Conflictos en el norte argentino durante las guerras civiles

Conflictos en el norte argentino durante las guerras civiles

Conflictos en el norte argentino durante las guerras civiles

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En La Rioja

Al saberse la llegada de José Javier Díaz al gobierno cordobés, sus antiguos enemigos, los Dávila, se apuraron a declarar la autonomía de La Rioja; pero se movió más rápido el general Francisco Ortiz de Ocampo, que se hizo nombrar gobernador el 1ro de marzo de 1820. Acusó a la familia enemiga de fraguar una conspiración, con lo que llevó al destierro a varios miembros de la misma, y después reprimió la sublevación del mismo personaje que le había servido para su falsa acusación, que terminó fusilado.

A principios de septiembre de 1820 entró la división de Del Corro en La Rioja, donde el gobernador Ocampo le negó el paso. El 26 de septiembre se enfrentaron en la Posta de los Colorados, cerca de Patquía, donde fue rápidamente derrotado el improvisado ejército de Ocampo, en el que las únicas tropas útiles eran las de Facundo Quiroga, comandante del Departamento de los Llanos.

Del Corro ocupó La Rioja y se dedicó a reunir contribuciones forzosas para sus fuerzas, mientras Quiroga reunía nuevamente sus hombres en el sur de la provincia. Antes de la llegada de Quiroga, su propio segundo jefe, Francisco Aldao, derrocó a Del Corro y lo mandó a la cárcel. No le sirvió de mucho: pocos días después, Facundo entraba a La Rioja, derrotando en las calles a Aldao con su pequeña tropa de 80 hombres; esa fue la primera victoria del famoso caudillo.

El gobernador Ocampo fue reemplazado por el coronel Nicolás Dávila, uno de los emigrados de principios de ese año, que gobernó más o menos en paz por dos años. Sin embargo, el final de su gobierno fue, posiblemente, peor que el de Ocampo: Dávila pretendió concentrar todo el poder en sí mismo, eludiendo el accionar de la legislatura.

Como su centro de actividades estaba en Famatina,[1] trasladó la sede de su gobierno a esa localidad, con la activa oposición de la legislatura. Ésta confió el mando de las tropas a Facundo Quiroga, mientras Miguel Dávila aprovechaba un viaje del jefe llanisto San Juan para quitarle sus milicias. Cuando los dos bandos estaban a punto de enfrentarse, regresó Facundo y transó una tregua con el gobierno.

Pero los Dávila no se rindieron y reunieron un ejército para atacar la capital. Contaban con que Quiroga la defendería, y que de esa manera derrotarían a sus dos enemigos de un golpe. El coronel Corvalán intentó mediar entre ellos, lo que fue aceptado por Quiroga. Pero la negativa de Dávila llevó a la batalla de El Puesto, del 28 de marzo de 1823. Allí chocaron los dos pequeños ejércitos, mientras Quiroga y Miguel Dávila se enzarzaban en un combate personal. El caudillo fue herido, pero Dávila cayó muerto.[2]

Después de la batalla, Quiroga decidió una amplia amnistía y la legislatura lo nombró gobernador. Terminaba el período del dominio de las familias ricas de La Rioja, y comenzaba el predominio de Facundo Quiroga. Éste renunció en julio al gobierno, que pasó al hacendado Baltasar Agüero. No obstante, durante el resto de la década fue Quiroga quien gobernó de hecho la provincia, desde el cargo de comandante de armas.

Juan Bautista Bustos, el gobernador cordobés, había aceptado pasivamente la secesión riojana para no provocar una nueva guerra civil. En su propia provincia, Córdoba, no hubo por esa época más guerra civil que la que le llevaría Carrera. Una revolución contra Bustos fracasó antes de llegar a los hechos. Otra más, dirigida por Faustino Allende y el futuro general Paz, fracasó sin consecuencias; el mismo Paz parece haber hecho fracasar la segunda, por su desprecio a las montoneras que participaban en ella.

La autonomía santiagueña

El gobernador tucumano, Bernabé Aráoz, había tenido que anular dos elecciones de capitulares para hacer reconocer su autoridad por Santiago del Estero. Tras muchos roces, el caudillo tucumano logró hacer reconocer por esa región la República de Tucumán.[3] Los notables de la ciudad siguieron pidiendo mayor autonomía, pero después del fracaso de las dos revoluciones de Juan Francisco Borges estaban acobardados.

