Bética

Bética
Bética
Provincia del Imperio romano
REmpire-01 Hispania Baetica.png
Datos generales
Fundación Creada en 29 a. C., por división de la Hispania Ulterior
Capital Corduba
Fronteras Lusitania (oeste y noroeste)
Tarraconense (noreste)
Administración
Emperador Creada bajo Augusto
Correspondencia actual Práctica totalidad de Andalucía, sur de Badajoz y sureste de Portugal

La Bética (en latín Baetica) fue una de las provincias romanas que existieron en la península ibérica, llamada por los romanos Hispania. Tomó su nombre del río Betis (en latín Baetis), llamado en la actualidad río Guadalquivir y su capital era Córduba, la actual ciudad española de Córdoba, en Andalucía.

La Bética tuvo una importante aportación al conjunto del Imperio romano, tanto económica como cultural y política. En el terreno económico fue muy significativa la extracción de minerales (oro, plata, cobre y plomo) y la agricultura, con la producción y exportación sobre todo de cereales, aceite y vino, éstos dos últimos especialmente famosos en todo el Imperio junto con el garum. En el terreno político, la Bética fue durante mucho tiempo una provincia senatorial que, debido a su alto grado de romanización, dependía del poder político del Senado, no del poder militar del Emperador. En ella se libró la decisiva batalla de Munda entre populares y optimates, partidarios de César y Pompeyo respectivamente. Además dio a Roma los emperadores Trajano y Adriano, naturales de Itálica, y al filósofo cordobés Séneca.

Contenido

Territorio

Véase también: Anexo:Poblaciones romanas de la Bética
Máxima expansión del Imperio Romano.
Primera división romana de Hispania, donde puede verse la Hispania Ulterior.
Hispania según la división provincial romana del 27 a. C., donde pueden apreciarse los límites de la Bética.
Hispania en época de Diocleciano.
Provincia de la Bética.

La Bética comprendía más del 75% del territorio de la actual Andalucía y una parte de Extremadura: la mayor parte de las provincias completas de Cádiz, Córdoba, Huelva, Málaga y Sevilla, la mitad occidental de las de Granada y Jaén, una quinta parte de la de Almería y parte del sur de Badajoz.

Fue dividida en cuatro conventus iuridici: el Conventus Cordubensis, con capital en Córduba que además era la capital de toda la provincia Bética; el Conventus Astigitanus, con capital en Astigi; el Conventus Gaditanus, con capital en Gades y el Conventus Hispalensis con capital en Hispalis. Estos territorios eran partidos judiciales, en los que los principales de la comunidad se reunían anualmente bajo la dirección de un legatus iuridicus del procónsul para supervisar la administración de justicia.

Hacia los años 13-7 a. C. se modificaron los límites orientales de la Bética. Los distritos de Cástulo, Acci y el territorio al este y norte de la actual provincia de Almería, que pertenecieron originalmente a la provincia Bética, fueron segregados por Augusto e incorporados a la provincia Tarraconense. Como la Bética era una provincia senatorial, este hecho se interpreta como un acto del emperador en pos de controlar directamente las minas de esa zona, ya que la Tarraconense era una provincia que dependía directamente del poder imperial, no del Senado.

El territorio se articulaba a través de una red de calzadas dispuestas con base en tres grandes ejes de paso naturales: La depresión Bética, el surco Intrabético y la costa. En torno a estos ejes se disponían importantes núcleos de población como Córduba, Gades, Hispalis, Iliberris, Malaca y Ostippo, entre otros, que monopolizaban la recaudación de impuestos, el comercio y la explotación del ager, además de ser grandes focos de penetración de la cultura romana y de su distribución por sus áreas de influencia rural. El carácter divisorio de grandes ríos como el Guadiana y el Guadalquivir, la importancia de los grandes distritos mineros como Almadén, la frontera natural que supone Sierra Morena, la importancia de grandes núcleos poblacionales y la facilidad de comunicación por el mar, son elementos que hacían de frontera y que a la vez configuraban un espacio territorial con distintas realidades pero con cierta cohesión.

Cuando Diocleciano realizó una nueva división provincial en el 298 conocida como Diocesis Hispaniarum mantuvo los límites de la Bética.

