Revolución Cultural

Revolución Cultural

La Gran Revolución Cultural Proletaria (en chino simplificado: 无产阶级文化大革命, en chino tradicional: 無產階級文化大革命, en pinyin: wúchǎn jiējí wénhuà dà gémìng, habitualmente abreviada como 文化大革命, wénhuà dà gémìng, literalmente Gran Revolución Cultural, o simplemente 文革 wéngé, Revolución Cultural) fue una campaña de masas en la República Popular China organizada por el líder del Partido Comunista de China Mao Zedong a partir de 1966, y dirigida contra altos cargos del partido e intelectuales a los que Mao y sus seguidores acusaron de traicionar los ideales revolucionarios, al ser, según sus propias palabras partidarios del camino capitalista.

Granjeros en la época de la Revolución Cultural China

En realidad supuso una radicalización de la revolución china. Mao apoyado por un sector dirigente del Partido (Banda de los Cuatro) utiliza una gigantesca movilización estudiantil (Guardias rojos)[1] para desacreditar al ala derecha, pro-capitalista (encabezada por Liu Shaoqi, Peng Zhen y Deng Xiaoping), dentro del aparato del Partido Comunista Chino. Esta recorre todo el país, afectando también a las áreas rurales, y termina por extenderse a la clase obrera y, finalmente, a los soldados del Ejército Popular, convirtiéndose en un cuestionamiento generalizado contra las autoridades del Partido que amenaza con escapársele de las manos. Este proceso da lugar a la conformación de Comités Populares de obreros, soldados y cuadros del partido[2] por cerca de la mitad del país,[3] los cuales funcionan como órganos de doble poder popular en las distintas tareas de administración y gobierno;[4] situación que Mao logra encauzar, situándolos bajo la dirección del Partido.[5] Esta situación dura hasta 1976, momento en que un golpe de Estado militar encabezado por Deng Xiaoping, con una dura represión, restaura en el poder a la facción encabezada por él mismo, procediéndose al arresto de la Banda de los Cuatro y la vuelta al statu quo, emprendiendo los cambios, en la economía que, bajo el nombre de socialismo con características de mercado iniciarán la vuelta a la economía de mercado capitalista.

Según la interpretación más habitual, convencionalmente difundida en los medios de prensa occidentales, en el fondo la Revolución Cultural fue una lucha por el poder en la que la aspiración de Mao por recuperar su autoridad se vio apoyada por las ambiciones de otros miembros del partido, como su esposa Jiang Qing y el líder del ejército Lin Biao. El objetivo era apartar del poder político a Liu Shaoqi, jefe del estado, y a Deng Xiaoping, secretario general del Partido.

Si bien la Revolución Cultural en sí finalizó con el IX Congreso del Partido Comunista de China en abril de 1969, es frecuente extender el periodo histórico designado con esta expresión a toda la etapa de luchas por el poder en la República Popular China que se extendió desde 1966 hasta 1976, año en que murió Mao y se arrestó a la Banda de los Cuatro, la facción encabezada por Jiang Qing.

La Revolución Cultural permitió a Mao recuperar el poder político, del que había sido apartado tras el fracaso del Gran Salto Adelante. Esta lucha por el poder daría lugar a una situación de caos y conmoción política que estuvo acompañada de numerosos episodios de violencia, en su mayoría protagonizados por los Guardias rojos, grupos de jóvenes, apenas adolescentes en muchos casos, que, organizados en comités revolucionarios, atacaban a todos aquéllos que habían sido acusados de deslealtad política al régimen y a la figura y el pensamiento de Mao Zedong.

La cuestión de cómo una lucha por el poder alcanzó niveles tan altos de violencia y desorden social ha intrigado a los historiadores y a los expertos en psicología de masas, y han sido numerosos los estudios académicos publicados en China y en el extranjero sobre este periodo de la historia reciente de China, que han intentado ofrecer explicaciones sobre las causas de los sucesos de aquellos años.

