Parador de Alcalá de Henares

Parador de Alcalá de Henares
Convento de Santo Tomás
Santo tomas de aquino.JPG
Detalle de la fachada del convento de Santo Tomás
Edificio
Tipo Convento
Localización Alcalá de Henares, Madrid (España)
Coordenadas 40°28′53.5″N 3°21′41.5″O / 40.481528, -3.361528Coordenadas: 40°28′53.5″N 3°21′41.5″O / 40.481528, -3.361528
Equipo
Arquitecto(s) Aranguren & Gallegos Arquitectos S.L. por el proyecto de recuperación
Premios

Premio Nacional ARPA a la intervención en el patrimonio artístico 2010

Premio Ciudades Patrimonio de la Humanidad a la intervención en el Patrimonio. 2º premio 2009

Premio de Arquitectura Ciudad de Alcala 2008

Exposición en el MOMA en 2006 “On site: New Architecture in Spain”
Perspectiva del claustro
Perspectiva del claustro
Alzado del claustro
Alzado del claustro
Galería de planta baja del claustro
Galería de planta baja del claustro
Galería de planta primera del claustro
Galería de planta primera del claustro
Espacio original donde se ubica el nuevo claustro
Nuevo claustro
Nave de la iglesia
Nave de la iglesia
Escalera del claustro
Escalera del claustro

El Parador de Alcalá de Henares (Convento de Santo Tomás) revitaliza en el siglo XXI un espacio histórico singular que cuenta con más de cuatrocientos años de herencia. Ocupa tres parcelas de los planos originales del siglo XVI. En la 14, estuvo el Colegio de Mercedarios Calzados, en la zona del actual jardín tallado. La callejuela del Pozo le separaba del Colegio de San Basilio. En la parcela 15 estuvo el Colegio de Caballeros Manrique y corresponde aproximadamente a la entrada y vestíbulo del parador. En la parcela 16, se fundó el Colegio de Dominicos.

Contenido

Proyecto de recuperación

El Parador de Turismo de Alcalá de Henares es el resultado del proyecto de recuperación del antiguo convento fundado por el deán Don Carlos de Mendoza, un inmueble de alto valor arquitectónico, construido de ladrillo visto sobre zócalo de sillería de piedra, y su adecuación como alojamiento hotelero. Una zona construida de 21.000 m², además de una superficie ajardinada de 8.997 m², donde la vanguardia y la historia se funden con lenguajes de diferentes épocas, integrados con la filosofía de la antigua vida monacal.

A una cota inferior de la marcada por la cerca del convento, para evitar desviar la atención sobre el edificio principal y no alterar la construcción existente, se sumergen bajo un gran jardín las habitaciones de nueva construcción, que a modo de huerto monacal propicia el especial protagonismo de la zona claustral del recinto.

Bajo este jardín tallado y en dos plantas se agrupan 98 habitaciones con vistas a distintos patios ornamentales. Las restantes 21 habitaciones se ubican en los antiguos talleres del siglo XIX a modo de mirador sobre el jardín tallado.

Proyecto arquitectónico

La obra del Parador de Alcalá es el resultado de un largo proceso de todo un equipo y que comienza con la iniciativa tomada por Paradores de Turismo al convocar un concurso al cual invita a un nutrido grupo de importantes estudios de arquitectura españoles.

Paradores apuesta, por tanto, por un proyecto arquitectónico de calidad para un emplazamiento complejo y delicado como es el conjunto del antiguo Colegio de Santo Tomás, edificio de finales del siglo XVI y que ha tenido como último uso el de centro penitenciario hasta hace muy pocos años, cuando debido a un incendio quedó abandonado.

El proyecto que ha hecho posible este nuevo parador ha tenido un amplio reconocimiento nacional e internacional, culminando con su exposición en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, dentro de la muestra de arquitectura moderna en España, titulada “On Site”.

El conjunto del antiguo Colegio de Santo Tomás está formado por una iglesia y un claustro adosado a ella siguiendo la traza y esquema habitual de la arquitectura conventual española. Contiguo a la edificación y ocupando el resto del solar existe un espacio limitado por una tapia perimetral original que constituía la antigua huerta y jardín del conjunto monacal.

La obra realizada tiene como estrategia recuperar esa dualidad de edificio claustral y el espacio ajardinado vinculado a él. Es desde esta premisa de donde surge el lema de la propuesta que se ha llevado a término: construir un “jardín tallado”, en donde la edificación necesaria para completar el programa del nuevo parador se extiende sin sobrepasar la altura de la tapia perimetral antigua bajo un extenso jardín perforado, tallado, por múltiples y diversos patios que generarán una interesante variedad de espacios de habitación vinculados a ellos.

