Juliano el Apóstata

Juliano el Apóstata
Para otros usos de este término, véase Juliano (desambiguación).
Juliano el Apóstata
Emperador del Imperio romano
JulianusII-antioch(360-363)-CNG.jpg
Juliano «el Apóstata» de una moneda de vellón acuñada en Antioquía, h. 360363
Reinado César: 6 de noviembre de 355 – febrero de 360. Augusto: febrero de 3603 de noviembre de 361. Augusto solo: 3 de noviembre de 36126 de junio de 363
Nombre real Flavio Claudio Juliano
Nacimiento Mayo o junio de 332
Constantinopla
Fallecimiento 26 de junio de 363
Maranga, Mesopotamia
Predecesor Constancio II, primo
Sucesor Joviano, general presente en el momento de la muerte
Consorte Helena (355)
Dinastía Dinastía constantiniana
Padre Julio Constancio
Madre Basilina

Flavio Claudio Juliano,[1] llamado el Apóstata (Constantinopla, 332Maranga, 26 de junio de 363), fue emperador de los romanos desde el 3 de noviembre de 361 hasta su muerte.

Hijo de un hermanastro de Constantino el Grande, fue junto a su hermano Galo el único superviviente de la purga que acabó con su rama de la dinastía en 337. Tras pasar su infancia y juventud apartado del poder, su primo Constancio II lo nombró César de la pars occidentalis en 355, menos de un año después de la ejecución de su hermano, que también ostentó la dignidad de César. Constancio le encargó rechazar la invasión germánica de la Galia, tarea que realizó con gran efectividad.

En 361 aprovechó sus éxitos para usurpar la dignidad de Augusto, preparándose para la guerra civil. Sin embargo, la repentina muerte de su primo le convirtió en el legítimo heredero antes de que se rompieran las hostilidades. Renegó entonces públicamente del cristianismo, declarándose pagano y neoplatónico, motivo por el cual fue tratado de apóstata. Juliano depuró a los miembros del gobierno de su primo y llevó a cabo una activa política religiosa, tratando de reavivar la declinante religión pagana según sus propias ideas, y de impedir la expansión del Cristianismo, pero fracasó estrepitosamente. En palabras de Theodor Mommsen, muy crítico con este emperador, intentó:

... retrasar el reloj de la historia universal y propiciar al agonizante paganismo una vez más la asunción del poder.[2]

En su último año de reinado emprendió una desastrosa campaña contra el Imperio sasánida. Incapaz de tomar su capital, Ctesifonte, debido a la carencia de material de asedio, emprendió la marcha por el desierto, tratando de unirse al resto de las fuerzas romanas, que culminó en su muerte en una escaramuza. Su fin fue asimismo el de la dinastía constantiniana.

Aunque su reinado fue breve y acabó en desastre, la figura de Juliano ha despertado un gran interés entre historiadores y literatos debido a su peculiar personalidad y a su intento de restaurar el paganismo en el Imperio romano. Es en ocasiones llamado Juliano II para distinguirlo de Didio Juliano (193).

Contenido

Biografía

Juventud

Grabado de 1885 que representa al emperador Juliano.

Juliano fue hijo de Julio Constantino, hermanastro del emperador Constantino I, y su segunda esposa Basilina. Sus abuelos paternos fueron el emperador Constancio Cloro (que gobernó durante la tetrarquía) y su segunda esposa, Flavia Maximiana Teodora. Su abuelo materno fue Cayonio Juliano Camenio.

Siendo niño, Juliano fue testigo del asesinato de su familia en un motín militar promovido por su primo y emperador Constancio II en 337. Esto, como él mismo afirmó, dio inicio a su desconfianza hacia el cristianismo. Su hermanastro Galo y él fueron llevados a la espléndida residencia imperial de Macelo, en un solitario paraje de Capadocia donde ambos vivieron durante seis años, en una especie de exilio dorado, dedicados al estudio y la caza. Los dos recibieron una educación cristiana, llegando incluso a ser ordenados de menores.

