- Vísperas sicilianas
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Por Vísperas sicilianas[1] se conoce al acontecimiento histórico de la matanza de franceses en Sicilia en el año 1282, que acabó causando la desaparición del dominio de Carlos I de Anjou en la isla, sustituido por la influencia de la Corona de Aragón.
El 30 de marzo de 1282, cuando las campanas de las iglesias de Palermo llamaban al oficio de vísperas, se produjo un levantamiento del pueblo de Palermo, que masacró la guarnición francesa (angevina) presente en la ciudad. El levantamiento se extendió a otras localidades de la isla, como Corleone y Mesina, hasta que se expulsó completamente de la isla a los franceses. Los sicilianos llamaron en su ayuda al rey Pedro III de Aragón. Pedro III podía alegar en favor de su causa los derechos de su mujer Constanza, hija del rey Manfredo, de la casa de Hohenstaufen, que gobernó en Sicilia y Nápoles hasta su derrota y muerte a manos de Carlos I de Anjou en la batalla de Benevento.
La guerra prosiguió tras las muertes de Carlos I de Anjou y de Pedro III de Aragón, sostenida por sus herederos Carlos II el Cojo, por la parte angevina, y Alfonso III y Jaime II por la aragonesa. Finalmente, tras el agotamiento del ejército angevino, se firmó en 1302 la Paz de Caltabellota, que supuso la independencia de Sicilia bajo el gobierno de Fadrique, hermano de Jaime II de Aragón. Nápoles permaneció en manos de la dinastía angevina.
Los acontecimientos relativos a las Vísperas sicilianas se encuentran relatados en varias crónicas medievales, entre las que cabe citar la famosa Crónica de Ramón Muntaner, donde se afirma que la chispa que encendió la rebelión en Palermo fue el ultraje que unos angevinos perpetraron a unas damas sicilianas.
Contenido
Antecedentes
Desde los primeros años del siglo XI, grupos de aventureros normandos habían llegado a Sicilia para servir como mercenarios. Estos aventureros derrotaron a los árabes que ocupaban Sicilia desde 827. Entre los normandos se encontraban Roberto Guiscardo, que pasó a Nápoles y expulsó de allí a los bizantinos y quien luego sería Rogelio I de Sicilia, que más tarde completó la conquista de la isla. El reino establecido por los conquistadores ocupaba, por lo tanto, la parte meridional de la península italiana.
Tras cerca de un siglo de dominación normanda, los derechos sobre el reino de Sicilia recayeron en Federico II, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Su reinado estuvo protagonizado por el conflicto con la Santa Sede, el cual se enmarcaba en el complicado enfrentamiento entre gibelinos y güelfos, dos facciones encabezadas, respectivamente, por el Emperador y el Papa. Federico II fue un poderoso monarca, y los sucesivos pontífices poco pudieron hacer contra él, salvo excomulgarlo.
A la muerte de Federico II en 1250, el Papa Inocencio IV vio la oportunidad de librarse de los Hohenstaufen y colocar en el trono siciliano a un príncipe favorable a él. Ya que había sido la Santa Sede la que había otorgado Sicilia a los normandos en el siglo XI, el Pontífice consideraba que quien fuera monarca de Sicilia era vasallo suyo, y podía, por lo tanto, disponer del reino a su antojo.
En un principio propuso la corona siciliana al hermano del rey de Inglaterra, pero no hubo acuerdo y fue rechazado. En cambio, Carlos de Anjou, hermano del rey Luis IX de Francia, aceptó. Su ambición vio en Sicilia una cabeza de puente para conquistar el Imperio bizantino. Fue nombrado rey en una ceremonia celebrada en Roma en 1266.
A la hora de la verdad, ceñir la corona y contar con el apoyo del Papa no equivalía en verdad a poseer el reino. En efecto, pese a encontrarse en una inestable situación (debida en parte a que el propio pontífice se había dedicado a fomentar las tensiones entre la nobleza feudal del reino), todo el territorio seguía en manos de los Hohenstaufen. Ocupaba el trono Manfredo, hijo de Federico II, aunque ilegítimo. Carlos de Anjou armó un poderoso ejército y se dirigió al sur de Italia, donde derrotó a los sicilianos en la batalla de Benevento, en la que pereció Manfredo. Poco después, la resistencia siciliana, organizada por Conradino, el joven nieto de Federico II, y con el apoyo de los gibelinos italianos, efectuó un intento de recuperar el poder. No lo lograron, pues Carlos los derrotó, capturó a Conradino y ordenó que fuera decapitado. Con ello, Carlos de Anjou se convirtió en el dueño del sur de Italia y Sicilia.
