Batalla de Cepeda (1859)

Batalla de Cepeda (1859)
Batalla de Cepeda
Parte de Guerras civiles argentinas
Fecha 23 de octubre de 1859
Lugar Cepeda, sur de la Provincia de Santa Fe, Argentina
Resultado Victoria de la Confederación Argentina
Beligerantes
Ejército de la Confederación Argentina Ejército del Estado de Buenos Aires
Comandantes
Justo José de Urquiza Bartolomé Mitre
Fuerzas en combate
14.000 9.000
Bajas
300 muertos 100 muertos y 2.000 prisioneros
Para la batalla de 1820, véase Batalla de Cepeda (1820).

La batalla de Cepeda (23 de octubre de 1859, cañada de Cepeda, provincia de Santa Fe, Argentina) fue una de las dos batallas ocurridas en ese lugar. Se enfrentaron fuerzas unitarias de la provincia de Buenos Aires, separada del resto del país, y las tropas de la Confederación Argentina, genéricamente identificada con el partido federal.

La otra Batalla de Cepeda, del 1 de febrero de 1820, había iniciado la época de la disgregación argentina y de la preeminencia de los caudillos.

El ejército porteño fue derrotado y tras varias negociaciones, se llegó a una transacción a través del Pacto de San José de Flores, que reincorporaba la provincia de Buenos Aires a la República Argentina.

Contenido

Causas

La batalla de Caseros, en 1852, había clausurado la época de los caudillos en la Argentina, pero no los enfrentamientos entre unitarios y federales. Los unitarios de la provincia de Buenos Aires se negaron a apoyar la política de las demás provincias, tendientes a organizar el país a través de una Constitución federal. De modo que se separaron del resto del país, estableciendo lo que se conoce como Estado de Buenos Aires. Éste no participó en la sanción de la Constitución Argentina de 1853, ni la aceptó, ni tampoco se consideró incorporado a la Confederación Argentina.

Durante la presidencia de Justo José de Urquiza – el vencedor de Caseros – el país quedó dividido en dos. Hubo varios intentos de invasión sobre la provincia rebelde, pero Urquiza mantuvo una política de seducción, intentando convencer a los porteños de negociar su incorporación. Pero los sucesivos gobiernos porteños se negaron por completo. Tampoco resultó el intento de apoyar a un candidato a gobernador que estuviera dispuesto a negociar, porque el poderío político de los unitarios, sumado a su fuerza económica y a la violencia en las elecciones, aseguraron la victoria del más encarnizado de los unitarios: Valentín Alsina, que asumió el gobierno provincial en mayo de 1857.

La Confederación, además, tenía serios problemas económicos que no lograba resolver; el comercio exterior seguía pasando casi exclusivamente por la aduana de Buenos Aires, que era – por mucho - la mayor fuente de ingresos fiscales del país. De modo que no podía sostener esa situación por mucho tiempo más. El enfrentamiento era tanto por posiciones ideológicas, pero sobre todo por el predominio político y económico, y el derecho a imponer su política económica a la otra parte.

Se inicia la guerra

El asesinato del ex gobernador de la provincia de San Juan, Nazario Benavídez por un gobierno amigo del de Buenos Aires inauguró la escalada hacia el enfrentamiento armado. La provincia fue intervenida por el gobierno nacional; el gobierno y la opinión pública porteña lo tomaron como una ofensa.

El curso de los acontecimientos motivó que el Congreso de la Confederación dictase, el 1 de abril de 1859, una ley por la cual Urquiza debía reincorporar en forma pacífica la provincia disidente, pero si esto no era posible ordenaba emplear las armas a la brevedad. El 6 de mayo de 1859, una ley autorizaba al presidente a usar la fuerza para obligar a Buenos Aires a reincorporarse.

El gobierno de Buenos Aires interpretó esta ley como una formal declaración de la guerra y en el mes de mayo, la Legislatura porteña dispuso repeler con sus tropas cualquiera agresión: el jefe del ejército porteño, coronel Bartolomé Mitre, recibió orden de invadir la provincia de Santa Fe, mientras los buques de guerra porteños bloqueaban el puerto de Paraná, la capital de la Confederación.[1]

Ante la inminencia del conflicto, Estados Unidos, Inglaterra, Brasil y Paraguay trataron de interceder amistosamente. Pero ni Alsina ni Mitre aceptaban nada excepto la renuncia de Urquiza, o la guerra. El propio Urquiza, que desde 1852 había intentado negociar siempre, estaba ahora particularmente furioso por el asesinato de Benavídez y por la apología del crimen que habían cometido varios periódicos porteños.

A mediados de octubre, el general Tomás Guido, comandante de la escuadra nacional, ordenó a la misma forzar el paso de la isla Martín García. Tras un breve combate naval, la escuadra federal apareció frente a Buenos Aires; la guerra había comenzado.

