en un largo rollo de papel o seda, acompañadas por el texto explicativo de las distintas escenas o sutras. En el Shōsoin de Nara se conservan pinturas de tema profano, con representaciones de plantas, animales, paisajes y objetos de metal. La cerámica experimentó un notable desarrollo debido a técnicas importadas de China, como el empleo de colores brillantes aplicados sobre la arcilla.
Período Heian (794-1185)
La iconografía budista tiene un nuevo desarrollo con la importación de dos nuevas sectas del continente, Tendai y Shingon. Aún así, la escultura sufre un ligero descenso en comparación con las épocas anteriores. Destacan las representaciones de Buda (Nyoirin-Kannon, el Yakushi Nyorai de Jingo-ji, en Kioto), y algunas diosas sintoístas. Los severos cánones impuestos por la religión budista limitan la creación del artista y restan espontaneidad a la obra.
La arquitectura sufre un cambio en la planta de los monasterios, que se erigen en lugares apartados, pensados para la meditación. Los templos más importantes son el Enryaku-ji, el Kongōbu-ji y el santuario-pagoda de Muro-ji. Durante el período Fujiwara (897-1185), el templo vuelve a situarse en la ciudad, siendo centro de reunión de las clases dirigentes. Se construyen según el modelo de los grandes palacios, con una decoración muy desarrollada (monasterio de Byōdō-in, también llamado del Fénix).
La pintura al inicio de este período está poco desarrollada, con poca libertad creativa y ausencia del concepto de espacio. La aparición de la escuela de Yamato-e supone la independencia de la pintura japonesa de la influencia china; se caracteriza por su armonía y luminosidad, con colores vivos y brillantes. Las obras principales se encuentran en los monasterios budistas (Byōdō-in, Kongōbu-ji, monasterio del monte Kōya). La pintura profana, desarrollada en el interior de las casas, tiene un carácter más íntimo, con gran belleza plástica y elegante caligrafía (Cabaña del poeta ermitaño, Historia de Genji, Origen del templo del Monte Shigi). Junto a estas pinturas, generalmente makimonos, destacan los chojugiga, pinturas caricaturescas de animales, que sirven de sátira social de la aristocracia.
Período Kamakura (1185-1333)
En esta época se introduce en Japón la secta zen, que influirá poderosamente en el arte figurativo. La escultura adquiere gran realismo, mientras que el artista encuentra mayor libertad creativa. Destaca la Escuela de Nara, con la figura más remarcada de Unkei: estatuas de los montes Muchaku, y Seshin, imágenes de los Kongo Rikishi o espíritus guardianes.
La arquitectura es más sencilla, más funcional, menos lujosa y recargada; la influencia zen provoca el llamado estilo Kara-yo. Destacan el conjunto de cinco grandes templos de Sanjūsangen-dō (1266).
La pintura se caracteriza por un mayor realismo y por su introspección psicológica. Se desarrolla principalmente el retratismo (El monje Myoe en contemplación) y el paisajismo (La catarata de Nachi). En esta época se inicia la producción de la que será la cerámica más típicamente japonesa, destacando la figura de Toshiro.
Período Muromachi o Ashikaga (1333-1573)
En este período florece notablemente la pintura, enmarcada dentro de la estética zen. Se impone la técnica de la aguada, perfecta transcripción de la doctrina zen, que pretende reflejar en los paisajes lo que significan, más que lo que representan. Destacan artistas como Muto Shui, Josetsu, Shūbun y, sobre todo, Sesshū, autor de retratos y paisajes. Cabe mencionar también la Escuela Kanō, que aplica la técnica de la aguada a temas tradicionales, ilustrando de esta manera temas sagrados, nacionales y paisajes.
La arquitectura se distingue por su elegancia; destacan las mansiones señoriales: el Pabellón de Oro y el Pabellón de Plata, en Kioto; también hay que mencionar el monasterio de Zuiho-ji. También se desarrolla notablemente el arte de la jardinería. La cerámica más importante es la de Seto, y el tipo más popular el llamado temmoku; también son interesantes los objetos de laca y metal.
Período Momoyama (1573-1615)
El arte de esta época se aleja de la estética budista, remarcando los valores tradicionales japoneses; su característica más remarcable es la grandiosidad del estilo. Asimismo, durante este período se reciben las primeras influencias de Occidente. Se construyen grandes castillos y palacios: palacio de Fushimi, castillos de Himeji y Osaka. En pintura, la escuela de Tosa continúa la tradición épica japonesa (Mitsuyoshi, Mitsunori). También destacan los nombres de Eitoku Kano, Sanraku Kano y Yusho Kaiho.
La cerámica alcanza un momento de gran apogeo; Seto continúa siendo uno de los primeros centros de producción. En la localidad de Mino nacen dos escuelas muy importantes: Shino y Oribe. También destacan la escuela de Karatsu y dos tipos de cerámica muy originales: iga y bizen. En la producción de laca destaca el nombre de Honami Kōetsu.
