Rodrigo Díaz de Vivar

Rodrigo Díaz de Vivar
Rodrigo Díaz
Príncipe de Valencia (1094-1099)
El Cid-estatua-(Parque de Balboa).jpg
Estatua del Cid por Anna Hyatt Huntington en el parque Balboa en San Diego (Estados Unidos)
Nombre real Rodrigo Díaz el Campeador
Nacimiento c. 1048
¿Vivar del Cid?, Burgos
Fallecimiento 1099
Valencia
Entierro Catedral de Valencia (1099)
Monasterio de San Pedro de Cardeña (1102)
Catedral de Burgos (1921)
Sucesor Jimena Díaz
Cónyuge/s Jimena Díaz
Descendencia María, Cristina y
Diego Rodríguez
Padre Diego Laínez o Flaínez
Firma autógrafa de Rodrigo Díaz: Ego Ruderico en un diploma de dotación a la Catedral de Valencia de 1098.
Fragmentos (renglones 15-16 y 29-final) del diploma de dotación del Cid a la catedral de Valencia. En la línea 16 del texto (2ª de la imagen), aparece, subrayada, la datación «LXXXXº VIIIº post millesimum», es decir, 1098 (Menéndez Pidal [1918:3]). Por otros datos internos se precisaría su fecha después del 24 de junio de 1098. En las líneas 34-35 del documento completo, penúltima y última del cuerpo del texto, aparece el autógrafo de Rodrigo Díaz: «ego ruderico, simul cum coniuge mea, afirmo oc quod superius scriptum est».[1]
«El Cid» redirige aquí. Para otras acepciones, véase El Cid (desambiguación).
«Rodrigo Díaz» redirige aquí. Para otras acepciones, véase Rodrigo Díaz (desambiguación).

Rodrigo Díaz (¿Vivar del Cid, provincia de Burgos?,[2] c. 1048[3] – Valencia, 1099) fue un caballero castellano que llegó a dominar al frente de su propia mesnada el Levante de la Península Ibérica a finales del siglo XI de forma autónoma respecto de la autoridad de rey alguno. Consiguió conquistar Valencia y estableció en esta ciudad un señorío independiente desde el 17 de junio de 1094[4] hasta su muerte; su esposa Jimena Díaz lo heredó y mantuvo hasta 1102.

Se trata de una figura histórica y legendaria de la Reconquista, cuya vida inspiró el más importante cantar de gesta de la literatura española, el Cantar de mio Cid. Ha pasado a la posteridad como el Campeador o el Cid (del árabe dialectal سيد sīdi, 'señor'). Por el cognomento de «Campeador» fue conocido en vida, pues se atestigua desde 1098 en un documento firmado por el propio Rodrigo Díaz,[1] y las fuentes árabes del siglo XI y principios del XII lo llaman Rudriq o Ludriq al-Kanbiyatur o al-Qanbiyatur ('Rodrigo el Campeador');[5] el sobrenombre de «Cid», aunque se conjetura que pudieron usarlo sus coetáneos zaragozanos[6] o valencianos, aparece por vez primera en el Poema de Almería, compuesto entre 1147 y 1149.

Contenido

Biografía

Nacimiento y genealogía

Rodrigo Díaz nació a mediados del siglo XI; las distintas propuestas dignas de estudio han oscilado entre 1041 (Menéndez Pidal) y 1057 (Ubieto Arteta), aunque actualmente cuenta con más partidarios una fecha situada entre 1045 y 1050; según Martínez Diez lo más probable es que naciera en 1048.[3] Su lugar de nacimiento está firmemente señalado por la tradición en Vivar del Cid, a 10 km de Burgos, aunque se carece de fuentes contemporáneas a Rodrigo que lo corroboren, y la asociación de Vivar con el Cid se documenta por vez primera en el Cantar de mio Cid.[7]

Era hijo de Diego Laínez, infanzón «capitán de frontera» en las luchas entre navarros y castellanos en la línea de Ubierna (Atapuerca),[8] o de Diego Flaínez, en cuyo caso se trataría de un miembro de una ilustre familia leonesa, los Flaínez,[9] descendiente de uno de los cuatro más altos linajes del noroeste español, condes emparentados con los Vanigómez, Ramiro II de León y los reyes de Asturias.[10] De su madre se conoce el apellido, Rodríguez (más inseguro es su nombre, que podría ser María, Sancha o Teresa), hija de Rodrigo Álvarez de Asturias, de una de las familias nobles del condado de Castilla.[11]

Según la Historia Roderici, su abuelo por vía paterna era Laín Núñez, quien aparece como testigo en documentos expedidos por el rey Fernando I de León y Castilla, a su vez descendiente de Laín Calvo, uno de los míticos Jueces de Castilla. Sin embargo, la genealogía de la Historia Roderici parece encaminada a buscarle parentesco con los legendarios Jueces castellanos. Según Margarita Torres y Alberto Montaner Frutos, su abuelo sería Flaín Muñoz, un conde de León que vivió en torno al año 1000.[12] [13]

Francisco Javier Peña Pérez resume el estado de la cuestión en una monografía de 2009.[14] Todas las interpretaciones parten de la genealogía de la Historia Roderici, y el propio autor de la biografía latina da su linaje con poca convicción utilizando la expresión «El origen de Rodrigo parece ser (esse videtur)...».[15] Además los ancestros paternos que allí aparecen no están documentados en diplomas de la época, excepto su padre, Diego Laínez o Flaínez, de forma esporádica. Menéndez Pidal, en su monumental La España del Cid (1929), en una línea de pensamiento neotradicionalista que se basa en la veracidad intrínseca de la literatura folclórica de cantares de gesta y romances, buscó a un Cid de orígenes castellanos y humildes dentro de los infanzones, lo que cuadraba con su pensamiento de que el Cantar de mio Cid contenía una esencial historicidad. El poeta del Cantar diseña a su héroe como un caballero de baja hidalguía que asciende en la escala social hasta emparentar con monarquías, en oposición constante a los arraigados intereses de la nobleza terrateniente de León. Esta tesis tradicionalista es seguida también por Gonzalo Martínez Diez, quien ve en el padre del Cid a un «capitán de frontera» de poco relieve cuando señala «La ausencia total de Diego Laínez en todos los documentos otorgados por el rey Fernando I nos confirma que el infanzón de Vivar no figuró en ningún momento entre los primeros magnates del reino».[16] Sin embargo, esta visión se conjuga mal con la calificación de la Historia Roderici, que habla de Rodrigo Díaz como «varón ilustrísimo», es decir, perteneciente a la aristocracia; en el mismo sentido se pronuncia el Carmen Campidoctoris, que lo hace «Nobiliori de genere ortus» ('Descendiente del más noble linaje').[17] Por otro lado, recientes estudios han desvelado que el patrimonio que Rodrigo heredó de su padre era extenso, e incluía propiedades en numerosas localidades de la comarca del valle del río Ubierna, lo que solo era dado a un magnate, para lo que no obsta haber adquirido estas potestades en su vida de guerrero en la frontera, como sí fue el caso del padre del Cid. Se conjetura que el padre de Rodrigo Díaz no perteneció a la corte real o bien por su oposición a Fernando I, o bien por haber nacido de matrimonio ilegítimo, lo que parece más probable.[18] El apellido materno, por otra parte, era de antiguo abolengo. Dado este panorama, Peña Pérez (2009) concluye:

(...) nada nos impide pensar (...) que la genealogía de Rodrigo no sea más que un artificio literario, utilizado por sus primeros cronistas, vinculados a la corte navarra, para dar brillo genealógico al que, desde mediados del siglo XII, se estaba conformando como un icono legitimador de la dinastía de Sancho Ramírez el Restaurador (...) las recientes investigaciones sobre el patrimonio material de Rodrigo y el ascendiente familiar de su madre permiten concluir que en ningún modo estamos autorizados a calificar socialmente a Rodrigo como un mero infanzón; más bien al contrario, todo apunta hacia la necesidad de proceder a una recalificación de su perfil nobiliario, en cuyas filas más encumbradas se instalaría desde niño gracias a la herencia de su padre y al apellido de su madre.
Francisco Javier Peña Pérez (2009:39)
Estatua del Cid, en Buenos Aires, obra de Anna Hyatt Huntington, inaugurada en octubre de 1935.

