- Papado de Aviñón
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En la historia de la Iglesia Católica Romana, el Papado de Aviñón fue el periodo entre 1309 y 1377 durante el cual siete papas residieron en Aviñón:
- Clemente V: 1305–1314
- Juan XXII: 1316–1334
- Benedicto XII: 1334–1342
- Clemente VI: 1342–1352
- Inocencio VI: 1352–1362
- Urbano V: 1362–1370
- Gregorio XI: 1370–1378
En 1378, el papa Gregorio XI trasladó de nuevo la residencia papal a Roma y allí murió. Debido a una disputa sobre las posteriores elecciones, una facción de cardenales estableció un nuevo antipapa en Aviñón:
Éste fue el periodo problemático, entre 1378 y 1417 al que los historiadores católicos se refieren como el «Cisma de Occidente» o, «la gran controversia de los antipapas» (también llamada «el segundo gran cisma» por algunos historiadores seculares y protestantes), cuando se crearon facciones dentro de la Iglesia Católica por su lealtad a los diversos aspirantes al Papado. El Concilio de Constanza en 1417 resolvió definitivamente la controversia.
Los Estados Pontificios (hoy limitados a la Ciudad del Vaticano) incluían entonces a Aviñón y al Condado Venaissin en el sudeste de Francia. Siguieron siendo parte de los Estados Pontificios hasta la Revolución francesa: convirtiéndose en parte de Francia en 1791.
Contenido
Antecedentes
El Papado en la Edad Media tardía tenía un papel secular esencial además de su papel espiritual. Las tesis hildebrandianas concebían al papado con una visión global de la cristiandad, como líder espiritual y secular de la cristiandad, y abogaban por el establecimiento de facto de un régimen teocrático en Europa Occidental, con el Papa a la cabeza y los líderes seculares actuando y reconociendo su primacía. Estas pretensiones no se materializaron nunca completamente, principalmente por el surgimiento del conflicto entre el Papa y el Emperador del Sacro Imperio. Ésta última institución, aunque coronada, y por tanto legitimada, por el Papa, desarrolló a su vez la pretensión de primacía sobre la cristiandad, al entender que era el legítimo heredero del Imperio romano.
Las fricciones entre el papado y el emperador comenzaron a acrecentarse cuando el primero desarrolla plenamente su visión global de la cristiandad, a comienzos del siglo XI, momento que coincidió con el ascenso de la dinastía Hohenstaufen. Desde la descomposición del Imperio carolingio, el Emperador había sido un mero señor feudal dentro de los territorios del Sacro Imperio Romano Germánico, cuyo poder fáctico se reducía, básicamente, al de sus propios territorios patrimoniales. Por tanto, el Emperador había sido una figura empobrecida, de escaso poder político real, más preocupada por los problemas locales e internos del Sacro Imperio que por la política global. Durante el siglo XI la situación económica europea comienza a mejorar, y terminan las últimas invasiones bárbaras de gran escala limitandose a menores de cumanos y pechenegos. Ello permite afianzar el poder de las distintas dinastías reinantes, al tiempo que Europa adquiere una dimensión más global.
La Hierocracia
El papado, contando con una red burocrática que se extendía a lo largo de toda la cristiandad, se encuentra en una buena posición para contrarrestar la profunda decadencia experimentada durante el Siglo X. Rápidamente expande su influencia política por todo el continente, desarrollándose las tesis hindebrandianas (de Gregorio VII) que propugnaban la primacía del papado. Sin embargo, las distintas casas reinantes europeas no se sienten cómodas ante la injerencia papal, a veces contraria a sus intereses. El ascenso de la casa de Hohenstaufen al trono alemán en el siglo XII es el mejor ejemplo de ello. Al acceder a la dignidad imperial, el primer Hohenstaufen, Federico Barbarroja, inicia una serie de exitosas campañas militares que afianzan su poder, se gana el apoyo de los gibelinos y entra en conflicto con el Papa en una disputa sobre cuál de ellos era el líder de cristiandad.
