Militarismo en España

Militarismo en España
Alfonso XIII rodeado de generales en el exterior del Palacio Real de Madrid, 1931.

El militarismo en España es un tema clásico de la historiografía de la Edad Contemporánea en España. El militarismo español se expresó a través del pretorianismo o predominio de los militares en la vida política. Frente la debilidad y sucesivos fracasos (denominados desastres) de la presencia colonial exterior, la aplicación principal del ejército fueron las sangrientas guerras civiles y la represión política y social interna. Además de su papel como poder fáctico (o Estado dentro del Estado),[1] el prestigio del llamado estamento militar le mantuvo como una parte de las clases dominantes, que incluso llegó a generar comportamientos que superaron el tradicional corporativismo para ser descritos como endogámicos o de casta.[2]

Conde de Aranda.
Manuel Godoy, por Goya, 1801.

Contenido

Siglo XVIII

Aunque la existencia de militares en España es tan antigua como la propia historia de España, y la de un ejército moderno (permanente y profesional, basado en las armas de fuego) que superara las huestes feudales se remonta a la Guerra de Granada y a los tercios viejos (finales del siglo XV); el concepto de militarismo se restringe a los periodos posteriores al proceso por el que el estamento militar español comienza a formarse como tal, cosa que no sucede hasta el siglo XVIII.

El momento decisivo fue el ascenso al poder del llamado partido aragonés del conde de Aranda, que en 1766 había sustituido (basando precisamente su fuerza en el control del ejército) al equipo ministerial representado por el marqués de Esquilache, caído en desgracia como consecuencia del motín homónimo.[3] Para esa época se ha señalado la presencia en la corte de grupos de presión definidos como togas -letrados-, mitras -obispos- y corbatas -militares-.[4]

Las Reales Ordenanzas de Carlos III (1768) dieron consistencia al nuevo concepto de ejército español, basado en el reclutamiento de quintas y en una oficialidad cada vez más profesionalizada, especialmente en algunos cuerpos cuya formación técnica era muy sofisticada (marina -Academia de Guardias Marinas de Cádiz, desde 1717-, artillería -Academia de Artillería de Segovia, desde 1764-). No obstante, todavía seguía estando sujeto a criterios estamentales inevitablemente ligados a la sociedad propia del Antiguo Régimen, que entendía la función militar como un privilegio de la nobleza.

Manuel Godoy es un caso evidente de ascenso político de un personaje de origen militar, aunque la causa no era su carrera profesional, sino otros peculiares méritos que le acercaron a la reina y posteriormente al rey Carlos IV. Ennoblecido con toda clase de títulos, entre ellos usó el de Generalísimo.

La rendición de Bailén, de Casado del Alisal, 1864 (el hecho representado es de 1808).
Fusilamiento de Torrijos, de Antonio Gisbert, 1888 (el hecho representado es de 1831).

Primer tercio del siglo XIX

De forma mucho más evidente, el predominio de los militares en la vida política y social española fue masivo a partir de la Guerra de Independencia Española (1808-1814) que significó el final de las relaciones sociales tradicionales que imponían a los hijos segundones de la nobleza entrar en el clero.[5] Fue un hecho muy significativo que muchos clérigos tomaran las armas (colgando o no los hábitos). Las posteriores alternativas políticas del reinado de Fernando VII (1820-1833) tuvieron mucho que ver con su desconfianza al estamento militar, mayoritariamente liberal y que comenzó a protagonizar los primeros pronunciamientos militares (Porlier, Lacy, Milans del Bosch, Espoz y Mina, Riego -el más importante de todos, el de 1820 en Cabezas de San Juan-, Torrijos) que a partir de entonces caracterizarían la historia española durante más de un siglo, hasta 1936.


