Carlismo

Carlismo
Para los partidarios del Archiduque Carlos en la Guerra de Sucesión Española, véase Austracista.
El carlismo hizo suya la enseña tradicional de los ejércitos españoles, la Cruz de Borgoña, considerada bandera representativa del Imperio español.

El carlismo es un movimiento político tradicionalista y legitimista de carácter antiliberal y contrarrevolucionario surgido en España en el siglo XIX que pretende el establecimiento de una rama alternativa de la dinastía de los Borbones en el trono español, y que en sus orígenes propugnaba la vuelta al Antiguo Régimen.

En el siglo XX, el carlismo se fue dividiendo en dos grupos, uno que promueve el, socialismo autogestionario, llamado (el Partido Carlista), y otro partidario del tradicionalismo, llamado Comunión Tradicionalista Carlista. Ambos movimientos tienen actualmente un apoyo electoral residual.

Contenido

Doctrina

Los carlistas formaban el ala tradicional de la sociedad española de la época, englobando a los denominados «apostólicos», tradicionalistas y, sobre todo, a la reacción antiliberal. La lucha entre Isabel II de España, hija de Fernando VII y Don Carlos María Isidro, hermano del rey, fue realmente una lucha entre dos concepciones políticas, sociales y de clase. De una parte los defensores del Antiguo Régimen (la Iglesia, la aristocracia, etc.) y de otra los partidarios de las reformas liberales-burguesas, surgidas como consecuencia de la Revolución francesa y de la Revolución industrial, que habían empezado a reorganizar la sociedad, tanto moral como materialmente, especialmente en las clases populares. Así, el carlismo tuvo escasa repercusión en las grandes ciudades, siendo un movimiento predominantemente rural.

Otro aspecto de la disputa transcurría en el terreno religioso, con el deseo de los carlistas de conservar la inspiración católica de las leyes y las instituciones, propia de la tradición política española. Los liberales iniciaron reformas económicas que despojaban de las tierras a los terratenientes, al tiempo que rechazaban el poder de la Iglesia en el Estado. Así, España se vio reformada en el terreno político, religioso y social. Como consecuencia de ello, apareció la reacción de los terratenientes y de la Iglesia a los nuevos gobiernos que querían modernizar el país.

Además, los partidarios del reclamante Don Carlos calentaban la reinstauración de la totalidad de los fueros de los territorios de las zonas sublevadas (si bien existen discrepancias entre los historiadores respecto si la defensa de los fueros fue un rasgo característico del carlismo desde su origen o si se manifestó ya empezada la Primera Guerra Carlista), aunque, donde surgió por primera vez en Carlismo fue en Castilla, y no en las regiones forales.

Así se conformó el ideario carlista: legitimidad dinástica, tradición católica, monarquía confederal y misionera, con derechos forales de las regiones no afectadas por el decreto de Nueva Planta. Su lema: «Por Dios, por la Patria y el Rey».

Antecedentes

Ya durante el Trienio Liberal (1820–1823) había surgido un movimiento de carácter antiliberal y contrarrevolucionario como reacción a las políticas reformistas que se establecieron desde el poder y que tuvo continuidad en la denominada Guerra de los Agraviados de 1827. Sin embargo, el movimiento hundía sus bases ideológicas en el pensamiento español antiilustrado y antiliberal de autores como Fernando de Zeballos, Lorenzo Hervás y Panduro o Francisco Alvarado, enmarcados en una corriente europea de reacción contra el enciclopedismo y la Revolución francesa.

Nacimiento

Fernando VII.

Fernando VII había quedado viudo por tercera vez, sin descendencia y contrajo un nuevo matrimonio con María Cristina de Borbón-Dos Sicilias en 1829, habiendo designado como sucesor a su hermano Carlos María Isidro. Sin embargo, a finales de marzo de 1830, María Cristina quedó embarazada y ante la posibilidad de tener un heredero, el 31 de marzo de 1830 Fernando VII promulgó ilegalmente la Pragmática Sanción, la cual, aunque había sido aprobada por las Cortes el 30 de septiembre de 1789, en tiempos de Carlos IV, no se había hecho efectiva en aquella época por faltar el mandato imperativo y no figurar cuestión tan grave como el cambio de la ley de sucesión a la Corona en el Orden del Día de las Cortes. La Pragmática establecía que si el rey no tenía heredero varón, heredaría la hija mayor, lo que suponía de hecho la abolición de la Ley Sálica, que no permitía la transmisión de los derechos de sucesión de la Corona por vía femenina, importada de Francia por Felipe V y restableciendo la tradición castellana. Esta decisión excluía, en la práctica, al infante Carlos María Isidro de la sucesión, en tanto que fuera niño o niña, quien naciera sería el heredero directo del rey.