Contenido

Orígenes

El fracaso del Gran Salto Adelante había forzado la salida del poder de Mao Tse. Éste, aunque conservando sus cargos como presidente del partido y como presidente de la Comisión Militar Central, dejaba las tareas de gobierno en manos del nuevo presidente de la República Popular Liu Shaoqi y del secretario general del Partido Deng Xiaoping. A pesar de esto, Mao no se resignaría a perder su influencia y su autoridad. Consciente de cómo Jrushchov había repudiado la figura de su antecesor Stalin en la Unión Soviética, y viendo que Liu y Deng parecían buscar una mejora en las relaciones con Moscú, Mao veía la evolución política de China a principios de los años 1960 como una traición a los ideales revolucionarios. De manera sorprendente, dada su edad avanzada y su falta de apoyos entre los miembros importantes del Buró Político, las ambiciones de Mao darían lugar a una enconada lucha por el poder que acabaría devolviéndole la autoridad absoluta y encumbraría de nuevo su imagen pública como líder indiscutible del régimen. Este retorno al poder se produjo a través de una enorme campaña de reafirmación ideológica, la Gran Revolución Cultural Proletaria, en la que se alentó al ejército y a los jóvenes a condenar a todos aquellos cuyos actos se apartaban de la ortodoxia del espíritu revolucionario.

La violencia extrema de la campaña condenaría al ostracismo a la mayor parte de dirigentes del partido y a los intelectuales, quienes, acusados de derechistas y contrarrevolucionarios, desaparecerían de la vida pública durante varios años. Muchos de ellos, como el propio Liu Shaoqi, morirían como consecuencia de los malos tratos sufridos.

La puesta en marcha de la Revolución Cultural y el retorno al poder de Mao no habrían sido posibles sin el apoyo de dos figuras fundamentales en ese momento histórico: Lin Biao, militar fiel a Mao que se había convertido en ministro de defensa en sustitución de Peng Dehuai, y la propia esposa de Mao, Jiang Qing, que años más tarde encabezaría la llamada Banda de los Cuatro. Tanto Lin Biao como Jiang Qing se servirían del prestigio de Mao para atacar a los otros dirigentes del partido, y promover así sus propias aspiraciones a la sucesión en el poder. Así, la Revolución Cultural sería el fruto de la combinación de, por una parte, los deseos de Mao de recuperar su protagonismo político y, por otra, de las ambiciones de poder de personas que ocupaban puestos poco relevantes en la jerarquía del partido.

El ascenso de Lin Biao en la jerarquía de poder había comenzado tras la defenestración de Peng Dehuai en la Conferencia de Lushan de agosto de 1959. En aquella reunión de los miembros del Comité Permanente del Buró Político, Peng criticó abiertamente a Mao por el fracaso del Gran Salto Adelante y éste, que aunque apartado entonces de la jefatura de estado conservaba sus cargos como líder del partido y del ejército, forzó su destitución. Fue Lin Biao, como uno de los militares de más prestigio del Ejército Popular de Liberación y leal a Mao, quien reemplazó a Peng como ministro de defensa y como líder máximo del ejército. Desde esa posición de poder en el ejército, Lin inició una serie de medidas para reforzar la fidelidad ideológica de los soldados al Partido y, muy en especial, al propio Mao.

Con este fin, en 1963, Lin Biao recopilaba un pequeño libro titulado Citas del Presidente Mao (en alusión al rango de Mao como presidente del Partido Comunista). Este libro contenía una recopilación de los discursos más importantes pronunciados por Mao Zedong y sería conocido popularmente como el libro rojo de Mao. Otro libro que se convertiría en obra de referencia obligada de los jóvenes soldados del ejército sería el Diario de Lei Feng. Lei Feng había sido un joven militar fallecido del que se dijo que había escrito un diario descubierto tras su muerte. En el diario, Lei Feng describía su esfuerzo constante por servir al pueblo y al partido, siempre siguiendo las enseñanzas del presidente Mao. Aunque hoy en día sabemos que el Diario de Lei Feng había sido escrito por los servicios de propaganda del ejército, en aquel momento el ejemplo de Lei Feng tendría una enorme influencia sobre la juventud china. Entre 1964 y 1971, también se produjeron historietas de intención pedagógica y amplísima tirada para intentar llegar al máximo número posible de lectores.[6] Todas estas obras se convirtieron en los instrumentos de adoctrinamiento político de los jóvenes integrados en el Ejército Popular de Liberación, sometido a la autoridad de Lin Biao y a la fidelidad ideológica a Mao.