Segundo tercio del siglo XIX

El reinado de Isabel II se caracterizó, desde su mismo inicio junto a la guerra carlista, por el predominio de los llamados espadones, militares a los que las distintas facciones liberales confiaban su llegada al poder, no mediante las elecciones, sino mediante los pronunciamientos. En concreto el grupo cercano al espadón progresista, el general Espartero, eran llamados los ayacuchos, por haber participado en las campañas militares de las guerras de independencia hispanoamericana. El general Narváez actuó como principal espadón del moderantismo, mientras que el general O'Donnell intentó la formación de un partido de Unión Liberal. El despliegue de la Guardia Civil (Duque de Ahumada, 1844) significó el triunfo de la versión burguesa-conservadora de la milicia como garante del orden público frente a la versión burguesa-revolucionaria de la milicia nacional. En el bando carlista, el protagonismo de los militares también fue muy fuerte (Zumalacárregui, Maroto).

Prim, Serrano y Topete subastan la corona de España en un dibujo satírico de La Flaca, 1869.

Sexenio revolucionario

La revolución de 1868 fue protagonizada por un triunvirato militar: el general Prim, el general Serrano y el almirante Topete; y aunque el sexenio revolucionario fue un intento de vida política con predominio civil (desde el asesinato de Prim), la gravitación de los militares sobre ella fue ineludible a partir del momento en que la Primera República Española tuvo que confiar en los hasta entonces postergados militares monárquicos (alfonsinos) para la represión de la revolución cantonal. A partir de este periodo, el predominio ideológico en el ejército, hasta entonces progresista, pasa a ser conservador. También por entonces comenzó a conformarse como una opción ideológica el antimilitarismo, que previamente se manifestaba en el rechazo al sistema de quintas, pero que a partir de la difusión del movimiento obrero en España comenzará a contar con organización y expresiones teóricas conscientes que se difunden por amplias capas de la población.

El golpe de Estado del general Pavía (3 de enero de 1874) abrió un periodo de gobierno personal de Serrano (denominado habitualmente dictadura de Serrano), durante el que los intentos de Cánovas por conseguir la vuelta de la monarquía por procedimientos civiles se vieron frustrados por los propios militares alfonsinos, con el pronunciamiento de Martínez Campos en Sagunto (29 de diciembre de 1874).

Restauración y Guerra de África

El periodo de la Restauración, a pesar de caracterizarse por el turnismo pacífico entre partidos dirigidos por civiles, no ocultaba el papel de los militares, especialmente por su especial cercanía a la figura del rey, que se presenta explícitamente como un rey soldado (a partir de que el exiliado príncipe Alfonso -Alfonso XII- recibiera formación militar en la academia de Sandhurst).

La fidelidad dinástica y la ideología conservadora dominante en las filas del ejército condenó al fracaso a los intentos de sublevación de orientación republicana (general Villacampa, 1886).

El desastre de 1898 significó una ruptura trascendental para los militares españoles (la repatriación y desmovilización de las tropas coloniales redujo drásticamente los destinos a ocupar por un numerosísimo cuerpo de oficiales), y en el aspecto político abrió la crisis de la Restauración.

Alfonso XIII, con Miguel Primo de Rivera y otros militares, 1930.

Se hicieron evidentes la relación especial de Alfonso XIII con los militares y las cada vez más frecuentes intervenciones de éstos en política interior (escándalo del Cu-cut -un periódico satírico catalanista, considerado ofensivo por el ejército-, a partir del cual se promulgó la ley de Jurisdicciones, que permitía el enjuiciamiento militar de tales expresiones; represión de la Semana Trágica de 1909 -cuyo inicio estuvo en las protestas antimilitaristas por la movilización de los reservistas-, Juntas de Defensa durante la crisis de 1917). El intervencionismo militar no provenía únicamente de las filas del ejército, sino que respondía a fuertes demandas de sectores influyentes de la sociedad civil; la gente de orden (incluyendo no solamente a la oligarquía terrateniente castellano-andaluza que sufrió los desórdenes rurales del trienio bolchevique, sino también a la burguesía catalana, enfrentada a los años de plomo del terrorismo de Barcelona) buscaba en el ejército, de forma cada vez más apremiante, la salvación mediante una solución excepcional que no tuviera por qué seguir los procedimientos legales: un cirujano de hierro (expresión regeneracionista acuñada por Joaquín Costa). Tal solución, expresada inicialmente en el apoyo a operaciones fallidas como la del general Polavieja, triunfó de forma definitiva en un golpe de Estado dado precisamente por el capitán general de Barcelona, Miguel Primo de Rivera. Su dictadura (1923-1930) fue un régimen similar en ciertos aspectos y en otros diferenciado del contemporáneo fascismo italiano.