En 1058, siendo muy joven, entró en el servicio de la corte del rey Fernando I de León, como doncel o paje del príncipe Sancho, formando parte de su séquito. Este temprano ingreso en el séquito real de Fernando I es otro indicio que lleva a pensar que no era el muchacho Rodrigo Díaz un humilde infanzón, aunque su estatus en la alta nobleza lo debió tener «en calidad de recién llegado», y no como perteneciente a una raigambre de larga prosapia. En definitiva, el mito del Cid como infanzón humilde parece más bien un intento de acomodar el carácter del personaje legendario del Cantar de mio Cid al Rodrigo Díaz histórico para aumentar la heroicidad del protagonista, caracterizado como un castellano viejo pero de condición baja, y por tanto, en la necesidad original de Menéndez Pidal de no vincular en modo alguno a Rodrigo Díaz con una familia de alto linaje, como podía ser el mítico juez de Castilla Laín Calvo.[19]

Juventud. Al servicio de Sancho II de Castilla

Rodrigo Díaz, muy joven, sirvió al infante Sancho, futuro Sancho II de Castilla. En su séquito fue instruido tanto en el manejo de las armas como en sus primeras letras, pues está documentado que sabía leer y escribir. Existe un diploma de dotación a la Catedral de Valencia de 1098 que Rodrigo suscribe con la fórmula autógrafa «Ego Ruderico, simul cum coniuge mea, afirmo oc quod superius scriptum est» ('Yo Rodrigo, junto con mi esposa, suscribo lo que está arriba escrito'). Tuvo, asimismo, conocimientos de derecho, pues intervino en dos ocasiones a instancias regias para dirimir contenciosos jurídicos, aunque quizá en el ambiente de la corte un noble de la posición de Rodrigo Díaz pudiera estar oralmente familiarizado con conceptos legales lo suficiente como para ser convocado en este tipo de procesos.[20]

Posiblemente Rodrigo Díaz acompañara al ejército del aún infante Sancho II cuando acudió a la batalla de Graus para ayudar al rey de la taifa de Zaragoza Al-Muqtadir contra Ramiro I de Aragón en 1063.[21] [12] [22] Desde el acceso al trono de Castilla de Sancho II los últimos días del año 1065 hasta la muerte de este rey en 1072, el Cid gozó del favor regio como magnate de su séquito, y llegó a ocuparse de ser armiger regis 'armígero real', cuya función en el siglo XI era similar a la de un escudero, y sus atribuciones no eran todavía las del alférez real descrito en Las Partidas en el siglo XIII. El cargo de armígero se convertiría en el de alférez a lo largo del siglo XII, pues iría asumiendo competencias como la de portar la enseña real a caballo y ocupar la jefatura de la mesnada del rey. Durante el reinado de Sancho II de Castilla las tareas del armiger (guardar las armas del señor, fundamentalmente en ceremonias formales) eran encomendadas a caballeros jóvenes que se iniciaban en las funciones palatinas.[23] [24]

Combatió con Sancho en la guerra que este sostuvo contra su hermano Alfonso VI, rey de León, y con su hermano García, rey de Galicia. Los tres hermanos se disputaban la primacía sobre el reino dividido tras la muerte del padre y luchaban por reunificarlo. Las cualidades bélicas de Rodrigo comenzaron a destacar en las victorias castellanas de Llantada (1068) y Golpejera (1072).[12] Tras esta última Alfonso VI fue capturado, de modo que Sancho se adueñó de León y de Galicia, convirtiéndose en Sancho II de León. Quizá en estas campañas ganara Rodrigo Díaz el sobrenombre de «Campeador», es decir, guerrero en batallas a campo abierto.[12] [25]

Tras el acceso de Sancho al trono leonés, parte de la nobleza leonesa se sublevó y se hizo fuerte en Zamora bajo el amparo de la infanta doña Urraca, hermana de los anteriores. Con la ayuda de Rodrigo Díaz el rey sitió la ciudad, pero murió asesinado —según cuenta una extendida tradición— por el noble zamorano Bellido Dolfos, si bien la Historia Roderici no recoge que la muerte fuera por traición.[26] El episodio del Cerco de Zamora es uno de los que más recreaciones ha sufrido por parte de cantares de gesta, crónicas y romances, por lo que la información histórica acerca de este episodio es muy difícil de separar de la legendaria.[27]

Estatua de El Cid, en Burgos, obra de Juan Cristóbal González Quesada, inaugurada en 1955.

Caballero de confianza de Alfonso VI

Alfonso VI recuperó el trono de León y sucedió a su hermano en el de Castilla, anexionándolo junto a Galicia y volviendo a conseguir la unión del reino legionense que había desgajado su padre Fernando a su muerte. El conocido episodio de la Jura de Santa Gadea es una invención, según Martínez Diez «carente de cualquier base histórica o documental». La primera aparición de este pasaje literario data de 1236.[28]

Las relaciones entre Alfonso y Rodrigo Díaz fueron en esta época excelentes;[29] aunque con el nuevo rey no desempeñó la función de armiger regis y fue sustituido por el conde de Nájera García Ordóñez, lo nombró juez o procurador en varios pleitos y le proporcionó un honroso matrimonio con Jimena Díaz (entre julio de 1074 y el 12 de mayo de 1076),[30] noble asturiana bisnieta de Alfonso V de León, con quien tuvo tres hijos: Diego, María (casada con el conde de Barcelona Ramón Berenguer III)[31] y Cristina (quien contrajo matrimonio con el infante Ramiro Sánchez de Pamplona). Este enlace con la alta nobleza leonesa confirma que entre Rodrigo y el rey Alfonso hubo en este periodo buena sintonía.[12]

Muestra de la confianza que depositaba Alfonso VI en Rodrigo es que en 1079 el Campeador fue comisionado por el rey para cobrar las parias al rey Almutamid de Sevilla. Pero durante el desempeño de esta misión, el importante noble castellano García Ordóñez formaba parte del ejército que el rey Abdalá de Granada envió contra el rey de Sevilla, que gozaba de la protección de Alfonso VI, precisamente a cambio de las parias que el Cid estaba cobrando. Lógicamente, el Campeador ayudó con su contingente a defenderse al rey sevillano, que interceptó y venció a Abdalá en la batalla de Cabra, en la que García Ordóñez fue hecho prisionero. La recreación literaria ha querido ver en este episodio una de las causas de la enemistad de Alfonso VI hacia Rodrigo, instigada por la nobleza afín a García Ordóñez, aunque la protección brindada al rico rey de Sevilla, que enriquecía con sus impuestos a Alfonso VI, solo beneficiaba los intereses del rey de León.[12]

Los desencuentros con Alfonso fueron causados por un exceso (aunque no era raro en la época) de Rodrigo Díaz tras repeler una incursión de tropas andalusíes en Soria en 1080, que le llevó, en su persecución, a adentrarse en el reino de Taifa toledano y saquear su zona oriental, que estaba bajo el amparo del rey Alfonso VI.

Primer destierro: al servicio de la Taifa de Zaragoza

Sin descartar del todo la posible influencia de cortesanos opuestos a Rodrigo Díaz en la decisión, la incursión del castellano contra el territorio de Al-Qádir, el régulo títere de Toledo protegido de Alfonso, ocasionó que le fuera aplicada la figura jurídica de la «ira regia», que conllevaba el destierro y la ruptura de la relación de vasallaje.

Palacio de la Aljafería, residencia de Al-Mutamán, a quien sirvió el Campeador entre 1081 y 1086.

A finales de 1080 o principios de 1081, Díaz de Vivar tuvo que marchar en busca de magnate al que prestar su experiencia militar. Es muy posible que inicialmente buscara el amparo de los hermanos Ramón Berenguer II y Berenguer Ramón II, condes de Barcelona, pero rechazaron su patrocinio. El Campeador, entonces, ofreció sus servicios a reyes de taifas, lo que no era infrecuente, pues el propio Alfonso VI había sido acogido por Al-Mamún de Toledo en 1072 durante su ostracismo.

Junto con sus vasallos o «mesnada» se estableció desde 1081 hasta 1085 como guerrero al amparo del rey de Zaragoza, Al-Muqtadir, que ese mismo año enfermó gravemente y fue sucedido por Al-Mutamán. Este encomendó al Cid en 1082 una ofensiva contra su hermano el gobernador de Lérida Mundir, el cual, aliado con el conde Berenguer Ramón II de Barcelona y el rey de Aragón Sancho Ramírez, no acató el poder de Zaragoza a la muerte del padre de ambos Al-Muqtadir, desatándose las hostilidades fratricidas entre los dos reyes hudíes del Valle del Ebro.

