- Crisis de 1640
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Crisis de 1640
Crisis de 1640 se ha venido en llamar a la crisis puntual que sufre la Monarquía Hispánica a partir de ese año del reinado de Felipe IV, siendo su valido el Conde Duque de Olivares.[1]
Contenido
Planteamiento y comparación
Puede entenderse como parte del ciclo de crisis secular que se conoce como crisis del siglo XVII, que afectó particularmente al sur y centro de Europa.[2]
Era imposible resolver los desafíos internos y externos que afrontaba una monarquía autoritaria como la española sin cambiar la estructura política, económica y social, anclada en el Antiguo Régimen, y que los sucesos de la crisis de 1640 no puso en cuestión (ni podía poner, bajo pena de acabar con el propio sistema político). Con los mecanismos de que se disponía, lo único que podía conseguirse era la supervivencia, pero no la hegemonía. Contemporáneamente, la monarquía francesa estaba en mejor posición para evolucionar, no sin dificultades, al absolutismo, mientras que la inglesa, en momentos no menos terribles, terminó encontrando una solución más avanzada: la monarquía parlamentaria.[3]
Dificultades de la Hacienda
El esfuerzo bélico que requería la Guerra de los Treinta Años era imposible de mantener para una hacienda desequilibrada y deficiente, basada en:
- los ingresos americanos (extracción de metales preciosos estancada o en declive desde finales del siglo XVI, y dependientes del sistema de flotas sometido al azar de las tempestades y la presión de piratas y potencias navales emergentes)
- los impuestos de la Corona de Castilla (también disminuyendo por la coyuntura de crisis y despoblación y dependientes de unas Cortes que aunque nunca se negaron a conceder fondos, complicaban su concesión y forma de cobro), puesto que los demás territorios no contribuían significativamente
- la venta de jurisdicciones (señoríos), que disminuía el realengo y provocaba la refeudalización y la disminución efectiva del poder real
- la política monetaria (devaluación de la moneda de vellón)
- la deuda pública (juros), creciente y muy problemática.
Dificultades internacionales
Se atendían a la vez campañas militares en toda Europa para mantener unido un conjunto territorial disperso y poco cohesionado, de valor estratégico muy dispar (Península Ibérica, sur de Flandes, media Italia, enclaves entre Francia y Alemania), sin descuidar el Imperio ultramarino, a la vez que se sigue una política de prestigio o de reputación, en defensa de la religión católica y de la rama austriaca de los Habsburgo, lo que explica que no se renovara la Tregua de los doce años con Holanda y que se interviniera en la guerra europea en contra de las potencias protestantes y la Francia de Richelieu. Todo ello había que hacerlo en medio del aislamiento internacional que no se conseguía romper a pesar de los intentos de conseguir una alianza con Inglaterra. Tampoco el Papa exhibía ninguna simpatía a la Monarquía Católica. Aún así se habían conseguido éxitos notables, como mantener accesible la ruta de los Tercios entre Italia y Flandes (luchas por el enclave estratégico de la Valtellina, 1620-1639).
Cataluña
La idea de la Unión de Armas propuesta por el Conde Duque fue inaplicable por la oposición de los territorios privilegiados, especialmente Cataluña, a la que declaradamente se pretende involucrar en el esfuerzo bélico al llevarle directamente la guerra con Francia. Supuestamente sería más barata una guerra dentro de las propias fronteras, en la que no tendrían más remedio que colaborar las clases dirigentes catalanas (nobleza, clero y patriciado urbano), muy celosas de sus fueros y privilegios y que ya habían sufrido algunos agravios simbólicos por el rey y su valido. La idea salió mal. Los abusos del ejército sobre la población civil, tan habituales en todas las guerras de la época sin mirar si se efectuaban sobre la propia población o sobre el enemigo, despertaron en el campesinado una conciencia de opresión que originó la Guerra de los Segadores tras el Corpus de Sangre. La Generalidad acabó por ofrecer su fidelidad al rey de Francia.