Un planteamiento que responde a la gran preocupación manifestada por los responsables del Ayuntamiento y de Patrimonio sobre cómo debe ser el edificio que emerja en el solar del antiguo colegio y como se insertará entre los edificios históricos colindantes.

La propuesta del equipo de arquitectura Aranguren y Gallegos hace desaparecer la inevitable nueva edificación hotelera al quedar oculta bajo el jardín de la huerta, tras la tapia que lo limita con la ciudad, y a la vez recupera las antiguas trazas del conjunto del Colegio de Santo Tomás.

Ante la presencia de un viejo edificio se crea una nueva atmósfera. Hay que “re-presentar” (volver a poner en presente) la antigua arquitectura con mecanismos y lenguajes de nuestra cultura contemporánea. No sólo restaurar o rehabilitar, sino revitalizar.

La aproximación al antiguo Colegio de Santo Tomás se realiza como doctores dispuestos a sanar y recuperar la salud de su enfermo. Mediante “injertos” de nueva arquitectura se han ido resolviendo las patologías existentes. Casi como en unas sesiones de acupuntura, se han utilizado, como agujas, fragmentos de arquitectura contemporánea para revitalizar al viejo organismo, al desmembrado edificio.

La arquitectura heredada del Colegio de Santo Tomás se recupera hasta dejarla en su estado original, para posteriormente plantear una intervención con voluntad de contemporaneidad basada en la búsqueda del contraste, de las diferencias que ayudan a poner en valor y realzar lo ya existente: la ruina y el vidrio, la madera y el metal, la oscuridad frente a la luz

Se trabaja con dos tiempos, lo antiguo frente a lo nuevo, en un proceso de ir descubriendo y limpiando la arquitectura que ya existe, e ir decidiendo qué otras soluciones constructivas y arquitectónicas la han de acompañar y completar.

En el Parador de Alcalá se opera por superposición, casi como en una revisión romántica de la restauración, la ruina, el fragmento del pasado, se expresa y realza con la presencia de nuevos elementos contemporáneos que incorporan nuevos materiales. Se produce el contraste, la relación “figura-fondo”. Con este espíritu se recupera el antiguo claustro y se cierran sus arcadas con nuevas carpinterías de madera retranqueadas respecto al frente de sillares de piedra, con un lenguaje actual. Así mismo se inserta en la escalera principal, que une las dos plantas del claustro, muy deteriorada y desfigurada por sus anteriores usos, un volumen cúbico metálico negro que revitaliza e imprime un nuevo carácter a este espacio singular heredado.

La necesidad de alojar una gran superficie destinada a salones y comedores se resuelve duplicando el actual claustro con otro análogo y contiguo que produce una secuencia de tres salones-comedores con los dos claustros intermedios. Este nuevo claustro tiene unos frentes de carácter metálico y contemporáneo, con celosías de malla de acero que operan como filtros conventuales entre este nuevo patio central y los espacios exteriores continuos.

Existen unos edificios lineales construidos a finales del siglo XIX cuando el Colegio de Santo Tomás fue un cuartel militar con unas fachadas de arcadas y grandes ventanales que se mantiene, tal y como requiere su condición de edificios protegidos. Una vez preservadas sus fachadas y crujías estructurales, las cubiertas son otras, como las horizontales que realizadas con esquema en L, optimizando el aprovechamiento de las plantas superiores, volando sobre las fachadas, ahora más valoradas por el fuerte contraste entre el ladrillo existente y el acero y vidrio de la nueva construcción. En la fachada posterior se crea una nueva piel envolvente más neutra que opera como filtro en celosía de las habitaciones alojadas en su interior protegidas así de la proximidad con el jardín tallado contiguo.

La solución adoptada de grandes superficies de patios y jardines, vinculados a las habitaciones del hotel, responde al deseo de ofertar unos nuevos espacios sensibles a las mayores preocupaciones medioambientales. Un edificio horizontal y verde frente a otra posible alternativa de edificio vertical con fachadas y en altura.

Se consigue así un recinto en el que, guiado por sus trazas antiguas, se aproxima al visitante a una mejor comprensión del mundo de claustros y patios que construye toda la ciudad de Alcalá de Henares, y a la vez le pone en relación con un entendimiento contemporáneo y moderno de la arquitectura.

Elementos decorativos

El carácter de la arquitectura y el estilo del lugar sirven como punto de referencia para la decoración, simbiosis de diseño contemporáneo. La paleta de colores va desde las tonalidades arenas, grises, y beiges hasta los marrones intensos, con toques puntuales de color. La combinación de materiales nobles en la fabricación del mobiliario (madera, cuero, piedra, cristal, metal y lana), la filtración de la luz natural a través de las celosías, la aplicación de tecnologías en iluminación y climatización logra un ambiente equilibrado y atemporal.