Posteriormente se le permitió completar su educación intelectual en Constantinopla y Nicomedia, donde asistió a las prestigiosas escuelas de retóricas de Nicocles y Hecebolio. Tras el nombramiento como césar de su hermano Galo, Juliano dispuso de mayor libertad de movimientos, frecuentando las escuelas filosóficas de Atenas y Asia Menor. La enseñanzas de Adesio de Pérgamo, famoso seguidor de Yámblico, y sus discípulos (Eusebio, Crisantio y, sobre todo, Prisco y Máximo de Éfeso) introdujeron a Juliano en la corriente neoplatónica más afín a las prácticas teúrgicas y místicas, por entonces en pleno auge, que se había convertido en el gran bastión del paganismo de las élites cultas. De entonces dataría su apostasía del cristianismo. Sin embargo, Juliano ocultaría su conversión pagana hasta bastantes años después, tras su abierta rebelión contra Constancio.

El ascenso al poder

Sólido de Juliano.

Después de que su hermano Constancio Galo fuera hecho César en Oriente (351), y ejecutado al siguiente año por Constancio II, Juliano fue llamado a presencia del emperador en Mediolanum (Milán). En noviembre de 355, a los veinticuatro años de edad, fue nombrado César de la parte occidental del Imperio y casado con la hermana de Constancio, Helena. Sin duda el aprecio que hacia él sentía la emperatriz Eusebia debió ser decisivo para vencer las reticencias de Constancio y sus consejeros para nombrar César al hermano de Galo. Sin embargo, el Emperador seguía temiendo la inexperiencia de gobierno del nuevo César, cargo que veía como el grado más alto del funcionariado. Por ello se rodeó a Juliano de un conjunto de oficiales y funcionarios directamente nombrados por él. Sin embargo, no hay motivos razonables para creer en una sistemática desconfianza de Constancio hacia su sobrino, como la propaganda de Juliano afirmaría posteriormente.

Juliano en un principio contaba con una fuerza de poco más 300 guardias, lo que resultaba demasiado pequeña para la tarea encomendada, pero con lo que Constancio no contaba era con la pericia militar de Juliano, entrenado por Salustio. Sorprendentemente aquel hombre amante de las letras y la filosofía demostró ser un buen militar. En los siguientes años luchó contra las tribus germánicas que trataban de introducirse en el imperio. Juliano llegó a Vienne y desde allí se dirigió a la amenazada Autun, donde llegó a fines de junio de 356, y después hacia Troyes, librando escaramuzas). Ese mismo año logró una paz, siquiera precaria, con los francos. Después reagrupó su fuerzas en Reims y marchó hacia el Rin librando varios combates hasta alcanzar Colonia Agripina (la actual ciudad de Colonia), que fue reconquistada ese mismo año.

Invernó en Senona, siendo cercado por una fuerza superior de alamanes. A pesar de que le había abandonado el maestre de la caballería Marcelo, indócil a su autoridad, Juliano resistió a los sitiadores y los derrotó. Constantino envió por fin refuerzos en la primavera del 357 comandados por el magister peditum Barbacio (25.000 hombres). Los romanos planearon atrapar a los bárbaros en un movimiento de tenaza, pero debido a los problemas de coordinación, los germanos rechazaron a Barbarcio, que se retiró. A pesar de esta derrota parcial, Juliano con su ejército de 13.000 hombres, atacó con decisión a los invasores, 35.000 de los cuales campaban por Alsacia con su rey Chadomar, obteniendo sobre ellos una completa victoria al noroeste de Argentorato (actual Estrasburgo). La llamada batalla de Estrasburgo fue, sin duda, el mayor triunfo militar de Juliano en la Galia, aunque los dos años siguientes aún hubo de realizar todavía campañas menores de castigo en territorio alamánico. La expedición de 358 se dirigió contra los francos del bajo Rin. Tras penetrar en la actual Bélgica, derrotó a los chamavos, que se disponían a invadir la Galia, restableció las defensas romanas, sobre todo con nuevos fortines levantados en el curso inferior del Mosa y el reforzamiento de la flota de avituallamiento procedente de Britania. En el verano siguiente Juliano penetró en territorio germánico desde Mogontiacum (Maguncia), sin encontrar excesiva resistencia. Así, hacia el 360, la frontera del Rin parecía asegurada.

