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Costas de España
La parte peninsular de España posee unos 3.167 km de costa. A los que habría que añadir los 956 del litoral portugués, para completar el litoral peninsular. En este trazado, si prescindimos de la costa bastante articulada de Galicia, y a pesar de los óvalos mediterráneos, no hay grandes entrantes ni recovecos. En conjunto es una costa abierta y en su mayor parte bravía, condiciones que explican la falta de vocación marinera del país, refugiada sobre todo en las rías gallegas.
Contenido
- 1 Características de las costas españolas
- 2 Bibliografía
- 3 Véase también
- 4 Enlaces externos
Características de las costas españolas
Orientación del trazado
El primer rasgo que se observa es la rigidez de sus contornos, en contraste con las articulaciones de otras penínsulas mediterráneas, como Grecia o Italia, por ejemplo. Este carácter destaca sobre todo en las costas atlánticas españolas. En el Cantábrico, a lo largo de unos 770 km, desde el País Vasco a Estaca de Bares (43° 47' 25" N), en Galicia, punto más septentrional de la Península, la costa, de dirección este-oeste, es rectilínea, y su trazado refleja un gran accidente geológico orientado en la misma dirección.
En Galicia, el ángulo noroeste queda truncado entre el cabo Ortegal y el de Finisterre, para acabar describiendo un giro de 180° y tomar la dirección norte-sur, hasta la punta del cabo San Vicente, en Portugal. Dicha costa es también rectilínea en otros 800 km, si exceptuamos el saliente de la península portuguesa de Peniche, con su cabo Carvoeiro (39° 21' 36.40" N 9° 24' 31.86" W).
A partir de aquí el contorno litoral es más sinuoso y empiezan los óvalos mediterráneos o grandes arcos que se inician con el golfo de Cádiz, encuadrado entre las costas portuguesas, en el cabo de Santa María (Isla da Barreta, Faro (Portugal) - Algarve) y el extremo avanzado hacia el sur (Punta de Tarifa, 39° 59' 50") con que se inicia el estrecho de Gibraltar, en una longitud de unos 295 km; sigue el óvalo del mar de Alborán, arco tendido en dirección este-oeste en unos 398 km y que tiene a Málaga en el centro; aquí la costa tuerce hacia el nordeste y dibuja otros dos óvalos muy abiertos entre los cabos de Gata y San Antonio, el primero de los cuales tiene a Cartagena en el extremo septentrional y el segundo a Alicante en el centro, con una longitud entre ambos de 453 km; y finalmente el dilatado y abierto golfo de Valencia, que podemos considerar que termina con el saliente del delta del Ebro. A partir de aquí la costa vuelve a ser bastante rectilínea y corre casi paralela a la Cadena Costera Catalana hasta el cabo de Begur, en donde se adentra para formar el golfo de Rosas, extendido hasta el cabo de Creus (longitud 3° 19' 5"), extremo oriental de la Península que señala la punta saliente de los relieves pirenaicos. En conjunto, el litoral mediterráneo tiene 1.663 km de longitud, 770 el cantábrico y 735 km los dos fragmentos norte y sur del litoral atlántico.
Relaciones con el relieve continental
La simple comparación de esos rasgos generales de las costas peninsulares con el relieve continental y el trazado de las grandes unidades estructurales del interior pone en evidencia las estrechas relaciones existentes entre ambos.
El sector del litoral cantábrico, en su trazado este-oeste, es paralelo a los ejes del plegamiento de la Cordillera Cantábrica y obedece a una importante fractura, hoy perfectamente conocida tanto en su recorrido continental como marítimo. Esta falla corre paralela al Pirineo casi de un extremo al otro de la cordillera.
A un accidente parecido, se debe la orientación norte-sur del litoral galaico portugués, totalmente reñido a las alineaciones estructurales noroeste-sudeste del interior, a la cuales corta de sesgo.
Por consiguiente, estas dos alineaciones costeras perpendiculares encuadran desde el mar los contornos norte y oeste de la Meseta y explican la orientación y rigidez del trazado litoral.
El saliente del cabo de San Vicente, en el sur de Portugal, no es más que la consecuencia de otro accidente parecido, la gran falla de Sierra Morena, la cual no sólo orienta este borde de la Meseta, sino también el de toda la costa portuguesa meridional. Su trazado se ha seguido también en el mar hasta muy allá de la costa.