Aunque Carlos IV había intentado derogar la Ley Sálica mediante el citado acuerdo de Cortes, la disposición no había sido promulgada, por lo que no había entrado en vigor al faltarle un elemento fundamental para la validez jurídica. El hecho es que la posterior publicación de la "Novísima Recopilación" hacía necesario volver a convocar cortes a tal efecto para modificar la forma de suceder a la Corona, y hacía por tanto imposible "resucitar" el acuerdo de cortes de Carlos IV. Fue Fernando VII quien sancionó mediante Pragmática dicho acuerdo, vulnerando la legislación vigente y lo promulgó en beneficio de su hija, la futura reina Isabel II y en detrimento del que hasta entonces era su heredero, su hermano Carlos María Isidro. Mucho tuvo que ver en el cambio de actitud, según todos los historiadores, la esposa del rey Fernando, María Cristina de Borbón, deseosa de coronar a su hija Reina de España. La enfermedad del Rey influyó en la Corte, donde unos y otros, partidarios de Isabel y de Carlos, trataron de que el monarca promulgase o no la norma. Fuera cierto o no que, muy poco antes de morir, había modificado el Rey de nuevo su criterio a instancias del Consejo de Ministros, y posiblemente influido por su hermano, lo cierto es que la reinstauración de la Ley Sálica no se produjo por faltar la obligada sanción y promulgación. Los carlistas, que además de denunciar la ilegitimidad de todo el proceso, sostienen la existencia de este último acto del monarca, y en cualquier caso la nulidad jurídica de la Pragmática, consideran que el Rey pudo haber sido presionado, o bien se ocultó la disposición para que nunca entrase en vigor. Los partidarios de la reina Isabel, por su parte, consideraron inexistente norma válida alguna posterior a la derogación de la Ley Sálica, en su parecer perfectamente válida y, por tanto, la heredera del trono era la hija del monarca, futura reina Isabel. Sea como fuere, el rey adoptó la decisión sin el concurso de las Cortes. Esta es la tesis defendida por la mayoría de los historiadores en la actualidad.

Tropas francas isabelinas llamadas «peseteros» o chapelgorris en
Miranda de Ebro (1835).
General carlista Ramón Cabrera, «el Tigre del Maestrazgo».

Así las cosas, el 10 de octubre de 1830 nació la futura Isabel II, siendo proclamada heredera legítima, lo que produjo malestar entre los partidarios del infante Don Carlos, que comenzaron a ser conocidos como «carlistas». Ya en septiembre de 1832, con el rey gravemente enfermo en La Granja de San Ildefonso, se produjo la revuelta de los partidarios el infante Carlos para hacerse con el poder, y aunque fracasó, el ministro Francisco Calomarde, próximo a las ideas apostólicas, consiguió la firma del rey en un codicilio que anulaba la Pragmática Sanción, con lo que el infante Carlos se convertía en el heredero. A pesar de ello, una vez recuperado, Fernando VII anuló el documento derogatorio y el 1 de octubre de 1832 destituyó el gobierno presidido por Calomarde, sustituido por el liberal moderado Francisco Cea Bermúdez, intentando ganarse, con una amnistía y algunas reformas políticas, el apoyo de los liberales a la futura Isabel II, al tiempo que destituía a los partidarios de su hermano Carlos de los puestos de importancia.

Este marchó en marzo de 1833 al exilio a Portugal, negándose a jurar a Isabel como princesa de Asturias, aduciendo que el rey Fernando VII no tenía potestad para promulgar la Pragmática Sanción y que, por tanto, seguía en vigor la Ley Sálica. El infante se proclamó rey con el nombre de Carlos V a la muerte de Fernando VII el 29 de septiembre, al tiempo que hacía un llamamiento al ejército para rebelarse. Consiguió un gran apoyo en el cuerpo de los Voluntarios Realistas.

Guerras carlistas

Artículo principal: Guerras Carlistas
El general carlista Tomás de Zumalacárregui.