La mesnada del Cid reforzó las plazas fuertes de Monzón y Tamarite y derrotó a la coalición, ya con el apoyo del grueso del ejército taifal de Zaragoza, en la batalla de Almenar, donde fue hecho prisionero el conde Ramón Berenguer II. Pudo originar el apoteósico recibimiento de los musulmanes de Zaragoza al Cid al grito de «sīdī» ('mi señor' en árabe andalusí, a su vez proveniente del árabe clásico sayyid), el apelativo romanceado de «mio Çid».

Alfonso VI de León y Castilla en una ilustración del siglo XII.

En tanto que Al-Mutamán y el Campeador luchaban en Almenar, en la inexpugnable fortaleza de Rueda de Jalón el antiguo rey de Lérida Yusuf al-Muzaffar, que en este castillo estaba prisionero, destronado por su hermano Al-Muqtadir, planeó una conspiración con el alcaide de esta plaza, un tal Albofalac según las fuentes romances (quizá Abu-l-Jalaq). Aprovechando la ausencia de Al-Mutamán, el monarca de Zaragoza, Al-Muzaffar y Albofalac solicitaron que acudiera Alfonso VI con un ejército para sublevarse a cambio de ceder la fortaleza al rey castellano. Alfonso VI vio además la oportunidad de volver a cobrar las parias del reino de Zaragoza y marchó con su hueste, comandada por Ramiro de Pamplona (un hijo de Sancho el Mayor) y el noble castellano Gonzalo Salvadórez, hacia Rueda en septiembre de 1082. Pero murió Al-Muzaffar, y el alcaide Albofalac, al carecer de pretendiente al reino zaragozano, cambió de estrategia y pensó congraciarse con Al-Mutamán tendiendo una trampa a Alfonso VI. Le prometió al rey de León y Castilla entregar la fortaleza, pero cuando los comandantes y las primeras tropas de su ejército accedieron a las primeras rampas del castillo tras franquear la puerta de la muralla, comenzaron a arrojarles piedras desde lo alto que diezmaron la mesnada de Alfonso VI, quien había quedado, precavidamente, esperando entrar al final. Murieron Ramiro de Pamplona y Gonzalo Salvadórez, entre otros importantes magnates cristianos, aunque Alfonso VI esquivó la celada. Poco después el Cid se personó en el lugar de los hechos tras haber estado en Tudela, probablemente enviado por Al-Mutamán previendo un ataque castellano a gran escala, y aseguró a Alfonso VI que no había tenido ninguna implicación en esta traición, explicaciones que Alfonso aceptó. Se especula con que tras la entrevista pudo haber una breve reconciliación, pero solo hay constancia de que el Cid volvió a Zaragoza al servicio del rey musulmán.[32]

En 1084 el Cid desempeñaba una misión en el sureste de la taifa zaragozana, atacando Morella. Al-Mundir, señor de Lérida, Tortosa y Denia, vio en peligro sus tierras y recurrió de nuevo a Sancho Ramírez, que le atacó el 14 de agosto de 1084 en la batalla de Morella, también llamada de Olocau. De nuevo el castellano se alzó con la victoria, reteniendo a dieciséis nobles aragoneses, que al fin liberó, seguramente tras cobrar su rescate.

Reconciliación con Alfonso VI

Iglesia de San Miguel (siglo XI) de San Esteban de Gormaz, localidad donde Rodrigo Díaz tenía dominios.

El 25 de mayo de 1085 Alfonso VI conquista la taifa de Toledo y en 1086 inicia el asedio a Zaragoza, ya con Al-Musta'in II en el trono de esta taifa, quien también tuvo a Rodrigo a su servicio. Pero a comienzos de agosto de ese año un ejército almorávide avanzó hacia el interior del reino de León, adonde Alfonso se vio obligado a interceptarlo, con resultado de derrota cristiana en la batalla de Sagrajas. Es posible que durante el cerco a Zaragoza Alfonso se reconciliara con El Cid. La llegada de los almorávides, que observaban más estrictamente el cumplimiento de la ley islámica, hacía difícil para el rey taifa de Zaragoza mantener a un jefe del ejército y mesnada cristianos. Por otro lado, Alfonso VI pudo condonar la pena a Rodrigo ante la necesidad que tenía de valiosos caudillos con que enfrentar el nuevo poder de origen norteafricano.

Rodrigo acompaña a la corte del rey de León y Castilla en la primera mitad de 1087, y en verano se dirigió hacia Zaragoza, donde se reunió de nuevo con Al-Musta'in II y, juntos, tomaron la ruta de Valencia para socorrer al rey-títere Al-Qadir del acoso de Al-Mundir (rey de Lérida entre 1082 y 1090), que se había aliado con Berenguer Ramón II de Barcelona para conquistar la rica taifa valenciana, en esta época un protectorado de Alfonso VI. El Cid logró repeler la incursión de Al-Mundir de Lérida, pero poco después, el rey de la taifa leridana tomaba la importante plaza fortificada de Murviedro (actual Sagunto), acosando otra vez peligrosamente a Valencia. Ante esta difícil situación, Rodrigo Díaz marchó a Castilla al encuentro de su rey para solicitar refuerzos y planear la estrategia defensiva en un futuro. Fruto de estos planes y acciones sería la posterior intervención cidiana en el Levante, que traería como resultado una sucesión encadenada de acciones bélicas que le llevarían a acabar por rendir la capital del Turia. Reforzada la mesnada del Cid, se encaminó a Murviedro con el fin de expugnar al rey hudí de Lérida.

Al llegar el Cid a Murviedro, Valencia estaba siendo sitiada por Berenguer Ramón II. Rodrigo, ante la fortaleza de esta alianza, procuró un acuerdo con Al-Mundir de Lérida y pactó con el conde de Barcelona el levantamiento del asedio, que este hizo efectivo. El 4 de junio de 1088 celebró la Pascua de Pentecostés en Calamocha[33] y se dirigió de nuevo a tierras levantinas. Posteriormente, El Cid comenzó a cobrar las parias que anteriormente Valencia pagaba a Barcelona o al rey Alfonso VI, posiblemente de acuerdo con el rey castellano-leonés.

Segundo destierro: su intervención en Levante

Sin embargo, antes de terminar 1088, se produciría un nuevo desencuentro entre el caudillo castellano y su rey. Alfonso VI había conquistado Aledo (provincia de Murcia), desde donde ponía en peligro las taifas de Murcia, Granada y Sevilla, con continuas algaradas de saqueo. Entonces las taifas andalusíes solicitaron de nuevo la intervención del emperador almorávide, Yusuf ibn Tashufin, que sitió Aledo el verano de 1088. Alfonso acudió al rescate de la fortaleza y ordenó a Rodrigo que marchara a su encuentro para sumar sus fuerzas, pero el Campeador, que se dirigió hacia Murcia, no acabó por reunirse con su rey, sin que se pueda discernir si la causa fue un problema logístico o la decisión del Cid de evitar el encuentro. En todo caso, Alfonso VI volvió a castigar al Cid con un nuevo destierro acusándole de traición.

Castillo de Murviedro (hoy Sagunto).

A comienzos de 1089 saqueó la taifa de Denia y después se acercó a Murviedro, lo que provocó que Al-Qádir de Valencia pasara a pagarle tributos para asegurarse su amistad. A partir de este momento, planteó su intervención en Levante como una actividad personal y no como una misión por cuenta del rey.

A mediados de ese año amenaza la frontera sur del rey de Lérida Al Mundir y de Berenguer Ramón II de Barcelona estableciéndose firmemente en Burriana,[34] a poca distancia de las tierras de Tortosa, que pertenecían a Al-Mundir de Lérida. El rey leridano, que veía amenazados sus dominios sobre Tortosa y Denia, se alió con Berenguer Ramón II, quien atacó al Cid el verano de 1090, pero el castellano lo derrotó en Tévar, posiblemente un pinar situado en el actual puerto de Torre Miró, entre Monroyo y Morella. El conde de Barcelona, tras este suceso, se comprometió a abandonar sus intereses en el Levante.