A partir de aquí las relaciones entre el relieve continental y el trazado del litoral son muy diferentes, pero en todo caso son también visibles los efectos del primero sobre el segundo.
A la llanura de la Depresión del Guadalquivir corresponden las costas bajas y pantanosas del golfo de Cádiz. La punta de Gibraltar no es más que el saliente rocoso occidental de las Cordilleras Béticas. La punta del cabo de Gata responde al saliente provocado por la Cordillera Penibética, mientras el arco entrante alicantino corresponde a la Depresión Intrabética en su contacto con el mar. De la misma manera que el promontorio de los cabos de la Nao y San Antonio está producido por la Cordillera Subbética que apunta hacia Ibiza y se prolonga bajo las aguas del Mediterráneo con los relieves de esta isla.
Así el conjunto de los pliegues béticos, orientados de oeste-noroeste a este-sudeste determinan el conjunto de óvalos del sur de la Península con sus correspondientes entrantes y salientes.
El golfo de Valencia encuentra también su explicación en el trazado norte-sur de la estructura de la Cordillera Ibérica en este sector, provocado por una serie de fallas escalonadas de dirección norte-sur que hunden la cordillera en el mar.
Por último, la influencia de la dirección nordeste-sudoeste de los Catalánides se reconoce en el trazado de la costa catalana, cuyo sector final, en la península de cabo de Creus, es efecto del trazado este-oeste del relieve pirenaico que desaparece suavemente bajo el agua.
Así , en líneas generales las cordilleras alpinas mediterráneas dirigen el trazado de este litoral., obligando a la costa a adaptarse paralelamente a ellas en largos sectores de su recorrido, hasta encontrar una depresión en donde se inflesiona, provocando la aparición de costas bajas intecaladas entre los promontorios rocosos de las cordilleras adyacentes.
Resulta, pues, que en la mayor parte de la Península predominan las costas de tipo longitudinal, ya sea a causa de fallas paralelas a las mismas, como en las de estilo atlántico, ya sea por la orientación de los ejes de plegamiento. Debido a la proximidad de tales accidentes, las costas españolas son rocosas y accidentadas.
Factores en la evolución del litoral peninsular
En el trazado del litoral y sobre todo en la evolución de las formas costeras hay también otros factores que entran en juego por parte del mar. En primer lugar las características de lo que se ha llamado el precontinente. El relieve continental no termina con la costa, sino que se prolonga con la parte sumergida, de la cual es en realidad su prolongación inmediata. El relieve continental sumergido termina mucho más allá, mar adentro, con una brusca ruptura de pendiente que se sitúa aproximadamente en la isóbata de 180-200 m, en donde un talud de 2.500 a 4.000 m de desnivel lo precipita hasta los grandes fondos oceánicos. El precontinente comprende, pues, dos partes perfectamente diferenciadas, la plataforma continental, de pendiente suave, y el talud continental, de pendiente abrupta, separados por el veril de unos 200 m.
Por otra parte, en las formas costeras influye la dinámica del mar, oleaje, mareas y corrientes marinas. Se comprende que en las costas atlánticas, con mareas importantes y fuerte oleaje, la fuerza erosiva del océano debe ser mucho mayor que en los mares semicerrados, como el Mediterráneo, con mareas insignificantes y menor intensidad del oleaje. En los primeros, los derrubios arrastrados por los ríos son removidos, transportados mar adentro y distribuidos con cierta regularidad, mientras que en los segundos se acumulan en las desembocaduras. Por eso son tan frecuentes los deltas fluviales y llanuras aluviales en las costas mediterráneas. Así, desde el delta del Ebro al estrecho de Gibraltar, los promontorios rocosos de los arcos salientes alternan con llanuras costeras formadas por aluviones y grandes o pequeños deltas, mientras en el Cantábrico los depósitos aluviales y las playas bajas escasean. Una segunda diferencia que hay que anotar entre las costas atlánticas y las mediterráneas.