Datos comunes e historia

A lo largo de 1802 hay distintas posiciones gubernamentales referidas al establecimiento de unidades militares en Alcalá. Una de ellas se refería a la formación de una nueva unidad: el Real Cuerpo de Zapadores-Minadores, para cuyo acuartelamiento se disponía el edificio de la Compañía de Jesús. Se procedió al reconocimiento de los Colegios de Aragón y León para comprobar si eran capaces de acuartelar el Regimiento, pero el dictamen fue negativo, fundamentalmente por estar separados el uno del otro. El único capaz sería el Colegio de San Basilio, aunque al ser ligeramente más pequeño que el de los Jesuitas necesitaría aumentarse con los edificios de la Merced Calzada y del Colegio de los Manriques.

Ante este informe se decidió que la ocupación de los edificios se hiciera efectiva, buscando, en primer lugar, acomodo para las tres comunidades que iban a ser desalojadas de sus casas. El Colegio de los Manriques fue trasladado al antiguo Colegio de los Manchegos. Más problemático fue el traslado de las dos comunidades de religiosos que, finalmente, se decidió fuera en el antiguo Colegio de Aragón para los Mercedarios y en el de León para los Basilios.

Mientras tanto, una vez más, cambió la política de acuartelamientos y reforma de unidades militares del Gobierno, ordenando la permanencia del Regimiento de Zapadores en el colegio de jesuitas y destinando el conjunto del bloque que componían los edificios de Basilios, Mercedarios y Manriques para la instalación de una academia para el Cuerpo de Ingenieros, que empezaría a funcionar en 1803. Durante la Guerra de la Independencia, los franceses se hicieron fuertes alrededor del palacio arzobispal, abandonando el resto de edificios que habían servido como cuarteles a las tropas españolas. Este abandono supuso el saqueo sistemático de su mobiliario y de los elementos arquitectónicos aprovechables por la necesitada población civil. Tras el regreso del ejército español hubo que derribar el convento de los Mercedarios Calzados, por los daños estructurales que había sufrido.

En 1824 se aloja en Alcalá la Guardia Real. El gran contingente de personal de la misma les lleva a ocupar el Colegio de los Manriques y durante su estancia en la ciudad hasta 1826 actuarán como fuerzas de orden público.

Siguiendo con la reforma y reorganización del ejército, en 1829 se aprobó el plan de estudios de los alumnos de Artillería, designándose Alcalá para sede de la Academia del Arma. El primer edificio que se ocupa es el de Manriques y el vecino solar del antiguo convento de Mercedarios, ya que habían continuado perteneciendo al Estado.

Tras la guerra carlista y la exclaustración, aprovechando que tanto los edificios religiosos como los universitarios se hallaban vacíos, no hubo problema para encontrar acomodo para las tropas que Espartero había traído para la defensa de Madrid. Pero ante el enorme número de edificios de grandes dimensiones, capaces para la Caballería, el pequeño Colegio de los Manriques se consideró innecesario para el Ejército, por lo que se entregó a la Dirección General de Arbitrios de Amortización, lo que desgraciadamente significaría la pérdida del edificio.

Por Real Orden de 7 de Febrero de 1839, la Hacienda pública, propietaria de los conventos desamortizados, cedía al Arma de Caballería los conventos de San Diego, Bernardos, Carmen Calzado, Jesuitas, Basilio, y la Merced, a los que posteriormente se añadirían los de la Victoria, Clérigos menores, Carmen descalzo, Trinidad descalza y Santo Tomás. Alcalá se convirtió, pues, a partir de 1840, finalizada la guerra carlista, en una importante sede de Caballería, contando entre otros con el Colegio de Santo Tomás, para una capacidad de 100-150 hombres y 231 caballos.

Sin embargo, la evolución del Arma de Caballería y del propio Ejercito, sumadas a la guerra de África y el costo de mantenimiento de tan gran número de edificios, supusieron un cambio en las necesidades logísticas que se plasmó en la devolución a Hacienda de alguno de ellos, con los consiguientes nuevos usos:

Santo Tomás, se modificó para cárcel de hombres, empezando a funcionar en mayo de 1852, en principio para 500 individuos, aunque pronto las necesidades obligaron a llegar a la cifra de 1000.

Colegio de Mercedarios Calzados de Nuestra Señora de la Concepción

Después de la muerte de Cisneros, el Colegio Mayor de San Ildefonso pidió a algunos institutos religiosos que fundaran en la Universidad, dándoles toda clase de facilidades para ello. En el mes de junio de 151 el Rector y consiliarios solicitaron a los padres Provincial y Definidores de los mercedarios calzados que fundasen un colegio en la villa, para que vivieran allí frailes estudiantes matriculados anualmente en la Universidad.