Aunque los sicilianos estaban acostumbrados a ser gobernados por extranjeros, la llegada de los franceses les irritó. El rey angevino instauró un gobierno tiránico y estableció una elevadísima presión fiscal. Cuando exigió a los terratenientes que presentaran sus títulos de propiedad, puso a la nobleza siciliana en su contra: como numerosas familias carecían de escrituras, sus tierras, junto con las de los rebeldes convictos, fueron confiscadas y entregadas a los franceses. Un agravio adicional resultó del traslado del centro del poder de Palermo a Nápoles, lo que relegó a la antigua capital a un papel secundario. Pero lo que más resentimiento causaba hacia los franceses era su actitud arrogante y despótica.
La organización del reino se basaba en una clase dirigente casi exclusivamente francesa. Esta llenó Sicilia de soldados y funcionarios que trataban tanto al pueblo como a la nobleza autóctona con desprecio, ofendiendo su honor continuamente.
Mientras los hombres de Carlos se asentaban en sus nuevos dominios, los principales notables sicilianos partidarios de los Hohenstaufen, entre ellos Roger de Lauria y Juan de Prócida, buscaron refugio en la corte del rey Jaime I de Aragón, convirtiendo Barcelona en un centro político gibelino. No era nada extraño, pues aragoneses y angevinos mantenían una larga rivalidad. Algunos años atrás, el infante Pedro, heredero del rey aragonés, había contraído matrimonio en Montpellier con Constanza de Hohenstaufen, hija de Manfredo y nieta de Federico II. Probablemente los exiliados sicilianos comenzaran pronto a conspirar con los aragoneses para recuperar el trono de Sicilia basándose en los derechos de Constanza.
La rebelión
El estallido
En la primavera de 1282 Carlos de Anjou se preparaba, en Nápoles, para liderar una cruzada contra el Imperio bizantino y tomar Constantinopla. Se consideraba heredero de los príncipes cruzados y, como tal, pretendía restaurar el desaparecido Imperio Latino. Así, en aguas del puerto de Mesina esperaban las escuadras napolitana y provenzal listas para zarpar a comienzos de abril. Pero un inesperado suceso le obligó a cambiar de planes: el 30 de marzo estalló en Palermo una gran insurrección contra los franceses. Existen distintas versiones sobre cómo se desencadenaron los hechos.
La versión tradicional sitúa la chispa que encendió la revuelta en la iglesia del Espíriu Santo de Palermo, en la que se festejaba el lunes de Pascua y numerosos habitantes de la ciudad se habían reunido para asistir a los oficios vespertinos. En la plaza, junto al templo, los fieles esperaban la hora de iniciar las vísperas cuando llegó un grupo de franceses borrachos. Uno de ellos, un sargento, se dirigió a una joven casada y empezó a molestarla. Su esposo, furioso, sacó un cuchillo y le apuñaló. Los demás franceses acudieron a socorrerle y a vengarle, pero los palermitanos, más numerosos, los rodearon y les dieron muerte justo en el momento en que las campanas de la iglesia y las de toda la ciudad empezaban a tocar.
Existe otra versión bastante más probable que sostiene que el levantamiento estaba planificado y que quienes lo habían organizado habían dispuesto que la señal para la sublevación sería el tañer de las campanas de vísperas.
Sea como fuere, iniciada la rebelión, la ira popular recorrió las calles de Palermo. Al grito de "¡Muerte a los franceses!", los habitantes de Palermo asesinaron a los cerca de 2.000 franceses que se encontraban en la ciudad, incluyendo a ancianos, mujeres y niños. Llegaron a asaltar conventos en busca de clérigos. En las jornadas siguientes el levantamiento se extendió, en primer lugar, por las villas y ciudades cercanas, y después, por toda la isla. Únicamente Mesina se mantuvo del lado de los angevinos, aunque finalmente se unió en abril a la rebelión.
La intervención aragonesa
Una vez hubieron conseguido su independencia, los sicilianos pretendieron establecer un gobierno republicano, organizado en comunas, o en ciudades libres inspiradas en el modelo de la Italia central y septentrional. No obstante, dada la situación de indefensión, estas comunas no podrían sobrevivir por sí solas. Primero se solicitó la tutela del Papa. Este, Martín IV, de origen francés, rechazó tomar bajo su protección a la Sicilia que había expulsado al rey Carlos de Anjou.
En la cultura
Estos hechos sirvieron de base para algunas obras de la cultura popular:
- Eugène Scribe escribió un pieza titulada Le duc d'Albe.
- Gaetano Donizetti compuso una ópera sobre la pieza de Scribe, titulada Il duca d'Alba
- Giuseppe Verdi compuso una ópera sobre la misma pieza, titulada I vespri siciliani
Referencias
- ↑ Véase que el término fue acuñado ya en el siglo XV. Vísperas sicilianas en la Enciclopedia Católica .
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