En aquellos momentos el papado se hallaba con su poder afianzado. El éxito de las primeras cruzadas (1099) añadió gran prestigio a los papas como líderes seculares de la cristiandad, con monarcas como los reyes de Inglaterra, Francia e incluso el Emperador actuando simplemente como Mariscales para los papas, y dirigiendo a «sus» ejércitos. La llamada del Papa a una cruzada era respondida rápidamente por los monarcas europeos, y éste se convertía en una figura de consenso a la que se acudía para negociar o ratificar tratados de paz, privilegios feudales, etc. Sin embargo, la ambición de la casa de Hohenstaufen va a contravenir esa situación.
La lucha entre el papa y el emperador se traduce en un largo conflicto civil entre güelfos (a favor del Papa) y gibelinos (a favor del Emperador) en todo el norte y mediodía de Italia. La consecuencia era previsible: El enfrentamiento finalmente se produce. Pero, contradiciendo los pronósticos, en Legnano (1176) el emperador Barbarroja sufrió una humillante derrota a manos de las milicias comunales italianas.
A comienzos del s.XIII, los Hohenstaufen entroncan con la casa reinante en el Reino de Sicilia, en virtud de lo cual el emperador Federico II hereda el reino. Si ya su padre Conrado IV se había comenzado a inmiscuir en la política italiana contradiciendo al Papa, Federico II, como monarca más poderoso de Italia, comienza a desarrollar su propia política ignorando totalmente la autoridad papal.
Durante la lucha por el predominio, Federico II sería excomulgado dos veces por el Papa; de hecho, el papado comenzó a usar la excomunión como instrumento político, lo que comenzó a desprestigiarlo. Igualmente, predicaría una cruzada contra Federico II, para escándalo del resto de monarcas que consideraban que la cruzada sólo estaba justificada contra los infieles o los herejes.
El conflicto entre güelfos y gibelinos se intensifica tras la muerte de Federico II y los problemas sucesorios en el reino de Sicilia, que, en sus inicios, había sido una concesión papal a la dinastía normanda, que actuaba, al menos en teoría, en nombre del papa. Tras la muerte de Federico II en 1250, el trono imperial quedará desierto, principalmente por motivos políticos, hasta 1315; igualmente, habrá interregnos papales extraordinariamente largos, de hasta 3 años de duración, debido a la tensa situación política. El problema parece solucionarse cuando Manfredo de Sicilia, bastardo de Federico que se había proclamado rey de Sicilia, es derrotado por el campeón papal Carlos I de Anjou, hermano del rey de Francia, que se instala en el reino. El papado concebía a Carlos como un nuevo "mariscal" papal con el que restaurar su influencia. Sin embargo, con el levantamiento de las Vísperas Sicilianas, en el que el pueblo de Sicilia se revela y asesina a sus gobernantes angevinos, el reino de Carlos de Anjou se desmorona; la Casa de Aragón invade Sicilia para hacer valer los derechos de la reina consorte Clemenza, única descendiente legítima del Federico II, y el Papa proclama una cruzada contra Aragón, a la que acude el rey Felipe III de Francia para ayudar a su tío Carlos. Ligar la causa papal a la de Carlos de Anjou resulta fatal: la invasión francesa sobre Aragón fracasa estrepitosamente (el propio Felipe III fallece en la contienda, víctima de la malaria), mientras que Carlos, que muere en 1285, y su heredero Carlos II el Cojo son incapaces de reconquistar Sicilia.
Desde ese momento, el papado queda desprestigiado, y su poder declina. El Sacro Imperio, que pudiera haberse mostrado como principal valedor de la política papal, se encuentra en un estado de deslegitimación al no haber emperador coronado, sólo electo, y al existir serios problemas en cuanto a la autoridad del emperador electo (el Rey de Romanos), por aquél entonces el débil Rodolfo de Habsburgo, más preocupado por acrecentar sus territorios patrimoniales. Por su parte, la política de Carlos I de Anjou en el norte de Italia había introducido a Francia en esos territorios, y su sobrino-nieto Felipe IV el Hermoso continúa su política de injerencia, que pasa por retirar la Provenza del Sacro Imperio y establecer su dominio sobre el Piamonte y la Liguria. Esto, de nuevo, choca con los intereses papales, y, por medio del conflicto entre güelfos y gibelinos, se llega a una contienda armada a consecuencia de la cual el rey de Francia, aconsejado por su canciller Nogaret, invade Italia, y captura al Papa Bonifacio VIII en el episodio llamado el Atentado de Anagni.