El Colegio de San Ildefonso les propuso la cesión de unas casas para establecerse a cambio de que el Comendador o Superior del convento fuera Juez Apostólico Conservador, “para que mire, juzgue y guarde el derecho de dicho colegio mayor y universidad…”. En caso de que los frailes no aceptaran tenían que comprar las casas pagando 6.500 maravedíes de censo perpetuo. Los mercedarios aceptaron esta obligación y otras comunes a que se obligaban los estudiantes, mediante escritura otorgada el 24 de junio del mismo año.

Unos días antes, el 2 de junio, el padre fray Juan de Riaño, en nombre de la Orden, tomó posesión de las casas, en presencia de testigos, aunque hasta 1520 no entraron los primeros colegiales. Estas casas donde se instaló el primer convento de la Universidad Complutense eran nuevas; formaron parte de la política inmobiliaria y constructiva que tuvo el Cardenal Cisneros al fundar su ciudad universitaria, de adquirir solares y casas, y construirlas de nuevo, con el fin de que el Mayor las alquilara o vendiera para tener saneadas rentas perpetuas.

Las viviendas que dio el Colegio Mayor a los frailes eran el cuarto norte y parte del cuarto oeste de un patio de planta rectangular que se hallaba junto a la puerta de las Tenerías, en la manzana 14, según el Plan de la Universidad, con entrada por la calle de los Colegios o calle Roma (antes calle de las Tenerías), lindando a su vez, con otras casas propiedad del mismo Colegio de San Idelfonso. En ellas instalaron la iglesia, cuya obra debieron comenzar en cuanto tomaron posesión del inmueble y se terminó aproximadamente hacia 1520. Dicha iglesia no era más que una modesta habitación cubierta con un techo plano de madera que serviría de forjado y suelo a la planta superior, en donde estaban las celdas.

Entre 1518 y 1539 el Colegio Mayor les dio de nuevo otra casa que añadieron a las que ya tenían a cambio de “administrar los santos sacramentos de la confesión y los demás, a estudiantes que hubieren en el hospital de San Lucas…y a los que muriesen y fuesen pobres, ir por ellos con su cruz y enterrarlos con su responso, en el dicho hospital o en su colegio o monasterio…”

En 1539, el Capítulo de la Orden mercedaria que tuvo lugar en Guadalajara dio una carta de poder a los padres comendadores de Valencia, Jerez y Salamanca, para concertar con el Rector y consiliarios del Colegio Mayor la adquisición de “un patio y casas”, con objeto de ampliar su edificio. Al tratarse de una compra y no de una cesión, como en los casos anteriores, el Colegio Mayor se encontraba en la obligación de exigir además de la financiación del inmueble, que en el convento vivieran de ordinario diez estudiantes que la Orden se encargaría de dotar con 120 fanegas de trigo de renta y quince mil maravedíes para su mantenimiento.

Con estas casas el convento ocupó toda la manzana. En 1575 consta que en la manzana 14 hay una sola partida de casas en donde está el Monasterio de Nuestra Señora de la Merced que paga al Colegio de San Ildefonso tres mil maravedíes de censo anuales.

Aquí vivieron los frailes varios años hasta que se hizo urgente que construyeran un nuevo edificio para su instalación definitiva.

En los primeros días del mes de agosto, fray Pedro de Oña ya tenía en su poder “la traza y planta” del nuevo edificio, hecha por el maestro de cantería Juan Andrea Rodi.

Las obras tenían que comenzar el día uno de septiembre de 1596, y lo primero que hicieron fue demoler las casas viejas, situadas al norte, en la calle de los Colegios, para empezar el cuarto principal, continuando demoliendo a medida que se necesitaba y aprovechando todo el material disponible para la obra nueva.

Esta se tenía que hacer en once años. Después de empezar el nuevo colegio, en 1597, los frailes volvieron de nuevo a adquirir algunas casas que estaban situadas a espaldas del monasterio, en la manzana 13 y dos años después, en 1599 unas corralizas que estaban en el mismo sitio, todas ellas propiedad del Colegio de San Ildefonso (probablemente para hacer la huerta).

En 1731 los frailes quisieron cerrar la callejuela que había detrás a sus expensas, porque la gente curioseaba el interior a través de las ventanas bajas. Por tanto, para aislar el convento por este lado, el padre Rector pidió al Ayuntamiento la cesión de unos solares situados en la isla 13, y dicha calle que estaba entre ellos y el convento.