Pero el 28 de enero de 1820, el comandante de la frontera del Chaco, coronel Juan Felipe Ibarra, informó al oficialmente cabildo santiagueño sobre el motín de Arequito y la caída del gobierno directorial cordobés; en la misma carta informaba que se ponía en marcha sobre la ciudad. No se sabe si estaba ya de acuerdo con los autonomistas, pero el hecho es que éstos consideraron que había llegado la hora de la revolución. La elección de los diputados al Congreso provincial tucumano fue escandalosa, lo que causó la llegada de Ibarra, que tomó la ciudad por asalto, expulsando al teniente de gobernador Echauri. El cabildo, a falta de otro mejor y previendo la respuesta militar tucumana, lo nombró gobernador de la provincia el 31 de marzo. También lo ascendió a general.

Los notables santiagueños pensaron en Ibarra solamente como el mandón militar necesario. Los políticos con experiencia de Santiago — los Gorostiaga, Frías, Taboada, Alcorta — confiaron en poder manejarlo... y terminaron por ser sus subordinados. Ibarra sólo dejaría la gobernación el día de su muerte, más de 30 años más tarde, excepción hecha de las ocupaciones tucumanas y unitarias. Ni siquiera se hizo reelegir, como hacían los otros caudillos: simplemente, su mandato no tenía término. El único caso similar era el de Estanislao López, de Santa Fe.

Aráoz, como es natural, amenazó con recuperar la provincia rebelde por la fuerza; pero Ibarra y el cabildo alargaron el conflicto en forma de largas discusiones, con alegatos de una y otra parte y numerosos comisionados ante el caudillo tucumano. Recién el 27 de abril se declaró formalmente la autonomía de la provincia.

Curiosamente, Aráoz siguió pensando durante meses que podía volver a la obediencia a Santiago del Estero. Recién a principios del año siguiente lanzó una campaña que llegó a ocupar la capital, mandada por el ex teniente de gobernador Iramain, que fue derrotado por Ibarra en Los Palmares, el 5 de febrero de 1821.

El santiagueño se había movido con mucha habilidad, y había convencido a los gobernadores de Córdoba y Salta, Bustos y Güemes, de apoyarlo contra Aráoz. Para ello había apoyado al coronel Alejandro Heredia, que había llevado algo menos de la mitad del Ejército del Norte hasta Salta, ayudado por Ibarra.

La campaña de Carrera en viaje hacia Chile

José Miguel Carrera.

A principios de 1821 había reaparecido José Miguel Carrera al frente de su horda de bandoleros, exiliados chilenos e indígenas. Avanzó sobre el fuerte de Melincué, y a continuación atacó La Carlota. Allí lo esperaba Bustos, que marchaba a unirse a los ejércitos que ya estaban preparados para rechazar el inminente ataque de Francisco Ramírez, y que logró rechazarlo. Siguiendo su camino hacia Chile, entró a San Luis, perseguido de cerca por el mismo Bustos, al que derrotó el 9 de marzo en Chaján. Dos días después venció también al ejército puntano al mando de Luis Videla, en la Ensenada de las Pulgas, hoy Villa Mercedes. Insólitamente, regresó hacia Córdoba en persecución de Bustos, algo que le sería fatal a largo plazo. Se unió a Carrera, unió a su ejército al líder montonero de Fraile Muerto, Felipe Álvarez, y fracasaron juntos contra el gobernador cordobés en Cruz Alta.

Carrera regresó hacia San Luis y ocupó la ciudad varios días. Una división mendocina, al mando del general Bruno Morón[4] fue enviada a enfrentarlo en la época de la invasión a San Luis. Como Carrera había retrocedido, continuó su marcha hacia Córdoba, logrando apoderarse de su tropa de carretas el 7 de julio en el paso de San Bernardo, sobre el río Cuarto. Al día siguiente a la mañana fue atacado por el ejército de Carrera en Río Cuarto; allí, las fuerzas de Morón hicieron retroceder a las fuerzas enemigas con una descarga de fusilería. Morón ordenó atacar, pero sus hombres no lo siguieron, de modo que quedó solo a mitad de camino entre ambas fuerzas. En lugar de detenerse, el caballo de Morón patinó y lo arrojó al piso, donde fue muerto por los montoneros. Los cuyanos lograron rechazar por segunda vez al enemigo, pero la tercera carga, dirigida por el coronel José María Benavente, logró la victoria para el general chileno.[5]

Carrera entró en la ciudad de San Luis, abandonada por sus pobladores, y allí se comportó en forma extrañamente civilizada.[6] A mediados de agosto inició la marcha hacia Mendoza.[7] Tras capturar unos caballos en Guanacache, avanzaron hacia la capital mendocina, donde el general Fernández de la Cruz había logrado organizar el ejército provincial.

