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Batalla de Caseros
Batalla de Caseros Parte de Guerra Grande Fecha 3 de febrero, 1852 Lugar Caseros, Gran Buenos Aires Resultado Victoria Aliada
Derrocamiento de RosasBeligerantes Ejército Grande:
Entre Ríos
Corrientes
Uruguay
Imperio del BrasilConfederación Argentina Comandantes Justo José de Urquiza Juan Manuel de Rosas Fuerzas en combate 24.000 22.000 Bajas 600 muertos y heridos 1.500 muertos y heridos
7.000 prisionerosLa batalla de Caseros tuvo lugar el 3 de febrero de 1852, el ejército de la Confederación Argentina al mando de Juan Manuel de Rosas, Encargado de las Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina fue derrotado por el Ejército Grande, compuesto por fuerzas del Brasil, el Uruguay y las provincias de Entre Ríos y Corrientes, liderado por el gobernador de Entre Ríos, Justo José de Urquiza, quien se había sublevado contra Rosas el 1º de mayo de 1851 en que lanzó el llamado Pronunciamiento de Urquiza.
La batalla culminó con la victoria del Ejército Grande y la derrota de Rosas, que deja de dicha forma el gobierno de la provincia de Buenos Aires.
Contenido
La batalla
Fuerzas defensoras
Las fuerzas porteñas (rosistas) contaban con: 22.000 infantes, 12.000 hombres de caballería y 60 cañones. Acompañan a Rosas sus fieles jefes Jerónimo Costa, quien defendiera la isla Martín García de los franceses en 1838; Martiniano Chilavert, ex-unitario que se pasó al bando rosista para no unirse a extranjeros e Hilario Lagos, veterano de la campaña al desierto de 1833.
Deserciones
Debido a las numerosas deserciones, entre las que se destaca la del general Ángel Pacheco y a la baja moral de las tropas, algunos historiadores y analistas militares intentan justificar a Rosas argumentando que la batalla ya estaba perdida de antemano. Sin embargo, su oponente también sufrió varias deserciones, entre ellas la del Regimiento Aquino, formado por soldados leales a Rosas, que se sublevaron asesinando a su comandante Pedro León Aquino y a todos los oficiales, y se pasaron al bando rosista.
Fuerzas Atacantes
Urquiza contaba con 24.000 hombres, entre ellos 3.500 brasileños y 1.500 uruguayos. Entre sus jefes se encontraban notorios personajes de la política argentina, como los futuros presidentes Bartolomé Mitre y Domingo Faustino Sarmiento. Sin embargo, el grueso de sus tropas estaba formado por gauchos indisciplinados. Sólo los brasileños eran soldados profesionales.
La Batalla
Al amanecer Urquiza hizo leer a sus tropas una proclama:
¡Soldados! ¡Hoy hace 40 días que en el Diamante cruzamos las corrientes del río Paraná y ya estabais cerca de la ciudad de Buenos Aires y al frente de vuestros enemigos, donde combatiréis por la libertad y por la gloria!.
¡Soldados! ¡Si el tirano y sus esclavos os esperan, enseñad al mundo que sois invencibles y si la victoria por un momento es ingrata con alguno de vosotros, buscad a vuestro general en el campo de batalla, porque en el campo de batalla es el punto de reunión de los soldados del ejército aliado, donde debemos todos vencer o morir!.
Justo José de Urquiza.
Este es el deber que os impone en nombre de la Patria vuestro general y amigo.La batalla duró 6 horas y se desarrolló en la estancia de la familia Caseros, situada en las afueras de la ciudad de Buenos Aires, actualmente el campo de batalla se encuentra en los terrenos del Colegio Militar de la Nación.
Lo llamativo de este enfrentamiento es que habiendo chocado 47.000 hombres desde las 9:00 hasta cerca de las 15:00 en un radio de acción no demasiado amplio, las bajas fueron reducidas: apenas 100 ó 120 hombres muertos en combate.
Urquiza no dirigió la batalla: cada jefe hizo lo que quiso. Urquiza mismo, en un acto imprudente para un general en jefe, cargó al frente de su caballería entrerriana contra la izquierda de la línea enemiga.
