- Imperio Romano de Occidente
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Imperio Romano de Occidente
Imperivm Romanvm Occidentale
Imperio Romano de OccidenteDivisión del Imperio Romano
← 27–476 Bandera
En azul, extensión del Imperio Romano de Occidente Capital Milán (395-402)
Rávena (402-476)Idioma principal Latín Otros idiomas Griego y otros idiomas bárbaros Gobierno Monarquía Emperador • 395-423 • 421-421 • 424-455 • 455-455 • 455-456 • 456-461 • 461-465 • 465-472 • 472-472 • 472-474 • 474-475 • 475-476 Historia • Diocleciano divide el poder por primera vez en la historia. Pasa a controlar la parte oriental del Imperio, con capital en Nicomedia, dándole a Maximino la parte occidental, con capital en Milán 27 • División definitiva del Imperio Romano en Oriente y Occidente 395 • Caída de la resistencia romana ante las invasiones de pueblos bárbaros y guerras civiles 476 El Imperio Romano de Occidente es la parte occidental del Imperio Romano, después de su división en Occidente y Oriente iniciada con la tetrarquía del Emperador Diocleciano (284-305) y efectuada de forma definitiva por el Emperador Teodosio I (379-395), quien dividió el Imperio romano en Occidente y Oriente y lo repartió entre sus dos hijos: Arcadio recibió el Imperio de Oriente y Honorio recibió el de Occidente, con el fin de facilitar el control y el manejo de los vastos territorios que conformaban el Imperio Romano.
Contenido
Decadencia occidental, prosperidad oriental
Después de la división del Imperio Romano en Occidente y Oriente, Occidente estaba conformado por la península Ibérica, Italia, Galia (actual Francia), la isla de Gran Bretaña, el Magreb y las costas de Libia, mientras que Oriente estaba conformada por la península de los Balcanes, Anatolia, Oriente Próximo y Egipto, convirtiéndose con el tiempo en el Imperio Bizantino, denominación tomada de Bizancio, un antiguo nombre griego de su capital, Constantinopla.
Honorio situó su capital en Milán. Ya desde hacía tiempo, la mitad occidental del Imperio Romano había estado sumida en continuas guerras civiles por el poder, con generales que se rebelaban cada pocos meses y se autocoronaban emperadores alternativos, especialmente en Britania y Galia. A este complicado cuadro que hacía tremendamente difícil mantener el gobierno sobre el Imperio de Occidente se unían las continuas injerencias de los pueblos bárbaros, que se oponían alternativamente a las órdenes de unos u otros contendientes o rompían con todos entregándose al saqueo según les convenía.
Por todo ello, Occidente sufrió de forma mucho más contundente las consecuencias de la crisis del siglo III, mientras que Oriente lograba recuperarse poco a poco, a pesar de las amenazas fronterizas de los godos y los persas, debido a los ingresos procedentes de los ricos campos de Anatolia y Egipto, su mayor cohesión interna y su población más abundante y menos golpeada por las guerras civiles, la corrupción y las pestes como ocurría en Occidente.
Invasiones bárbaras
Las invasiones germánicas
La crisis se apoderó de forma irreversible de Occidente cuando los visigodos bajo el mando de Alarico I se dirigieron hacia Italia en el año 402. En un primer momento, el general romano de origen vándalo Estilicón, una de las últimas grandes figuras militares de Occidente, logró derrotar a Alarico I en la Batalla de Pollentia. Sin embargo, las tropas romanas ya no eran tan abundantes como en tiempos anteriores y Estilicón sólo pudo reunir los hombres suficientes retirando buena parte de los que vigilaban la frontera del río Rin. A resultas de ello, en la Navidad del 406 los vándalos, suevos, francos y en menor medida los gépidos, alanos, sármatas y hérulos, cruzaron de forma masiva el río helado y se extendieron como una plaga por toda la Galia y luego por Hispania, saqueando todas las ciudades a su paso.