En el siglo XIX se produjeron varias insurrecciones de los carlistas contra el gobierno de Isabel II y sucesivos, denominadas en aquella época guerras civiles. Al producirse una nueva insurrección en 1936, que llevó a una guerra más destructiva, se hizo habitual designar como «guerras carlistas» a las del siglo XIX, y reservar el término «Guerra Civil» para la de 1936–1939.

El infante Carlos María Isidro, autoproclamado rey con el
nombre de Carlos V.

Primera Guerra Carlista (1833–1840)

Artículo principal: Primera Guerra Carlista

Fue la más violenta y dramática, con casi 200.000 muertos. Los primeros levantamientos en apoyo de Carlos María de Isidro, proclamado rey por sus seguidores con el nombre de Carlos V, ocurrieron a los pocos días de la muerte de Fernando VII, pero fueron sofocados con facilidad en todas partes salvo en el País Vasco, Navarra, Aragón, Cataluña y la Comunidad Valenciana.

Se trataba sobre todo de una guerra civil, sin embargo tuvo su impacto en el exterior: los países absolutistas (Imperio austríaco, Imperio ruso y Prusia) y el Papado apoyaban aparentemente a los carlistas, mientras que el Reino Unido, Francia y Portugal apoyaban a Isabel II, lo que se tradujo en la firma del Tratado de la Cuádruple Alianza en 1834.

Ambos bandos contaron con grandes generales (Zumalacárregui y Ramón Cabrera en el bando carlista, y Espartero en el bando isabelino, lo que se tradujo en un conflicto arduo y prolongado). Pero el agotamiento carlista llevó a que una parte de ellos, los Moderados dirigidos por el general Rafael Maroto se dividieran y buscasen un acuerdo con el enemigo. Las negociaciones entre Maroto y Espartero culminaron en el Acuerdo de Vergara en 1839 que marcaba el fin de la guerra en el norte del país. Sin embargo, Cabrera resistió en el Levante casi un año más.

Segunda Guerra Carlista (1846–1849)

Artículo principal: Segunda Guerra Carlista
Carlos VI, hijo de Carlos V y abuelo de Carlos VII, fue pretendiente carlista tras
su padre al trono español.

No fue tan dramática como la primera y tuvo un impacto mucho menor. El conflicto se prolongó de forma discontinua entre 1849 y 1860. Su principal campo de batalla fueron las zonas rurales de Cataluña, aunque hubo algunos episodios en Aragón, Navarra y Guipúzcoa. En 1845 el Infante don Carlos había abdicado en favor de su hijo Carlos Luis de Borbón, conde de Montemolín, que toma el nombre de Carlos VI, como pretendiente a la corona. Al mando del general Cabrera, la contienda se caracteriza por acciones guerrilleras que no consiguen resultado, haciendo que Cabrera tenga que cruzar la frontera, si bien algunos focos resistieron hasta 1860 en acciones más propias del bandolerismo.

Tercera Guerra Carlista (1872–1876)

Artículo principal: Tercera Guerra Carlista

La tercera guerra carlista se inició con el levantamiento armado de los partidarios de Carlos VII (en 1868 el pretendiente publicó un manifiesto en el que exponía sus ideas, entre ellas la de constituir unas Cortes de estructura tradicional y promulgar una Constitución o carta otorgada, así como realizar una política económica proteccionista) sobre la monarquía de Amadeo I y después contra Alfonso XII, hijo de Isabel II, proclamado rey por el general Martínez Campos en Sagunto.

Los principales escenarios de conflicto de esta guerra fueron las zonas rurales de las Vascongadas, Navarra y Cataluña, y con menor repercusión en zonas como Aragón, Valencia y Castilla.

Este nuevo conflicto fue uno de los factores que desestabilizaron la monarquía constitucional de Amadeo I y la I República.

La guerra finalizó en 1876 con la conquista de Estella, la capital carlista y la huida a Francia del pretendiente. Hubo algunos intentos posteriores de sublevación, aprovechando el descontento por la pérdida de las posesiones ultramarinas en 1898, pero no tuvieron éxito.

Del fin de las guerras carlistas a la guerra civil

Carlos VII

El pretendiente Carlos VII, en un dibujo de la revista británica Vanity Fair de 1876.

En 1879 Cándido Nocedal, como representante del pretendiente en España, reorganizó el carlismo enfatizando su carácter de movimiento católico y apoyándose en una red de periódicos afines que efecturaron una política muy agresiva, lo cual le enfrentó con sectores carlistas que formaron la Unión Católica, grupo dirigido por Alejandro Pidal, que acabó uniéndose con los conservadores de Antonio Cánovas del Castillo.