Esto, que causó la posterior muerte del Pontífice, supone de hecho la sumisión del papado a los poderes seculares, luego de una centuria de poseer la supremacía. A partir de ese momento, Francia y el resto de Estados toman parte activa en la elección papal, y con la entronización del francés Clemente V, elegido en 1305, el papa se hace entronizar en Lyon y traslada su residencia de manera efectiva a Aviñón.
Sin embargo, este simple hecho tiende a sobreestimar su influencia. El Papa, desde hacía siglos, no había solido residir en la ciudad de Roma, sumida en una lucha de facciones entre las distintas familias principales que pronto se involucró en las luchas de güelfos y gibelinos. Muchos papas apenas si pasaron algunos meses de su pontificado en la ciudad de Roma, soliendo residir en Viterbo, Ostia o Perugia, aunque no eran raros sus viajes y estancias en lugares mucho más lejanos, como Aquisgrán o Lyon.
Aviñon
Clemente V fue elegido por un cónclave celebrado en Perugia, pero él mismo era arzobispo de Burdeos y no se encontraba en Italia en el momento de su elección. Situar de forma interina su residencia en Avignon no pareció en un primer momento como algo extraordinario, pero la situación cambió de cariz cuando se produjo el traslado de la Curia Romana de Roma a Aviñón en 1306. Después del callejón sin salida durante el cónclave precedente y para escapar de la lucha cuerpo a cuerpo entre las poderosas familias que habían producido a los papas precedentes, como los Colonna y los Orsini, la Iglesia buscó un lugar más seguro, y lo encontró en Aviñón, que estaba rodeada por las tierras del Condado Venaissin, feudo papal. Formalmente era parte del antiguo reino Arlés, pero en realidad estaba bajo la fuerte influencia del rey francés. Aunque los Papas se habían comportado como monarcas desde la época de Gregorio I, fue durante la época de Aviñón que adoptaron muchos rasgos de la corte real: el estilo de vida de sus cardenales recordaba más al de Príncipes que al propio de clérigos; más y más cardenales franceses, a menudo parientes del papa regente, adquirieron puestos clave; y la proximidad de tropas francesas fue un recordatorio constante de dónde residía el poder secular, con la memoria de Bonifacio VIII aún fresca.
Uno de los más dañinos desarrollos para la Iglesia provino directamente de su insatisfactoria reorganización y centralización de la administración bajo Clemente V y Juan XXII. El Papado controló entonces de forma directa los cargos de beneficios, abandonando procesos de elección consuetudinarios para asegurar estos considerables ingresos. La Santa Sede y sus cardenales tenían otras formas de obtener riquezas: el diezmo, un diez por ciento impuesto sobre propiedad de iglesia; anatas, los ingresos del primer año después de haber ocupado una posición como obispo; impuestos especiales para cruzadas que nunca llegaban a tener lugar, y toda clase de dispensas, como el disfrute de beneficios sin calificación básica para ellos como la alfabetización a peticiones como la de un judío converso para visitar sus padres no convertidos. Se dice que papas como Juan XXII, Benedicto XII y Clemente VI gastaron fortunas en un guardarropa caro y en banquetes, así como las vajillas de oro y plata que usaban.
