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Cristina de Suecia
Cristina de Suecia (* Estocolmo, 8 de diciembre de 1626 – † Roma, 19 de abril de 1689) fue una reina de Suecia (1632-1654) y duquesa de Bremen y princesa de Verden (1648-1654). Hija de Gustavo II Adolfo y de María Leonor de Brandeburgo. Protectora de las artes y mecenas. Abdicó del trono de Suecia en 1654. Protestante de nacimiento se convirtió al catolicismo el mismo año. Murió en Roma a los 63 años.
Origen y niñez
Cristina pertenecía a la dinastía real de los Vasa, iniciada en 1521. Su madre procedía de la importante dinastía alemana de los Hohenzollern. El nacimiento de Cristina el 8 de diciembre de 1626 fue bien recibido por su padre, no así por su madre, quien deseaba darle al rey Gustavo II Adolfo un heredero varón que siguiera sus pasos.
El año 1604 el Consejo del Reino había acordado aceptar a una mujer como sucesora en el trono, si se daba el caso, por lo que el rey Gustavo II Adolfo decidió confirmar a Cristina en 1627 como su heredera con todos los derechos a la corona, si no nacían otros hijos varones.
Suecia se involucró en 1630 en la Guerra de los Treinta Años por el lado protestante, y en junio del mismo año el rey marchó a la guerra que se desarrollaba en el continente europeo, dejando a su hija bajo la tutela del canciller Axel Oxenstierna, para que se encargara de la pequeña en caso de morir en la guerra.
El 6 de noviembre de 1632 cayó el rey en la batalla de Lützen, y antes de cumplir los seis años, Cristina se convirtió en reina de Suecia, bajo la regencia del canciller Oxenstierna.
El canciller cumplió con los deseos del rey, tomó a Cristina bajo su protección y comenzó muy cuidadosamente a preparar su educación. Por razones de Estado la pequeña reina fue separada de su madre y encargada al cuidado de su tía Catalina, hermana del difunto rey. Cristina pasó un par de años junto a su primo Carlos Gustavo, el futuro rey Carlos X Gustavo, pero volvió al cuidado de su madre por fallecimiento de su tía Catalina.
La relación con su madre fue difícil y la niña pasó al cuidado de la hermana del canciller Oxenstierna. Al cumplir los 13 años dejó de ver a su madre, y no volvería a encontrarla sino para su coronación.
Una muchacha muy inteligente y especial
Junto al canciller Oxenstierna, que se hizo cargo de educar a Cristina en asuntos de Estado y política, estaba el obispo Johannes Mattiae Gothus, que como jefe de estudios se encargó de instruir a Cristina en idiomas, filosofía, historia, teología y astronomía, entre otras materias. Mattiae documentó la gran facilidad de aprendizaje y la enorme sed de conocimientos que mostraba la joven reina. Los idiomas eran la materia preferida de la soberana y a través de su vida continuó con su aprendizaje.
Cristina no era agraciada, pero eso a ella no le importaba. Era un poco contrahecha, de contextura gruesa y estatura más bien corta. Poseía un temperamento fuerte, inquieto y vivaz, así como una gran energía física.
Los llamados quehaceres femeninos no le atraían, tampoco los lujos, joyas o ropajes. Prefería vestir ropas simples y cómodas. Era muy diestra en la equitación, la caza y la esgrima. Solía dormir poco y dedicaba muchas horas del día a la lectura.
Una reina intelectual
Cumplidos los 16 años, Cristina comenzó a asistir a las reuniones del Consejo del Reino, demostrando su conocimiento de las leyes y la administración del reino sin inconvenientes.
A los 18 años cumplió su mayoría de edad y asumió como soberana, reemplazando gradualmente al canciller Oxenstierna en sus funciones. En 1645 participó activamente en el tratado de paz con Dinamarca (Tratado de Brömsebro), ventajoso para su reino.