El tercer factor que hay que tener en cuenta son las consecuencias de los ascensos y descensos del nivel del mar. Por de pronto, en las costas atlánticas los mares dejan al descubierto diariamente, durante la baja mar, o invaden, durante la plena mar, una franja amplia de tipo anfibio, y características especiales, casi inexistente en el Mediterráneo. Esta área costera, periódicamente sumergida, está formada en las desembocaduras fluviales por cienos o limos y arenas (Slikke), que a veces alcanzan algunas decenas de metros de espesor, los cuales empiezan a ser colonizados por plantas adaptadas a este medio salino (Schorre). Todo ascenso o descenso del nivel del mar influye sobre los procesos sedimentarios y erosivos del litoral. Una costa estable es batida constantemente por el oleaje en los mismos puntos, por lo que sus salientes retroceden y sus acantilados se suavizan. Al propio tiempo, los derrubios de origen continental o los producidos por la propia erosión marina se van depositando en los entrantes de la costa y en las desembocaduras fluviales, formando cordones litorales, bancos, dunas y llanuras aluviales que avanzan mar adentro. Así, por el juego antagónico de retroceso de los salientes y progresión de los depósitos litorales, la costa va siendo cada vez menos recortada, es decir, se regulariza.
Oscilaciones cuaternarias del nivel del mar
Durante el Cuaternario y a consecuencia de sus períodos glaciales, presenciados por el hombre prehistórico, se produjeron variaciones importantes del nivel general de los océanos que afectaron por igual a todos los continentes. Durante dichos períodos el agua caída en forma de nieve se acumulaba sobre los continentes, razón por la cual los ríos disminuían de caudal y en consecuencia el nivel del mar se calcula que debió descender de 100 a 200 m. Por el contrario, al sobrevenir un período interglacial y aumentar la temperatura, se fundió el hielo acumulado sobre el continente, con lo que los ríos aumentaron su caudal y el nivel del mar se elevó otra vez. Estos movimientos verticales del nivel oceánico, registrados tanto en el Mediterráneo como en otros mares, son conocidos generalmente por oscilaciones glacioeustáticas oceánicas. En los momentos más bajos dejaron casi cerrado el estrecho de Gibraltar o reducido a muy poca anchura, fácilmente salvable por el hombre prehistórico. En cambio, en los momentos de transgresión del mar, el nivel se elevaría hasta por encima del cero actual. En muchas costas españolas se reconocen como playas levantadas o formas de abrasión marina las trazas dejadas a diferentes alturas por las transgresiones del mar provocadas durante el Cuaternario por esos períodos interglaciales.
Las Costas Atlánticas
Las rasas cantábricas
En las costas españolas bañadas por el Atlántico deben distinguirse, dos secciones diferentes, la cantábrica, que se extiende desde el Bidasoa a la Punta Estaca de Bares y la gallega, que abarca desde este punto a la frontera portuguesa.
El litoral cantábrico presenta las siguientes particularidades: carácter rectilíneo de su trazado general, costa de tipo longitudinal respecto a las estructuras de la cordillera, hundimiento rápido en el mar, formas acantiladas dominantes, escasez de playas y costas bajas y además algunos rasgos morfológicos juveniles tales como la existencia de pequeñas rías.
Todo induce, pues, a sospechar que se trata de una costa de hundimiento relativamente reciente. Pero en cambio, paradójicamente, a todo lo largo del litoral cantábrico se observa un escalonamiento de antiguos niveles de abrasión marina elevados hasta unos 220 m de altura. Los más altos, situados a 200-220 m, forman las llamadas «tinas» o «sierras planas»; y las inferiores, llamadas «rasas», se escalonan entre 120-140, 70-50 y 5 m. Se trata de superficies perfectamente planas horizontales o débilmente inclinadas hacia el mar, de unos centenares hasta un millar de metros de ancho, que cortan las estructuras y que no penetran en golfo en el interior de los valles, sino que terminan bruscamente ante el relieve interior. Su origen está en los movimientos horizontales y verticales que se produjeron en los periodos glaciares e interglaciares del Cuaternario.
Las rías cantábricas son generalmente cortas, de 5 a 7 km, estrechas, embudiformes y, a causa de su origen, sin ramificaciones (Foz, Ribadeo, Avilés, Navia, Pravia, San Vicente de la Barquera; etc.); las más importantes son las de Villaviciosa, de 6 km, y la de Bilbao, que alcanza 10 km de longitud.