Este esplendor y corrupción en la cabeza de la Iglesia llegaba hasta las filas más bajas: dado que un obispo tenía que pagar los ingresos de un año para obtener un beneficio, buscaba formas similares de recaudar ese dinero de su nuevo cargo. Esto fue llevado al extremo por los vendedores de indulgencias que le vendían a los pobres la absolución para todo tipo de pecados. Donde se odiaba a estos vendedores de indulgencias, aunque se les necesitaba para salvar el alma, se despreciaba a los frailes que fracasaban en su intento de seguir un camino cristiano cumpliendo los votos de castidad y pobreza. Este sentimiento reforzaba movimientos que llamaban a un regreso a pobreza absoluta, renuncia de todas las pertenencias personales y eclesiásticas, y que predicasen según el evangelio. Para la iglesia, una institución incrustada en la estructura secular y su interés por la propiedad, esto era una tendencia peligrosa y a principios del siglo XIV la mayor parte de estos movimientos era considerada hereje. Entre ellos se incluyeron a los fraticelli y valdenses de Italia, y el movimiento de Husitas en Bohemia (inspirado por John Wyclif en Inglaterra). Además, el despliegue de riqueza por el alto clero, que contrastaba con la común expectativa de pobreza y adherencia estricta a los principios, era utilizado por los enemigos del Papado para formular cargos contra los papas: el rey de Francia Felipe empleaba esta estrategia, y lo mismo el emperador Luis IV. En su conflicto con este último, el papa Juan XXII excomulgó a dos filósofos destacados, Marsilio de Padua y Guillermo de Ockham, que eran francamente críticos con el Papado, y que habían encontrado refugio con Luis de Baviera en Múnich. En respuesta, Guillermo de Ockham acusó al Papa de setenta errores y siete herejías.
Los procedimientos contra los templarios en el Concilio de Vienne representan un episodio de esta época, reflejando los poderes existentes y la relación entre ellos. En 1314 el tribunal de Vienne reclamó poder sobre los templarios. El consejo, escéptico en su conjunto sobre la culpabilidad de la orden en conjunto, era improbable que condenase toda la orden basándose en las escasas evidencias aportadas. Ejerciendo una gran presión, para ganar parte de los sustanciales fondos de la orden, el rey consiguió obtener la sentencia que buscaba. El papa Clemente V ordenó por decreto la supresión de la orden. En la catedral de San Mauricio de Vienne, el Rey de Francia, y su hijo el Rey de Navarra, se sentaron junto a él, cuando promulgó el decreto. Bajo amenaza de excomunión, a nadie se le permitió hablar en aquella ocasión, excepto cuando el papa le preguntase. A los templarios que comparecieron en Vienne para defender su orden, no se permitía defender su caso: al principio, los cardenales del tribunal determinaron que se les debía permitir presentar una defensa, decisión que fue revisada sólo después de la llegada del rey de Francia personalmente a Vienne, presionando sobre el tribunal.
El Papado en el siglo XIV
Contradicción entre los papas y el Rey de Francia
El principio del siglo XIV, que sería caracterizado más tarde por calamidades como la peste negra y la Guerra de los Cien Años entre los dos principales poderes de Europa, se encontró con un Papado aparentemente en un momento de prestigio. El Papa Bonifacio VIII (1294-1303, nacido Benedetto Gaetani), un político experimentado a veces descrito como brusco y arrogante, era un feroz defensor de la soberanía universal del Papado sobre toda la cristiandad, como estableció el Dictatus Papae en el siglo XI. La cuestión concreta que le hizo entrar en conflicto con el rey Felipe IV de Francia era si los señores seculares podían establecer impuestos al clero. En su bula Clericis laicos (1296), Bonifacio VIII prohibía cualquier imposición sobre propiedad de iglesia excepto por parte del Papado o el pago de tales impuestos. Pero solamente un año más tarde concedió a Felipe IV el derecho de recaudar impuestos entre el clero en casos de emergencia.
El gran éxito del Año Jubilar de 1300 (se cree que hasta 2 millones de peregrinos visitaron Roma) incrementó considerablemente el prestigio del Papado, atrajo fondos a Roma e indujo al papa a sobreestimar extremadamente sus poderes temporales. Después de la detención del obispo de Pamiers por Felipe IV, el papa emitió la bula Salvator Mundi, retractándose todos los privilegios que confirieron al rey francés los papas precedentes, y unas pocas semanas más tarde Ausculta fili con cargos contra el rey, citándole para que compareciera ante un consejo en Roma. En una afirmación atrevida sobre la soberanía papal, Bonifacio VIII declaró que «Dios nos ha situado sobre los Reyes y los Reinos».