Poco después Alarico I volvió a amenazar a Roma exigiendo el pago de importantes tributos, mientras en Britania un nuevo usurpador se coronaba a sí mismo como Constancio III. Estilicón fue incapaz de atajar la crisis y fue ejecutado en 408. Las tropas romanas abandonaron Britania mientras era invadida por nuevos contingentes bárbaros con el fin de apaciguar la situación en la Galia, pero poco pudieron hacer. En todo el Imperio la autoridad romana se desmoronaba, y sólo las sucesivas capitales de Milán y Ravena contaban con las fuerzas suficientes para defenderse adecuadamente.
Con este cuadro, a Alarico le fue relativamente fácil chantajear a la abandonada ciudad de Roma al sitiarla sucesivamente en 408 y 409, retirándose cuando obtenía el oro convenido con el Senado. Pero en el 410 no se le pudieron entregar las 4.000 piezas exigidas y Alarico ordenó saquear la ciudad. Tal hecho fue visto por los propios romanos como el fin de una era y un ultraje inimaginable, pues la antigua gran capital del viejo Imperio caía ahora saqueada por los bárbaros.
Alarico se dirigió luego a Nápoles con intención de embarcar hacia África, pero murió en el camino. Sorprendentemente, Gala Placidia, hermana del emperador Honorio (refugiado en Ravena) que había sido capturada en Roma, consiguió convencer a los visigodos para que firmasen la paz y se aliaran con los romanos. Selló esta alianza casándose con el nuevo rey visigodo, Ataúlfo, al cual se le cedió la Aquitania en 412 con el fin de que restableciera la autoridad romana sobre la Galia, y lo consiguió tras largas guerras con otros pueblos bárbaros.
Posteriormente, los godos recibirían también el encargo de restablecer el orden en Hispania, lo que consiguieron con una consecuencia: al expulsar a los vándalos de Hispania en 429, éstos se dirigieron a África y la arrasaron, tomando Cartago. Allí se apoderaron de lo que quedaba de la flota romana y aprendieron el arte de navegar, extendiendo su nuevo Imperio marítimo sin problemas por Córcega, Cerdeña, parte de Sicilia y las Baleares. Saquearon también muchas ciudades, incluida de nuevo Roma en 455. Los romanos perdían el dominio del mar y su principal reserva de cereales, la del Norte de África.
Los hunos
Reducido a la Galia, Italia y parte de Hispania, el decadente Imperio vivió una nueva amenaza, peor todavía que las de los pueblos germánicos. Con la llegada de los hunos de Atila en 451, los romanos conocieron la destrucción total, los saqueos sistemáticos y el genocidio de poblaciones enteras. El Ejército huno sólo pudo ser expulsado de la Galia gracias al genio militar del último gran general romano, Flavio Aecio, que al aliarse con los visigodos, los francos y los alanos, logró derrotar a los hunos y sus vasallos ostrogodos en la Batalla de los Campos Cataláunicos. Sin embargo, Atila se recuperó e invadió Italia en 452, deteniéndose sólo ante las puertas de Roma cuando el papa León I Magno se entrevistó con él. Dos años más tarde, el Emperador Valentiniano III, envidioso y celoso de los éxitos de Aecio, decidió ejecutar a Aecio, deshaciéndose de su mejor general y condenando de forma definitiva al Imperio occidental a la destrucción.
La agonía final del Imperio romano de Occidente
Valentiniano III fue asesinado en el 455, paralelamente al saqueo de Roma efectuado por los vándalos liderados por su rey Genserico. Sus sucesores se conviertieron en emperadores nominales que observaron impotentes como los bárbaros saqueaban Occidente. Ninguno de los últimos emperadores de Occidente pudo detener las invasiones germanas y el Imperio se vio reducido a la península Itálica, mientras continuaban las peleas por el trono y las intrigas palaciegas.
En 476 el joven Emperador Rómulo Augústulo (475-476) fue depuesto por el hérulo Odoacro, quien se autoproclamó Virrey de Italia en nombre del Emperador oriental, Zenón, a quien le fueron enviadas las insignias imperiales.
Véase también
- Imperio Romano de Oriente
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