Como consecuencia de estas victorias el Cid se convirtió en la figura más poderosa del oriente de la Península, estableciendo un protectorado sobre Levante que tenía como tributarios a Valencia, Lérida, Tortosa, Denia, Albarracín, Alpuente, Sagunto, Jérica, Segorbe y Almenara.[35]

En 1092 reconstruyó como base de operaciones la fortaleza de Peña Cadiella (actualmente La Carbonera, sierra de Benicadell), pero Alfonso VI había perdido su influencia en Valencia, sustituida por el protectorado del Cid. Para recuperar su dominio de esa zona se alió con Sancho Ramírez de Aragón y Berenguer Ramón II, y consiguió el apoyo naval de Pisa y Génova. El rey de Aragón, el conde de Barcelona y la flota pisana y genovesa atacaron la Taifa de Tortosa, que había sido sometida por el Cid al pago de parias y en verano de 1092 la coalición hostigó Valencia. Alfonso VI, por su parte, había acudido antes por tierra a Valencia para acaudillar la alianza múltiple contra el Cid, pero la armada pisano-genovesa no llegó a tiempo y el rey castellano, al no poder sostener a su ejército sitiador por más tiempo, hubo de abandonar las tierras valencianas.

Rodrigo, que estaba en Zaragoza (la única taifa que no le tributaba parias) recabando el apoyo de Al-Musta'in II, tomó represalias contra el territorio castellano mediante una enérgica campaña de saqueo en La Rioja. Tras estos acontecimientos, ninguna fuerza cristiana se pudo oponer al Cid, y solo el potente Imperio almorávide, entonces en la cima de su poderío militar, podía hacerle frente.

La amenaza almorávide fue la causa que definitivamente llevó al Cid a dar un paso más en sus ambiciones en Levante y, superando la idea de crear un protectorado sobre las distintas fortalezas de la región, sostenido con el cobro de las parias de las taifas vecinas (Tortosa, Alpuente, Albarracín, y otras ciudades fortificadas levantinas) decidió conquistar la ciudad de Valencia para establecer un señorío hereditario, estatus extraordinario para un señor de la guerra independiente en cuanto que no estaba sometido a ningún rey cristiano.[36]

Conquista de Valencia

Batalla de Cuarte, 21 de octubre de 1094. Los almorávides intentan recuperar Valencia, a la que sitian con cerca de 10.000 combatientes. El Cid decidió, transcurrida una semana de asedio, salir de noche por la puerta de Boatella del sur-sudoeste con el grueso de su mesnada y emboscarse a espaldas de la retaguardia enemiga y el Real almorávide al sur de Cuarte. Un segundo cuerpo de caballería poco numeroso salió al alba por la puerta de la Culebra y avanzó directamente hacia la vanguardia del enemigo, situada al este de Mislata, con el fin de provocar el avance de la caballería almorávide y emprender una rápida retirada que la atrajera hacia Valencia en una maniobra de distracción similar al tornafuye. Con ello se debilitó la cohesión de la formación musulmana que se extendía a lo largo de unos cinco kilómetros entre Cuarte y Valencia. A continuación el Campeador atacó la retaguardia almorávide, produjo la desbandada musulmana, tomó el Real y obtuvo una rápida victoria. Fue la primera derrota del Imperio almorávide ante un ejército cristiano.

Tras el verano de 1092, con el Cid aún en Zaragoza, el cadí Ibn Yahhaf con el apoyo de la facción almorávide promovió la ejecución de Al-Qadir (28 de octubre) y se hizo con el poder en Valencia. Al conocer la noticia, el Campeador regresó a Valencia a comienzos de noviembre y sitió la fortaleza de Cebolla, actualmente en el término municipal de El Puig, a catorce kilómetros de la capital levantina, rindiéndola mediado el año 1093 con la decidida intención de que le sirviera de base de operaciones para un definitivo asalto a Valencia.

Ese verano comenzó a cercar la ciudad. Valencia, en situación de peligro extremo, solicitó un ejército de socorro almorávide, que fue enviado al mando de Al-Latmuní y avanzó desde el sur de la capital del Turia hasta Almusafes, a veintitrés kilómetros de Valencia, para seguidamente volver a retirarse. Ya no recibirían los valencianos más auxilio y la ciudad empezó a sufrir las consecuencias del desabastecimiento. El estrecho cerco se prolongaría por casi un año entero, tras el cual Valencia se vio obligada a capitular el 17 de junio de 1094.[4] El Cid tomó posesión de la ciudad titulándose «Príncipe Rodrigo el Campeador»[12] y quizá de este periodo date el tratamiento de que derivaría en «Cid».

De todos modos, la presión almorávide no cejó y a mediados de septiembre de ese mismo año un ejército al mando de Abu Abdalá Muhammad ibn Tāšufīn, sobrino del emperador Yusuf, llegó hasta Cuart de Poblet, a cinco kilómetros de la capital, y la asedió, pero fue derrotado por el Cid en batalla campal.[37]

Con el fin de asegurarse las rutas del norte del nuevo señorío, Rodrigo consiguió aliarse con el nuevo rey de Aragón Pedro I, que había sido entronizado poco antes de la caída de Valencia durante el sitio de Huesca, y tomó el Castillo de Serra y Olocau en 1095.

Huerta de Gandía. No lejos de este paraje, el Cid y Pedro I de Aragón derrotaron en 1097 al ejército almorávide en la batalla de Bairén.

En 1097 una nueva incursión almorávide al mando de nuevo de Muhammad ibn Tasufin intentó recuperar Valencia para el islam, pero cerca de Gandía fue derrotado otra vez por el Campeador con la colaboración del ejército de Pedro I de Aragón en la batalla de Bairén.

Ese mismo año, Rodrigo envió a su único hijo varón, Diego Rodríguez, a luchar junto a Alfonso VI contra los almorávides; las tropas de Alfonso VI fueron derrotadas y Diego perdió la vida en la Batalla de Consuegra.[38] A fines de 1097 tomó Almenara, cerrando así las rutas del norte de Valencia y en 1098 conquistó definitivamente la imponente ciudad fortificada de Sagunto, con lo que consolidaba su dominio sobre la que había sido anteriormente taifa de Balansiya.

También en 1098 consagró la nueva Catedral de Santa María, reformando la que había sido mezquita aljama. Había situado a un obispo cluniaciense, Jerónimo de Perigord, al frente de la nueva sede episcopal en detrimento del antiguo metropolitano mozárabe o sayyid almaṭran, debido a la desafección que se había producido entre el Campeador y la comunidad mozárabe durante el sitio de Valencia de septiembre y octubre de 1094. En el diploma de dotación de la catedral de fines de 1098 Rodrigo se presenta como «princeps Rodericus Campidoctor», considerándose un soberano autónomo pese a no tener ascendencia real, y se alude a la batalla de Cuarte como un triunfo conseguido rápidamente y sin bajas sobre un número enorme de mahometanos.[39]

Establecido ya en Valencia, se alió también con Ramón Berenguer III con el propósito de frenar conjuntamente el empuje almorávide. Las alianzas militares se reforzaron con matrimonios. El año de su muerte había casado a sus hijas con altos dignatarios: Cristina con el infante Ramiro Sánchez de Pamplona[40] y María con el conde de Barcelona Ramón Berenguer III.[41] [42] Tales vínculos confirmaron la veracidad histórica de los versos 3.724 y 3.725 del Cantar de mio Cid «hoy los reyes de España sus parientes son,/ a todos alcanza honra por el que en buen hora nació». En efecto García Ramírez el Restaurador fue nieto del Cid y rey de Pamplona; asimismo, Alfonso VIII de Castilla era tataranieto del Campeador.[43]

Fallecimiento

Fachada principal del Monasterio de San Pedro de Cardeña.

Su muerte se produjo en Valencia entre mayo y julio de 1099, según Martínez Diez, el 10 de julio.

Su esposa Jimena, convertida en señora de Valencia, consiguió defender la ciudad con la ayuda de su yerno Ramón Berenguer III durante un tiempo, pero en mayo de 1102, ante la imposibilidad de defender el principado, la familia y gente del Cid abandonaron Valencia con la ayuda de Alfonso VI.

Rodrigo Díaz fue inhumado en la catedral de Valencia, por lo que no fue voluntad del Campeador ser enterrado en el monasterio de San Pedro de Cardeña, adonde fueron llevados sus restos tras el desalojo cristiano de la capital levantina en 1102.[44] Durante la Guerra de la Independencia los soldados franceses profanaron su tumba. Los restos fueron recuperados y, en 1842, trasladados a la capilla de la Casa Consistorial de Burgos. Desde 1921 reposan junto con los de su esposa Doña Jimena en un emplazamiento privilegiado de la Catedral de Burgos.