No faltan tampoco en el Cantábrico los procesos sedimentarios costeros, aun cuando las playas rara vez alcanzan gran extensión: Santander, San Vicente de la Barquera, etc. Tampoco faltan los tómbolos, como los importantes de San Sebastián, Santoña y Santander, donde se asentaron en situación defensiva los núcleos iniciales de estas poblaciones
Las rías gallegas
Desde la Estaca de Bares y el cabo Ortegal, que son las puntas más septentrionales del norte de la Península, hasta la frontera portuguesa se extiende la costa más articulada del litoral español, con las profundas ensilladuras de las llamadas Rías Bajas de Galicia, muchas de las cuales penetran hasta 20 y 35 km en el interior, constituyendo tal magnífico ejemplo de un tipo de costa que ha dado nombre a la región, solamente comparable en Europa a las costas bretonas.
Las rías gallegas sumergen en el mar un relieve continental montañoso, pero no extraordinariamente enérgico, pues sus alturas en el sector costero raramente rebasan los 500 m y generalmente se mantienen alrededor de los 200 a 300, derivado de antiguas superficies de erosión. Este suave relieve montañoso está hendido por una serie numerosa de valles relativamente importantes: Tambre, Ulla, Jallas, Eume y Miño. Bien alimentados por una red nutrida de afluentes, todos bastante encajados y sinuosos, de pendiente longitudinal fuerte. Por eso, al invadir el agua este relieve litoral y penetrar el mar en el interior del continente, ha formado las ensenadas profundas, sinuosas y recortadas de las rías, rodeadas por las vertientes empinadas de los antiguos valles fluviales.
A pesar del carácter accidentado de la costa, no faltan playas, alojadas sobre todo en el fondo tranquilo de las rías, como las de Vigo, Pontevedra, etc., y algunos tómbolos, como el que alberga el núcleo antiguo de La Coruña, con la torre romana de Hércules.
Costas atlánticas de Andalucía: las Marismas del Guadalquivir
Entre la desembocadura del Guadiana, en Ayamonte, junto a la frontera portuguesa, hasta el peñón de Gibraltar, a lo largo de 294 km, se extiende la planicie del golfo de Cádiz, con las desembocaduras de los ríos Guadiana, Carreras, Piedras, Tinto, Odiel, Guadalquivir, Barbate y Guadalete. Igualmente las zonas pantanosas (marismas de Isla Cristina, Doñana y San Fernando las más apreciables) son bien visibles desde satélite.
Aparece aquí un tipo de costa baja, completamente diferente por sus dimensiones a las restantes de la Península. Corresponde a la parte más deprimida de la gran Depresión del Guadalquivir, ocupada sobre todo por terrenos miocénicos y pliocénicos marinos, depositados en un antiguo golfo rellenado por los sedimentos finos de estos períodos de fines del Terciario, y con los cuales, lenta y progresivamente, desde hace 25 millones de años, se ha ido ganando terreno al mar. Relleno constituido por capas horizontales de materiales blandos, arcillosos o margosos. Los últimos episodios de esta lucha entre ambos dominios son fáciles de reconstruir. En la época romana existía todavía el antiguo lago Ligustinus o albufera, descrito en los textos de Pomponio Mela, extendido entre la costa actual y Puebla del Río, de unos 50 km de ancho y al cual iban a desembocar los dos brazos del Guadalquivir. Progresivamente se ha ido transformando en marismas, mientras en el antiguo cordón litoral o restinga que cerraba el lago se ha desarrollado la gran extensión de las Arenas Gordas, en las que existen dunas de cerca de una treintena de metros de altura, hoy fijadas por bosques de pinos.
En los extremos del arco gaditano se reconocen restos de playas o niveles marinos antiguos, como en Rota, y en la magnífica playa levantada de Tarifa. Las actuales desembocaduras fluviales, son un buen ejemplo de estuarios, en los cuales la intensidad de las corrientes marinas ha impedido hasta ahora la formación de deltas, proceso mucho más lento que en el litoral mediterráneo.