La batalla

El ejército de la Confederación incluía 14.000 hombres, de los cuales 10.000 de caballería y 3.000 de infantería; estaba artillado con 35 cañones y obuses. Incluía, además, fuertes divisiones de ranqueles de los caciques Cristo y Coliqueo.[2] En sus filas figuraban los generales Juan Esteban Pedernera, Hilario Lagos, Juan Pablo López, Manuel Basavilbaso, Manuel Antonio Urdinarrain, y Miguel Galarza.

El ejército de Buenos Aires reunía 9.000 hombres, de los cuales, 4.700 infantes y 4.000 jinetes, con 24 piezas de artillería. En sus filas formaban los generales Wenceslao Paunero, Venancio Flores – al frente de una división cuyos oficiales eran Uruguayos, y que se harían tristemente célebres en la siguiente década - y Manuel Hornos. Con ellos iban los coroneles Ignacio Rivas, Julio de Vedia, Benito Nazar, Emilio Conesa, Adolfo Alsina y Emilio Mitre.

Las fuerzas porteñas estaban muy disminuidas por el alto número de hombres que debían proteger la frontera de su provincia de las invasiones de los indios. De hecho, estos mismos indios, como Juan Calfucurá, eran aliados de Urquiza y sus incursiones formaban parte de la estrategia de éste.

Las fuerzas de Mitre se apoyaban en el puerto de San Nicolás de los Arroyos, y las de Urquiza en el de Rosario.

El 22 de octubre, las avanzadas de ambos ejércitos chocaron junto a la Cañada de Cepeda, que desemboca en el Arroyo del Medio del lado santafesino, sin resultados decisivos. Al día siguiente, los ejércitos estaban frente a frente y Urquiza arengó a sus tropas:

"He querido evitar la sangre y he procurado la paz. El gobierno de Buenos Aires se empeña en provocarnos con un ejército que no puede resistirnos. Pues bien, conquistemos por la acción de las armas una paz duradera."

A media tarde se inició la batalla. Mitre intentó decidirla por la infantería, colocando la caballería a la retaguardia. En los primeros momentos, los porteños lograron detener el avance de la infantería nacional, pero enseguida Urquiza desplegó su experimentada caballería en dos alas, rodeó la formación porteña y atacó a su caballería. Simultáneamente, parte de la infantería federal logró destruir tres batallones porteños, formados por tropas bisoñas.

En el momento en que se ponía el sol, Mitre intentó girar un cuarto de vuelta su formación, desorganizando toda la formación. Ambos generales sabían que la batalla estaba ganada para la Confederación; en cuanto los federales dejaron de disparar sus cañones, reinó de pronto el silencio. Mitre lo hizo tapar con el Himno y otras piezas de música, mientras pasaba revista a sus tropas en la oscuridad. No necesitó mucho para saber que le quedaban muy pocas municiones.

Del bando porteño 100 hombres perdieron la vida, otros 90 heridos y 2.000 prisioneros, entre los cuales 21 eran oficiales. Se perdieron también 20 cañones. Entre los nacionales, se contaron 300 muertos y 24 oficiales, entre muertos y heridos.

Después de la batalla

Mitre inició entonces la retirada en medio de la noche, sin detenerse para dar de comer ni de beber a sus hombres.[3] Al centro ubicó a los heridos y los pocos jinetes que no se habían dispersado, y a los costados los infantes; del lado exterior estaban los que llevaban sus armas sanas y cargadas.

Los federales tirotearon a los porteños, pero los tiradores de Mitre contestaron el fuego y la marcha prosiguió. A la una y media de la tarde del 25, los 2.000 hombres que quedaban del ejército porteño entraban en San Nicolás.

Así, dos días después de la batalla, embarcados en los buques de su armada al mando de Antonio Susini, los porteños iniciaron la retirada hacia Buenos Aires; apenas salidos del puerto fueron interceptados por la flota federal comandada por Luis Cabassa, pero tras un breve combate una oportuna tormenta los salvó. Al llegar a la ciudad, Mitre anunció pomposamente que llegaba con sus "legiones intactas", lo cual era sencillamente falso.

Los indios aliados de Urquiza presionaron sobre las fronteras, y efímeramente lograron controlar algunos pueblos importantes, pero en definitiva fueron derrotados.[4]

Urquiza, en cambio, avanzó rápidamente sobre la ciudad, lanzando proclamas pacifistas:

"Vengo a arrebatar el poder a un círculo que lo ejerce en su provecho para devolverlo al pueblo, que lo usará para su prosperidad. Al fin de mi carrera política, mi única ambición es contemplar desde el hogar tranquilo, una y feliz, la República Argentina, que me cuesta largos años de crudas fatigas… Vengo a ofreceros una paz duradera bajo la bandera de nuestros mayores, bajo una ley común, protectora y hermosa."