El Cid en las artes y en la cultura popular

La Historia Roderici es la fuente principal de los datos que se conocen sobre la vida del Rodrigo Díaz histórico.

El Cid en la literatura

Fuentes historiográficas

Fuentes árabes

Excepción hecha de los testimonios documentales de la época, algunos firmados por el propio Rodrigo Díaz, las fuentes más antiguas acerca del Campeador provienen de la literatura andalusí del siglo XI. Las obras más tempranas de que tenemos noticia sobre él no se han conservado, aunque se ha transmitido lo esencial de ellas a través de versiones indirectas. En las fuentes árabes se impreca generalmente al Cid con los apelativos de tagiya ('tirano, traidor'), la'in ('maldito') o kalb ala'du ('perro enemigo'); sin embargo, se admira su fuerza bélica, como en el testimonio del siglo XII del andalusí Ibn Bassam, única alusión en que la historiografía árabe se refiere al guerrero castellano en términos positivos; de todos modos Ibn Bassam habitualmente se refiere al Campeador con denuestos, execrándolo a lo largo de toda su Al-Djazira fi mahasin ahl al-Yazira... ('Tesoro de las hermosas cualidades de la gente de la Península') con las expresiones «perro gallego» o «al que Dios maldiga». He aquí el conocido pasaje en que reconoce su prodigiosa valía como guerrero:[45]

...era este infortunio [es decir, Rodrigo] en su época, por la práctica de la destreza, por la suma de su resolución y por el extremo de su intrepidez, uno de los grandes prodigios de Dios.
Ibn Bassam, Yazira, 1109.[46]

Es de notar, asimismo, que nunca se le aplica en las fuentes árabes el sobrenombre de sidi (señor) —que entre los mozárabes o su propia mesnada (que contó con musulmanes) derivó a «Cid»—, pues era un tratamiento restringido a los dirigentes islámicos. En dichas fuentes se le nombra Rudriq o Ludriq al-Kanbiyatur o al-Qanbiyatur ('Rodrigo el Campeador).

La Elegía de Valencia del alfaquí Alwaqqashí fue escrita durante el sitio de Valencia (inicios de 1094). Entre ese año y 1107 Ibn Alqama o el visir de Al-Qádir Ibn al-Farach (según las últimas investigaciones) compone su Manifiesto elocuente sobre el infausto incidente o Historia de Valencia, que narra los momentos previos a la conquista de Valencia por el Cid y las vicisitudes del señorío cristiano. Aunque no se conserva el original, su relato ha sido reproducido de forma fragmentaria por varios historiadores árabes posteriores (Ibn Bassam, Ibn al-Kardabus, Ibn al-Abbar, Ibn Idari, Ibn al Jatib...) y fue utilizado en las crónicas alfonsíes, aunque en ellas no se tradujo la ejecución en la hoguera del cadí Ibn Yahhaf ordenada por Rodrigo Díaz.[47]

Por último, y como se dijo arriba, en 1110 Ibn Bassam de Santarén dedica la tercera parte de su Al-Yazira a exponer su visión del Campeador, de quien muestra las capacidades bélicas y políticas, pero también su crueldad. Comienza con la instauración de Al-Qádir por Alfonso VI y Álvar Fáñez y culmina con la reconquista almorávide. A diferencia del Manifiesto elocuente..., que muestra una perspectiva andalusí, taifal, Bassam es un historiador proalmorávide, que desdeñaban a los reyezuelos taifas. Según la perspectiva de Ibn Bassam, los logros de Rodrigo se deben en buena medida al apoyo que le brindaron los musulmanes andalusíes, y a la inconstancia y disensiones de estos dirigentes.[48]

Fuentes cristianas

En cuanto a las fuentes cristianas, desde la primera mención segura sobre el Cid (en el Poema de Almería, 1147/8) las referencias están teñidas de una aureola legendaria, pues en el poema sobre la toma de Almería por Alfonso VIII conservado con la Chronica Adefonsi Imperatoris se dice de él que nunca fue vencido. Para noticias más fieles a su biografía real existe una crónica en latín, la Historia Roderici (c. 1185), concisa y bastante fiable, aunque con importantes lagunas en varios periodos de la vida del Campeador. Junto a los testimonios de historiadores árabes es la principal fuente sobre el Rodrigo Díaz histórico. Además, la Historia Roderici presenta a un Rodrigo Díaz no siempre alabado por su autor, lo que invita a pensar que su relato sea razonablemente objetivo, aunque no deja de ser una biografía que exalta las cualidades guerreras del Campeador, lo cual se refleja ya en su íncipit, que reza hic incipit (o incipiunt según otro manuscrito más tardío) gesta Roderici Campidocti ('aquí empieza' o 'empiezan las hazañas de Rodrigo el Campeador').[49] Así, comentando la razia del Campeador por tierras de La Rioja, el autor de la historia de Rodrigo se muestra muy crítico con el protagonista, como se puede ver en la manera como describe y valora su razia por La Rioja:[50]

[...] Rodrigo abandonó Zaragoza con un ejército innumerable y muy poderoso, y penetró en las regiones de Nájera y Calahorra, que eran dominios del rey Alfonso y estaban sometidas a su autoridad. Peleando con decisión tomó Alberite y Logroño. Con brutalidad y sin piedad destruyó estas regiones, animado por un impulso destructivo e irreligioso. Se apoderó de un gran botín, pero ello fue deplorable. Su cruel e impía devastación destruyó y asoló todas las tierras mencionadas.
Historia Roderici, apud Fletcher (2007:226).

El desarrollo de la leyenda

La literatura de creación pronto inventó aquello que se desconocía o completaba la figura del Cid, contaminando progresivamente las fuentes más históricas con las leyendas orales que iban surgiendo para ensalzarlo y despojar su biografía de los elementos menos aceptables por la mentalidad cristiana y el modelo heroico que se quería configurar, como su servicio al rey musulmán de Saraqusta.

Manuscrito del Carmen Campidoctoris.

Sus hazañas fueron incluso objeto de inspiración literaria para escritores cultos y eruditos, como lo demuestra el Carmen Campidoctoris, un himno latino escrito hacia 1190 en poco más de un centenar de versos sáficos que cantan al Campeador ensalzándolo como se hacía con los héroes y atletas clásicos grecolatinos.[51]

En este panegírico ya no se encuentran registrados los servicios de Rodrigo al rey de la taifa de Zaragoza; además, se han dispuesto combates singulares con otros caballeros en sus mocedades para resaltar su heroísmo, y aparece el motivo de los murmuradores, que provocan la enemistad del rey Alfonso, con lo que el rey de Castilla queda exonerado en parte de responsabilidad en el desencuentro y destierro del Cid.

En resumen, el Carmen es un catálogo selecto de las proezas de Rodrigo, para lo cual se prefieren las lides campales y se desechan de sus fuentes (Historia Roderici y quizá la Crónica najerense) algaras de castigo, emboscadas o asedios, formas de combate que conllevaban un menor prestigio.[52]

Reproducción del primer folio del manuscrito del Cantar de mio Cid conservado en la Biblioteca Nacional de España.

De esta misma época data el primer cantar de gesta sobre el personaje: el Cantar de mio Cid, escrito entre 1195 y 1207 por un autor culto, letrado de la zona de Burgos, Soria, la Comarca de Calatayud, Teruel o Guadalajara[53] y con conocimientos de derecho. El poema épico se inspira en los hechos de la última parte de su vida (destierro de Castilla, batalla con el conde de Barcelona, conquista de Valencia), convenientemente recreados. La versión del Cid que ofrece el Cantar constituye un modelo de mesura y equilibrio. Así, cuando de un prototipo de héroe épico se esperaría una inmediata venganza de sangre, en esta obra el héroe se toma su tiempo para reflexionar al recibir la mala noticia del maltrato de sus hijas («cuando ge lo dizen a mio Cid el Campeador, / una grand ora pensó e comidió», vv. 2827-8) y busca su reparación en un solemne proceso judicial; rechaza, además, actuar precipitadamente en las batallas cuando las circunstancias lo desaconsejan. Por otro lado, el Cid mantiene buenas y amistosas relaciones con muchos musulmanes, como su aliado y vasallo Abengalbón, que refleja el estatus de mudéjar (los «moros de paz» del Cantar) y la convivencia con la comunidad hispanoárabe, de origen andalusí, habitual en los valles del Jalón y Jiloca por donde transcurre buena parte del texto.[54]

La literaturización y desarrollo de detalles anecdóticos ajenos a los hechos históricos también se da en las crónicas desde muy pronto. La Crónica najerense, todavía en latín y compuesta hacia 1190, ya incluía junto a los materiales provenientes de la Historia Roderici otros más fantasiosos relacionados con la actuación de Rodrigo persiguiendo a Bellido Dolfos en el episodio legendario de la muerte del rey Sancho a traición en el Cerco de Zamora, y que darían origen al no menos literario de la Jura de Santa Gadea. Unos años más tarde (hacia 1195) aparece el Linage de Rodric Díaz en aragonés, un texto genealógico y biográfico que recoge también la persecución y alanceamiento del Cid al regicida de la leyenda de Bellido Dolfos.