Las costas mediterráneas
Sector bético
Desde Gibraltar a la punta del cabo de la Nao, se sucede una costa a lo largo de la cual se repiten los mismos temas morfológicos. Aun cuando se trata de una costa bravía o acantilada, determinada por los relieves rocosos de las Cordilleras Béticas, paralelas a un gran sector de la costa. Sin embargo, es muy diferente a la costa cantábrica, pues, con las costas acantiladas alternan largas secciones de costa bajas. Además, los promontorios rocosos no son nunca muy exagerados, ya que los roquedos que llegan al mar están formados de materiales esquistosos más blandos. En segundo lugar, la celeridad de los procesos sedimentarios ha originado en grandes sectores de este litoral acumulaciones de potentes conos torrenciales y una estrecha llanura litoral casi continua. Por último, hay que tener en cuenta que toda la costa registra, desde el Plioceno, testimonios de un levantamiento continuado. lo cual ha acelerado todavía más el ritmo sedimentario propio del Mediterráneo. De aquí que falten las rías y cualquier otro signo de juventud, propios de una costa de hundimiento, menos evolucionada.
Por otra parte, en cuanto al factor estructural, indudablemente la sección entre Gibraltar y el cabo de Gata refleja con su trazado casi rectilíneo este-oeste la influencia la alineación de la Penibética, y por eso se puede calificar de costa longitudinal. Pero a partir de los abruptos roquedos volcánicos del cabo de Gata la costa se desvía fuertemente al nordeste, describiendo el primer arco u óvalo del golfo de Mazarrón, que termina prácticamente en los alrededores de Cartagena, posiblemente orientado por alguna dislocación que ha hundido en el mar el resto de las estructuras de la Penibética. La costa que se inicia después, hasta el cabo de La Nao, está netamente influida por la Depresión Intrabética que determina el entrante del golfo de Alicante. Por el norte la realineación de la Cordillera Subbética determina los salientes del promontorio calizo los cabos de La Nao y San Antonio. Así, en estos últimos sectores se trata más bien de costa transversal, que corta algo oblicuamente las alineaciones estructurales del interior.
Por otra parte el mar continúa construyendo actualmente extensos cordones litorales, playas, albuferas, como en el caso grandioso de la albufera del Mar Menor, cerrada por una restinga de 21 km de largo, o la de Torrevieja explotadas como salinas. También son frecuentes los campos de dunas, entre los que figuran los de Guardamar, cerca de la desembocadura del Segura, fijados por pinares.
El golfo de Valencia
Desde el cabo de La Nao al delta del Ebro, en una longitud de 400 km, se extiende casi ininterrumpidamente al pie de los relieves dominantemente calcáreos de la Cordillera Ibérica y a escasa altura, una planicie litoral bastante amplia, que en algunos puntos como en Castellón y Valencia alcanza de 20 a 35 km de ancho, la cual desciende suavememte hacia el mar.
Del lado de mar, esta llanura queda cortada por un pequeño acantilado que generalmente no rebasa los 5 m, excavado por la erosión marina y por debajo del cual se extienden depósitos costeros más recientes que prolongan hacia el interior las playas actuales. Esta segunda llanura es de anchura muy variable, hasta reducirse a unos pocos metros o incluso desaparecer, y entonces el mar ataca directamente los depósitos detríticos antiguos. Desde Oliva a Peñíscola, a lo largo de la costa, se suceden casi ininterrumpidamente albuferas de dimensiones variables (Elche, Valencia, Alicante, Oropesa, etc.). Sobre la restinga, que las cierra del lado de mar, existen frecuentemente pequeñas dunas, que en la zona de Valencia alcanzan 5 a 6 m de altura. Muchas de estas marismas (Lluent en valenciano), fueron o son explotadas como salinas o «saladares» en donde se deja evaporar el agua para la extracción de la sal. Pero la Albufera por antonomasia es la de Valencia, extendida desde el sudeste de la ciudad hasta Cullera, a lo largo de 35 km, por 1,5 a 2 km de ancho y 2 m escasos de profundidad máxima. Los arrozales y labores de cultivo han acelerado el proceso de colmatación, de tal forma que desde 1877, en que alcanzaba unas 5.000 ha. se había reducido en 1926 a unas 3.000, a pesar de estar alimentada parcialmente por agua artesianas de origen cárstico. Los ríos se abren al mar a través de la albufera por unas goles o gargantas (Perelló y Perellonet) que se pueden cerrar mediante compuertas.