Ganado el aprecio de sus soldados, se aplicó en reducir a límites tolerables la capitación, el aplastante sistema fiscal bajoimperial. Demostró así ser un buen gestor y contar con dotes de organización y economía, aplicando lo aprendido de Mardonio.

El trono imperial

A medida que pasaba el tiempo y aumentaban sus éxitos, el césar Juliano iba sintiéndose más molesto con una situación que consideraba de injusta subordinación, falta de autonomía y asfixiante vigilancia por parte de los altos funcionarios civiles —principalmente el prefecto del pretorio Florentio y el maestre de los oficios Pentadio—, fieles a los dictados de Constancio. A ello contribuyó el carácter de Juliano, al que tantos años de ocultar sus verdaderas creencias habían convertido en intolerante, violento y susceptible; por otro lado, sus recientes éxitos le habían hecho pensar que le aguardaba un brillante destino bajo la protección de sus dioses.

Este ambiente de tensión y de creciente recelo y sospecha mutua entre Juliano y Constancio fue patente en el panegírico pronunciado por el primero en honor de su tío en el verano de 358. Finalmente la chispa que encendió el conflicto fue la reclamación de Constancio, a principios del 360, de un tercio de las tropas galas de Juliano, con destino a la guerra contra Persia. Los amigos de Juliano prepararon entonces un motín de las tropas centradas en París, en el que el César fue proclamado Augusto por sus soldados. Con prudencia, el usurpador Juliano trató de llegar a un acuerdo con su tío enviándole explicaciones por escrito de lo sucedido, aunque sin dejar duda de lo irrevocable de su promoción a Augusto.

En ese año de 360 Juliano reforzó su prestigio en la Galia realizando una nueva campaña al otro lado del Rin contra los francos y alamanes, tal vez incitados a la guerra por Constancio. Al tiempo, fortificó y restauró el antiguo limes renano.

Mientras tanto, Juliano había conseguido la adhesión de numerosos medios occidentales, entre ellos la aristocracia senatorial romana y de las provincias balcánicas. En todo caso la negativa de Constancio a admitir la automoción de Juliano como colega suyo decidió a éste a marchar a Oriente para zanjar por las armas el contencioso. Pero cuando Juliano se encontraba en Naiso (Nîs) recibió la noticia de la repentina muerte de su tío en Tarso, y difundió de inmediato la noticia, cierta o no, de que Constancio le había designado sucesor en su lecho de muerte, adoptando los títulos Victor ac triumphator perpetuus semper augustus. De esta manera legitimó su poder, y honrando la memoria del difunto ganó la pronta aceptación por el ejército y las provincias orientales.

El primer acto del nuevo Emperador fue verdaderamente simbólico. Llegado a Constantinopla a finales del año 361 procedió al nombramiento de una comisión depuradora de los consejeros de Constancio, compuesta principalmente por militares. En los llamados juicios de Calcedonia, por el lugar de su celebración, dieron buena cuenta de la administración civil de Constancio. Con esta purga, Juliano se libraba de la tutela burocrática para caer en manos de la aristocracia militar, que se tomaba así la revancha tras ser postergada en el reinado de Constancio.

Juliano y la religión

Juliano el Apóstata presidiendo una conferencia de sectarios, por Edward Armitage (1875).

La política religiosa de Juliano ha sido la parte de reinado que ha despertado tradicionalmente más interés entre los historiadores, en particular su fallido intento de restaurar el paganismo grecorromano. Nada más conocer la muerte de Constancio, Juliano había hecho pública ostentación de sus creencias paganas: dio solemnemente las gracias a los dioses paganos y reunió en torno suyo a los intelectuales paganos más famosos del mundo helenístico.