Portugal
La concentración de los escasos esfuerzos de la monarquía en sofocar la revuelta catalana provocó la intensificación de los movimientos conspirativos que en Portugal pretendían la vuelta a una situación de independencia de la que no gozaba desde 1580. La imprudente pero necesaria petición de más impuestos y de apoyo a la nobleza portuguesa para sofocar la revuelta catalana (27 de octubre de 1640) precipitó los hechos y el 1 de diciembre los descontentos proclaman como rey Juan IV de Portugal al duque de Braganza, sostenido por Inglaterra. Conseguirá con poco esfuerzo imponerse a los pocos apoyos de Felipe IV, tanto en el Portugal peninsular como en las colonias (con pocas excepciones, como Ceuta), y consolidarse en el poder.
Andalucía
Con poca diferencia de fechas, se detectó y reprimió con eficacia la conspiración independentista en Andalucía (1641), donde el Duque de Medina Sidonia pretendía establecer un reino separado, sin prácticamente ningún apoyo interior, y con un apoyo exterior que, si es que existió, fue irrelevante.
Nápoles y Sicilia
Más graves consecuencias podría haber tenido la revuelta llamada antiespañola de Nápoles (1647), movimiento popular con características de motín de subsistencia liderado por el pescador Masaniello. El apoyo inicial de algunos sectores de la nobleza y patriciado urbano duró poco al quedar claro que la mejor defensa de su situación privilegiada era el propio Felipe IV y las tropas españolas que, al mando de don Juan José de Austria, hijo natural del rey, entraron en la ciudad de Nápoles en febrero de 1648. En Sicilia, donde había estallado una revuelta similar, sucederá lo mismo en septiembre de 1648.
Consecuencias en Europa
La guerra en Europa no fue bien: ya se había perdido la batalla naval de las Dunas (1639) y se perderá la batalla de Rocroi (1643). El Tratado de Westfalia (1648) puso fin a la guerra en Centroeuropa y modernizó la diplomacia europea, haciéndola más realista y menos dependiente de la religión. Los Habsburgo de Viena sobreviven. La monarquía católica tiene que resignarse a todo. Se reconoce la independencia de Holanda (tras ochenta años de guerra con el paréntesis de la tregua de los doce años concedida por Felipe III), como más tarde se reconocerá la de Portugal (1668). La guerra con Francia continuó, pero la situación en Cataluña evolucionó favorablemente a los intereses españoles: la monarquía absoluta de Luis XIV, rey en minoría desde 1643, no interesaba más a los catalanes que la monarquía autoritaria de Felipe IV. La paz de los Pirineos (1659) significó la partición del territorio catalán y la vuelta de su parte principal a la situación anterior a 1640, pues se respetaron los fueros tradicionales.
Decadencia
El Conde Duque fue apartado discretamente del poder. A pesar de que podía haber sido aún peor, los más de cien años de hegemonía española en Europa pasaban a la historia. Quedaba patente la Decadencia española que muchos contemporáneos (incluso el mismo Olivares) denunciaban desde principios del XVII. Escaso consuelo eran para un pueblo exhausto los artificiosos lujos barrocos que simultáneamente triunfaban en el arte y la literatura del Siglo de Oro. Eso sí, quedó a salvo la pureza de la fe en toda la Monarquía católica.
Referencias
Bibliografía
- ELLIOT, J. H. (1990). El Conde Duque de Olivares. Barcelona, Crítica. ISBN 84-397-0248-5.
- ASTON, TREVOR (ed.) (1983). Crisis en Europa (1560-1660). Madrid, Alianza. ISBN 84-206-2359-8.
Notas
- ↑ Elliot, op. cit; también otras obras posteriores de John H. Elliot, como Elliott, J.H. et al., 1640: La Monarquía Hispánica en crisis, Barcelona, 1991. El origen intelectual del concepto puede remontarse a autores anteriores, como Francisco Tomás y Valiente: Tomás y Valiente F., et al., La España de Felipe IV. El gobierno de la Monarquía. La crisis de 1640 y el fracaso de la hegemonía española, Madrid, 1982 (tomo XXV de la Historia de España de Espasa-Calpe).
- ↑ Aston, op. cit.
- ↑ Perry Anderson El estado absoluto
Categoría: Historia moderna de España
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