Las injusticias del sistema de reclutamiento (soldado de cuota, que permitía librarse del servicio a los que pudieran pagar la redención a metálico y sustitución), demostraron ser insoportables a partir del escándalo subsiguiente al desastre del barranco del Lobo (27 de julio de 1909) y de las movilizaciones antimilitaristas de la Semana Trágica. Se intentó mitigarlas con la Ley de Bases del Servicio Militar de 1911 y el Reglamento de 19 de Enero de 1912, que limitaban el privilegio del pago de la cuota (entre 1500 y 5000 pesetas): ya no libraba completamente del servicio, pero reducía el tiempo y permitía elegir destino. Tal condición se mantuvo hasta la Guerra Civil y se suprimió definitivamente en 1940.[6]

Durante el primer cuarto del siglo se había producido la africanización del ejército (militares africanistas, los que participaban en la guerra de África y ascendían por méritos), cuya máxima expresión fue la Legión española (fundada en 1920 por Millán Astray y Francisco Franco). La exaltación de los valores militaristas llevó a decisiones temerarias como la que condujo al general Silvestre al desastre de Annual (22 de julio de 1921). La investigación parlamentaria que pretendía depurar las responsabilidades del desastre (informe Picasso) apuntaba al propio rey, y fue una de las principales razones que llevaron al golpe de Primo de Rivera. El dictador tomó como una de sus principales fines la resolución militar de ese conflicto (desembarco de Alhucemas, 8 de septiembre de 1925).

La mayoritaria opción de los militares por el conservadurismo no significaba que no hubiera una significativa parte del ejército de ideología progresista, con una numerosa presencia de militares en la oposición republicana, especialmente de mandos intermedios. Se produjeron intentos insurreccionales como el de los tenientes Galán y García Hernández (sublevación de Jaca 12 de diciembre de 1930).

Segunda República y Guerra Civil

El denominado problema militar fue uno de los que afrontó la Segunda República desde su inicio. La Constitución de 1931 excluía a los militares de cargos políticos. La política de Manuel Azaña como Ministro de la Guerra, que incluyó el cierre de la Academia militar de Zaragoza (dirigida por Franco, que se despidió de los cadetes con la advertencia se deshace la máquina, pero la obra queda) fue considerada por muchos militares como una agresión. La inicial neutralidad del ejército pasó a ser hostilidad de una parte importante a partir del golpe de Estado del general Sanjurjo (1932), que no fue reprimido con dureza.

Durante el bienio conservador, la utilización del ejército de África en la represión de la revolución de Asturias (1934) significó un punto trascendental en la identificación de la mayor parte del ejército con una de las dos Españas cada vez más claramente abocadas al enfrentamiento. La intentona revolucionaria de 1934 en Madrid había tenido el apoyo de un pequeño grupo de militares vinculados al PSOE (los capitanes Fernando Condés y Carlos Faraudo y el teniente José del Castillo).

El aumento de la violencia política en 1936 culminó en los días 12 y 13 de julio con el asesinato del teniente Castillo, que fue vengado por sus subordinados (guardias de asalto) asesinando al diputado derechista José Calvo Sotelo. Suele indicarse que fue ese hecho el que precipitó la sublevación del ejército (17 de julio en África y 18 en la Península); aunque en realidad la conspiración militar organizada por el general Mola estaba cuidadosamente planificada con mucha anterioridad, coordinando a los mandos militares afines, que la política de contención del gobierno del Frente Popular había dispersado por unidades periféricas (una decisión que, más que evitar la rebelión, fue una de las causas de la división del ejército y de que la imposibilidad que el golpe triunfara simultáneamente en toda España condujera a una larga guerra).