Le salió al cruce el jefe de las milicias mendocinas, José Albino Gutiérrez, a quien acompañaba el jefe de la caballería de San Juan, coronel Manuel Olazábal. Éstos escondieron la infantería detrás de las filas de la caballería, por lo que cada carga de los montoneros fue a chocarse con la infantería mendocina. Cuando la energía de los ataques de Benavente disminuyó, Olazábal atacó con el eficaz estilo de los Granaderos a Caballo, destrozando todo a su paso.

Los hombres de Carrera huyeron, pero el general fue capturado por uno de sus oficiales. Fue fusilado en Mendoza, el 4 de septiembre de 1821, acompañado por Felipe Álvarez. Benavente pudo salvarse.

Guerra entre Salta y Tucumán

Después del inicio de la invasión de San Martín al Perú, Güemes vio disminuidos los efectivos realistas frente a su frontera; era el momento de iniciar la campaña al Alto Perú, postergada desde hacía años. Para ello contaba con sus gauchos, con los hombres del Ejército del Norte que había traído Alejandro Heredia y con los soldados que le llevaba desde Cuyo el rebelde Del Corro. Pero el gobernador de Tucumán, Bernabé Aráoz, no dejó pasar a Del Corro y se negó a entregar a Güemes las armas del Ejército tomadas en noviembre de 1819.

Después de meses de insistencia, Güemes lanzó un ultimátum al gobernador y decidió ir a buscar él mismo las armas que tenía Aráoz. Acababa de producirse el segundo choque entre los leales a Aráoz con los federales santiagueños de Ibarra, por lo que éste se puso de acuerdo con Güemes para atacar Tucumán.

A través de los Valles Calchaquíes, el coronel Apolinario Saravia invadió Catamarca, ocupando la ciudad sin lucha y declarando la autonomía. Al mismo tiempo, el ejército de Güemes marchó desde el norte hacia Tucumán, uniendo a las suyas las fuerzas de Ibarra, y exigió la renuncia de Aráoz. Aunque estaba en desventaja, Aráoz se negó y se preparó para luchar. Contra él marcharon Heredia e Ibarra.

Tras un breve choque favorable a los salteños, la batalla de Rincón de Marlopa, del 3 de abril de 1821, fue favorable a los tucumanos. Las fuerzas de Aráoz, al mando del coronel Abraham González, y en el que figuraban oficiales tan variados como Javier López, el salteño Manuel Arias — antiguo héroe de la guerra gaucha que se había disgustado con Güemes —, Celedonio Escalada y Jerónimo Zelarrayán, derrotaron completamente a los salteños y santiagueños, que dejaron en el campo a todos sus infantes y artilleros prisioneros, con todas sus armas.[8]

Güemes no solamente no había recuperado las armas en poder de Aráoz, sino que acababa de perder las suyas, salvo las de caballería. Estuvo a punto de volver a atacar, pero en ese momento se enteró de que había sido depuesto por una revolución de las clases altas en Salta. Regresó a su ciudad y retomó el gobierno sin problemas.

La República de Tucumán se había salvado; Aráoz logró recuperar también Catamarca, enviando hacia allí a Arias y al coronel Manuel Figueroa Cáceres. Pero éste cambió de bando casi al día siguiente a su victoria y se unió a Ibarra y Güemes en una nueva alianza. Duró muy poco, pero estaba claro que Aráoz ya no podría seguir resistiendo rodeado de enemigos. Ibarra volvió al ataque, pero fue vencido en dos pequeños encuentros e inició tratados de paz, que Aráoz tuvo que aceptar. El 5 de junio se firmaba el Tratado de Vinará, que reconocía la separación de la provincia de Santiago del Estero de la de Tucumán.