Las creencias religiosas del nuevo Emperador estuvieron determinadas en gran medida por la formación recibida en su juventud. El propio Juliano atestigua en su correspondencia con el rétor antioqueno Libanio que el cristianismo le había sido impuesto desde niño por su intolerante tío, el emperador Constancio, pero que en su fuero interno nunca había aceptado realmente ninguna religión hasta su lectura de los poemas homéricos, que están entre los textos más importantes de la religión griega. De Porfirio (c. 234301/305) y Yámblico (c. 250330) tomó posiblemente la ecuación reduccionista que igualaba helenismo con paganismo. Para Juliano, la antigua literatura helénica era la fuente principal de la cultura, siendo imposible separar su belleza formal de su contenido ideológico-religioso, todo lo contrario de lo preconizaban los intelectuales cristianos coetáneos, como Gregorio de Nacianzo y Basilio el Grande, a los que conoció durante sus estudios en Atenas.

Las convicciones religiosas de Juliano son motivo de considerables disputas, ya que no llegó a practicar el paganismo propio de los primeros años del Imperio, sino una especie de aproximación esotérica a la filosofía clásica identificada por algunos como Teúrgia o Neoplatonismo, una corriente muy particular, con una inflexión irracional y simbolizante. Reducía lo fundamental de la filosofía helénica a Pitágoras, Platón y, sobre todo, a Yámblico y sus discípulos. De tal forma que Juliano, que se jactaba de ser filósofo hasta en el atuendo físico, era un hombre más supersticioso que religioso, propenso al misticismo, a la teurgia y a las prácticas adivinatorias. Detestaba por igual a los paganos agnósticos, como los cínicos y a los cristianos, a los que en cierta manera consideraba ateos. Juliano, que en su juventud había recibido una importante formación cristiana, basaba su crítica al cristianismo en acusaciones como la discordancia de los Evangelios, la oposición entre el monoteísmo judío y el trinitarismo cristiano, el carácter tribal y no universal del Yahvé veterotestamentario, etc. Hijo de su tiempo, también concedía un lugar importante en su concepción religiosa a los populares misterios de Atis y Mitra o a los tétricos sortilegios del culto de Hécate.

Juliano tampoco olvidó la utilización política de su religión, que practicó intensamente, haciéndose descendiente del dios Sol, anunciando además que recibía visiones directas de éste o del Genio del Estado. De acuerdo con Sócrates Escolástico, Juliano se creía a sí mismo Alejandro Magno, reencarnado en otro cuerpo por vía de la transmigración de almas, como proponían Platón y Pitágoras.[3]

En consecuencia con su ideología, uno de los primeros actos del nuevo Emperador fue proclamar la libertad de cultos y religiones, suprimiendo toda la legislación represiva que de facto había hecho del cristianismo la religión del Estado. A pesar de que Constantino había legalizado el cristianismo, esta religión no fue declarada religión oficial del Estado hasta que Teodosio I lo hiciera en 380 en virtud del Edicto de Tesalónica. Constantino y su inmediato sucesor habían prohibido la conservación de los templos paganos, ya algunos de estos templos fueron destruidos o convertidos en templos cristianos. Juliano terminó con la cristianización y con la destrucción de los templos, al tiempo que decretó la restauración de cultos paganos y la consiguiente devolución de los bienes confiscados por Constantino y sus sucesores, ordenando además, la reconstrucción de los templos paganos arruinados. Estas reconstrucciones no fueron de hecho muchas, dadas las limitaciones económicas y temporales, aunque sí tuvieron una clara intencionalidad contra el cristianismo, precisamente allí donde los cristianos eran más numerosos.

No contento con la restauración de cultos y templos, y consciente de las circunstancias materiales de la rápida expansión del cristianismo y de las exigencias de su propia religiosidad, se propuso la tarea urgente de organizar una especie de anti-Iglesia pagana, capaz de atraer nuevos prosélitos. Trató así de reorganizar el clero pagano en gran medida similar a la Iglesia Católica. A tal efecto instauró en cada provincia una especie de archisacerdotes paganos, reivindicando para sí, como cabeza de la nueva Iglesia pagana, el antiguo título de Pontifex Maximus. Al clero pagano le concedió también privilegios fiscales e intentó fomentar en él las dos virtudes que más consideraba y envidiaba en el cristianismo: la pureza de costumbres y la caridad, que él denominaría filantropía, disponiendo algo semejante a la excomunión para aquellos sacerdotes paganos que no cumpliesen con sus deberes.