Sin embargo, el Ayuntamiento no contestó y unos años después, en 1763, el Padre Rector lo solicitó de nuevo. J.B. Román fue el maestro de obras encargado de reconocer el solar y decidir “a vista de ojos”, la conveniencia de la donación. Y ya que con ello no se hacía daño alguno, la ciudad les dio gratuitamente dicho sitio, con la condición de que el colegio se obligara a hacer a su costa las tapias para cerrar su propiedad… “dirigiendo la fábrica y tirantez en línea recta con la pared de la Merced, volviendo a buscar la tirantez de la cerca del colegio de los caballeros manriques…”

De este modo, la propiedad de la Merced Calzada se extendió desde la calle de los Colegios hasta el camino que iba a las eras de los aguadores, incorporando en ella el tramo de calle al sur del colegio y los solares de la manzana 13.

La calle del Pozo, que separaba los colegios de la Merced y de los Basilios se dejó libre y “… salía recta desde la calle Roma al camino que viene del Carmen Descalzo a la huerta de San Basilio…” Y respecto a la calle de poniente que separaba el convento del colegio de los Manrique, el Ayuntamiento les permitió considerarla como calle privada, en la que ambas instituciones abrieron puertas falsas… “sentando en su cerramiento un par de puertas grandes para la servidumbre de los dos colegios de los Manrique y de la Merced, dejando el correspondiente curso de las aguas llovedizas para servidumbre de las dos comunidades…”

El 8 de marzo de 1836 con la Ley de supresión de órdenes regulares se cierran cuatro conventos, quince colegios religiosos y un convento-hospital, entre ellos el Colegio de Mercedarios Calzados, que ya estaba demolido después de la invasión francesa.

Colegio de Santiago o de los Caballeros Manrique

Fue una de las instituciones seculares que se crearon en Alcalá a lo largo del siglo XVI. Su fundador, Don García Manrique de Luna, clérigo de la diócesis de Burgos y Capellán de S.M., quiso erigir un colegio y capilla para que los miembros de su familia con el apellido Manrique, y preferentemente los hijos de los Caballeros de su Casa, fueran a estudiar a las distintas facultades de la Universidad. A este carácter nobiliario que tendría la fundación, iría unido el eclesiástico, dos rasgos fundamentales que vemos confirmados claramente en las disposiciones testamentarias de Don García. Según el Marqués de Ciadoncha, otorgó su testamento en Alcalá, disponiendo que hubiese en el colegio un Rector que había de ser sacerdote, doctor en Teología o licenciado en Cánones; no era necesario que perteneciera a su familia, teniendo que ser “hijodalgo por los cuatro costados”. Quiso que viviesen en el colegio doce colegiales, capellanes, un sacristán y criados para el Rector y la casa. Dejaba como patronos al Duque de Nájera y a sus sucesores.

Muere Don García Manrique de Luna, siendo Obispo de Tarragona, hacia 1576, a los 64 años. Por este tiempo, la fábrica de su colegio estaba prácticamente terminada y es probable que el fundador viera hecho realidad su ansiado proyecto.

Para llevar a cabo su realización, a finales del año 1565 elevó don García Manrique de Luna una propuesta al Rector y Capilla del Colegio Mayor de San Ildefonso, pidiendo le fuera concedido sitio y lugar para erigir el colegio por una renta de 200.000 maravedíes. A lo largo de casi dos años insistirá en su petición en varias ocasiones, manifestando que para hacerlo tiene facultad de Su Santidad. Finalmente, en octubre de 1567 se aprueba en Capilla su petición, acordando el Colegio Mayor darle para su instalación unas casas que solían llamar el “Colegio de Serna”, situadas en la calle principal de San Bernardo, es decir, en la calle Roma, junto al Monasterio de la Merced.

En estos alrededores localizamos algunas de las posesiones que Cisneros dejó en herencia a su Colegio de San Ildefonso. De ahí que una gran parte de los colegios y conventos que se fundaban, se instalasen por aquí, cerca de la Universidad, alquilando los solares al Colegio Mayor y ejerciendo éste perpetuamente su dominio directo sobre ellos.

Así pues, el Colegio Mayor de San Ildefonso cede a Don García Manrique de Luna dicho sitio y casas, con todo lo que en él hay construido, por una renta anual de 8.000 maravedíes, pagados en dos plazos de 4.000 maravedíes, cada uno, el día de Navidad y el de San Juan. Acordado por las dos partes, se firman las Escrituras, otorgadas en Alcalá, el 28 de octubre de 1567, ante Juan de Ayllón.