En 1648 Suecia firmó la Paz de Westfalia, que daba fin a la Guerra de los Treinta Años, quedando el reino en una posición de supremacía en la región del Báltico. Cristina y el canciller Oxenstierna tuvieron diferencias en la forma de llevar los acuerdos, imponiendo finalmente la reina su opinión.
El 17 de octubre de 1650 se realizó la coronación de Cristina en Estocolmo. Los festejos fueron muchos y se alargaron por semanas. Según la costumbre, nombró a su primo Carlos Gustavo como su sucesor.
La soberana de Suecia había comenzado hace algunos años a desarrollar la vida cultural de su reino, la cual había quedado dañada por las luchas religiosas, incluyendo la destrucción de obras consideradas católicas. Adoptó el lema “La sabiduría es el pilar del reino” (Columna regni sapientia).
Si bien la situación económica del reino era precaria, debido principalmente a los gastos militares que implicaban ser una potencia, la reina no dudó en invertir en la compra de obras de arte en Europa, con el fin de enriquecer los bienes culturales de Suecia.
La fama de protectora de la cultura comenzó a expandirse y varios conocidos intelectuales europeos se interesaron en sus proyectos. Cristina vio la posibilidad de atraerlos a su corte mediante el mecenazgo. De esta manera había llegado a Estocolmo en 1649 el intelectual francés René Descartes, con quien Cristina mantenía correspondencia desde hacía años, y que murió por enfermedad en la misma ciudad cinco meses después. En 1652 llegó el artista Sébastien Bourdon, que trabajó como pintor de la corte por dos años, hasta la abdicación de la reina y hubo de regresar a su país.
Cristina apreciaba la pintura y no dudó en regalar al rey Felipe IV de España los dos principales tesoros de su pinacoteca, las obras de Durero, Adán y Eva, hoy en el Museo del Prado.
Otro importante personaje de la época fue el jurista y teórico político holandés Hugo Grocius, que actuó de embajador de Suecia en Francia desde 1635, por recomendación del canciller Oxenstierna.
Estocolmo y Uppsala fueron recibiendo a filólogos, anticuarios, bibliotecarios, poetas, orientalistas, latinistas, historiadores y otros. En 1652, los eruditos franceses Samuel Bochart y Pierre Daniel Huet se hicieron cargo de su biblioteca. En algún momento Suecia fue el centro del humanismo en Europa, y Cristina recibió el nombre de Minerva del Norte.
La reina también apoyó el desarrollo del ballet y del teatro. Cristina trajo a Estocolmo a compañías francesas, holandesas, alemanas e italianas, que presentaban sus ballets y pantomimas, además de óperas y piezas en sus propios idiomas. Entre los italianos destacó el escenógrafo Antonio Brunati, que construyó en el castillo real un escenario con escenografías movibles, llamada la Grande Salle des Machines, algo muy moderno para la época.
Su entusiasmo por el teatro lo manifestó la reina participando en una obra, en 1651, haciendo el papel de una camarera.
En 1652 la salud de Cristina se resintió y un médico francés, Pierre Bourdelot, fue llamado a Estocolmo para su curación. Bourdelot consiguió la recuperación de la reina y se transformó en uno de sus favoritos, lo que provocó recelos entre otros miembros de la corte. Finalmente el médico abandonó la corte sueca y algunos favoritos reales dejaron de serlo.
Embajadores y religiosos
Contemporáneos de Cristina eran Luis XIV en Francia y Felipe IV en España. El representante diplomático francés en la corte sueca desde 1645 era Pierre-Hector Chanut, quien logró cultivar una amistad personal con la reina y la apoyó sin reservas en sus planes de desarrollo cultural del reino.
El embajador español desde 1652 era el general Antonio Pimentel del Prado, que también estableció una relación de amistad con la reina. Es posible que ambos hayan apoyado a Cristina como confidentes, y católicos, en las inquietudes religiosas de la reina.