Con ello trataba de acosar y minar la capacidad de los cristianos para organizarse en una resistencia contra el restablecimiento de las creencias paganas en el Imperio. Lo cierto es que la proclamada libertad de culto y religión tenía un fin último muy claro: la erradicación del cristianismo. Por de pronto Juliano suprimió las rentas concedidas al clero cristiano por Constantino, así como la jurisdicción episcopal, al tiempo volvía a unir a sus curias a los clérigos ligados de ellas en virtud de su ministerio. Pero además, reclamó de vuelta a los obispos cristianos considerados heréticos, que habían sido exiliados por los edictos de la Iglesia, reavivando así los disturbios y cismas internos en el seno de la Iglesia. Cuando se produjo el asesinato del obispo arriano de Alejandría, Jorge de Capadocia (su antiguo tutor en Macelo), Juliano no sólo no intervino, sino que cínicamente mostró su satisfacción por la eliminación de un «enemigo de los dioses».

A pesar de todo la Iglesia cristiana resistió con enorme tenacidad. Incluso en el turbulento Egipto, desgarrado por las luchas entre docenas de tendencias, Atanasio logró unirlas momentáneamente contra su enemigo común. Pese a las recompensas ofrecidas por el Emperador, las apostasías fueron escasas.

Antioquía

Instalado en Antioquía, Juliano se ganó la animadversión del ejército sirio y la población antioquena, en su mayor parte cristianos. Tanto las clases acomodadas, de amplia cultura helénica, como el pueblo bajo se sintieron vejados por las muestras de impiedad del Emperador, a pesar de que Juliano quiso favorer enormemente a Antioquía en perjuicio de la cristianísima Constantinopla, vendiendo trigo a bajo precio e imponiendo precios máximos en los tiempos de escasez.

Tras su llegada a la capital siria, y dado que el templo de Apolo había sufrido un incendio, Juliano creyó a los cristianos responsables, por lo que les cerró su iglesia principal. El santoral católico narra también una historia sobre sus guardaespaldas cristianos: cuando Juliano llegó a la capital siria, dio órdenes de esparcir sangre procedente de la adoración de los ídolos por toda la comida del mercado así como en los depósitos de agua. Esto habría hecho que los cristianos de la ciudad no pudieran comer ni beber sin violar sus creencias. Ambos guardaespaldas se opusieron a esta orden, por lo que fueron ejecutados por orden de Juliano. La Iglesia Ortodoxa los recuerda como los santos Juventino y Máximo.

Al fin, Antioquía vivió un ambiente de exaltación de la memoria de su predecesor Constancio II, a pesar de haber sido unánimemente odiado en todo Oriente, como el propio Juliano reconocería en su amargo panfleto titulado Misopogon (en griego: El que odia al hombre de la barba), poco antes de partir en su campaña contra los persas.

En este clima de crecientes dificultades e impotencia, Juliano fue pasando de una actitud liberal a medidas cada vez más represivas contra el cristianismo. La constitución del 17 de junio de 362 prohibía a los cristianos la enseñanza de la gramática y la retórica, pretextando el contenido pagano de los libros de texto. El edicto afirmaba que si quieren enseñar literatura, tienen a Lucas y a Marcos: que vuelvan a sus iglesias y los comenten.[4] Era un durísimo golpe para la Iglesia, pues implicaba la marginación de los cristianos de toda la tradición cultural grecorromana; la destrucción, en una palabra, de la gran obra de los apologetas de los siglos anteriores. Juliano podría haber visto un acto de hipocresía en el hecho de que las escuelas cristianas enseñaran la Biblia como única fuente de conocimiento mientras de forma simultánea enseñaban también los textos clásicos.

Grabado del templo de Salomón, tal como era antes de su destrucción por el emperador Tito.