Tras la muerte de Cándido Nocedal el pretendiente asumió la dirección del partido para evitar enfrentamientos, pero en 1888 acabó expulsando a Ramón Nocedal, hijo de Cándido y heredero de su pensamiento, que creó un partido integrista, de pequeño tamaño pero con mucha influencia en círculos radicales, el Partido Católico Nacional. A partir de 1890 el marqués de Cerralbo estuvo al frente del carlismo, reconstruyéndolo como un moderno partido de masas, centrado en asambleas locales, llamadas círculos, que llegaron a ser cientos en toda España y con más de 30.000 asociados en 1896. Esas asambleas fueron copiadas por otras fuerzas políticas; además de la actividad política, realizaban acciones sociales, lo que llevó al carlismo a una participación activa de oposición al sistema político de la Restauración como Comunión Tradicionalista. Esta formación conseguiría 5 diputados en 1891, 7 en 1893, 10 en 1896, 6 en 1898, 2 en 1899, participando en coaliciones como Solidaritat Catalana en 1907, junto con regionalistas y republicanos.

A partir de 1893 Juan Vázquez de Mella se convierte en el líder parlamentario y principal ideólogo del carlismo, teniendo una amplia influencia en el pensamiento tradicional español.

En 1895, Sabino Arana y su hermano, evolucionan desde el carlismo hasta el nacionalismo vasco, reclamando los fueros de los territorios vascos, fundando el Partido Nacionalista Vasco (PNV).

Con la pérdida de las colonias en 1898 los carlistas sopesan una acción insurreccional que no llegó a producirse, aunque en octubre de 1900 se levantaron algunas partidas en Badalona sin autorización de los jefes carlistas. Ello llevó al carlismo a una crisis y al cierre de círculos y publicaciones por parte de las autoridades. El representante del pretendiente desde 1898, Matías Barrio Mier, se dedicó a reconstruir el movimiento, potenció las juventudes del mismo. En las elecciones de 1901 el carlismo consiguió 6 diputados, 7 en 1903, 4 en 1905 y 14 en 1907 gracias a la participación en Solidaritat Catalana.

Jaime III

Jaime de Borbón y Borbón-Parma.

El 18 de julio de 1909 muere el pretendiente Carlos VII y será su hijo Jaime de Borbón, con el nombre de Jaime III, quien asume el puesto de pretendiente carlista. Bartolomé Feliú fue su representante en España hasta 1912 y Juan Vázquez de Mella el encargado de la secretaría política del carlismo, a pesar de las malas relaciones entre él y el pretendiente.

En 1910 los carlistas ocuparon 4 escaños y en 1914 quedaron reducidos a tan sólo 2. Entre 1912 y 1918 una junta presidida por el marqués de Cerralbo ostentó la jefatura del partido. En 1913 comenzó a organizarse el requeté como la organización paramilitar del partido.

Durante la Primera Guerra Mundial Jaime vivió bajo arresto domiciliario en el Imperio austrohúngaro por su apoyo a Francia y a los aliados, sin casi comunicación con la dirección política carlista en España, que seguía encabezando Vázquez de Mella, con un carácter germanófilo. Tras la derrota de los imperios centrales, Vázquez de Mella, Cerralbo, Pradera y otros líderes carlistas, conocidos como mellistas, dejaron el partido en 1919 y se organizaron en el Partido Católico Tradicionalista.

Los carlistas bajo el liderato directo del pretendiente evolucionaron hacia posturas socialistas, al modo de Péguy o el distributismo inglés. Incluso Jaime III llegó a definirse como socialista, inspirándose en la doctrina social de la Iglesia Católica, y renovando su foralismo en clave confederal. En 1919 los carlistas consiguieron 3 escaños en el Congreso. En 1919 el carlismo tuvo un importante papel en la fundación de los Sindicatos Libres (sindicalismo católico).

El carlismo mantuvo una relación ambigua con la Dictadura de Primo de Rivera hasta 1925, cuando el pretendiente publicó un manifiesto contra ella, sucediéndose un período de represión de sus actividades por parte del régimen, del que tan sólo se recuperó en 1930 con la presentación de proyectos de Estatuto para Cataluña en 1930 y el Estatuto de Estella (Navarra y País Vasco) de 1931. Al tiempo, miembros de las otras familias carlistas colaboraron con la dictadura, como Víctor Pradera, líder de la Unión Patriótica.