Felipe IV respondió a esa afirmación hierocrática escribiendo: «Su venerable estupidez puede que sepa que no somos el vasallo de nadie en cuestiones temporales», y convocó una reunión del Estado General, un consejo de los señores de Francia, que respaldaron su posición. El rey de Francia presentó cargos de sodomía, simonía, hechicería, y herejía contra el papa y lo llamó ante el consejo. La respuesta del papa fue la más fuerte afirmación hasta la fecha de soberanía papal. En Unam sanctam (18 de noviembre de 1302), decretaba que «es necesario para la salvación que todas las criaturas humanas sean súbditos del pontífice Romano.» Estaba preparando una bula que excomulgaría al rey de Francia y pondría todo su reino en interdicto, y depondría a todo el clero de Francia, cuando en septiembre de 1303, Guillermo de Nogaret, el crítico más fuerte del Papado en círculo íntimo francés, llevó una delegación a Roma, con órdenes intencionadamente ambiguas dadas por el rey para llevar al papa, si fuera necesario a la fuerza, ante un consejo para enjuiciar los cargos presentados contra él.
Nogaret colaboró con los cardenales de la familia Colonna, rivales del papa desde hacía mucho tiempo, y contra los que el pontífice había predicado incluso una cruzada con anterioridad durante su Papado. En 1303 las tropas de franceses e italianos atacaron al Papa en Anagni, su ciudad natal, y allí detuvieron al propio Papa. Era liberado tres días más tarde por la población de Anagni. Sin embargo, el Papa Bonifacio VIII, entonces de 68 años de edad, quedó profundamente afectado por este ataque a su propia persona y murió unas pocas semanas más tarde.
Cooperación
La muerte de Papa Bonifacio VIII privaba el Papado de su político más competente que podría defenderse del poder secular del rey de Francia. Después del Papado conciliador de Benedicto XI (1303-04), Clemente V (1305-1314) se convirtió en el siguiente Pontífice. Era originario de Gascuña, en Francia meridional, pero no estaba directamente relacionado con la corte francesa. Debió su elección a los eclesiásticos franceses. Decidió no trasladarse a Roma y estableció su corte en Aviñón. En esta situación de dependencia de los vecinos poderosos en Francia, tres principios caracterizaban la política de Clemente V: la supresión de los movimientos heréticos (como el catarismo en Francia meridional); la reorganización de la administración interna de la iglesia; y la conservación de una imagen no empañada de la iglesia como el único instrumento de la voluntad de Dios en tierra. Este último era desafiado directamente por Felipe IV cuando presionaba para enjuiciar a su anterior adversario, el papa Bonifacio VIII, por supuesta herejía. Ejerciendo gran influencia sobre el Colegio Cardenalicio, esto podría significar un golpe severo para la autoridad de la Iglesia. Y gran parte de la política de Clemente V estaba diseñada para evitar un golpe semejante, lo que finalmente logró. Sin embargo, el precio fueron concesiones en diversos ámbitos; a pesar de sus serias dudas personales, al final impulsó los procedimientos contra los templarios, y personalmente decidió suprimir la orden.
Por otra parte, Clemente V apoyó las pretensiones de Carlos Roberto de Anjou-Sicilia de tomar el trono del Reino de Hungría, ya que éste era considerado como heredero por vía de su abuela paterna húngara, hija de Esteban V de Hungría. El insistente apoyo de Clemente rindió frutos y de esta manera, luego de vencer a nobles feudales, Carlos Roberto fue coronado como rey húngaro con la aprobación del Papado de Avignon. La ascendencia de la rama Anjou francesa le convenía al Papa y de esta manera, en junio de 1308 envió al reino húngaro al cardenal Gentilis de Monteflorum como representante papal. La labor principal del religioso franciscano fue forzar a los nobles feudales húngaros a aceptar a Carlos Roberto, amenazandolos inclusive con crímenes eclesiásticos. Su persuasiva actitud rindió frutos y pronto los nobles se plegaron y a finales del año consiguió que el noble húngaro Ladislao Kán, voivoda de Transilvania, devolviese la Santa Corona Húngara, la cual se hallaba en sus manos, tras los conflictos sucesorios previos a Carlos Roberto, cuando el rey Otón de Hungría la perdiese en su huida dos años antes. De esta forma, Clemente V no solo afianzó su poder en Francia y sino que en otros reinos contemporános de importancia como el húngaro.