En un año tenía que comenzar a construirse el edificio, que habría de ser a costa de Don García, advirtiéndose expresamente que siempre estaría bien labrado y reparado, por él o por sus sucesores. Desde el punto de vista docente, se confirmaba expresamente que todas las personas que vivían en dicho colegio, colegiales y capellanes, estaban bajo la jurisdicción del Rector de la Universidad y necesitan su permiso para poder leer lección pública allí, asistiendo a ella estudiantes.

Si quedaba vacante una cátedra o regencia en la Universidad, a la hora de opositar los colegiales Manriques sólo podían hacerlo seis, el mismo número que dispuso como mínimo podía albergar el colegio.

Este lugar y sitio lindaba con dos solares que igualmente eran del Colegio Mayor, y los tenía dado a censo a Cristóbal Santisteban, vecino de la villa. A finales del mismo año y principios del siguiente los compraría Don García para incorporarlos a lo adquirido anteriormente, pagando al año 40 reales y cuatro gallinas vivas, en dos plazos, de medio en medio año.

Posteriormente en 1605 adquieren de nuevo del Colegio Mayor, otros solares por 4.000 reales de censo perpetuo. Estaban situados entre el propio Colegio de los Manriques y el Monasterio de la Merced, a espaldas, y se obligaban a no edificarlos ya que eran para hacer una huerta para el servicio del colegio. En el Archivo Histórico Militar se encuentra un plano del colegio de 1803; este plano es el del edificio principal del colegio en donde estaban las dependencias representativas de tal institución, como capilla, aposentos del rector, aulas, servicios, etc.… Su estructura responde a un esquema muy frecuente en la arquitectura conventual y popular de los siglos XVI y XVII, y que con ligeras variantes encontramos generalizada en Alcalá en sus colegios y conventos.

El edificio se levantó sobre los solares de Santisteban, quedando el resto, casas, patios y corrales, que constituían el antiguo Colegio de la Serna, para aposentos de estudiantes. Al mismo tiempo que la construcción del colegio, la vida escolar iba transcurriendo en los “patios viejos”, el antiguo Colegio de Serna, donde vivían los estudiantes.

El Colegio de los Manriques estuvo desempeñando su labor docente durante los siglos XVI al XIX. Sin embargo con el paso del tiempo, desapareciendo las motivaciones que dieron lugar a su fundación, y como institución dependiente de la Universidad Complutense, sigue paralelamente su misma trayectoria, reduciendo el número de sus miembros y acabando en franca decadencia. Vicente de la Fuente nos dice que en 1830 había un Rector y un colegial, y poco después se redujo sólo al Rector.

En 1844 es incorporado a la Universidad de Madrid, por Real Orden de 4 de Noviembre del mismo año. En su solar fueron construidas posteriormente unas casas destinadas al personal funcionario de dependencias penitenciarias en los años 1940-1950.

Colegio de Dominicos de Santo Tomás de Aquino

El 28 de enero de 1592, en el Capítulo Provincial que la Orden de Predicadores celebró en el convento de Santa Cruz de Segovia, se acordó la fundación de un colegio de la Orden en Alcalá, en cuya universidad “las lociones pasasen por manos de los frailes de santo domingo”, bajo la advocación de Santo Domingo.

Don Carlos de Mendoza, deán de la Iglesia Primada y hermano de fray Diego de Mendoza, fraile dominico en el convento de Segovia contribuyó a dicha fundación dejándoles en su testamento unas casas que tenía en la villa de Alcalá, en la calle del Empecinado (antigua calle de las Becerras).

Para su mantenimiento, se aplicó al nuevo colegio la hacienda y casa de Nuestra Señora de los Ángeles, un antiguo convento de la Orden que estaba a legua y media de Alcalá, en el término de Valverde. Así estuvieron hasta el año 1545 en el que el cardenal don García de Loaysa, arzobispo de Sevilla, le hizo donación de 600 ducados de renta anuales, poniendo al colegio bajo la nueva advocación de Santo Tomás de Aquino.

Los frailes se establecieron en las casas habilitando una capilla en una de sus dependencias. Sin embargo, estas casas estaban alejadas de las Escuelas, y los dominicos deseaban vivir en el recinto universitario, de modo que en cuanto tuvieron ocasión intentaron comprar en 1575 unos solares que vendía el Colegio de San Ildefonso junto al Colegio de San Agustín, pero fueron los agustinos quienes los adquirieron.

No obstante, decididos a establecerse allí, unos años más tarde en 1592, compraron a los carmelitas descalzos “un sitio y casa que estaba situado entre el colegio de los manriques y el de San Agustín…”, con el fin de construir un nuevo colegio. El solar comprendía toda la manzana 16, y estaba rodeado por cuatro calles, la calle de los Colegios, al norte; al oeste la que conducía a la Puerta Nueva (actualmente calle de Santo Tomás) y al sur y al este, dos callejuelas de separación con las manzanas de alrededor.