Paradójicamente, el gobierno de la República no declaró el estado de guerra hasta 1938, ya en los últimos meses de ésta (para garantizar desde la legalidad el control civil sobre los militares republicanos y sobre un ejército popular que se había construido con criterios revolucionarios desde los partidos y sindicatos de izquierda); mientras que el estado de guerra declarado por los militares sublevados no se levantó hasta 1948, nueve años después de que se firmara el parte de la Victoria, por motivos exactamente opuestos.



Franco con Himmler y Serrano Súñer, 1940.
Franco con Eisenhower, 1959.

Franquismo

El nombramiento de Franco como Jefe de Estado llevó a la formación de un régimen militar explícitamente totalitario[7] e identificado con el fascismo italiano y el nazismo alemán, sus aliados internacionales. Se unificaron todas las fuerzas políticas y sociales que apoyaron el Alzamiento en un mecanismo de participación único denominado Movimiento Nacional. En la práctica se mantuvieron diferencias expresadas en las familias del franquismo (falangistas, católicos, monárquicos -carlistas y juanistas-...) una de las cuales era la familia militar, que, al ser la menos definida ideológicamente, a su vez tenía componentes cercanos a todas ellas. A pesar de la mayoritaria identificación del ejército con el Caudillo, el descontento militar no dejó de estar presente y manifestarse en ciertas circunstancias; e incluso algunos altos mandos consideraron la posibilidad, nunca sustanciada más allá de contactos muy minoritarios, de desplazar a Franco mediante un pronunciamiento militar (generales Orgaz, Aranda y Kindelán).[8]

Franco basó su posición indiscutida en la cúspide del poder en la distribución de cuotas de poder entre las familias. Inicialmente el predominio de los militares fue muy fuerte (general Yagüe, general Varela). Durante el primer periodo de la posguerra española, coincidiendo con la fase de la Segunda Guerra Mundial en que las potencias del Eje llevaban la iniciativa (hasta aproximadamente 1942), el predominio correspondió a los azules o falangistas. Incluso se enviaron soldados a combatir bajo mando alemán contra Rusia (División Azul, general Muñoz Grandes, 1941-1943), pero evitando declarar la guerra a los aliados occidentales. El cambio de tornas en la guerra significó un claro proceso de alejamiento de aquellos y acercamiento a éstos, lo que incluyó una pérdida de cuotas de poder de los azules en beneficio del resto de las familias (especialmente de los católicos).

La prolongada presencia del Generalísimo en el poder, y la alternancia del uso de mecanismos represores y paternalistas en su ejercicio, fueron construyendo una mentalidad social acomodaticia con su régimen y con los valores tradicionales que se identificaban con el propio ejército, que fue definida como franquismo sociológico.

El almirante Luis Carrero Blanco, desde una posición muy discreta, actuó como segundo hombre fuerte del régimen, posición que se pretendió dejar más clara con su nombramiento (9 de junio de 1973) como Presidente del Gobierno, un cargo asumido hasta entonces por el propio Franco, lo que parecía pronosticar su continuidad tras la previsible próxima muerte de Franco y su sucesión por Juan Carlos de Borbón (nombrado sucesor en 1969). Tales expectativas se frustraron por la muerte de Carrero en un atentado terrorista de ETA (20 de diciembre de 1973), que forzó un sentido diferente de la evolución política posterior.

Transición y democracia

La transición española tuvo un protagonismo militar que incluyó una minoritaria presencia de militares antifranquistas (Unión Militar Democrática), fácilmente reprimida. La condición de jefe de las Fuerzas Armadas que se atribuyó al rey fue una de las claves del control de la mayoría del ejército, explícitamente identificado con el franquismo. Otro de los factores clave del proceso fue la inclusión el el gobierno de Adolfo Suárez de un vicepresidente militar, Manuel Gutiérrez Mellado, que se implicó de forma específica en el control del descontento militar (ruido de sables ante los cambios políticos democráticos, el reconocimiento de las autonomías regionales y el gran número de atentados terroristas). Momentos particularmente graves fueron la legalización del Partido Comunista de España (Semana Santa de 1977) y el golpe de Estado del 23-F de 1981.