Las medidas posteriores fueron más puntuales y violentas: el exilio de obispos recalcitrantes, como Atanasio; la incitación a motines anticristianos; la creación de impuestos especiales y la confiscación de bienes eclesiásticos, haciendo temer la vuelta de las persecuciones.

En 363, Juliano se dirigía hacia Persia, deteniéndose en las ruinas del templo de Salomón en Jerusalén. Manteniendo su política de fortalecimiento de otras religiones no cristianas, Juliano ordenó la reconstrucción del templo. Uno de sus amigos personales, Amiano Marcelino escribió sobre este particular:

Juliano pretende reconstruir a un precio extravagante el que una vez fuera orgulloso templo de Jerusalén, encargando esta tarea a Alipio de Antioquía. Alipio se puso en ello con vigor, ayudado por el gobernador de la provincia; entonces unas temibles bolas de fuego estallaron cerca de las obras, y tras continuados ataques, los obreros abandonaron y no volvieron a acercarse a las obras.

El fracaso en reconstruir el templo fue atribuido a un terremoto, muy comunes en la región, y a la ambivalencia de los judíos sobre el proyecto. Se especula también con la posibilidad de un sabotaje, así como de un fuego accidental. Para los historiadores de la iglesia de la época el fracaso se debió a la intervención divina.

La campaña persa y el fin de Juliano

Columna de Juliano en Angora, erigida en conmemoración de su paso por la ciudad en 362.

El creciente malestar entre la población civil y el ejército —Libanio habla de una conspiración en su seno[5] —, acabaron empujando al cada vez más aislado Emperador a huir hacia delante con su gran ofensiva contra el Imperio sasánida. Desoyendo a sus consejeros paganos, se lanzó así a una aventura de dudoso resultado, espoleado también por su megalomanía de emparejarse con Alejandro Magno.

Para evitar una larga guerra de posiciones y desgaste —que se suponía beneficiaba a los persas— Juliano contaba con la alianza del rey armenio Arsaces. La intención de esta gran expedición de 65.000 hombres parecía ser la instalación en el trono persa del príncipe Hormisdas, hermano del Rey persa Sapor II, que había huido al Imperio romano en 324.

Los testimonios de Zósimo y Amiano Marcelino permiten una reconstrucción bastante precisa de la marcha del ejército romano, iniciada en marzo de 363. Una gran victoria lograda cerca de Seleucia del Tigris permitió a Juliano alcanzar la capital sasánida, Ctesifonte sin mayores contratiempos. Pero ante la imposibilidad de tomarla por asalto, decidió marchar hacia el Norte, en busca de la unión con la columna conducida por su lugarteniente Procopio. Para conseguir una mayor rapidez de movimiento, ordenó inopinadamente la quema de la flota, que hasta entonces había acompañado al ejército a lo largo del Tigris, lo que sin duda desmoralizó a la tropa. En el curso de una marcha agotadora, continuamente hostigado por un enemigo que se negaba a presentar batalla, Juliano sucumbió en una escaramuza el 26 de junio de 363, alcanzado en la espalda por la jabalina de un soldado sarraceno al servicio de los persas.[6]

Icono donde se representa a San Mercurio matando al emperador Juliano. Iglesia de San Mercurio. El Cairo.
Sarcófagos imperiales en el exterior del Museo Arqueológico de Estambul. El correspondiente a Juliano es el situado a la izquierda de la foto.

Se ha planteado la posibilidad de que la jabalina fuera en realidad proveniente de sus propias filas. En esta línea se ha especulado con un posible complot del sector asiático del Ejército, encabezado quizás por el Conde Víctor, general de Juliano, y otros oficiales cristianos entre los cuales se ha sugerido la hipotética implicación de Valentiniano, con posterioridad Emperador de Occidente. La tradición histórica posterior no tuvo inconveniente en aceptar la versión de que el soldado que dio muerte al Emperador era cristiano.[7]

El Emperador fue llevado a su tienda donde fue atendido por su médico personal Oribasio de Pérgamo, que no pudo hacer nada por salvarlo, ya que tenía perforados el hígado y los intestinos. Después de conferenciar con algunos de sus oficiales, el Emperador falleció. El corto reinado de Juliano terminaba así en un completo fracaso. El Ejército eligió como su sucesor a Joviano, un oficial cristiano de origen panonio, que se encontró en una situación desesperada, en territorio hostil y rodeado por un enemigo superior. Ansioso por llegar a territorio romano y confirmar su nombramiento, firmó una paz muy desfavorable con los persas, a quienes cedió Nísibis y gran parte de la Armenia conquistada por Diocleciano en 298 a cambio del paso franco hasta el territorio romano.