Lanzamiento de la Revolución Cultural

Mientras Lin Biao alentaba el culto a la personalidad hacia la figura de Mao, su esposa Jiang Qing, antigua actriz implicada en la vida cultural del país, promovía la defensa de los ideales revolucionarios en la producción artística. Precisamente a través de un ataque a una obra literaria se desencadenaría la Revolución Cultural. En 1961, Wu Han, escritor de prestigio y vicealcalde de Pekín, había publicado una obra de teatro, Hai Rui cesado de su cargo (海瑞罢官 / 海瑞罷官 Hǎi Ruì Bàguān), en la que se utilizaban personajes de la época de la dinastía Ming para aludir al conflicto entre Mao Zedong y Peng Dehuai. Esta obra había indignado a Mao, que reconoció las alusiones evidentes a su persona. Otros dos miembros del gobierno municipal de Pekín, Deng Te y Liao Mosha, recurrirían también a la ficción histórica para criticar a Mao. En aquel momento, el gobierno municipal de Pekín, con su alcalde Peng Zhen al frente, albergaba a muchos de los partidarios de Liu Shaoqi y Deng Xiaoping, y contra ellos se dirigirían las primeras críticas de los maoístas. Consciente de la hostilidad hacia su persona en Pekín, Mao viajó a Shanghai en el verano de 1965. En esa ciudad, durante una reunión del Comité Central en el mes de septiembre, Mao hizo un llamamiento a la resistencia frente a la ideología burguesa reaccionaria. La contraofensiva había empezado y Mao, desde Shanghai, preparaba su retorno. Mediante la influencia de Jiang Qing y gracias al apoyo del ejército, el editorialista de la edición de Shanghai del Diario del Ejército de Liberación Yao Wenyuan, estrecho colaborador de Jiang Qing, escribía un agresivo editorial en ese diario en el que atacaba a Wu Han por la deslealtad del argumento de Hai Rui cesado de su cargo.

Así, la estrategia de Mao y sus seguidores eludía el ataque directo a Liu Shaoqi y Deng Xiaoping y se cebaba en quienes los apoyaban. Esto ponía en una situación difícil a los líderes del partido ya que, a pesar de todo, Mao seguía teniendo el reconocimiento como máximo ideólogo del régimen y las críticas al equipo del gobierno municipal de Pekín se fundamentaban en la obediencia estricta a la ideología de Mao, por lo que resultaban difíciles de contrarrestar ante la opinión de los cuadros del partido. Los ataques tuvieron el éxito esperado y, el 30 de diciembre de 1965, Wu Han reconocía públicamente su error. Esto animó a los seguidores de Mao a aumentar la presión. El 26 de marzo de 1966, aprovechando la ausencia de Liu Shaoqi en visita oficial a Pakistán y Afganistán, los partidarios de Mao secuestraban al alcalde de Pekín y miembro destacado del Buró Político Peng Zhen. Al apoyo de Yao Wenyuan en Shanghai se le unía el control de la capital por parte del ejército, leal a Lin Biao y a Mao. A partir de este momento, la edición nacional del Diario del Ejército de Liberación pasaba a estar controlada por los seguidores de Mao y, el 18 de abril, un histórico editorial en ese diario proclamaba levantemos la gran enseña roja del pensamiento de Mao Zedong y participemos de forma activa en la Gran Revolución Cultural Socialista. El editorial daba ya nombre al movimiento y confirmaba el apoyo del ejército al mismo. El 1 de junio, el Diario del Pueblo, principal órgano de expresión del Partido Comunista, caía también bajo el control de los maoístas.

Vuelta de Mao al poder

Deng Xiaoping.