El carlismo llegaba muy debilitado al comienzo del periodo republicano. Desde 1931 adoptó una posición definida contra la Segunda República, formando una alianza electoral con el PNV, la Lliga Regionalista y pequeños partidos de la derecha, consiguiendo 7 diputados en las Cortes Constituyentes. El pretendiente Jaime celebró conversaciones con Alfonso XIII para la reunificación de sus ramas de la casa de Borbón, con la propuesta de establecer a Jaime como jefe de la casa de Borbón a cambio de que nombrara heredero al infante Juan, hijo de Alfonso XIII. Las negociaciones terminaron bruscamente con la muerte de Jaime a consecuencia de una caída de caballo el 2 de octubre de 1931.

Alfonso Carlos I

Alfonso Carlos de Borbón.

El único heredero directo era Alfonso Carlos de Borbón, hermano de Carlos VII, de 82 años, que tomó el nombre de Alfonso Carlos I en memoria de su hermano y reorganizó en 1932 el movimiento carlista como Comunión Tradicionalista, la denominación de Partido Carlista desapareció y se adoptaron nuevamente posturas ideológicas integristas, propiciando la vuelta de los mellistas y a la que se unieron otros movimientos católicos que temían una república laicista. Alfonso Carlos modificó la estructura del carlismo y creó la Junta Suprema de la Comunión Tradicionalista en la que había representación carlista, integrista, tradicionalista y pro-alfonsinos, tras el fallecimiento del marqués de Villores, le sucede el pro-alfonsino conde de Rodezno.[1] De esta forma el carlismo entró en una fase de expansión, aumentando la actividad y el número de los círculos o creándose secciones femeninas (las «Margaritas»). La Comunión Tradicionalista tuvo un importante respaldo en el País Vasco, Navarra, Cataluña y también en Andalucía, donde destacó rápidamente el abogado Manuel Fal Conde que provenía del integrismo.

Los carlistas apoyaron el intento de golpe de estado del general Sanjurjo, -quien también venía de familia carlista- el 10 de agosto de 1932 y sus juventudes tuvieron serios enfrentamientos con los partidos de la izquierda anticristiana. Además, a pesar de su apoyo inicial al Estatuto de Cataluña acabaron por oponerse a él, lo que acabó con la relación con la Lliga, y posteriormente con el PNV cuando los carlistas de Álava se opusieron al estatuto vasco.

En las elecciones legislativas de 1933 participaron dentro de las candidaturas de derechas, consiguiendo 21 diputados, pero la alianza radical-cedista empujó a Comunión Tradicionalista a una posición de extrema derecha, provocando la radicalización de sus bases.

Tras un fallido intento de aproximación con el destronado rey Alfonso XIII,[2] y la divergencia de intereses con el conde de Rodezno, por su estrategia de aproximación a Alfonso XIII, Alfonso Carlos suprimió la Junta y designó en mayo de 1934 a Manuel Fal Conde como Secretario General de la Comunión Tradicionalista, más combativo y hostil al acercamiento a los alfonsinos.[3] Durante ese año Fal Conde organizó los aspectos referidos a juventud, prensa, propaganda, hacienda y Requeté. A partir de los sucesos revolucionarios de octubre de 1934, los carlistas pasaron a la conspiración y a la acción directa en contra de la República. El hecho que la única salida posible al régimen republicano era la insurrección armada lo que se manifestó en la reorganización del Requeté.[4]

Ante el proceso de acercamiento con los alfonsinos, un sector del carlismo denominado Núcleo de la Lealtad cuyo periódico era El Cruzado español propugnó que estando las demás ramas borbónicas inhábiles de acuerdo al tradicionalismo, y de acuerdo a la pragmática de 1713 los derechos dinásticos corresponderían por vía femenina a la hija mayor de Carlos VII, lo que fue desautorizado por Alfonso Carlos.[5] [6] Pero dada la elevada edad de Alfonso Carlos, no tener decendencia y tras haber roto sus opciones con los alfonsinos, el pretendiente se reafirmó en sus posiciones antiliberales y designó para ser regente a su sobrino Javier de Borbón-Parma en enero de 1936.[7] Y falleció por un accidente el 29 de septiembre de 1936.

Guerra civil española

Bandera tradicionalista de los Requetés.