Los restos de Juliano fueron sepultados en Tarso, y posteriormente trasladados a la Iglesia de los Santos Apóstoles, en Constantinopla, siendo depositados en un gran sarcófago de pórfido. Aunque la iglesia fue destruida por los turcos y sus restos vejados y expoliados, el sarcófago aún se conserva en el Museo Arqueológico de Estambul.

Juliano y la literatura

Se considera que la famosa anécdota, según la cual Juliano se arrancó la lanza que le había herido y la arrojó hacia el cielo, pronunciando la famosa frase: «Vicisti Galilæ» («Has vencido, Galileo») es de origen apócrifo. Según Gore Vidal, el invento pertenece al apologista cristiano Teodoreto, quien lo escribió un siglo después de la muerte de Juliano. La frase da comienzo al poema de 1866 «Himno a Proserpina», de Algernon Swinburne, donde el poeta inglés se lamenta del triunfo del cristianismo por cuya culpa «el mundo se volvió gris».

La vida de Juliano inspiró también la obra Emperador y Galileo, de Henrik Ibsen, así como las novelas históricas Juliano, de Gore Vidal (1964), Dioses y legiones, de Michael Curtis Ford (2002) y El último pagano de Adrian Murdoch (2004).

Referencias

Notas

  1. Latín: Flavius Claudius Iulianus; desde febrero de 360, Imperator Caesar Dominus Noster Flavius Claudius Iulianus Augustus; desde el 3 de noviembre de 361 añadió los títulos de Victor ac Triumphator Perpetuus Semper Augustus; a su muerte, Divus Iulianus.
  2. Vorlesungen III 59, p. 469: «Die Weltuhr zurükzustellen und dem sterbenden Heidentum noch einmal zur Herrschaft zu verhelfen».
  3. Hist. Eccl. III, 21.
  4. Brown, Peter (1971): The World of Late Antiquity. Nueva York, W. W. Norton. P. 93.
  5. Oratio, 18, 199
  6. Evidencia preservada por Filostorgio; vide: David S. Potter, The Roman Empire at Bay AD 180–395, p. 518
  7. Sozomeno, 6, 2.

Bibliografía

Fuentes

  1. Discursos I–V. Biblioteca Clásica Gredos 17 (1ª edición, 2ª impresión). 1979. ISBN 978-84-249-3521-4. 
  2. Discuros VI–XII. Biblioteca Clásica Gredos 45. 1981. ISBN 978-84-249-0150-9. 
  • – (1982). Contra los galileos. Cartas y fragmentos. Testimonios. Leyes. Biblioteca Clásica Gredos 47 (1ª edición, 2ª impresión). Madrid: Editorial Gredos. ISBN 978-84-249-0244-5. 

Obras modernas

  • Cameron, Averil (2001): El bajo imperio romano. Madrid: Encuentro. ISBN 84-7490-620-2
  • Curtis Ford, Michael. Dioses y legiones. Nuevas Ediciones de Bolsillo. ISBN 84-9793-690-6. 
  • García Moreno, Luis Agustín (1998): El Bajo Imperio romano. Madrid: Síntesis. ISBN 84-7738-620-X
  • Kovaliov, Sergei I. (1973): Historia de Roma. Madrid: Akal. ISBN 84-7339-016-4
  • Sanz Serrano, Rosa. El paganismo tardío y Juliano el Apóstata. Ed. Akal. ISBN 84-7600-699-3. 

Literatura sobre Juliano

Véase también

Enlaces externos



Predecesor:
Constancio II
Emperadores romanos
361363
Sucesor:
Joviano


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