Con el control de todos los medios de comunicación, el apoyo del ejército y el silencio forzado de los intelectuales, la posición de Liu Shaoqi y Deng Xiaoping se hacía ya insostenible. De una manera sorprendente, que nadie habría podido prever tras el fracaso del Gran Salto Adelante, cuando toda la cúpula del partido se había puesto en su contra, Mao volvía a ser el líder indiscutible. El 18 de julio de 1966, regresaba a Pekín y durante la Undécima Sesión Plenaria del Comité Central del Buró Político del Partido Comunista de China, imponía varias resoluciones, con el objetivo de desalojar de los puestos de autoridad a quienes habrían tomado la senda capitalista. En esa sesión plenaria se anunció también la creación de los Guardias rojos, movimiento juvenil que arrinconaba a la Liga de las Juventudes del Partido, leal a Liu Shaoqi. Las actividades de propaganda se extendieron y los ataques a Liu Shaoqi, apodado el «Jrushchov de China», y a Deng Xiaoping se hicieron cada vez más intensos. Liu Shaoqi había sido ya apartado del poder, aunque su abandono de los cargos que ocupaba no se haría público hasta noviembre de 1968.

En la segunda mitad de 1966, la situación de caos se extendió por todo el país. La educación quedó paralizada, y los guardias rojos, organizados a través de comités revolucionarios repartidos por toda la República Popular China, imponían su ley castigando a todos aquéllos que habían sido acusados de derechistas o revisionistas. Los incidentes y desórdenes generalizados sorprendieron al propio Mao, que veía cómo la situación se le escapaba de las manos. Para enero de 1967, Mao ordenó al ejército que interviniera para restaurar el orden. Las actividades de los guardias rojos continuarían, sin embargo, hasta 1968.

Uno de los pocos altos cargos del partido que se libraría de las purgas sería el primer ministro Zhou Enlai. Su habilidad negociadora le permitió mediar entre los guardias rojos, cuyos excesos criticó, y el ejército. La protección de Zhou Enlai salvaría a muchos altos cargos del partido y, en especial, del ejército de los ataques de los guardias rojos, mientras que su apoyo a Mao le mantuvo al margen de las críticas.

Con Liu Shaoqi y Deng Xiaoping apartados ya del poder, la lucha por el control del Partido y el Estado había sido ganada por Mao y sus seguidores. Para ratificar la nueva situación se convocó un nuevo congreso del Partido, el noveno de su historia.

El IX Congreso

El IX Congreso del Partido Comunista de China, inaugurado en abril de 1969, confirmaba el poder de Mao, reelegido unánimemente como presidente del partido y como presidente de la Comisión Militar Central. Además, adoptaba el pensamiento de Mao Zedong como la ideología oficial del Partido y del Estado. Lin Biao, por su parte, era elegido vicepresidente del partido y sucesor de Mao.

El Congreso daba por concluida la Gran Revolución Cultural Proletaria, presentada como un gran éxito del pueblo chino que, gracias al liderazgo de Mao, había vencido a los revisionistas y contrarrevolucionarios que habían puesto en peligro la pureza ideológica del sistema.

Aunque con el IX Congreso ponía fin de manera oficial a la Revolución Cultural, las estructuras de la sociedad, del Partido y del Estado habían quedado gravemente dañadas por las purgas de miembros del partido y de intelectuales. Las consecuencias de la Revolución Cultural se dejarían sentir durante mucho tiempo, y las luchas por el poder continuarían en los años siguientes.

La caída en desgracia de Lin Biao

Tras el IX Congreso, Lin Biao emergía como el nuevo gran líder en ciernes de la República Popular. Nombrado oficialmente sucesor de Mao y vicepresidente del partido, su ascenso vertiginoso en la jerarquía del poder parecía haberlo colocado en una posición inmejorable para ser el nuevo hombre fuerte del régimen.