En las elecciones de febrero de 1936 los carlistas consiguieron 10 escaños en las candidaturas de la derecha. Los carlistas rompieron con los alfonsinos en abril de 1936 y prepararon su propio levantamiento armado contra la República, bajo la dirección de Manuel Fal Conde, que había conseguido aumentar espectacularmente la influencia del carlismo en Andalucía, y de José Luis Zamanillo, delegado nacional del Requeté (milicias armadas del carlismo), que habían formado la Junta Suprema Militar Carlista.

Sin embargo, tras largas negociaciones acabaron sumándose al que preparaba el ejército y que daría lugar a la Guerra Civil española, en la que participaron unidades de voluntarios carlistas, agrupados en Tercios de Requetés, los cuáles tuvieron una actividad destacada. Bajo el mando del general Mola formaron una columna que trató de tomar Madrid, no siendo detenida hasta el puerto de Navacerrada. Sin embargo, ya desde el comienzo de la guerra los carlistas, y en especial su líder Manuel Fal Conde, tuvieron serias divergencias con la jefatura de la sublevación. Entretanto, a la muerte del pretendiente Alfonso Carlos el 29 de septiembre de 1936 Javier de Borbón-Parma asumió la regencia, tal como había dispuesto el pretendiente.

El carlismo se mantuvo dividido, un grupo más intransigente liderado por Fal Conde, con respaldo del regente Javier de Borbón, y otro más identificado con los sublevados, encabezado por el conde de Rodezno. La unificación impuesta por Franco en abril de 1937 con la Falange Española, en contra de la opinión de Fal Conde y del regente, contó con la aceptación de la mayor parte de los carlistas en el frente,[8] especialmente el apoyo del carlismo navarro y de parte del vasco, que apoyaba al conde de Rodezno.[9] El regente expulsó de Comunión Tradicionalista a los que aceptaron puestos en el nuevo partido único, la Falange Española Tradicionalista y de las JONS, y tras una entrevista con Francisco Franco fue expulsado de España, estableciéndose en Francia.

La unificación terminó con el carlismo como partido, aunque no como fuerza política, y aunque perdió sus periódicos y edificios, mantuvo una cierta influencia en el gobierno franquista, a través del Ministro de Justicia, que era el conde de Rodezno, al tiempo que los carlistas manifestaban su disgusto con la ideología parafascista que predominaba en la FET y de las JONS. Con la ocupación alemana de Francia los nazis detuvieron al regente Javier de Borbón-Parma y lo trasladaron al campo de concentración de Natzweiler y luego, ante el avance de los aliados, al de Dachau hasta su liberación.

El carlismo durante el franquismo

Variante del escudo vigente durante el periodo de la Restauración en el que se incorporó el Sagrado Corazón de Jesús. Este escudo fue muy utilizado por el Carlismo durante la Guerra Civil y los años inmediatamente posteriores a esta.[10]

Durante el franquismo, el carlismo que había sido oficialmente "integrado" en el Movimiento Nacional, quedó relegado frente a la Falange, y en la práctica perseguido, con detenciones, cierres de círculos y confiscación de publicaciones y rotativos. Al mismo tiempo, el carlismo tuvo su propia crisis dinástica interna.[11]

En 1943 el grupo heredero del Núcleo de la Lealtad (o carlo-octavistas) encabezados por Jesús de Cora, y con cierto apoyo dentro del régimen franquista, reconoció al archiduque Carlos de Habsburgo-Lorena y Borbón como rey con el nombre de Carlos VIII, nieto de Carlos VII por vía femenina. Comunión Carlista fue liderada por Jesús de Cora y Carlos VIII obtuvo el apoyo del régimen franquista para crear disidencias entre los monárquicos. Tras el fallecimiento del archiduque en 1953, sus partidarios intentaron revivir el movimiento con sus hermanos, pero en vano, en 1986, lo que quedaba de Comunión Carlista se integró en Comunión Tradicionalista Carlista.