También el religioso Antonio Macedo, miembro del cuerpo diplomático de Portugal y una persona muy cultivada, percibió el interés de la reina por los temas religiosos y se encargó de traer a Estocolmo en 1651 a dos jesuitas italianos, Paolo Casati y Francesco Malines, para que respondieran a las preguntas de Cristina sobre la fe católica.
Abdicación
En 1647, la soberana fue inquirida oficialmente por el Consejo del Reino sobre un futuro matrimonio que asegurara la continuación de la dinastía. Ella respondió que pensaría en ello y que consideraría a su primo Carlos Gustavo al dar su respuesta.
La respuesta oficial la dio en 1649, anunciando que no contraería matrimonio alguno, excusándose de dar motivos.
Comenzó entonces una lucha política entre Cristina y los nobles. La soberana aprovechó hábilmente un conflicto entre la nobleza y la plebe, esta última exigiendo reducciones en los impuestos, para imponer su voluntad. La soberana insistió en el nombre de Carlos Gustavo en la sucesión en el trono a cambio de negar las reducciones impositivas, lo que fue finalmente aceptado por los nobles.
Pasaron algunos años y en febrero de 1654 la reina comunicó al Consejo del Reino, y a todos los principales, su decisión de abdicar a la corona. No dio explicaciones, pero dijo "que con el tiempo se entenderían sus motivos".
Se hicieron muchos esfuerzos inútiles para hacerla cambiar de decisión. Ella permaneció imperturbable.
El Consejo del Reino exigió entonces de la soberana una explicación, a lo que la reina respondió: “Si el Consejo supiera las razones, no le parecerían tan extrañas”.
El 6 de junio de 1654, en el castillo de Uppsala, la reina se despojó de sus insignias reales y su primo asumió la corona de Suecia con el nombre de Carlos X Gustavo. Al día siguiente, en una emotiva ceremonia, Cristina se despidió del rey, de los miembros del Consejo, de los nobles y por último de las damas de la corte.
Para su manutención se estableció un acuerdo económico, en el cual se le otorgaba la permanente propiedad de varios dominios en el reino, cuya administración quedaba a cargo de un gobernador general. Los ingresos los percibió Cristina hasta su deceso.
Continuando su camino, Cristina pasó por la ciudad de Nyköping a despedirse de su madre –que moriría al siguiente año-, siguió hasta el puerto de Halmstad, donde licenció a su comitiva, y se embarcó hacia Hamburgo, para luego continuar hasta Amberes y Bruselas, en Flandes, entonces dominio del Imperio español, donde Cristina tomaría la segunda decisión más importante de su vida.
Cambio de fe
Después de algunos meses de estadía, y estando bajo la protección del rey español Felipe IV, Cristina hizo oficial su cambio de fe al catolicismo en forma privada, en la víspera de Navidad de 1654, a los 28 años de edad. Tomaría, sin embargo, algún tiempo el hacer pública la noticia. (El cuadro que aparece al inicio de este artículo es un regalo de Cristina a Felipe IV.)
En abril de 1655 era elegido papa Alejandro VII, quien aceptó la intención de Cristina de avecindarse en Roma. Se acordó efectuar su cambio de fe en forma pública antes de su llegada a los Estados Pontificios.
Fue así que Cristina emprendió su viaje a Roma a fines de octubre de 1655, y el 3 de noviembre fue recibida oficialmente por la Iglesia Católica en la capilla del castillo de Innsbruck. Desde este lugar también se informó a todas las casas reales europeas del cambio de fe de la joven.
La noticia fue recibida en Suecia, así como en otros reinos protestantes, con asombro. ¿Cómo era posible que la hija del León del Norte -Gustavo II Adolfo-, el paladín del protestantismo, había abandonado su fe por la del enemigo?
Su profesor Johannes Mattiae Gothus, obispo de Strängnäs, fue duramente criticado por el clero sueco por la responsabilidad que pudiera haber tenido en esta decisión.