Período Edo o Tokugawa (1615-1868)
Este período artístico se corresponde con el histórico de Tokugawa, en el que Japón se cerró a todo contacto exterior. Los edificios más importantes son el mausoleo de Toshogu en Nikkō y el palacio de Katsura en Kioto. También son características de esta época las casas de té (chashitsu).
Se desarrolla notablemente la pintura, que adquiere gran vitalidad. Destaca la figura de Tawaraya Sōtatsu, pintor de gran fuerza dinámica (Historias de Genji, La senda de la hiedra, Los dioses del trueno y del viento). Continúa su estilo Ogata Kōrin, uno de los más grandes artistas de Japón. Los pintores de la escuela de Kanō siguen siendo los artistas oficiales del gobierno. En Kioto nace otra escuela fundada por Maruyama Ōkyo, que combina la técnica de la pintura china con el realismo de la pintura occidental, que conoce a través de grabados holandeses. A mediados del período aparece la escuela de Bunjinga, que dará varios artistas excepcionales: Hakuin, Sengai, Ikeno Taiga y Yosa Buson.
La escuela más conocida y más notable será la de Ukiyo-e, que destaca por la representación de tipos y escenas populares. El fundador es Moronobu Hishikawa, al que siguen figuras como Harunobu Suzuki, Utamaro Kitagawa y Kiyonaga Torii. Varios artistas se especializan en la reproducción de los actores del teatro popular japonés (kabuki), entre ellos Kiyonobu Torii, Kiyomasu Torii, Kiyomitsu Torii y, sobre todo, Sharaku Toshusai. A principios del siglo XIX, cuando el arte de Ukiyo-e empieza a declinar, aparece la figura de Katsushika Hokusai; el último de los grandes maestros de la escuela fue Andō Hiroshige.
La cerámica tiene uno de sus mayores centros de producción en Kioto, con influencia del arte chino y coreano; su principal artista es Nonomura Ninsei. En Hagi se desarrolla un centro ceramista de influencia también coreana, caracterizado por la sencillez de sus formas y sus tonalidades claras, destacando la figura de Ogata Kenzan. En este período se producen las primeras porcelanas, con un primer centro productor en Arita; destacan las escuelas de Kakiemon, Nabeshima y Ko-Kutami. También alcanzan gran calidad artística objetos como los inro (cajas de medicamentos), los netsuke (dijes esculpidos) y los tsuba (guardias de sable).
Época moderna
En el período Meiji (1868-1912) se inicia una profunda renovación cultural, social y tecnológica en Japón, que se abre más al exterior y empieza a incorporar los nuevos adelantos conseguidos en Occidente. La arquitectura presenta una doble dirección, la tradicional (templos de Heian Jingu y de Meiji, en Tokyo) y la de influencia europea, que incorpora las nuevas tecnologías (Museo Yamato Bunkakan, de Isohachi Yoshida, en Nara). También trabajan arquitectos extranjeros, como Frank Lloyd Wright (Hotel Imperial, Tokyo). Como representantes de la arquitectura japonesa contemporánea cabe destacar a Kenzō Tange (Centro de la Paz, Hiroshima) y Arata Isozaki (Museo de Arte de Kitakyūshū), autor también del Palau Sant Jordi en Barcelona.
La pintura también sigue dos corrientes, tradicional (Nihonga) y occidentalista (Yōga), aunque independiente de ambas descuella la figura de Tomioka Tessai. La pintura tradicionalista está representada por Shunsō Hishida, Taikan Yokoyama y Kanzan Shimomura. La pintura de corte europeísta sigue las distintas corrientes que se van produciendo en el arte occidental a lo largo del siglo XX: el grupo Hakubakai recoge la influencia impresionista; la pintura abstracta tiene como figuras principales Takeo Yamaguchi y Masanari Murai; entre los artistas figurativos destacan Z. Kojima, K. Wakita y S. Tokuoka. Algunos artistas se establecerán fuera de su país, como Genichiro Inokuma en Estados Unidos y Tsuguharu Fujita en Francia.
En escultura existe igualmente la dualidad tradición-vanguardia, destacando los nombres de Y. Kinuchi, G. Sato y T. Yamamoto, además de los abstractos M. Horiuchi, R. Mukai y Y. Mizui, este último afincado en Francia. También cabe citar la colaboración de Etsuro Sotoo en la decoración escultórica de la Sagrada Familia, en Barcelona.
Más recientemente, tuvo bastante renombre dentro del llamado arte de acción el grupo Gutai, que asimila la experiencia de la Segunda Guerra Mundial a través de acciones cargadas de ironía, con un gran sentimiento de crispación y una agresividad latente; destacan Jirō Yoshihara, Sadamasa Motonaga, Shozo Shimamoto, Saburō Murakami, Katsuō Shiraga, Seichi Sato, Akira Ganayama y Atsuko Tanaka.
Referencias
- Fernando G. Gutiérrez: El arte del Japón, Col. Summa Artis, Espasa Calpe, Madrid, 1999, ISBN 84-239-5221-5.
Véase también
Enlaces externos
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- historiayarte.net
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