La autonomía catamarqueña

El fracasado intento de autonomía de abril de 1821 revelaba que también Catamarca deseaba separarse del gobierno de Tucumán. Sólo impulsados por ese deseo autonómico, el 25 de febrero de 1821, un cabildo abierto declaraba la autonomía de la provincia de Catamarca. Sin oposición, el movimiento dirigido por los líderes federales Eusebio Ruzo y Manuel Figueroa Cáceres puso en el gobierno al mismo delegado de Aráoz, Nicolás Avellaneda y Tula[9]

Pero Avellaneda pretendió liberarse de la tutela de los federales, quitando su autoridad militar a Marcos Figueroa, el caudillo más importante del oeste. Esto provocó una revolución en octubre, que lo arrestó y lo mantuvo preso durante más de una semana y nombró gobernador a Eusebio Ruzo. Un acuerdo entre los dos bandos permitió volver al gobierno a Avellaneda, pero éste descubrió que no podía gobernar a su antojo, y terminó renunciando a principios de 1822 y huyendo a La Rioja. El gobierno pasó nuevamente a Ruzo, que gobernó en paz con el apoyo del partido federal local. Algunos de los jefes adictos a Avellaneda, como Manuel Gutiérrez, debieron pasar un tiempo en el exilio, bajo la protección de Aráoz.

La herencia de Güemes

Unos días después del Tratado de Vinará, los realistas conseguían hacer su último avance hasta Jujuy y Salta, causando la muerte del general Güemes. Las milicias salteñas, sin su jefe, sitiaron al general Pedro Antonio Olañeta en la ciudad, y poco después lo obligaban a evacuarla. El 15 de julio entraban nuevamente los patriotas en la capital de la provincia.

Con la desaparición del caudillo, el partido que asumió el mando fue el que había sido su opositor, ya que Olañeta había preferido negociar con este sector, en el que figuraban algunos dirigentes que lo habían llamado para invadir Salta.

El 15 de julio asumió como gobernador interino el coronel Saturnino Saravia, rodeado de los miembros de la “patria nueva”, curioso nombre de los que habían dudado de la fidelidad a la Patria porque les costaba mucho dinero y prestigio. Reunió una junta electoral, que nombró gobernador a uno de ellos: José Antonio Fernández Cornejo.

Los miembros de la “patria vieja”, es decir, el partido que siempre había seguido a Güemes, esperaron hasta el regreso de los oficiales que habían perseguido a Olañeta, y el 22 de septiembre derrocaron al gobernador por medio de una sangrienta revolución. En su lugar colocaron al más ilustrado y más rico miembro de su partido, el general José Ignacio Gorriti, que hizo un gobierno de unión: nombró al federal Pablo Latorre comandante de armas, y a Fernández Cornejo de teniente de gobernador de Jujuy. Hizo el mismo reparto salomónico para los demás cargos importantes. De todos modos tuvo que vencer una revolución en su contra en diciembre.

Anarquía en Tucumán

Aráoz nunca llegó a reaccionar ante la autonomía catamarqueña, ya que sólo tres días más tarde, el 28 de agosto de 1821, los oficiales opositores derrocaban a Aráoz, dirigidos por Abraham González, un oficial oriental de escasa importancia personal que sin embargo asumió el gobierno. La causa de su deposición fue una serie de rivalidades internas: sobre todo, de los cabildantes contra los hacendados que formaban el partido de Aráoz y de sus oficiales contra los favoritos del gobernador depuesto, es decir, Javier López, Manuel Arias y Jerónimo Zelarrayán.[10]

Lo primero que debió hacer el nuevo gobernador fue acordar con los oficiales adictos a Aráoz, a los que debió sobornar para que no lo atacaran. Si bien logró mantenerse en el poder unos meses, al poco tiempo tuvo que enfrentar la oposición de varios oficiales partidarios de Aráoz. En noviembre, el coronel José Ignacio Helguero reunió tropas en Burruyacú, avanzando hasta cerca de la capital provincial, pero fue arrestado y expulsado.

En los primeros días de 1823, los coroneles Javier López, José Ignacio Helguero y Diego Aráoz atacaron la ciudad, obligando al gobernador a retirarse a Lules. La defensa de la ciudad fue derrotada al día siguiente, 8 de enero, como resultado de un violento combate en el centro mismo de la ciudad. Las tropas rebeldes del general Zelarrayán — muerto en la lucha — quedaron al mando de Javier López, un antiguo capataz de Aráoz. González fue arrestado y enviado a Buenos Aires, donde fue protegido por su hermano, el después coronel Bernardo González. El gobierno fue asumido por Diego Aráoz, que renunció unos días después para dejarle el mando a don Bernabé Aráoz.