Cristina continuó su viaje hacia Roma, deteniéndose en Bolonia para visitar la antigua universidad, el Santuario de la Santa Casa en (Ancona), donde donó una corona “de doce diamantes y cuatro rubíes” a la Virgen, y Asís, la cuna de San Francisco.
Por la importancia que tenía para el mundo católico, Alejandro VII ordenó una recepción espectacular para Cristina en su camino a Roma. En cada localidad por la que pasaba, se la saludaba con salvas de cañón, las iglesias tañendo sus campanas, misas, procesiones e incluso representaciones artísticas en honor a ella.
El 19 de diciembre de 1655, Cristina llegaba a la Ciudad Eterna, y el día 23 hizo su entrada oficial montando en un caballo blanco y seguida de un gran cortejo. En la llamada Porta del Popolo se grabó, para la ocasión y en su honor, la leyenda “Por una feliz y auspiciosa entrada en el año del Señor 1655”.
El papa, los senadores, el colegio cardenalicio, la nobleza romana y una gran cantidad de romanos acudieron a recibirla.
El día de Navidad, Cristina recibió la confirmación y la comunión del papa Alejandro VII, en la capilla de la iglesia de San Pedro en Roma.
Eligió el nombre de Alexandra como su nombre de confirmación, y a solicitud del papa, también el de María.
María Cristina Alexandra Vasa comenzó entonces una nueva etapa de su vida en la urbe más importante del catolicismo.
Vida en Roma
En su primer tiempo en Roma, Cristina visitó claustros, iglesias, colegios, museos, bibliotecas, etc. En general todo lugar que pudiera tener importancia religiosa y cultural para ella. El papa Alejandro VII la recibió durante algún tiempo en su residencia, en la llamada Torre de los Vientos.
Para asesorarla en su nuevo ambiente, el papa designó al cardenal Decio Azzolini, conocido por su amplia cultura y dotes diplomáticas. El cardenal era tres años menor que Cristina y se convertiría en su más cercano y fiel amigo.
A través de él, Cristina se fue interiorizando de las luchas internas entre los miembros del cardenalato. El cardenal Azzolini lideraba el partido que deseaba mayor independencia política para el Papado de las influencias de Francia y España. Cristina se identificó con dicha posición y colaboró con los planes del grupo del cardenal Azzolini.
Sus contactos con las familias poderosas de Roma los realizó organizando espectáculos y veladas culturales, las cuales fueron muy bien recibidas por dichas familias.
Cristina comenzó a montar su propia corte bajo la premisa de mantener su derecho al título de reina –por el hecho de tener sangre real- a pesar de su abdicación.
En septiembre de 1656, Cristina viajó a Francia, residiendo en el palacio de Fontainebleau por un corto tiempo. Francia estaba administrada por el cardenal Mazarino, por decisión de la regente Ana de Austria. El rey Luis XIV de Francia asumiría el poder a la muerte del cardenal en 1661.
En octubre de 1657 retornó a Francia, residiendo en el mismo palacio. Al mes siguiente descubre que uno de sus cortesanos, Juan Rinaldo, marqués de Monaldeschi, espiaba sus comunicaciones privadas con el cardenal Mazarino. Esta delicada situación política Cristina la resolvió juzgando y ejecutando a Monaldeschi el 10 de noviembre, en el mismo palacio.
La ejecución fue muy criticada por la nobleza europea en general, argumentando que Cristina, desde su abdicación, ya no tenía autoridad para ordenar ejecuciones. Cristina contestó reafirmando su condición real para hacerlo, pero esto provocaría una ola de desprestigio hacia su persona, que trascendería en el tiempo.
Cristina retornó a Roma en febrero de 1658. Allí fue recibida con frialdad por el papa Alejandro VII y la nobleza. Su amigo, el cardenal Azzolini, se encargó con el tiempo de ir limando asperezas, y ella entendió que era hora de cambiar de residencia. El Palacio Farnesio sería su elección y allí se estableció con su corte.