Durente la posguerra, la Comunión Carlista tuvo una existencia marginal y falta de liderazgo efectivo. Javier de Borbón-Parma regresó en diversos momentos a España, siendo en todas ellas expulsado por las autoridades franquistas por su actividad política. Finalmente en 1952, don Javier asume formalmente la sucesión de Alfonso Carlos debido a las presiones de los dirigentes del carlismo para poner fin a la regencia, proclamándose rey con el nombre de Javier I. A partir de 1955 con el cese de Fal Conde y la asunción de la jefatura carlista por Javier, se nombra una junta presidida por José María Valiente, que realizó una política de colaboración con el régimen.[12]

La falta de liderazgo e indecisiones de Javier de Borbón produjo nuevas divisiones:

  • El 20 de diciembre de 1957 unos 50 dirigentes carlistas, dirigidos por Luis Arellano y José María Arauz de Robles, visitaron a Juan de Borbón en Estoril para reconocerlo como rey. Previamente en 1946, el conde de Rodezno ya había hecho una aproximación a Juan de Borbón del que salieron las Bases de Estoril.[13] Las facciones javieristas y juanis se enfrentarían n Montejurra desde 1958.[14]
  • En 1958 Mauricio de Sivatte, expulsado del carlismo en 1950, estableció un grupo bajo el nombre de «Regencia Nacional y Carlista de Estella» (RENACE) de carácter antifranquista e integrista. Sivatte consiguió arrastrar inicialmente a gran parte de los carlistas catalanes, pero casi todos sus partidarios lo abandonaron en 1964 para volver a reintegrarse en el carlismo que lideraban Don Javier y su hijo Carlos Hugo. En 1986, se integró en la Comunión Tradicionalista Carlista.

En la década de 1960 comenzó la etapa de honda renovación ideológica de una parte del carlismo, impulsada por la organización universitaria AET y la obrera MOT con el apoyo del pretendiente Javier. Se gesta así un giro hacia la izquierda que se vio refrendado por el ascenso de José María de Zavala a la secretaria general del carlismo en 1966. Sus planteamientos de descentralización eran un desafío al régimen franquista, por lo que en 1968 el Régimen expulsó al príncipe Hugo y al rey Javier de España

Ante la designación de Juan Carlos de Borbón como sucesor de Franco, la Comunión Tradicionalista aceleró su evolución ideológica al socialismo autogestionario.[15] En 1971 la junta de gobierno del carlismo reconoció abiertamente su oposición al régimen franquista y el en Congreso del Pueblo Carlista se cambió la denominación de Comunión Tradicionalista por el de Partido Carlista. Incluso hubo intentos de lucha armada dentro del movimiento carlista protagonizados por los Grupos de Acción Carlista (GAC). En el congreso federal de 1972, el Partido Carlista se definió como un partido de masas, de clase, democrático, socialista y monárquico federal.[16] El nuevo Partido Carlista se incorporó a la Junta Democrática de España y depués de abandonarla a la Plataforma de Convergencia Democrática.

Poco después de que el pretendiente sufriera un accidente de automóvil, este otorgó plenos poderes a su hijo, Carlos Hugo de Borbón-Parma, para dirigir el partido, y el 20 de abril de 1975 abdicó en él. Durante estos años, el Secretario Federal de Organización del Partido Carlista fue el periodista Carlos Carnicero. Un sector del carlismo encabezado por Raimundo de Miguel, Juan Sáenz-Díez y José Arturo Márquez de Prado no reconoció a Carlos Hugo como rey por no aceptar este el ideario tradicional de Dios, Patria , Fueros y Rey, y en julio de 1975 se separó formalmente del Partido Carlista reactivando la Comunión Tradicionalista,[17] con fuerza en Sevilla, pero que no pudo atraerse a los sectores tradicionalistas escindidos del carlismo con anterioridad, como la RENACE. Otra parte de los carlistas disconformes con la postura de Carlos Hugo formaron partidos como la Unión Nacional Española, Partido Social Regionalista (Unión Institucional) o se integraron en partidos franquistas como Fuerza Nueva.

El carlismo en la actualidad

Tras la muerte de Franco, el príncipe Sixto de Borbón, hermano de Carlos Hugo, apoyado por elementos de origen franquista y la Comunión Tradicionalista, intentó organizar un carlismo de extrema derecha alternativo al Partido Carlista, con una fuerte colaboración de Fuerza Nueva, llegando sus seguidores a realizar un atentado contra los carlistas fieles a Carlos Hugo en la concentración anual del carlismo en Montejurra en 1976, en lo que comúnmente se denominó como los «Sucesos de Montejurra» y que se saldaron con la muerte a balazos de dos carlistas (Ricardo García Pellejero y Aniano Jiménez Santos) y varios heridos. En sentencia de la Audiencia Nacional de 5 de noviembre de 2003 se reconoció a los dos asesinados como «víctimas del terrorismo», remitiéndose a la Sentencia dictada por el Tribunal Supremo de 3 de julio de 1978, siéndole entregada a una de sus viudas la Medalla de Oro de Navarra. Los responsables de estos hechos se beneficiaron de la amnistía de 1977 y quedó extinguida su responsabilidad penal.