Para construir el nuevo edificio según las trazas dadas, era necesario ampliar el solar algunos pies por el sur y por el oeste, por lo que al año siguiente, en 1593, los frailes de Santo Tomás expusieron al Ayuntamiento que, “teniendo necesidad de labrar su nuevo colegio, hicieran merced de un pedazo de la calle que va a la puerta nueva, al lado de San Agustín y otra callejuela que divide aquellos suelos, que los ha menester todos el colegio, y ansí no servirá de nada, atento que la calle que va a la puerta nueva queda muy ancha y bastante para carros y para todo servicio de la villa, y la otra por haberse de embeber en la casa…”

El municipio les concedió lo que pedían porque el callejón que querían incorporar en su propiedad no era de mucha utilidad y con los pies que tomaban de la calle de la Puerta Nueva se regularizaba su primitivo trazado, contribuyendo así “al ornato y belleza” de esta parte del recinto. El 16 de julio de dicho año los regidores y los maestros de obras del Ayuntamiento amojonaron, señalaron y midieron sobre el terreno, ante Diego de Almazán.

Por tanto, esta calle que iba a la puerta Nueva se trazó de nuevo dándole una anchura de veinte pies de vara, sacándola a cordel hasta la misma puerta, e incorporando el resto en el Colegio de Santo Tomás. En estas circunstancias, a punto de comenzar la construcción del nuevo edificio, el Colegio de San Ildefonso paró las obras porque según el Rector y consiliarios quienes tenían que conceder la licencia del pedazo de calle eran ellos y no la villa; se ignora cómo se solucionó el problema, pues lo único que consta es que durante varios años más los religiosos siguieron viviendo junto a la puerta del Vado hasta que en diciembre de 1603 el Padre Provincial les aconsejó que se trasladasen a la nueva posesión y vivieran provisionalmente en las casas que tenía el solar.

Al verano siguiente de 1604 se inició el colegio, poniéndose la primera piedra el 13 de junio. Como la iglesia y el colegio ocupaban toda la superficie del solar tuvieron que ampliar la propiedad para formar huerta; en este mismo año compraron a Isabel de la Torre el llamado “patio de la cruz” que lindaba con su propiedad y estaba situado en la manzana 13. En 1605 adquirieron del Colegio Mayor unas casas en la misma manzana, donde vivió Diego de Bustamante, por 450 ducados y unos meses después otras tres casas con entrada por la calle que iba a la puerta Nueva.

El nuevo Colegio de Santo Tomás se alzó en un punto destacado de la calle de los Colegios esquina a la calle de Santo Tomás, donde se abría su entrada principal, ocupando un amplio solar que comprendía la manzana 16, una parte de la manzana 13 y la calle situada entre las dos. (Se ignora todo lo que se refiere al autor de sus trazas y a su proceso constructivo)

Es un conjunto de gran nobleza y sobriedad, cuyas dimensiones, el empleo de la piedra como material constructivo y no sólo ornamental y algunos detalles de la ordenada y cuidada composición, le diferenciaron de todas las fábricas conventuales que hasta ese momento se habían construido en la villa alcalaína.

La Iglesia se construyó enteramente de ladrillo sobre un zócalo de piedra sillar. La capilla mayor es un simple tramo cuadrado, fundiéndose en un solo espacio cabecera y crucero; estaba cubierta con una cúpula sin tambor y sobre pechinas siguiendo el tipo del clasicismo castellano; el resto de la iglesia con una bóveda de medio cañón con lunetos y fajones que se prolongan como simples bandas por los muros de carga, en lugar del habitual orden de pilastras; estos arcos aparecen doblados marcando la entrada a la capilla mayor y al coro, situado a los pies.

La sobriedad es absoluta y esta desnudez es una de sus principales características; carece de capillas y se ha suprimido cualquier molduración en los muros, así como las soluciones termales fingidas, resolviendo los huecos como escuetas ventanas rectangulares.

Se encuentra dividida en dos plantas por un forjado como consecuencia de haber utilizado este Colegio de Santo Tomás como penitenciaría; la planta baja se organizó para instalar despachos y el comedor de los internos, mientras que la superior se dejó diáfana para dormitorios.

La sacristía situada en el lado de la Epístola junto a la capilla mayor, participa del mismo carácter desnudo de la iglesia; es interesante la fórmula adoptada en los huecos de los lunetos de la bóveda de cañón situados al sur, que tienen mayor altura para que no quedaran tapados por las cubiertas del corredor del patio adosado a la iglesia.