La reina comenzó a buscar obras de arte en la Ciudad Eterna para aumentar su colección traída de Suecia, pero no siempre pudo adquirir lo que deseaba. Los fondos con que contaba eran insuficientes. Poseyendo gran sagacidad y cultura, carecía de talento administrativo, lo que dejaba en otras manos, no siempre honestas. Sus rentas en el reino sueco tampoco eran suficientes e incluso comenzaban a retardarse debido a la situación de guerra con los reinos de Polonia y Dinamarca. La soberana comenzó a tener problemas económicos y se los confió a su amigo el cardenal Azzolini, que tomó cartas en el asunto y reorganizó las finanzas, asignándole un administrador más competente.
En 1659 decidió cambiar su corte al Palacio Riario (posteriormente Corsini) donde comenzó a desarrollar un estricto protocolo.
El 12 de febrero de 1660 murió súbitamente Carlos X Gustavo en Gotemburgo, dejando a su hijo Carlos XI de Suecia, de 5 años de edad, como heredero. El Consejo del Reino designó a cinco nobles para que asumieran el poder en el reino de Suecia, hasta la mayoría de edad del heredero. Cristina decidió viajar a su tierra natal para revisar su posición e intereses.
Su visita al reino sueco tuvo altibajos. Logró confirmar las condiciones de su título y sus rentas, pero se le retiró el poder para nombrar autoridades eclesiásticas en las posesiones que generaban dichas rentas. La soberana también estaba disconforme con la gestión de los gobernadores generales que administraban su hacienda, pero sin poder político suficiente, no pudo nombrar otros. Además, algunos miembros de la corte no aceptaron su intromisión en el tema de la sucesión, lo que fue rechazado en forma escrita.
Después de pasar algún tiempo en el castillo de Johannisborg en Norrköping, una de sus propiedades, se embarcó en la primavera de 1661 con destino a Hamburgo, donde permaneció cerca de un año. Allí resolvió firmar un contrato con un banquero, para que se hiciera cargo de normalizar sus ingresos. Durante su estancia en Hamburgo se interesó por la alquimia y la Piedra filosofal, lo que algunos autores han interpretado como una búsqueda de Cristina para resolver sus problemas financieros. En 1662 retornó a su palacio en Roma.
Toda la década de 1660 fue para ella económicamente difícil, y las relaciones con los regentes de Carlos XI iban de mal en peor. El principal miembro del gobierno regente era Magnus Gabriel De la Gardie, que había sido uno de sus favoritos en los tiempos de reinado, y que luego había perdido su favor. Esto sin duda enturbió la situación actual de la reina. De la Gardie era además tío de Carlos XI.
En 1666 dejó Roma para nuevamente viajar a Hamburgo. Luego de vivir un año en esta ciudad, se trasladó a Suecia, esta vez con la prohibición de acompañarse de sacerdotes católicos y de celebrar misa en tierra sueca. Para una persona religiosa y observante como Cristina, esto fue un insulto, pero ella lo dejó pasar y acudió al embajador francés para poder asistir a misa en el recinto diplomático franco. En cuanto a sus propiedades, logró arrendar sus posesiones de Ösel y Gotland, lo cual implicó un ingreso fijo.
Con amargura abandonó Suecia el año 1668, para ya no retornar más, y volvió de nuevo a Hamburgo. Durante su estadía allí ocurrió la abdicación de Juan II Casimiro de Polonia, un miembro de la rama polaca de la dinastía Vasa, y surgieron voces que la propusieron como aspirante al trono de Polonia-Lituania, pero no tuvo apoyo. Cristina regresó a su corte en Roma y ya no volvería a viajar.
El renacimiento de la Minerva del Norte
Durante su última estadía en Hamburgo, otro hecho había ocurrido en Roma: el papa Alejandro VII había fallecido en mayo de 1667 y después de 18 días de cónclave, fue elegido por unanimidad el cardenal Julio Rospigliosi, que tomó el nombre de Clemente IX. También interesado en las artes, al regreso de Cristina le otorgó una renta anual para ayudarla en sus proyectos. Tanto la reina como el cardenal Azzolino habían gestionado activamente su elección.