En el siglo XIII, las crónicas latinas de Lucas de Tuy (Chronicon mundi, 1236), y Rodrigo Jiménez de Rada (Historia de rebus Hispanie, 1243), mencionan de pasada los hechos más relevantes del Campeador, como la conquista de Valencia. En la segunda mitad de dicho siglo, Juan Gil de Zamora, en Liber illustrium personarum y De Preconiis Hispanie, dedica algunos capítulos al héroe castellano. A comienzos del siglo XIV, otro tanto hará Gonzalo de Hinojosa, obispo de Burgos, en Chronice ab origine mundi.

La sección correspondiente al Cid de la Estoria de España de Alfonso X de Castilla se ha perdido, pero la conocemos a partir de sus versiones tardías. Además de fuentes árabes, latinas y castellanas, el rey sabio tomaba los cantares de gesta como fuentes documentales que prosificaba. Las distintas reelaboraciones de las crónicas alfonsíes fueron ampliando el acopio de información y relatos de toda procedencia sobre la biografía del héroe. Así, tenemos materiales cidianos, cada vez más alejados del Rodrigo Díaz histórico, en la Crónica de veinte reyes (1284), Crónica de Castilla (c. 1300), la Traducción gallega (unos años más tarde), la Crónica de 1344 (escrita en portugués, traducida al castellano y posteriormente de nuevo rehecha en portugués alrededor del año 1400), la Crónica Particular del Cid (siglo XV; con primera edición impresa en Burgos, 1512) y la Crónica ocampiana (1541), redactada por el cronista de Carlos I Florián de Ocampo. La existencia de los cantares de gesta de la Muerte del rey Fernando, el Cantar de Sancho II y la primitiva Gesta de las Mocedades de Rodrigo, ha sido conjeturada a partir de estas prosificaciones de la Estoria de España, análogamente a la versión en prosa que aparece allí del Cantar de mio Cid.

Hasta el siglo XIV fue fabulada su vida en forma de epopeya, pero cada vez con más atención a su juventud, imaginada con mucha libertad creadora, como se puede observar en las tardías Mocedades de Rodrigo, en que se relata cómo en sus años mozos se atreve a invadir Francia y a eclipsar las hazañas de las chansons de geste francesas. El último cantar de gesta le dibujaba un carácter altivo muy del gusto de la época, que contrasta con el personaje mesurado y prudente del Cantar de mio Cid.

Pero al perfil del Cid legendario le faltaba aún el carácter piadoso. La Estoria o Leyenda de Cardeña se encarga de darlo recopilando un conjunto de noticias elaboradas ad hoc por los monjes del monasterio homónimo acerca de los últimos días del héroe, el embalsamado de su cadáver y la llegada de Jimena con él al monasterio burgalés, donde quedó expuesto sentado por diez años hasta ser enterrado. Este relato, que incluye componentes sobrenaturales hagiográficos y persigue convertir al monasterio en lugar de culto a la memoria del héroe ya sacralizado, fue incorporado a las crónicas castellanas empezando por las distintas versiones de la Estoria de España alfonsí. En la Leyenda de Cardeña aparece por vez primera la profecía de que Dios concederá al Cid la victoria en la batalla aun después de su muerte.[55] [56]

Entre otros aspectos legendarios que se desarrollaron a la muerte del Cid en torno al monasterio de San Pedro de Cardeña, algunos de los cuales se reflejan en el epitafio épico que ornaba su tumba, pudieron estar el utilizar a dos espadas con nombres propios: la llamada Colada y la Tizona, que según la leyenda perteneció a un rey de Marruecos y estaba hecha en Córdoba. Ya desde el Cantar de mio Cid (solo cien años desde su muerte) esta tradición ha propagado los nombres de sus espadas, de su caballo Babieca y de su lugar de nacimiento, Vivar, si no es que su origen es el propio Cantar de mio Cid, pues es la primera vez que aparecen las espadas, el caballo y el lugar de nacimiento.

A partir del siglo XV se va perpetuando la versión popular del héroe asentada sobre todo en el ciclo cidiano del romancero. Su juventud y sus amores con Jimena fueron desarrollados en numerosos romances con el fin de introducir el tema sentimental en el relato completo de su leyenda. Del mismo modo, se añadieron en ellos más episodios que le retrataban como un piadoso caballero cristiano, como el viaje a Santiago de Compostela o su caritativo comportamiento con un leproso, a quien, sin saber que es una prueba divina (pues es un ángel transformado en tullido), el Cid ofrece su comida y conforta. El personaje se va configurando, de ese modo, como perfecto amante y ejemplo de piedad cristiana. Todos estos pasajes formarán la base de las comedias del Siglo de Oro que tomaron al Cid como protagonista. Para dar unidad biográfica a estas series de romances se elaboraron compilaciones que orgánicamente reconstruían la vida del héroe, entre las que sobresale la titulada Romancero e historia del Cid (Lisboa, 1605), reunida por Juan de Escobar y profusamente reeditada.

En el siglo XVI, además de continuar con la tradición poética de elaborar romances artísticos, le fueron dedicadas varias obras teatrales de gran éxito, generalmente inspiradas en el propio romancero. En 1579 Juan de la Cueva escribió la comedia La muerte del rey don Sancho, basada en la gesta del cerco de Zamora. En este material se basó también Lope de Vega para componer Las almenas de Toro. Pero la más importante expresión teatral basada en el Cid son las dos obras de Guillén de Castro Las mocedades del Cid y Las hazañas del Cid, escritas entre 1605 y 1615. Corneille se basó (por momentos al pie de la letra) en la obra del español para componer Le Cid (1636), un clásico del teatro francés.

Francisco de Goya, «El Cid Campeador lanceando otro toro», grabado n.º 11 de La tauromaquia, 1816

El siglo XVIII fue poco dado a recrear la figura cidiana, excepción hecha del extenso poema en quintillas de Nicolás Fernández de Moratín «Fiesta de toros en Madrid», en que el Cid lidia como hábil rejoneador en una corrida andalusí. Este pasaje se ha considerado fuente del grabado n.º 11 de la serie La tauromaquia de Goya y su interpretación de la historia primitiva del toreo, que remitía a la Carta histórica sobre el origen y progresos de las fiestas de toros en España (1777) del mismo escritor, que convertía al Cid, también, en el primer torero cristiano español.

Los románticos recogieron con entusiasmo la figura del Cid siguiendo el romancero y las comedias barrocas: ejemplos de la dramaturgia del siglo XIX son La jura de Santa Gadea, de Hartzenbusch y La leyenda del Cid, de Zorrilla, una especie de extensa paráfrasis de todo el romancero del Cid en aproximadamente diez mil versos. También fueron recreadas sus aventuras en novelas históricas a lo Walter Scott, como en La conquista de Valencia por el Cid (1831), del valenciano Estanislao de Cosca Vayo. El romanticismo tardío escribió profusamente reelaboraciones de la biografía legendaria del Cid, como la novela El Cid Campeador (1851), de Antonio de Trueba.[57] En la segunda mitad del siglo XIX el género deriva a la novela de folletín, y Manuel Fernández y González escribió una narración de este carácter llamada El Cid, al igual que Ramón Ortega y Frías.

En el ámbito teatral Eduardo Marquina lleva al modernismo este asunto con el estreno en 1908 de Las hijas del Cid.