Entretanto, la infantería brasileña, apoyada por una brigada uruguaya y un escuadrón de caballería argentino, tomó el El Palomar, curiosa construcción circular destinada a la cría de palomas — que sigue en pie — situada cerca de la derecha rosista. Una vez que los dos flancos cedieron, sólo el centro continuó la batalla, reducida a un duelo de artillería y fusilería. La última resistencia fue dirigida por dos unitarios: la infantería de Díaz y la artillería de Chilavert. Como se le terminaron las balas, éste mandó recoger los proyectiles del enemigo que estaban desparramados alrededor suyo y disparó con éstos. Y cuando no hubo nada más que disparar, finalmente la infantería brasileña pudo avanzar, marcando el fin de la batalla.
Muerte de Chilavert
Al finalizar la batalla, Habiendo tenido ocasión de escapar, Chilavert permaneció sin embargo fumando tranquilamente al pie del cañón hasta que lo llevaron frente a Urquiza. Se produjo una fuerte discusión entre Urquiza y Chilavert, en la cual el primero le recriminó su defección de la causa antirrosista. Chilavert le replicó que el único traidor era él que se había aliado a los brasileños para atacar a su patria. Iracundo, Urquiza ordenó su fusilamiento por la espalda (castigo reservado habitualmente a los traidores), pero cuando lo llevaron sitio de fusilamiento, Chilavert, tras derribar a quienes lo arrastraban, exigió ser fusilado de frente y a cara descubierta. Se defendió a golpes, pero fue ultimado a bayonetazos y golpes de culata. Todas las heridas fueron de frente, pero su cadáver permaneció insepulto varios días. y se chuparon vinos
Consecuencias
Rosas, herido de bala en una mano, huyó a Buenos Aires. En el "Hueco de los sauces" (actual Plaza Garay) redactó su renuncia:
"Creo haber llenado mi deber con mis conciudadanos y compañeros. Si más no hemos hecho en el sostén de nuestra independencia, nuestra identidad, y de nuestro honor, es porque más no hemos podido".Pocas horas después, protegido por el cónsul británico Robert Gore, Rosas se embarcó en la fragata británica Centaur rumbo al exilio en Gran Bretaña. Unos días después, las tropas de Urquiza entraron en Buenos Aires, saqueando a la población. Poco después se nombró al presidente del Tribunal Superior de Buenos Aires, Vicente López y Planes, como gobernador interino.
Además de la ejecución de Chilavert y varios oficiales rosistas en el campo de batalla, todos los sobrevivientes del Regimiento de Aquino fueron fusilados sin juicio, y sus cadáveres colgados de los árboles de Palermo de San Benito, la residencia de Rosas ocupada por sus vencedores. Tiempo después fueron enjuiciados y ejecutados los miembros del escuadrón de represión rosista conocido como La Mazorca, figurando entre ellos Ciriaco Cuitiño y Leandro Antonio Alén, padre éste último del célebre caudillo radical Leandro N. Alem y abuelo de Hipólito Yrigoyen.
La batalla de Caseros permitió al Partido Unitario de la Argentina organizarse en Buenos Aires, llamar a una constitución, y empezar a definir una estructura de gobierno liberal.
Análisis contrafactual
En su libro ¿Qué hubiera pasado si...?, Rosendo Fraga analiza que la derrota de Rosas en Caseros no habría sido inevitable. Según el autor, uno de los principales errores de Rosas que llevan a su derrota es el ponerse él mismo al mando del ejército, en lugar de delegar dicha tarea en Lucio Mansilla o Ángel Pacheco, como había hecho hasta entonces. A diferencia de ellos, y a pesar de tener experiencia bélica, Rosas nunca había comandado un ejército contra otro, en un combate como el de Caseros.
Según el autor, Rosas también podría haber alcanzado la victoria si no combatía en Caseros y obligaba a Urquiza a atacar Buenos Aires. El ejércto Grande estaba bastante lejos de sus bases y una retirada habría sido dificultosa, además de que sería vulnerable a ataques de montoneras. Una batalla prolongada también habría podido aumentar la animosidad entre entrerrianos y brasileros, ocasionando deserciones.
De todas formas, el autor analiza que una hipotética victoria de Rosas en Caseros no habría impedido su caída, sólo la habría demorado. Las potencias europeas ambicionaban comerciar con el Río de la Plata, los habitantes de la Confederación presionaban para que se sancionara una Constitución y se organizara definitivamente al país, y los argentinos exiliados en países vecinos ejercían una fuerte influencia sobre sus respectivos gobiernos para que consideraran a Rosas un peligro para la región.
Fuentes
- Manuel Gálvez: Vida de Juan Manuel de Rosas. Editorial Tor, Buenos Aires, 1949
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