La actividad cultural de Roma tomó nuevos bríos con los proyectos de la reina, que comenzó a reunir a artistas, científicos e intelectuales en su residencia, dándoles una estructura básica en forma de academias, donde se podía discutir y crear. A los más destacados, la soberana les asignó un estipendio y en algunos casos una pensión.
Una de sus academias, llamada Academia Real, estaba inspirada en la Academia Francesa, y su meta era preocuparse del idioma itálico, el cual consideraba proclive a la exageración y a la hipérbole, y reemplazarlo gradualmente por uno más sencillo. Este proyecto se transfomaría después de su muerte en 1690, en la llamada Pontificia Accademia degli Arcadi, o Academia de la Arcadia. Entre los miembros de dicha academia se encontraba un joven literato, Giovanni Francesco Albani, el futuro papa Clemente XI.
La soberana se interesó por la arqueología, y pese a sus limitados ingresos, financió algunas excavaciones. Reunió una excelente colección de esculturas antiguas, como un grupo de Musas que luego sería adquirido por Felipe V de España. Estas Musas, actualmente en el Museo del Prado, presiden el nuevo salón oval del museo, remodelado por Rafael Moneo.
También construyó un observatorio en su palacio, contratando a dos astrónomos, y donde pasaba horas mirando el cielo.
El sistema de academias atrajo a científicos como el fisiólogo Giovanni Alfonso Borelli, perseguido por sus simpatías por las ideas de Galileo; a músicos como Bernardo Pasquini, Alessandro Scarlatti, Arcangelo Corelli y Alessandro Stradella entre los más destacados, y poetas como Carlo Alessandro Guidi y Vincenzo da Filicaja.
Es de destacar su amistad con el escultor Gian Lorenzo Bernini, a quien solía visitar en su taller y a quien había protegido cuando perdió el favor del papa Inocencio X.
También se preocupó de adornar su palacio con colecciones de pinturas, esculturas, tapices y libros para su riquísima biblioteca.
De carácter librepensador, Cristina tampoco dudó en oponerse a las persecuciones religiosas, y así lo hizo, publicando en 1686 un manifiesto donde defendía a los judíos de Roma. También criticó duramente a Luis XIV por las persecuciones a los hugonotes en 1685 y entró en conflicto con el papa Inocencio XI por la intención de éste de eliminar la inmunidad diplomática y el derecho a asilo en Roma, en 1685.
Inocencio XI y Miguel de Molinos
El papa Clemente IX murió en 1669 y su sucesor fue Emilio Altieri, con el nombre de Clemente X. Siendo muy anciano, ejerció el papado hasta su muerte en julio de 1676.
Cristina obtuvo de él el levantamiento de la prohibición a la presencia de mujeres en los espectáculos artísticos, lo que vino a beneficiar el arte teatral, tan querido a la reina sueca. La soberana adquirió un convento, transformándolo en teatro, al que financió mediante suscripciones. En este ambiente comenzaría a desarrollarse, por iniciativa de la reina, la llamada ópera seria, incluyendo la participación de castrati.
Durante el mandato de Clemente X se asiló en Roma el jesuita António Vieira, un predicador brillante que estaba en conflicto con la corte y la Inquisición de Portugal. Cristina lo llevó a su corte para darle una tribuna a sus ideas. El religioso regresó a Portugal en 1675 por gestión del papa. En 1679 Cristina le ofreció un puesto en su corte, que Vieira declinó.
La elección en 1676 del nuevo papa, Inocencio XI, un reformador administrativo y opositor a Luis XIV, traería un cambio en la situación de Cristina. El papa le retiró la renta que le había otorgado Clemente IX y se opuso a su proyecto teatral, buscando el cierre de éste. La reina respondió con una dura campaña, que hizo finalmente que Inocencio XI abandonara el intento.