Pero a fines de marzo, Diego Aráoz y Helguero se rebelaron contra el gobernador; tras varios hechos de armas menores, y fracasados intentos de conciliación, renunció don Bernabé al gobierno, dejando la ciudad en acefalía. El 6 de mayo la ciudad fue tomada por López, con ayuda del santiagueño Ibarra. El día 11 los derrotó Bernabé Aráoz, cuyas tropas saquearon la ciudad. Varios gobiernos efímeros se sucedieron en menos de un mes, hasta que regresó al gobierno don Bernabé, apoyado por sus milicias rurales.[11]

Apenas un mes más tarde, Diego Aráoz volvió a atacar la ciudad y ocuparla: asumió nuevamente el gobierno. El 24 de octubre, Don Bernabé venció en el Rincón de Valladares[12] a Javier López, Diego Aráoz y el catamarqueño Manuel Gutiérrez, y volvió al gobierno. La provincia era ya un caos, pero este último gobierno de Aráoz logró una muy relativa tranquilidad, al precio de que la oposición se moviera enteramente en secreto, organizando la reacción.

En agosto de 1823, López reunió rápidamente a sus hombres y atacó San Miguel de Tucumán. Derrotó a las fuerzas del gobierno en la Ciudadela, y a las tres de la mañana del 5 de agosto ocupó la ciudad. Se nombró a sí mismo gobernador, mientras Aráoz reorganizaba las milicias rurales; el 25 de agosto se dio la batalla decisiva en Rincón de Marlopa, en el otro extremo del Campo de las Carreras. Tras un duelo de artillería, los 400 hombres de Aráoz fueron derrotados, dejando 40 muertos y 60 prisioneros.

Aráoz se refugió en Salta; no queda claro por qué, si no tenía aliados allí, y sí en el interior de la provincia. El gobierno quedó en manos de Diego Aráoz, que lograría mantenerse en el poder unos meses; tras el interinato de Nicolás Laguna, volvió al poder Javier López.

Bernabé Aráoz siguió conspirando en Salta, pero no logró reunir tropas suficientes para regresar. Finalmente, en marzo de 1824 fue arrestado y enviado a Tucumán por orden del gobernador salteño, general Arenales. Fue fusilado en Trancas el 24 de marzo de 1824. Con ese hecho, que no fue realmente un acto de guerra civil, quedó sellada la paz en Tucumán.

Referencias

  1. La Rioja había sido fundada en virtud de las existencias minerales de la Sierra de Famatina, y tres siglos después, el espejismo de sus minerales aún dominaba la imaginación de los riojanos. Bazán, Armando R., Historia de La Rioja, Ed. Plus Ultra, Bs. As., 1991.
  2. Reyes, Marcelino, Bosquejo histórico de la provincia de La Rioja.
  3. Al igual que la República de Entre Ríos, la República de Tucumán era el nombre legal de una provincia soberana que pretendía entrar a una federación en igualdad de condiciones, no un estado independiente.
  4. Morón había sido ascendido al grado de general en el mes de mayo.
  5. Después de la derrota frente a los carrerinos, el resto del ejército mendocino se retiró, dirigido por Ventura Quiroga.
  6. Véase: Núñez, Urbano J., Historia de San Luis, Ed, Plus Ultra, Bs. As., 1980.
  7. No queda claro qué pensaba hacer Carrera hasta que llegara el verano, en que los pasos de la Cordillera quedaran habilitados.
  8. Newton, Jorge, Alejandro Heredia, el protector del norte, Ed. Plus Ultra, Bs. As., 1972.
  9. Nicolás Avellaneda y Tula fue padre de Marco Avellaneda, futuro gobernador de Tucumán, y abuelo de Nicolás Avellaneda, quien sería presidente de la Argentina entre 1874 y 1880.
  10. Páez de la Torre, Carlos (h), Historia de Tucumán, Ed. Plus Ultra, Bs. As., 1987.
  11. Bernabé Aráoz vivía casi todo el tiempo en el campo, y sus más importantes apoyos eran las milicias rurales; en cambio López era el héroe de las milicias urbanas.
  12. El Rincón de Valladares forma parte del Campo de las Carreras, al oeste de la capital tucumana, cerca de la "Ciudadela" contruida en 1814 por San Martín.

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