Tras esos éxitos aparentes, sin embargo, la realidad era más compleja. La adulación extrema de Lin Biao había llevado ya a Mao a desconfiar de las auténticas intenciones del que parecía ser su leal colaborador. Durante el IX Congreso, se produjo un enfrentamiento fuerte entre ambos debido a la insistencia de Lin Biao en que Mao debía ser proclamado nuevo presidente de la República Popular, para ocupar así la jefatura de Estado que había perdido Liu Shaoqi. Mao, sin embargo, se negaba a ocupar la presidencia y defendía la abolición del cargo. Puede parecer paradójico que fuera Lin Biao el que presionara a Mao para asumir la presidencia pero, en el fondo, Mao sabía que aceptar el cargo de presidente podía justificar a los miembros del partido que veían la Revolución Cultural como una estratagema suya para hacerse con el poder político. Al rechazar el puesto, Mao se presentaba como líder preocupado sólo por la ideología y el partido, y no por ambiciones personales. Pero hay una razón aun más importante para la negativa de Mao a restaurar la jefatura del Estado: tras nombrar a Lin Biao sucesor y vicepresidente del partido, Mao sabía que en caso de restaurar la presidencia, el cargo de vicepresidente debería corresponder a Lin Biao, lo cual habría asegurado a éste su papel como sucesor. Por el contrario, la suspensión de la jefatura del Estado eliminaba tanto el cargo de presidente como el de vicepresidente, y dejaba al primer ministro Zhou Enlai como máximo dirigente del aparato del Estado, lo cual limitaba de manera considerable el poder de Lin Biao. Dada la desconfianza creciente que sentía hacia Lin, Mao habría preferido no dar a éste una parcela más de poder, dejando a Zhou Enlai como hombre fuerte de los aspectos políticos y de gestión del Gobierno.

A partir de ese momento, aunque en público ambos eran ensalzados como los triunfadores de la Revolución Cultural, las relaciones entre los dos habían entrado en una fase de desconfianza cada vez mayor. Después de que en marzo de 1970 Mao hubiera abolido la jefatura del Estado, en la II Sesión Plenaria del IX Congreso Nacional del Partido, celebrada en Lushan en agosto de ese año, Lin Biao, apoyado en algunos colaboradores cercanos, intentó hacerse con la presidencia de la República Popular. Ese intento de golpe de Estado, que sería revelado tres años más tarde por Zhou Enlai, supondría el enfrentamiento total entre Mao y Lin. En una situación análoga a la que se había dado al comienzo de la Revolución Cultural con Liu Shaoqi, Mao comenzó su ataque a Lin Biao de manera indirecta, criticando a sus colaboradores. A sabiendas de los apoyos que Lin Biao tenía en el seno del ejército, Mao criticó primero a uno de sus seguidores principales en el ejército, Chen Boda, al que acusó de «ultraizquierdista», y exigió a los mandos del ejército que se unieran a las críticas. Los militares aceptaron, y Lin Biao se dio cuenta de que se había quedado totalmente aislado frente al ataque de Mao y Zhou Enlai.

Ante esa situación de aislamiento, Lin Biao decidió pasar al ataque y poner en marcha un nuevo intento de golpe de Estado, que organizaría junto a su hijo Lin Liguo durante el invierno de 1970 y la primavera de 1971. Es posible que el intento de golpe de Estado contara con el apoyo de la Unión Soviética, aunque esto nunca se ha podido confirmar. La pérdida de apoyos de Lin Biao, sin embargo, llevó al fracaso del intento golpista. Parece que fue uno de los conspiradores, Li Weixin, quien habría delatado a Lin. Según las afirmaciones de Zhou Enlai en el X Congreso Nacional del Partido celebrado en 1973, éste habría sido el segundo intento por parte de Lin Biao, tras el de Lushan, de llevar a cabo un golpe de Estado e incluso de asesinar a Mao.

La muerte de Lin Biao después de que fueran descubiertos sus planes golpistas ha estado rodeada del misterio y la especulación. La versión oficial afirma que Lin Biao, junto a dos de sus hijos y seis hombres más, intentó escapar hacia la Unión Soviética después de que sus planes fueran descubiertos. La escasez de combustible del avión en el que el grupo de conspiradores huyó de manera apresurada hizo que el avión se estrellara en el desierto de Mongolia Exterior, muriendo todos sus ocupantes. La poca verosimilitud de la historia y la ausencia de evidencias constatables del accidente han mantenido hasta la actualidad las dudas sobre la veracidad de esta versión oficial.

La Banda de los Cuatro

Artículo principal: Banda de los Cuatro

La muerte de Lin Biao dejaba de nuevo vacíos de poder en el Partido, lo cual llevó a la convocatoria de un nuevo congreso: el X Congreso Nacional del Partido Comunista de China. Durante este congreso, celebrado del 24 al 28 de agosto de 1973, se condenó la traición de Lin Biao y se produjo el ascenso en la jerarquía de quienes protagonizarían la siguiente lucha por el poder: la esposa de Mao, Jiang Qing, y sus más cercanos colaboradores: Yao Wenyuan y Zhang Chunqiao, que habían dirigido la Revolución Cultural desde Shanghai, y un joven casi desconocido, Wang Hongwen, que pasaba a ocupar una de las vicepresidencias del partido, tras Mao y Zhou Enlai. Estos cuatro dirigentes, encabezados por Jiang Qing, serían más adelante conocidos despectivamente como la Banda de los Cuatro.