También el ambiente religioso cambió, como en el caso del teólogo español Miguel de Molinos, muy cercano a Cristina. La teología siempre fue un tema importante para ella y el quietismo propuesto por Molinos, la interesó, llevándola a mantener nutrida correspondencia con el místico español.
A pesar de la popularidad que tuvieron las obras del sacerdote español, finalmente fueron condenadas por la Inquisición de Roma, abjurando el teólogo de sus escritos en 1685. Cristina reaccionó decepcionada de Miguel de Molinos, pero no con el quietismo.
La religiosidad de la reina siempre fue un tema conflictivo en Roma, dado su natural espíritu inquieto y cuestionador, que, sumado a su activa actitud por la libertad religiosa, no pocas veces pusieron en duda su conversión al catolicismo, en el conservador ambiente romano.
Sus obras literarias
Siendo la Filosofía y la Teología los temas que más le interesaban, mantuvo durante su vida una abundante correspondencia con destacados personajes en ambos temas, escribiendo siempre en francés, así como lo fueron todos sus escritos. Ésta correspondencia se encuentra hoy mayormente en los Codices Reginenses de la Biblioteca Vaticana y también repartida por Europa.
En la última década de su vida comenzó a escribir una Autobiografía, que dejó inconclusa. La obra se compone de nueve capítulos, relativamente cortos, escritos con una prosa fluida y donde relata en buena síntesis sobre su reino, su persona, sus ancestros, sus parientes, su ambiente cortesano y anécdotas personales; alcanzando solo a relatar su niñez. El texto tiene la forma de un monólogo dedicado al Señor. El talento para la síntesis parece haberlo heredado de sus ancestros paternos, hasta Gustavo Vasa, conocidos por expresarse en forma clara y concisa. Por algunos detalles en el escrito, se puede afirmar que empezó a escribirlo a comienzos de la década de 1660, durante su estadía en Hamburgo, prosiguiendo en 1681.
En 1665, el duque de La Rochefoucauld publicó Reflexiones o sentencias y máximas morales. La reina inició un intercambio de correspondencia con el escritor francés, y motivada por el trabajo de éste, comenzó a escribir aforismos que fueron reescritos en 1670, en dos volúmenes: Les Sentiments Heroiques y L'Ouvrage de Loisir: Les Sentiments Raisonnables. En total son 1300 aforismos, escritos con las cualidades de una máxima: ser la expresión más breve de un pensamiento.
Tenía también como costumbre escribir comentarios en el margen de los libros que leía, que han contribuido a ampliar su biografía. Hay que recordar asimismo que contó con el inestimable apoyo de los miembros de la Academia Real fundada por ella.
Últimos años
La última década de su vida estuvo marcada por las dificultades económicas. Sus ingresos se vieron mermados por el estado de guerra en Suecia. Sin embargo, Carlos XI hizo lo posible por mantener el compromiso económico con ella. La falta de recursos la obligó a terminar con algunos de sus mecenazgos, siendo el de Arcangelo Corelli, su maestro de capilla, el más notorio. Su salud comenzó a deteriorarse y pasaba la mayor parte de su tiempo escribiendo. Sus diferencias con el papa Inocencio XI se agudizaron.
Algún tiempo antes de su muerte, un visitante francés escribió una descripción de Cristina:
"Tiene más de sesenta años de edad, decididamente pequeña, muy robusta y rechoncha. Su piel, voz y facciones son masculinos: nariz grande, grandes ojos azules, cejas rubias, una doble barba con vello y un levemente prominente labio inferior. Su cabello es castaño claro, un palmo de largo, empolvado y sin peinar. Su expresión es amistosa y sus modales muy obsequiosos. Su indumentaria se compone de una chaqueta masculina ajustada, de satín negro, que le alcanza las rodillas y abotonada en el frente. Usa una falda negra corta que muestra su calzado masculino. Una gran cinta negra ocupa el lugar del pañuelo al cuello. Un cinturón sobre su chaqueta le ajusta el vientre, haciendo más notoria su redondez."