Bética romana

Reverso de as de bronce emitido bajo Augusto por la Colonia Iulia Traducta, ya que numerosas comunidades de la Bética gozaron del privilegio de emisión de moneda fiduciaria desde finales de la república hasta Calígula.

Tras la derrota de Cartago en la Segunda Guerra Púnica los cartagineses abandonaron Hispania y su presencia fue sustituida por la de los romanos, quienes tuvieron que hacer frente a algunos focos de resistencia, como la sublevación de los turdetanos en el 197 a. C. Como consecuencia de la victoria romana se crearon las provincias de Hispania Ulterior e Hispania Citerior. El año 27 a. C., con la reorganización imperial de Augusto, Hispania quedó dividida en tres provincias imperiales: la Bética, la Tarraconense y la Lusitania. La Bética fue desde entonces una provincia senatorial gobernada por un procónsul con capital en Córduba.

La Bética era una de las provincias del imperio más dinámicas y desarrolladas económicamente, al ser rica en recursos y al estar profundamente romanizada, absorbiendo poblaciones de esclavos liberados y a una élite pudiente que permaneció como grupo social estable durante siglos, aunque no estuvo exenta de trastornos sociales, como los acontecidos en época de Septimio Severo, quien condenó a muerte a un gran número de béticos, incluyendo mujeres. La profunda romanización de la provincia se vio recompensada con la concesión por parte del emperador Vespasiano de los derechos de ciudadanía romana (latinitas), cuando promulgó el ius latii minor por medio del Edicto de Latinidad, que concedió no sólo a los béticos sino a todos los ciudadanos hispanos.

La asimilación de la cultura romana también propició una temprana cristianización, que arraigó fuertemente en las zonas costeras y que fue marcando un nuevo desarrollo cultural en toda la Península Ibérica. En el siglo IV el Cristianismo pasó a ser tolerado en el Imperio y después proclamado religión oficial y única permitida, celebrándose en tierras béticas el Concilio de Elvira, hito fundamental en la Historia del Cristianismo en España, al que asistieron once obispos béticos, de un total de diecinueve asistentes.[1]

Bética visigoda

La Hispania visigoda hacia el año 700.

La Bética fue romana hasta que en el 411, en el contexto de las Primeras Invasiones bárbaras, en virtud de un foedus pactado con el Imperio romano de Occidente, los suevos, vándalos y alanos se establecieron en la península Ibérica. Los vándalos silingos (dirigidos por Fridibaldo), más poderosos que sus hermanos asdingos, recibieron la fértil provincia de la Bética, donde permanecieron poco tiempo antes de pasar al Magreb. No es posible especificar en qué zonas de Andalucía se asentaron, debido a su corta permanencia y a la falta de hallazgos arqueológicos.[2]

Con la irrupción de los visigodos en el escenario político de la península Ibérica el 418, los vándalos fueron expulsados. La fuerte romanización y la fortaleza de una oligarquía territorial de la provincia, capaz de tener auténticos ejércitos propios, hizo de la Bética un territorio difícil de conquistar. Fue el último territorio controlado de facto por los visigodos, y el que mayor inestabilidad política presentaba. Muestra de ello es que en el año 521 el pontífice nombró vicario de la Lusitania y la Bética al obispo metropolitano de Sevilla (Salustio), dando a entender que la jurisdicción eclesiástica de Tarragona no controlaba los territorios del sur peninsular.

A partir del año 531 el rey visigodo Teudis llevó a cabo una rápida expansión hacia el sur, llegando a instalar su corte en Sevilla, para tener un mejor control de sus operaciones en el sur peninsular. Incluso llegó a dirigir una ofensiva, fracasada, contra el poder bizantino establecido en Settem (Ceuta). Finalmente la Bética quedó definitivamente integrada en el reino visigodo de Toledo, si bien cuando los intereses de la oligarquía terrateniente hispano-romana peligraban, se producían rebeliones, como las de Atanagildo y Hermenegildo.[3]

Presencia bizantina en la Península Ibérica.