A partir de la entrada de España en la OTAN (30 de mayo de 1982, durante el gobierno de Leopoldo Calvo Sotelo)[9] y de la llegada al gobierno del PSOE (octubre de 1982), se produjo un proceso de profesionalización de las fuerzas armadas, culminado con la desaparición del servicio militar (9 de marzo de 2001, gobierno del Partido Popular, en un contexto en el que la objeción de conciencia, regulada en el periodo anterior, era cada vez más utilizada por los posibles reclutas, e incluso existía un movimiento más minoritario de insumisión -que implicaba la negativa incluso al servicio civil sustitutorio-).[10]

Es muy significativo que las instituciones militares hayan pasado a ser unas las más valoradas en las encuestas de opinión.[11]

Referencias

Bibliografía

Estudios generales sobre la España contemporánea (para los específicos sobre el militarismo véanse las notas):

Enlaces externos

  • Artehistoria:

Notas

  1. Rafael Núñez Florencio, Teoría y práctica del antimilitarismo en la España liberal, en Manuel Ortiz Heras y otros Movimientos sociales y Estado en la España contemporánea, Universidad de Castilla La Mancha, 2001, ISBN 8484271374. En la nota 9 (pg. 308) cita como fuentes: Josep M. Vallès (Entre el militarismo de gala y el militarismo de faena), Diego López Garrido (La Guardia Civil y los orígenes del Estado centralista), M. Ballbé (Orden público y militarismo en la España constitucional), J. Leixá (Cien años de militarismo en España) y Carlos Seco Serrano (Militarismo y civilismo en la España contemporánea). También cita su propia obra Militarismo y antimilitarismo en España (1886-1906). Indica que la obra de Seco Serrano es discrepante con las otras. Véase otro artículo de Núñez Florencio (Ejército y política bajo la Restauración, en Militares y política militar en la España de la Restauración, pg. 29-74 del Bulletin d'Histoire Contemporaine de l'Espagne, CNRS, diciembre de 1992). Véanse también dos comentarios elogiosos a la obra de Seco Serrano: una reseña del acto de presentación (en el Instituto de España, por el autor y con intervención de Fernando Chueca Goitia), en El País, 30/11/1984; y uno firmado por Pedro Laín Entralgo, Civiles y Militares, 18/12/1984.
  2. Uso bibliográfico de los conceptos endogamia militar, casta militar, corporativismo militar y militarismo español.
  3. Pablo Fernández Albaladejo, Soldados del rey, soldados de Dios, ethos militar y militarismo en la España del siglo XVIII, en El Conde de Aranda y su tiempo, vol. 1, pg. 11 y ss.
  4. Teófanes Egido, Las élites de poder, el gobierno y la oposición. Citado por José Peña González, Historia política del constitucionalismo español, Dykinson, 2006, ISBN 8497729064, pg. 43.
  5. La ruptura fue evidente tanto en el bando patriota como en el afrancesado. Ana Isabel Rodríguez Zurro, Pedro Teodoro Rodríguez Zurro, Tres intentos de pacificar y liberalizar al estamento militar español por parte del gobierno josefino, Investigaciones históricas: Época moderna y contemporánea, ISSN 0210-9425, Nº 22, 2002
  6. Discurso filmado de Franco, 1937: Un estado totalitario armonizará en España el funcionamiento de todas las capacidades y energías del país.
  7. Amando de Miguel sostiene que la familia militar es la que menos rasgos definidos tiene, y por tanto es la más vacía ideológicamente. Citado por Juan Carlos Losada Malvárez, Ideología del Ejército franquista (1939-1959), Istmo, 1990, ISBN 8470902253, pg. 19. Para Javier Tusell La familia militar tenía muy poco de propuesta propia; fue, fundamentalmente, el testimonio de una oposición contra Serrano y contra lo que se considera como la inepcia y la corrupción falangista; resultó especialmente peligrosa para Franco porque era la oposición de sus iguales. Las pruebas de irritación contra la persona de Franco por parte de este sector son numerosísimas. (A los diez años de la muerte de Franco. Por una historia del franquismo desde dentro, en Cuenta y razón, 1985, nº 20, pg. 139)
  8. monografias.com
  9. Miguel González, Licenciados por Pujol, en El País, 10/03/2011.
  10. Artículo sobre la encuesta del CIS

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