En el siglo XX aparecen versiones poéticas modernas del Cantar de mio Cid, como las que realizaron Pedro Salinas, en verso, y Camilo José Cela.

Las ediciones críticas más recientes del Cantar han devuelto el rigor a su edición literaria; así, la más autorizada actualmente es la de Alberto Montaner Frutos, editada en 1993 para la colección «Biblioteca Clásica» de la editorial Crítica, y revisada en 2007 y en 2011 en ediciones de Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, la última, además, cuenta con el aval de la Real Academia Española.

Una de las magnas obras del poeta chileno Vicente Huidobro es La hazaña del Mío Cid (1929), que como él mismo se encarga de señalar, es una «novela escrita por un poeta».

A mediados del siglo XX el actor Luis Escobar hizo una adaptación de Las mocedades del Cid para el teatro, titulada El amor es un potro desbocado; en los ochenta José Luis Olaizola publicó el ensayo El Cid el último héroe, y en el año 2000 el catedrático de historia y novelista José Luis Corral escribió una novela desmitificadora sobre el personaje titulada El Cid. En 2007 Agustín Sánchez Aguilar publicó la leyenda del Cid, adaptándola a un lenguaje más actual, pero sin olvidar la épica de las hazañas del caballero castellano.

La Jura de Santa Gadea (1887), de Armando Menocal, recrea un episodio legendario difundido a partir del siglo XIII en leyendas y romances del que no hay constancia histórica, y que actualmente se considera enteramente ficticio.

El Cid en la pintura

  • Jura de Santa Gadea, lienzo de Marcos Hiráldez Acosta (1864), actualmente en el Palacio del Senado.[59]

El Cid en el cine y la televisión

En 1910 El Cid de Mario Casarini, basado en la obra de Pierre Corneille.

En 1961 se estrenó El Cid, la versión cinematográfica más popular sobre el personaje. Fue dirigida por Anthony Mann y protagonizada por Sophia Loren y Charlton Heston. Se trata de una superproducción histórica de Samuel Bronston rodada en España. La película presenta al Cid de la leyenda antes que al de la Historia; comete abundantes anacronismos, que se hacen patentes en la arquitectura, armamento masculino e indumentaria femenina, y todo ello pese a que el asesor histórico del film fue Ramón Menéndez Pidal.

En 1962 se realizó una coproducción hispano-italiana llamada Las hijas del Cid, dirigida por Miguel Iglesias.

En 1966, en el programa de teatro de TVE Estudio 1, se realizó una adaptación de la obra de Guillén de Castro Las mocedades del Cid.

En 1969, en Estudio 1 se emitió Las hijas del Cid, adaptación de la obra de Eduardo Marquina.

En 1971, en Estudio 1 se realizó la obra Retablo de las mocedades del Cid.

En 1973, en Estudio 1 se realizó una adaptación de El amor es un potro desbocado, donde Emilio Gutiérrez Caba hacía el papel del Cid, y Maribel Martín el de doña Jimena.

En 1980 se estrena en TVE la serie de animación Ruy, el pequeño Cid, donde se relatan las imaginarias aventuras de un Cid niño.

En 1983 se realizó en España una parodia sobre la vida del Cid llamada El Cid cabreador dirigida por Juan José Alonso Millán en la que el papel del protagonista estaba interpretado por Ángel Cristo y el de doña Jimena por Carmen Maura.

En 2003 se realizó una película animada llamada El Cid: La leyenda.

El Cid en la ópera

Jules Massenet, Le Cid.
  • Peter Cornelius dedicó la segunda de sus óperas, Der Cid (1865), al héroe castellano. Se trata de un drama lírico en tres actos, en el que Cornelius trató de apartarse de la influencia musical de Richard Wagner.[64]
  • La historia del Cid fue adaptada para la ópera en cuatro actos por los libretistas Adolphe-Philippe D'Ennery, Edouard Blau y Louis Gallet basándose en la obra de Pierre Corneille, y compuesta por el músico Jules Massenet (1885).
  • Claude Debussy comenzó a poner música a un libreto de Catulle Mendès titulado Rodrigue et Chimène y trabajó en él entre 1890 y 1893, pero no terminó la obra urgido por otros proyectos. Más tarde fue concluida por un compositor ruso y Richard Langham-Smith la estrenó en 1987 en París y la repuso en Lyon en 1993, aunque con escasa repercusión.[41]