Los deltas existentes en ese litoral se adentran poco en el mar, en parte por ser de tipo torrencial y pertenecer a ríos poco importantes, y en parte porque la corriente de dirección sur que bordea el litoral arrastra los sedimentos hacia el sur. Son fuertemente abombados, como corresponde a un delta torrencial, y constituidos por materiales gruesos, que pueden rebasar el centenar de metros de espesor, como en los del Vinalopó, Mijares, Palancia y Turia. También abundan los tómbolos, de istmo arenoso sencillo o doble, que une los islotes rocosos al continente proporcionando un lugar adecuado para la defensa de las poblaciones asentadas en aquello promontorios escarpados, como en Peñíscola, Oropesa, Calpe, este último el más vistoso de la costa, con su peñón de Ifac, de 328 m de altitud.
Litoral catalán
El litoral catalán ofrece aspectos muy contrastados: pequeñas llanuras litorales, costas acantiladas, algunos deltas, entre ellos el del Ebro, el mayor delta peninsular, y las abruptas de la llamada Costa Brava, de la provincia gerundense.
Los primeros acantilados de alguna importancia del litoral catalán aparecen inmediatamente al sur del delta del Llobregat, cuando las calizas cretácicas, bastante carstificadas, del macizo de Garraf, extremo meridional de la Cordillera Costera Catalana, tocan al mar. Se trata de 17 km de costa rectilínea, que únicamente en su extremo meridional presenta las ligeras sinuosidades acogedoras de Sitges y Vilanova i la Geltrú, con playas de alguna extensión. Más al norte y después de Barcelona, establecida entre los deltas del Llobregat y del Besós, la cordillera está formada exclusivamente por terrenos paleozoicos, dominantemente esquistosos y graníticos los cuales, una vez pasado el pequeño delta del Tordera, tocan al mar y con ello empieza la llamada Costa Brava gerundense. Dicha costa es abrupta y bastante rectilínea, aun cuando los acantilados no están formados directamente por la falla originaria de la costa; se trata, pues, de una costa longitudinal, de origen tectónico. Por otra parte, las profundidades inmediatas al acantilado no son nunca extraordinarias, a pesar de observarse un par de profundos cañones o entalladuras submarinas (recs en el país) ahondados en la plataforma submarina hasta 1.500-2.000 m de profundidad. Debido precisamente a esa anchura y escasa profundidad de la plataforma continental, los abundantes derrubios procedentes de los pequeños cursos que surcan el macizo paleozoico (catalán: rieres) y la escasa dinámica de las aguas mediterráneas, los entrantes son pronto colmatados por cordones litorales que originan graciosas playas (o cales) entre promontorios rocosos. A medida que se avanza hacia el norte, el carácter bravío de esta costa se acentúa, mientras los depósitos litorales cada vez escasean más, como ocurre, en el extremo, con el macizo de Begur. A partir de aquí la costa queda cortada transversalmente por la gran falla que limita la llanura del Ampurdán y origina el golfo de Rosas, con lo que los relieves de la Cordillera Litoral ahora embisten al mar de frente. El último resto de costa acantilada empieza, al otro lado de las marismas y costas bajas del golfo de Roses, con los relieves esquistosos del cabo de Creus, que representan el extremo oriental de las alineaciones pirenaicas, antes de sumergirse en el mar.
Este promontorio abrupto, de 670 m de altitud, adentrado en el mar, es batido por la fuerza del oleaje provocado por la tramontana e incluso por los frecuentes levantes y constituye un hermoso ejemplo de erosión costera alveolar, con abundantes alveolos y taffonis producidos por los salpicaderos del agua salada levantados por el viento hasta más de 100 m de altura. Por la propia razón, su evolución sedimentaria se halla mucho más retrasada que el resto del litoral, sobre todo en los lugares expuestos a los vientos del norte, por lo que en lugar de las playas arenosas abundan los freus o pequeñas entalladuras a modo de diminutas rías o calancas, orientadas por la estructura pizarrosa, como en la zona de Cadaqués.
Bibliografía
- Geografía General de España. Manuel de Terán/ L.Solé Sabarís/ J. Vilá Valentí. Editorial: Ariel / pags 108-124 ISBN 84-344-3444-X
Véase también
Enlaces externos
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- Aguas Marinas y Litoral / Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino
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