A pesar del poder que los cuatro habían acumulado, la muerte de Mao el 9 de septiembre de 1976 dejaba la autoridad máxima en las manos de Hua Guofeng, el sucesor nombrado por Mao poco antes de morir.

Consciente de que una lucha por el poder con Jiang Qing y sus seguidores iba a ser inevitable, Hua Guofeng aprovechó su autoridad para ordenar el arresto de los cuatro. Juzgados y condenados, y convertidos en el chivo expiatorio de todos los males de la Revolución Cultural, la caída de la Banda de los Cuatro marcababa el final de una década de fervor revolucionario y de luchas por el poder que afectaron profundamente a la sociedad china del momento.

El regreso a una cierta normalidad no le serviría, sin embargo, a Hua Guofeng para afianzar su autoridad. Tras una nueva lucha por el poder, Deng Xiaoping, una de las víctimas principales de la Revolución Cultural, acabaría convirtiéndose, a partir de diciembre de 1978, en el nuevo líder máximo del país. Los acontecimientos de los años de la Revolución Cultural serían reevaluados en 1981. La memoria de Liu Shaoqi fue rehabilitada de manera póstuma y la Revolución Cultural fue considerada por el partido como la «década catastrófica».

Rastros de una máxima propagandística de la Revolución Cultural, inscrita en un muro; la leyenda invoca la confianza en el presidente Mao.
Tumba de Confucio en Qufu, que sufrió los ataques de los guardias rojos durante la Revolución Cultural.

Consecuencias de la Revolución Cultural

A diferencia de la anterior gran campaña maoísta, el Gran Salto Adelante, que había tenido como víctimas a los sectores más desfavorecidos del medio rural, la Revolución Cultural tuvo como víctimas a la clase intelectual y dirigente del país. Las acusaciones generalizadas de «actividades contrarrevolucionarias» a técnicos cualificados y a profesores universitarios llevaron a una paralización del desarrollo tecnológico y educativo del país. Los exámenes de acceso a la universidad fueron abolidos en 1966 y los programas de estudios fueron redefinidos para hacer primar la enseñanza de valores ideológicos sobre aquellas materias puramente intelectuales y científicas consideradas «burguesas». Una generación entera de jóvenes se vio así privada de la posibilidad de una educación superior más allá de la repetición de lemas revolucionarios. Frente a esta crisis de la enseñanza superior, el espíritu maoísta de igualdad tuvo una consecuencia positiva en el aumento de la escolarización primaria y de la alfabetización durante esta época.

La idea maoísta de que la nueva China debía romper con los hábitos feudales del pasado tuvo también consecuencias nefastas para la cultura tradicional china. Jiang Qing y sus colaboradores instaron a los jóvenes a acabar con los llamados «Cuatro antiguos» (四旧 / 四舊 / sì jiù, a veces traducido como 'Los cuatro viejos'): los usos antiguos, las costumbres antiguas, la cultura antigua y el pensamiento antiguo. La interpretación de qué elementos de la sociedad merecían la consideración de antiguos o burgueses quedó, sin embargo, en manos de los propios guardias rojos, quienes, ávidos de demostrar su espíritu revolucionario, se embarcaron en una campaña de destrucción de obras de arte, libros, templos y edificios antiguos, a la vez que sometían a humillantes sesiones de autocrítica a intelectuales y altos cargos del Partido a los que acusaban de reaccionarios.

Dado que cualquiera que hubiera expresado en su vida pública un interés cultural o artístico hacia cualquier asunto que no fuera la exaltación de la figura de Mao podía ser acusado de reaccionario, no es de extrañar que la inmensa mayoría de los escritores y artistas sufrieran persecuciones durante la Revolución Cultural, y fueron muchos los que resultaron heridos e incluso muertos por la violencia de los guardias rojos. Otros muchos acabaron suicidándose, como el famoso escritor Lao She. Se estima que fueron miles las víctimas mortales de la violencia de los guardias rojos y más de tres millones de miembros del Partido fueron víctimas de las purgas en la cúpula del poder.