En los primeros meses de 1689, la reina comenzó a sentirse muy enferma. El 13 de febrero sufrió un desmayo, que se repitió tres días más tarde. Sus más cercanos le pidieron que recibiera la extremaunción, cosa que ella tomó con serenidad. El 1 de marzo escribió su testamento, nombrando al cardenal Azzolino como su heredero universal. También le escribió una carta al papa Inocencio XI solicitando con humildad su perdón por las diferencias que habían tenido. El papa, que también se encontraba enfermo, recibió la misiva con emoción y le respondió por medio de un cardenal, que daba por terminadas sus diferencias y le daba la absolución. En sus últimos días tuvo la compañía de su amigo Azzolino, que también se hallaba enfermo y moriría el 6 de junio del mismo año.
En su testamento Cristina escribió que deseaba ser amortajada de blanco y sepultada en el Panteón de Agripa, sin exhibición de sus restos y rechazando cualquier pompa o vanidad. Su epitafio debería ser tallado en una piedra sencilla y sólo con la inscripción “D.O.M. Vixit Christina annos LXIII” (Deo Óptimo Máximo vivió Christina 63 años).
A las 6 de la mañana del 14 de abril, reposando en su lecho y sólo en compañía del cardenal Azzolino y su confesor, Pater Slavata, Cristina llevó su mano izquierda al pecho y expiró.
Funerales
Su última voluntad, de ser sepultada con sencillez, no fue obedecida. El cardenal Azzolino y el papa Inocencio XI decidieron darle un funeral de Estado. Su cuerpo amortajado se expuso durante tres días en su palacio para recibir los últimos respetos de numerosos visitantes. Al atardecer del 22 de abril, en un carro abierto, fue trasladada en un cortejo iluminado por antorchas y rodeada de su guardia palaciega, a una iglesia designada por el cardenal Azzolino. Al siguiente día se celebró una misa de responso en presencia de todo el colegio cardenalicio. Terminada ésta, se inició una enorme procesión que llevaría los restos de la reina hasta la Basílica de San Pedro. Allí fue depositado su cuerpo en un ataúd de ciprés junto a su corona y cetro. El ataúd a su vez fue colocado en otro de plomo y finalmente en otro ataúd de madera. Éste fue depositado en la llamada Grotte vecchie, en la nave central de la Basílica. Su sepulcro fue sellado con argamasa y posteriormente se le agregó el epitafio: “D.O.M. Corpus Christinae Alexadrae Gothorum Suecorum Vandalorumque Reginae Obiit die XIX Aprilis MDCLXXXIX.
En 1701, durante el papado de Clemente XI -aquel joven literato Albani de la Academia de la Arcadia-; el arquitecto Carlo Fontana, un discípulo de Bernini, realizó el monumento funerario que se puede observar hoy en la Basílica de San Pedro.
Predecesor:
Gustavo II AdolfoReina de Suecia
1632 - 1654Sucesor:
Carlos X GustavoBibliografía
- Curt Weibull:Drottning Christina. Studier och forskningar (La Reina Cristina: Estudios e Investigaciones). Editorial Natur och Kultur (1931)
- Cristina de Suecia :Självbiografi och aforismer (Autobiografía y aforismos) Editorial Natur och Kultur (1957)
- Lars O. Lagerqvist :Sverige och dess regenter under 1 000 år (Suecia y sus soberanos durante 1 000 años) ISBN 91-0-075007-7
- Sven Stolpe :Kristina Drottning och rebell (Cristina, reina y rebelde) ISBN 91-89684-27-3
- Herman Lindqvist : Hermans historia (La Historia de Herman) ISBN 91-7643-428-1
- Per Nyström :Tre kvinnor mot tiden (Tres mujeres contra su época) ISBN 91-550-4121-3
Enlaces externos
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