Hubiera podido entrar a Buenos Aires por la fuerza, pero acampó en las afueras, en el pueblo de San José de Flores. Desde allí presionó al gobernador Alsina; algunos de su partido creyeron ver que Urquiza estaba dispuesto a todo a cambio de la paz, siempre y cuando Buenos Aires se reincorporara a la Confederación. Alsina decidió no aceptar ninguna negociación, pero sus aliados lo dejaron solo y debió renunciar.

Tras la mediación del hijo de presidente paraguayo – y futuro presidente también – Francisco Solano López, finalmente se firmó el Pacto de San José de Flores o de Unión Nacional.

Consecuencias

La batalla y el Pacto reincorporaron de derecho la provincia de Buenos Aires a la República Argentina.

El medio negociado fue la revisión de la Constitución por una convención porteña. Redactadas hábilmente en tono moderado, fueron rápidamente aceptadas por la Convención Nacional. En la práctica, la reforma garantizaba a Buenos Aires la continuidad de las rentas de su aduana por seis años, y cierto control económico sobre el resto del país. Además, algunas de sus instituciones, como el Banco de la Provincia de Buenos Aires, quedaban perpetuamente libres de impuestos nacionales.

Muchos observadores[5] notaron que los porteños no cedían mucho, y pensaron que iban a buscar cualquier excusa para no reincorporarse a la República, a menos que se pudieran asegurar el control real sobre todo el país. No faltaban quienes estaban indignados con Urquiza, que, según Ricardo López Jordán, "había llegado a Buenos Aires como vencedor, y negociado como derrotado".[6]

Eso fue lo que ocurrió: los porteños se aseguraron una serie de alianzas con algunos gobernadores del interior, intrigaron entre Urquiza y su sucesor Santiago Derqui, se fortalecieron económica y militarmente, y finalmente rechazaron su incorporación al resto del país con excusas. Eso llevaría a la batalla de Pavón.

En Pavón volvieron a enfrentarse Urquiza y Mitre; en cierto sentido, volvió a triunfar el ejército del entrerriano, pero éste se retiró, dejándole la victoria y el control de todo el país a Mitre. Éste impuso su dominación por medios violentos y se hizo elegir presidente en 1862.

Cepeda fue una gran victoria del partido federal, pero terminó siendo apenas un episodio más en el camino hacia la victoria definitiva del predominio porteño. Y los unitarios porteños reorganizarían el país, imponiendo un sistema político sólo legalmente federal y muy poco democrático, un sistema económico centrado en las exportaciones agropecuarias, y un sistema cultural de imitación de todo lo que fuera europeo.

Referencias y notas

  1. Para complicar las cosas, uno de estos barcos se amotinó y fue entregado al gobierno nacional, obligando a retroceder a una flota que no estaba vencida.
  2. Ver: Hux, Meinrado, Caciques Pampa-Ranqueles, Ed. El Elefante Blanco, Bs. As., 2003.
  3. Carlos D'Amico relata que, si bien Mitre jamás ganó una batalla, lo cierto es que sus retiradas, heroicas algunas –como la de Cepeda - salvaron muchas vidas.
  4. Ver: Ras, Norberto, La guerra por las vacas, Ed. Galerna, Bs. As., 2006.
  5. Entre ellos el general López Jordán, en carta a su amigo Martín Ruiz Moreno. Véase: Newton, Jorge, Ricardo López Jordán, último caudillo en armas, Ed. Plus Ultra, Bs. As., 1972..
  6. Ver: Chávez, Fermín: Vida y muerte de López Jordán, Ed. Hyspamérica, Bs. As., 1987.

Bibliografía

  • Páez de la Torre, Carlos (h), El derrumbe de la Confederación. Memorial de la Patria, tomo XI, Ed. La Bastilla, Bs. As., 1984. ISBN 950-508-093-X
  • Scobie, James, La lucha por la organización de la Nación Argentina, Ed. Hachette, Bs. As., 1965.
  • Sáenz Quesada, María, La República dividida. Memorial de la Patria, tomo X, Ed. La Bastilla, Bs. As., 1984.
  • Ruiz Moreno, Isidoro J., El misterio de Pavón, Ed. Claridad, Bs. As., 2005. ISBN 950-620-172-2
  • Ruiz Moreno, Isidoro J., Campañas militares argentinas, Tomo III, Ed. Emecé, Bs. As., 2008. ISBN 978-950-620-245-3
  • Zinny, Antonio, Historia de los gobernadores de las Provincias Argentinas, Ed, Hyspamérica, 1987. ISBN 950-614-685-3
  • O’Donell, Pacho, García Hamilton, Enrique y Pigna, Felipe, Historia confidencial, Ed. Booket, Bs. As., 2005. ISBN 987-580-008-2
  • Bosch, Beatriz, Historia de Entre Ríos, Ed. Plus Ultra, Bs. As., 1991. ISBN 950-21-0108-1
  • Bosch, Beatriz, Urquiza y su tiempo, Centro Editor de América Latina, Bs. As., 1984.

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