Al exterior, la volumetría de la iglesia responde a su organización interna, a lo largo de un eje longitudinal perpendicular a la calle de Santo Tomás y por tanto, paralelo a la calle de los Colegios. Dado que esta calle era la principal, consideraron como fachada el muro lateral y no el testero situado a los pies, de modo que organizaron su parámetro dividiéndolo en tres zonas perfectamente definidas; las laterales como una retícula de rectángulos y cuadrados rehundidos formada con bandas de ladrillo que se prolongan por los muros del cimborrio que cobija la cúpula, y la central, lisa, en cuyo eje se dispuso la portada con templete y ventana, la misma composición de las fachadas rectangulares pero sin el remate del frontón.

La iglesia cuenta con dos sencillas portadas clasicistas, huecos rectangulares con embocadura moldurada de arquitrabe de berroqueña que se quiebra en los ángulos superiores iniciando una leve orejeta, la que está situada a los pies, como portada secundaria, está rematada por un friso y frontón y la principal por un nicho con la escultura de Santo Tomás de Aquino enmarcado por un orden completo de pilastras, es el elemento cristiano que convierte la portada de carácter civil en portada religiosa.

Ante dicha portada se dispuso una pequeña lonja, para confirmar definitivamente como fachada principal el muro lateral del templo, y establecer un nexo de unión entre la iglesia y la calle de los Colegios.

El colegio se dispuso adosado a la iglesia como era habitual. Se organizó en torno a un gran patio, ordenándose su alzado con la superposición tan característica de arco-pilar, con la diferencia de que en vez de utilizar ladrillo como material constructivo se empleó piedra berroqueña. En la planta baja, los corredores estaban divididos por arcos fajones, en tramos cuadrados cubiertos con bóvedas de aristas, y en la superior con vigas y bovedillas volteando en las esquinas arcos entibos para arriostrar los muros. Debido al nuevo uso del edificio como penitenciaria, se cegaron los arcos del patio y dividieron los corredores del piso bajo con tabiques para formar celdas con entrada por el patio.

Las dependencias conventuales se instalaron en el cuarto oeste, donde se abría la portada principal y corría paralelo a la calle de Santo Tomás y en el cuarto sur que daba a la huerta. El cuarto este no se construyó porque no había sitio y en el cuarto norte que arrimaba con la iglesia dispusieron la sacristía y una gran escalera imperial que enlazaba las dos plantas.

El plano de la escalera estaba formado por tres arcos de medio punto que se corresponden con las arquerías y los tramos del corredor y a su vez con los tres tiros que constituyen la escalera; del arco central arrancaba el primer tramo que desembocaba en una meseta rectangular desde donde partían los dos tiros paralelos, asentados sobre bóvedas de cañón inclinadas, que accedían al corredor superior.

La caja de la escalera estaba cubierta por una bóveda formada por cuatro paños que eran la prolongación de los cuatro muros de carga que confluían en la clave, unidos por cuatro aristas que a su vez, eran también la prolongación de los ángulos y, a medida que subían, adoptaban una forma curva; cada plemento tiene un luneto donde se aloja un hueco para iluminar la escalera. Al igual que en la sacristía los lunetos eran los que contribuían con sus líneas curvas y su concavidad a suprimir la uniformidad de las superficies desnudas, sin alterar por ello la escueta funcionalidad de las cubiertas.

La elección de este tipo de escalera no deja de sorprendernos, lo mismo que sus dimensiones, que le prestan una gran monumentalidad, siendo el elemento que más contribuyó a hacer de este colegio uno de los más interesantes de su tiempo, de lo que deducimos que tuvo que intervenir algún maestro con cierta personalidad.

La fachada del colegio fue demolida en 1890, conservándose parte de la antigua portada como puerta de la penitenciaria por la que se accedía directamente a los despachos instalados a los pies de la iglesia.

La propiedad de los dominicos se amplió posteriormente en dos ocasiones; una fue en 1674, cuando los frailes compraron a la villa unos corrales que estaban adosados por fuera a las cercas para aumentar la extensión de su huerta, de manera que se extendieron hacia el sur, dejando dentro de su propiedad la línea de las tapias de la población.

La otra ocasión fue cuando el municipio les cedió la callejuela que les separaba del Colegio de los Manrique en 1763, cerrándola por la calle de los Colegios.

El 8 de marzo de 1836, con la Ley de Supresión de Órdenes Regulares se cierran cuatro conventos, quince colegios religiosos y un convento-hospital, entre ellos el Colegio de Santo Tomás (dominicos).

Referencias

  • Gabinete de Presidencia de Paradores de Turismo de España, S.A.
  • Secretaría General de Paradores de Turismo de España, S.A.
  • Gabinete de Prensa de Paradores
  • Aranguren & Gallegos Arquitectos, S.L.
  • Editorial Rueda, S.L.

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