A la llegada de la Transición, el Partido Carlista, que tenía 8.500 militantes en 1977, no pudo participar en las primeras elecciones al parlamento español, por no llegarle el reconocimiento a tiempo, lo que no impidió que pidiera el voto positivo para la Constitución de 1978. Sin embargo, una parte importante de los militantes y simpatizantes del partido optaron por entrar en movimientos nacionalistas y regionalistas de izquierdas. Carlos Hugo dimitió de sus cargos y causó baja en el Partido Carlista en 1980, aunque sin renunciar a sus derechos dinásticos a la corona de España.

Emblema del Partido Carlista.

Los elementos tradicionalistas del carlismo se reorganizaron en el «Congreso de la Unidad Carlista», celebrado en 1986 en San Lorenzo de El Escorial, refundando la Comunión Tradicionalista Carlista (CTC),[18] que se proclama heredera y continuadora de la historia, doctrina y pensamiento monárquico y político del carlismo. Esta formación, que actualmente no reconoce a ningún pretendiente, CTC concurrió a las elecciones al Parlamento Europeo de 1994, obteniendo en toda España 5.226 votos (0,03%), y obtuvo 25.000 votos en toda España en sus candidaturas al Senado en 2004 y 45.000 votos en sus candidaturas al Senado en las elecciones generales de 2008 también en toda España.

El carlismo de izquierdas continuó electoralmente con el Partido Carlista al que está federado en Navarra y País Vasco el Partido Carlista de Euskalherria / Euskal-Herriko Karlista Alderdia (EKA), inscrito en el Registro de Asociaciones Políticas, del Ministerio del Interior, que aprobó sus Estatutos el 21 de julio de 2000 (Tomo IV, Folio 334), con el lema «Libertad, Socialismo, Federalismo y Autogestión». Inicialmente fue denominado por influencia de la terminología aranista Euskadiko Karlista Alderdia. Sigue celebrando todos los años el acto de Montejurra el primer domingo de mayo. En el año 2000 comenzó un proceso de reconstrucción del partido y se presentó a las elecciones municipales de 2003 en varios municipios navarros, obteniendo representación en unos pocos ayuntamientos.

Pretendientes carlistas

Símbolos

Caricatura del Carlismo de La Flaca, con personajes e ideales: «Dios, Patria y Rey».

Notas

  1. [1]
  2. [2]
  3. [3]
  4. [4]
  5. [5]
  6. [6]
  7. [7]
  8. [8]
  9. [9]
  10. Menéndez Pidal y Navascués, Faustino, Hugo. El escudo. P. 212. At Menéndez Pidal y Navascués, Faustino; O´Donnell y Duque de Estrada, Hugo; Lolo, Begoña. Símbolos de España. Madrid: Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 1999. ISBN 84-259-1074-9
  11. [10]
  12. [11]
  13. [12]
  14. [13]
  15. [14]
  16. [15]
  17. [16]
  18. [17]

Véase también

Bibliografía

  • Gabriel Alférez: Historia del Carlismo, Madrid 1995
  • Pere Anguera: El carlisme a Catalunya 1827–1936, Barcelona 1999
  • Xosé Ramón Barreiro: El carlismo gallego, Santiago 1976
  • Jordi Canal: El Carlismo, Madrid 2000
  • Josep Carles Clemente: Bases documentales del carlismo y de las guerras civiles de los siglos XIX y XX, Madrid 1985
  • Josep Carles Clemente: El Carlismo. Historia de una disidencia social (1833–1976), Barcelona 1990
  • Josep Carles Clemente: Seis estudios sobre el Carlismo, Huerga Y Fierro Editores, 1999
  • Josep Carles Clemente: Historia general del carlismo, Madrid 1992
  • José Extramiana: Historia de las guerras carlistas, San Sebastián 1978–1979
  • Melchor Ferrer: Historia del tradicionalismo español, Sevilla, 30 vol. 1941–1979
  • Román Oyarzun: Historia del carlismo, Madrid 1939
  • Antonio Pirala: Historia de la guerra civil y de los partidos liberal y carlista, Madrid 1984
  • Joseph Zabalo: Le carlisme. La contre-révolution en Espagne, Biarriz 1993

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