En el ámbito de la cultura, además de la destrucción de numerosas obras de arte, la Gran Revolución Cultural Proletaria afectó también a la religión tradicional china y al sistema de escritura. En lo que respecta a la religión, la mayor parte de los templos budistas y taoístas fueron cerrados y muchos monjes fueron obligados a seguir programas de reeducación. Otro de los blancos de las iras de los guardias rojos fue el pensamiento confuciano, al que se identificaba con la sociedad feudal antigua. Debido a esto, la ciudad natal de Confucio, Qufu, en la provincia de Shandong, sufrió los ataques de grupos de guardias rojos que destruyeron gran parte de su patrimonio artístico, que sería restaurado en años recientes. En cuanto a la escritura china, el proceso de simplificación de los caracteres, aunque había comenzado con anterioridad, con las listas de caracteres reformados publicadas en 1956 y 1964, éste se consolidó gracias al espíritu de ruptura con el pasado impulsado por la Revolución Cultural. En este sentido, muchas de las diferencias culturales que se perciben en la actualidad entre la China continental y las sociedades chinas de Taiwán, Hong Kong y Macao tienen sus raíces precisamente en la Revolución Cultural, cuyos efectos se han prolongado hasta nuestros días.

Bibliografía

Referencias
  • Hsü, Immanuel C. Y. The Rise of Modern China, 6ª edición, Oxford University Press, Oxford, 1999 (ISBN 0-19-512504-5).
Lecturas adicionales
  • Fairbank, John King. China, una nueva historia, Editorial Andrés Bello, Barcelona, 1997 (ISBN 84-89691-05-3).
  • Gray, Jack; Cavendish, Patrick. La Revolución Cultural y la crisis china. Barcelona: Ariel, 1970 (ISBN 84-344-0686-1).
  • Spence, Jonathan D. The Search for Modern China, W. W. Norton and Company, Nueva York, 1999 (ISBN 0-393-30780-8).