Véase también

Referencias

  1. a b Véase Ramón Menéndez Pidal, «Autógrafos inéditos del Cid y de Jimena en dos diplomas de 1098 y 1101», Revista de Filología Española, t. 5 (1918), Madrid, Sucesores de Hernando, 1918. Copia digital Valladolid, Junta de Castilla y León. Consejería de Cultura y Turismo. Dirección General de Promociones e Instituciones Culturales, 2009-2010. Original en Archivo de la Catedral de Salamanca, caja 43, legajo 2, n.º 72. Menéndez Pidal realiza la transcripción paleográfica en la pág. 11 y ss. del art. cit. Véase también Alberto Montaner Frutos y Ángel Escobar, «El Carmen Campidoctoris y la materia cidiana», en Carmen Campidoctoris o Poema latino del Campeador, Madrid, Sociedad Estatal España Nuevo Milenio, 2001, pág. 73 [lam.]. ISBN 978-84-95486-20-2 y Alberto Montaner Frutos, «Rodrigo el Campeador como princeps en los siglos XI y XII», e-Spania [en línea], n.º 10 (diciembre de 2010). Puesto en línea el 22 enero de 2011. URL <http://e-spania.revues.org/20201> Consultado el 30 abril de 2011. Texto completo (edición): José Luis Martín Martín et al., Documentos de los Archivos Catedralicio y Diocesano de Salamanca (siglos XII-XIII), Salamanca, Universidad, 1977, doc. 1, p. 79-81.
  2. Los documentos contemporáneos a Rodrigo Díaz no dicen nada acerca de que el Cid naciera en Vivar. Tampoco lo hacen las fuentes cidianas del siglo XII (Historia Roderici, Carmen Campidoctoris ni el Linage de Rodric Didaz). La fuente más antigua que relaciona al Campeador con Vivar como el solar principal de sus propiedades y otorga al héroe el epíteto «el de Bivar» es, con toda probabilidad, el Cantar de mio Cid, compuesto hacia 1200. Véase Alberto Montaner Frutos, «Ficción y falsificación en el cartulario cidiano», Carlos Heusch y Georges Martin (dir.), Cahiers D'études Hispaniques Médiévales: Réécriture et falsification dans l'espagne médiévale, n.° 29 (2006), Lyon, ENS (École normale supérieure Lettres et Sciences humaines), 2006, pág. 339.—ISBN 978-2-84788-097-7. Véase también Fletcher (2007:111) y Peña Pérez (2009:46-47).
  3. a b La propuesta de fecha más temprana para el nacimiento de Rodrigo Díaz la planteó Menéndez Pidal situándola alrededor de 1043 (entre 1041 y 1047) en La España del Cid (1929, t. II, págs. 684-685), mientras que la más tardía fue postulada por Antonio Ubieto Arteta en el entorno de 1054 (de 1051 a 1057) en El «Cantar de mio Cid» y algunos problemas históricos (Valencia, [Anubar antes art. en Lizargas, IV, 1972], 1973, pág. 177); aunque en 2011 Montaner Frutos concluyó que lo más adecuado sería situarla entre 1045 y 1049. Fletcher aceptó como más probable la de 1043 de Menéndez Pidal, pero indicando que incluso podría retrasarse hasta 1047; Martínez Diez señaló como más probable el año de 1048, y en todo caso no más tarde de 1050, posición que Peña Pérez considera una razonable postura intermedia. Véase Fletcher (2007:111), Martínez Diez (1999:32), Montaner Frutos (2011b:259-260) y Peña Pérez (2009:45).
  4. a b Alberto Montaner Frutos, «La fecha exacta de la rendición de Valencia», en Montaner Frutos y Boix Jovaní (2005:285-287).
  5. María Jesús Viguera Molins, «El Cid en las fuentes árabes», en César Hernández Alonso (coord.), Actas del Congreso Internacional el Cid, Poema e Historia (12-16 de julio de 1999), Ayuntamiento de Burgos, 2000, págs. 55-92. ISBN 84-87876-41-2
  6. Afif Turk, El Reino de Zaragoza en el siglo XI de Cristo (V de la Hégira), Madrid, Instituto Egipcio de Estudios Islámicos, 1978, pág. 144. ISBN 978-84-600-1064-7
  7. Peña Pérez (2009:46-47). Así, en el verso 295 del Cantar de mio Cid, aparece la expresión «mio Cid el de Bivar».
  8. Martínez Diez (1999:47)
  9. Cfr. F. Javier Peña Pérez (2009:37), que cita a Margarita Cecilia Torres Sevilla-Quiñones de León, «El linaje del Cid», Anales de la Universidad de Alicante. Historia Medieval, n.º 13 (2000-2002). ISSN 0212-2480, págs. 343-360.
  10. Torres Sevilla, op. cit., pág. 10 del documento puesto en línea.
  11. Martínez Diez (1999:42-45).
  12. a b c d e f g Alberto Montaner Frutos, «El Cid. La historia.», en www.caminodelcid.org, página web del Consorcio Camino del Cid, Burgos, 2002.
  13. Margarita Torres, «El linaje del Cid», loc. cit., págs. 343-360.
  14. Francisco Javier Peña Pérez, Mio Cid el del Cantar. Un héroe medieval a escala humana, Madrid, Sílex, 2009. ISBN 978-84-7737-217-2. Cfr. el capítulo «El Cid, ¿castellano viejo?, págs. 36-39». Véanse también las págs. 62-64.
  15. Peña Pérez (2009:39 y n. 9).
  16. Martínez Diez (1999:49).
  17. Carmen Campidoctoris, v. 21, en Montaner y Escobar (2000:200).
  18. Montaner (2011b:260 y n. 6 y 7).
  19. Peña Pérez (2009:36-40).
  20. Fletcher (2007:113).
  21. Montaner Frutos (1998:13-20)
  22. Montaner (2011b:667-670)
  23. Escobar y Montaner (2001:35-43).
  24. Peña Pérez (2009:53).
  25. Escobar y Montaner (2001:33).
  26. Fletcher (2007:122-123).
  27. Martínez Diez (1999:64-67).
  28. Martínez Diez (1999:71-72 y n. 7).
  29. Peña Pérez (2009:61-67).
  30. Montaner Frutos, «Ficción y falsificación en el cartulario cidiano», Cahiers de linguistique hispanique médiévale, 2006, vol. 29, pág. 335 y n. 21.
  31. Montaner Frutos (2011b:909)
  32. Montaner Frutos (1998:32-38).
  33. Martínez Diez (1999:179-180 y 452)
  34. Martínez Diez (1999:207)
  35. Pierre Guichard (2001:67).
  36. Fletcher (2007:190).
  37. Véase Alberto Montaner Frutos «La Batalla de Cuarte (1094). Una victoria del Cid sobre los almorávides en la historia y en la poesía», en Alberto Montaner Frutos y Alfonso Boix Jovaní, Guerra en Šarq Alʼandalus: Las batallas cidianas de Morella (1084) y Cuarte (1094), Zaragoza, Instituto de Estudios Islámicos y del Oriente Próximo, 2005, págs. 97-340. ISBN 978-84-95736-04-8
  38. Gonzalo Martínez Diez (1999:416-417) arguye los testimonios de la Primera Crónica General (o Estoria de España) alfonsí y del Liber regum, este último «muy bien informado» a su juicio:
    Este Mio Cid, el Campiador, ovo por mugier a doña Eximena, nieta del rey don Alfonso, filla del comde don Diago de Asturias, et ovo della un fillo et dos fillas, et el fillo ovo nombre Diago Royz, et matáronlo en Consuegra los moros; de las fillas, la una ovo nombre de doña Christina, la otra doña María.
    Liber regum.
  39. Alberto Montaner Frutos, «La Batalla de Cuarte (1094). Una victoria del Cid sobre los almorávides en la historia y en la poesía», en Alberto Montaner Frutos y Alfonso Boix Jovaní, Guerra en Šarq Alʼandalus: Las batallas cidianas de Morella (1084) y Cuarte (1094), Zaragoza, Instituto de Estudios Islámicos y del Oriente Próximo, 2005, págs. 235-238. ISBN 978-84-95736-04-8
  40. Ian Michael, «Introducción» a su ed. de Poema de Mío Cid, Madrid, Castalia, 1976, pág. 39. ISBN 978-84-7039-171-2.
  41. a b c Ian Michael, La imagen del Cid en la historia, la literatura y la leyenda, conferencia pronunciada en la Biblioteca Nacional de España, el 17 de mayo de 2007. [Consulta: 29-11-2009]. Disponible en formato .doc.
  42. Francisco López Estrada Panorama crítico sobre el «Poema del Cid». Literatura y sociedad, Madrid, Castalia, 1982, pág. 134. ISBN 978-84-7039-400-3.
  43. Ian Michael, La imagen del Cid en la historia, la literatura y la leyenda, 2007, pág. 4.
  44. Montaner Frutos (2011b:693-694).
  45. Martínez Diez (1999:26-29).
  46. Abu-l-Hasan Alí ibn Bassam, al-Djazira..., apud Alberto Montaner Frutos, «La leyenda y el mito», en www.caminodelcid.org, Consorcio Camino del Cid, Burgos, 2002. Sin embargo, Montaner precisa que es necesario matizar la traducción de «prodigio», pues señala que «"prodigio" aquí no se toma del todo en buena parte.»
  47. Viguera Molins (2000:57-59).
  48. Viguera Molins (2000:59-60).
  49. Cfr. para el significado de «gesta» Montaner (2011b:797-798), 'hecho (memorable)', 'hazaña' o 'historia' o 'relato' de las hazañas.
  50. Fletcher (2007:226).
  51. Ian Michael, en la conferencia pronunciada en la Biblioteca Nacional de España, el 17 de mayo de 2007 titulada La imagen del Cid en la historia, la literatura y la leyenda, señala cómo Rodrigo Díaz es comparado a los héroes de la materia troyana en el Carmen Campidoctoris y a los del ciclo carolingio en el Poema de Almería al menos desde el siglo XII:
    [...] el poeta [del Carmen Campidoctoris] compara al Cid con los héroes de Troya: «De tales armas y caballo ornado / − ni Paris ni Héctor a éste superiores / en la guerra de Troya jamás fueron, / ni lo es hoy nadie −» (estrofa XXXIII). Más tarde, en otro poema latino, el Poema de Almería (hacia 1157), Ruy Díaz, aquí llamado Meo Çidi por vez primera (v. 233), es contrastado favorablemente con Roldán y Olivero (vv. 228-29), derivados de una versión tal vez navarra de la Chanson de Roland (h. 1100).
    Michael (2007:2-3)
  52. Montaner y Escobar (2001:13-71).
  53. Alberto Montaner Frutos, «El Cantar de mío Cid. Aspectos literarios. El autor, o autores, del Cantar», en www.caminodelcid.org, página web del Consorcio Camino del Cid, Burgos, 2002. Consultado el 28 de noviembre de 2009.
  54. Montaner Frutos (2000), págs. 14-19 y 193, nota al v. 1464 y su n. complementaria en págs. 549-551.
  55. Fletcher (2007:208-212).
  56. Francisco Javier Peña Pérez, «Los monjes de San Pedro de Cardeña y el mito del Cid», José Luis Martín Rodríguez (dir.) y José Ignacio de la Iglesia Duarte (coord.), Memoria, mito y realidad en la historia medieval : XIII Semana de Estudios Medievales, Nájera, del 29 de julio al 2 de agosto de 2002, 2003, págs. 331-344. ISBN 84-95747-55-3.
  57. Antonio de Trueba, El Cid Campeador: novela histórica original, Madrid, José María Marés, 18522.
  58. Primera hazaña del Cid, de Juan Vicens Cots, 1864.
  59. Catálogo de pinturas de la Real Academia de la Historia: Hiráldez Acosta, Marcos.
  60. Museo Nacional del Prado: Dióscoro Teófilo.
  61. Valencianos ilustres: Los Pinazo.
  62. Ayuntamiento de Alfafar. Galería de Imágenes.
  63. Burgos (Camino del Cid).
  64. Warrack, John Hamilton: German opera: from the beginnings to Wagner. Cambridge University Press, 2001, pág. 378.
  65. Dean, Winton, «Bizet, Georges» en Stanley Sadie (editor): The New Grove Dictionary of Music and Musicians. Londres, MacMillan, 1980.

Bibliografía

Enlaces externos


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