La rebelión de Atanagildo, con apoyo de la oligarquía de la Bética, supuso la entrada en acción del poder bizantino, en expansión bajo Justiniano I. Una parte importante de la Bética y la Cartaginense, dada su importancia para el comercio en el Mediterráneo, fue conquistada e incorporada por dicho emperador bajo el nombre de Provincia de Spania, que estableció su capital en la mediterránea Malaca.[4] Para ello Justiniano debió contar con el apoyo fundamental de la población y élite vernácula, fuertemente romanizada, que estaba en contra de los visigodos y deseaba la vuelta al orden romano y católico. Sin embargo, la presencia bizantina en la Bética fue fugaz, ya que el reino visigodo de Toledo siempre quiso recuperar el litoral perdido. Las campañas, primero de Leovigildo y luego de Suintila, hicieron que se creara un poder unificado en la península Ibérica.

Los obispos católicos de la Bética, sólidamente apoyados por la población local, consiguieron convertir al rey visigodo arriano Recaredo y sus nobles. Durante el periodo visigodo, en lo religioso y cultural San Leandro y San Isidoro fueron personalidades fundamentales, que desempeñaron su labor principalmente en Sevilla.[5]

La batalla del Guadalete, librada el 711 en tierras béticas por Rodrigo, rey visigodo que antes había sido duque de la Bética, fue la lucha definitiva en la pérdida de Hispania por parte del poder godo. Los musulmanes bereberes del norte de África junto a élites árabes conquistaron la Bética y la mayor parte del resto de Hispania, estableciendo primero el emirato y posteriormente el Califato de Córdoba, cuya capital se estableción en Córduba, la misma ciudad que lo era de la Bética, provincia que a partir de entonces dejó de exitir como tal, aunque siguió siendo el centro neurálgico de al-Ándalus.

Economía

La agricultura del sur de la Península Ibérica era especialmente rica, exportando vinos, aceite de oliva y también una salsa de pescado fermentada llamada garum, muy apreciada en la dieta romana. Las vastas plantaciones de olivos de la Bética proporcionaban aceite de oliva que era transportado por mar y suministrado, entre otros, a las legiones romanas en Germania. Las ánforas de la Bética han sido halladas a lo largo y ancho del Imperio romano de Occidente. Para conservar el control de estas rutas marítimas el Imperio necesitaba controlar las distantes costas de Lusitania y la costa del Atlántico al norte de Hispania. Columela, quien escribió veinte volúmenes que tratan todos los aspectos de la agricultura romana y la viticultura, procedía de la Bética.

Referencias

  1. MARÍA BLÁZQUEZ, José (diciembre de 1978). «La Bética en el Bajo Imperio». Fuentes y Metodología. Andalucía en la Antigüedad. Actas del I Congreso de Historia de Andalucía, vol. 1, Córdoba, 1976 págs. 260. Consultado el 24 de agosto de 2008.
  2. ORLANDIS, José (1988). Historia del reino visigodo español, 78-84. Madrid: Rialp. ISBN 84-321-2417-6. 
  3. FUENTES HINOJO, Pablo (1996). «La obra política de Teudis y sus aportaciones a la construcción del reino visigodo de Toledo». En la España medieval. (19). ISSN 0214-3038, pp.9-36. 
  4. Málaga Hoy (ed.): «La capital de Justiniano en Occidente». Consultado el 7 de noviembre de 2011.
  5. ORLANDIS, José (1966). «El elemento germánico en la Iglesia española del siglo VII». Anuario de estudios medievales (3). ISSN 0066-5061 , pp.27-65. 
  • Cortijo Cerezo, M. L. (1993). La administración territorial de la Bética romana. 
  • Corzo Sánchez, R. (1992). Las vías romanas de Andalucía. 
  • Ponsich, M. (1988). Aceite de oliva y salazones de pescado: factores geoeconómicos de la Bética y la Tingitana. 
  • Roldán Hervás, José Manuel (2007). Historia Antigua de España. UNED. ISBN 978-84-362-4396-3. 
  • Helal Ouriachen, El Housin, 2009, La ciudad bética durante la Antigüedad Tardía. Tesis doctoral, Universidad de Granada, Granada.

Véase también

Enlaces externos


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