Véase también

Referencias

  1. "una enorme masa de jóvenes se reunía en la plaza de Tien An Men de Pekín. Estas concentraciones se sucedieron durante los meses siguientes, y el 25 de enero, Mao Tsé-tung había pasado revista a más de once millones de jóvenes que provenían de todas las latitudes chinas y de las regiones autónomas. Eran los guardias rojos, la fuerza que habría de llevar el ímpetu revolucionario a todos los rincones de China." Santos Juliá. La China Roja (1971). Problemas Candentes de la Historia.
  2. "La continuación de los hechos estuvo a punto de provocar la derrota del maoísmo. Al inaugurarse el nuevo año, la revolución había penetrado suficientemente en los ambientes obreros y Shanghai era un hervidero de tendencias contrapuestas. Los partidarios de la línea maoísta comenzaron a organizarse y entrar en contacto con los guardias rojos, creando nuevas agrupaciones revolucionarias que llevarán el nombre de 'Organizaciones de rebeldes revolucionarios' cuya política consiste en hacer la revolución sin abandonar la producción y tomar el poder en los mismos puestos de trabajo entregándose a una crítica de las autoridades establecidas. Sin embargo, y contra las decisiones de la Declaración de los dieciséis puntos, los partidarios de Liu, que controlaban la municipalidad, alentaron una política de reivindicaciones económicas que llevó a una gran masa de obreros a la huelga. Lo que se pretendía era, evidentemente, un caos económico y una confusión política que impidiera saber dónde estaba situada cada una de las tendencias en pugna. La posibilidad de que esta confusión se extendiera a todos los centros industriales de China hizo salir al Ejército Popular de su anterior neutralidad y recibió la consigna de apoyar por todas partes a los revolucionarios de la tendencia maoísta. Una intervención del Ejército chino no es exactamente igual que las intervenciones militares de cualquier país ya que el contacto entre la población civil y los militares se ha mantenido viva gracias a la participación de estos en un sin fin de trabajos públicos colectivos y en las campañas de formación y propaganda política. El 11 de enero de 1967, el Ejército recibe la misión de proteger las bancas y las emisoras de radio y unos días después, el 23, se proclama la decisión de consagrarlo por completo a la revolución en curso, siguiendo las consignas de sostener positivamente la lucha por la toma del poder que ha emprendido la izquierda revolucionaria y reprimir firmemente a los elementos y organizaciones contrarrevolucionarias que se oponen a esta izquierda. Esta intervención del Ejército fue decisiva para el rumbo de los acontecimientos. En Shanghai los obreros 'rebeldes revolucionarios' consiguen hacerse con el poder y derrocar las autoridades municipales liusistas, ocupando sus puestos por medio de unos comités revolucionarios que se extenderán rápidamente por varias regiones chinas: Heiliong-kiang, Kueit-cheu, Chantung, Shenshi... El 22 de enero el Diario del Pueblo ponía el acento en la creación y propaganda de la 'gran alianza revolucionaria', base de los comités, que debía integrar en su seno a un tercio de representantes de los obreros, otro tercio de cuadros del Partido y el último de miembros del Ejército Popular. Con ello se lograba crear la unidad de las disitintas fuerzas que intervenían en la lucha y se evitaba la dispersión o el enfrentamiento. Era una nueva forma de conseguir la vieja consigna de 'unidad-crítica-nidad' [...]. Los comités revolucionarios, la gran alianza y la triple unión serán los que en adelante lleven todo el peso de la política maoísta." Santos Juliá. La China Roja (1971). Problemas Candentes de la Historia.
  3. "Los últimos meses de 1967 son, pues, de vuelta al orden. Los comités no han podido implantarse en toda China, ni siquiera alcanzan la mitad de las regiones; la fracción liusista sigue siendo poderosa pero la necesidad de no destruirlo todo impone una especie de compromiso entre el orden nuevo pretendido por Mao y el antiguo, más tradicional de Liu." Santos Juliá. La China Roja (1971). Problemas Candentes de la Historia.
  4. "La Revolución Cultural tuvo efectos decisivos principalmente en la organización política de la vida china aunque preservó a otras esferas de vital importancia, como eran la investigación y la económica --que si bien sufrió las lógicas consecuencias de la agitación no tuvo que padecer ningún colapso-- como lo prueba el hecho de que el comercio exterior se mantuvo a un ritmo muy poco deficitario en relación con los años anteriores. Los órganos del poder político, sin embargo, desaparecieron durante este período: el Congreso Popular nacional, la Conferencia política consultiva popular, la Conferencia suprema del Estado, el Consejo de la defensa nacional, el Tribunal supremo y la Procuradoría suprema e incluso el Consejo de Estado dejaron de ejercer sus normales atribuciones. Todo el poder recayó en adelante sobre los veintinueve comités revolucionarios provinciales y el Cuartel General Proletario o 'grupo de los catorce'" Santos Juliá. La China Roja (1971). Problemas Candentes de la Historia.
  5. "Con la celebración del Ix Congreso del Partido Comunista chino en abril de 1969 todo volvía de nuevo al orden querido por Mao. Los reunidos aprobaban unos nuevos estatutos en los que se hacía prescriptivo seguir la dirección marcada por el Pensamiento de Mao Tsé-tung, contra el silencio que sobre el mismo punto se hacía en el VIII Congreso celebrado bajo los auspicios y el alto patrocinio de Moscú en 1956. En los estatutos e designaba, además, a Lin Piao como sucesor del actual presidente del Partido y se volvía a dar a éste las riendas de toda la política china. El papel del Partido Comunista, tal como lo entiende Mao y como Mao quiere organizarlo, ha sido por tanto el resultado más palpable de los tres años revoluconarios: 'Los órganos del poder del Etado de la dictadura del proletariado, el Ejército Popular de Liberación, así como la Liga de juventud comunista, las organizaciones de obreros, de campesinos pobres y medio pobres, de los guardias rojos y de las otras organizaciones revolucionarias deben someterse, sin excepción a la dirección del Partido.' (art. 5,5) " Santos Juliá. La China Roja (1971). Problemas Candentes de la Historia.
  6. Huici, Fernando en Historias ejemplares de la China de Mao para El País, 30/05/1976.

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