Una cuestión importante durante el Papado de Juan XXII (Jaques Dueze nacido en Cahors, y previamente Arzobispo en Aviñón), fue su conflicto con Luis IV, Emperador de Santo Romano. El último rechazaba el derecho del papa para nombrar al Emperador por coronación. Recurrió a una táctica similar a la precedente del rey de Francia Felipe, y reunió a los nobles de Alemania para que respaldaran su decisión. Marsilio de Padua ofreció la justificación de esta supremacía secular sobre las tierras en el Sacro Imperio Romano Germánico. Este conflicto con el Emperador, que a menudo implicó luchas exteriores en guerras caras, echó aún más al Papado a los brazos del rey francés.
El Papa Benedicto XII (1334-1342), Jaques Fournier nacido en Pamiers, previamente había actuado en la inquisición en contra del movimiento cátaro. En contraste con la imagen bastante sangrienta de la inquisición en general, se señala que él era muy cuidadoso con las almas que examinaba, empleando mucho tiempo en los procesos. Su interés por pacificar la Francia meridional fue también lo que le llevó a mediar entre el rey de Francia y el rey de Inglaterra, antes del estallido de la Guerra de los Cien Años.
Sumisión
Bajo el papa Clemente VI (1342-1352) los intereses franceses empezaron a dominar el Papado. Clemente VI habían sido anteriormente arzobispo de Ruan y consejero de Felipe IV, así sus vínculos con la corte francesa eran mucho más fuertes que los de sus predecesores. En algún momento incluso financió los esfuerzos bélicos franceses con sus propios recusos. Según se dice amaba el guardarropa lujoso y bajo su reinado el estilo de vida extravagante en Aviñón alcanzó nuevas cotas.
Clemente VI es también el Papa que reinaba durante la Peste negra. Esta epidemia estalló en la época en que el rey Luis I de Hungría conducía una campaña militar contra el Reino de Nápoles (recorrió toda Europa entre 1347-1350, y se cree que mató cerca de un tercio de la población de Europa). Clemente se parcializó totalmente del lado de la reina Juana I de Nápoles, viuda del hermano menor de Luis I de Hungría, por lo cual reclamaba el trono napolitano el rey húngaro. Juana I viajó en 1347 a Avignon, donde se refugió en la sede papal mientras los ejércitos de Luis I entraban en el reino napolitano. Clemente deseaba tener a Juana I como reina, puesto que Avignon para la época era una dependencia del Reino de Nápoles y la soberana en curso era fácilmente manipulable para él. Durante la campaña militar y tras su victoria en 1348, Clemente VI no reconoció la soberanía del rey húngaro Luis I y lo amenazó con la excomunión de coronarse éste como rey de Nápoles, pero no llegó a hacerlo y tampoco se rompieron las relaciones entre el reino y la Santa Sede, puesto que el rey húngaro se marchó de inmediato de suelo italiano ante el agravamiento de la Peste Negra y abandonó su empresa.
Clemente VI pudiendo crear un Estado independiente en Avignon ofreció su ayuda a la reina. Esta recibiendo la absolución papal por haber matado a su esposo Andrés I de Nápoles, hermano de Luis I y asegurándose por protección del Papa en el trono, le cedió la región de Avignon a Clemente.
El papa Inocencio VI (1352-1362), nacido Etienne Aubert, era menos sectario que Clemente VI. Estaba interesado en establecer la paz entre Francia e Inglaterra, habiendo trabajado con este fin en delegaciones papales en 1345 y 1348. Su aspecto demacrado y las maneras austeras le conferían más alto respeto por parte de los nobles en ambos lados del conflicto. Sin embargo, era también indeciso e impresionable, ya un hombre viejo cuando se le eligió papa. En esta situación, el Rey de Francia conseguía influir en el Papado, aunque los legados papales desempeñaban papeles clave en diversos intentos de detener el conflicto. Destacadamente, en 1353 el Obispo de Porto, Guy de Boulogne, intentó crear una conferencia. Después de unas conversaciones inicoaes satisfactorias el esfuerzo fracasó, en gran parte debido a la desconfianza por parte de los ingleses hacia los fuertes lazos de Guy con la corte francesa. En una carta, el propio Inocencio VI escribía al Duque de Lancaster: «Aunque nacimos en Francia y aunque por eso y otras razones tengamos hacia el reino de Francia un afecto especial, sin embargo al trabajar por la paz hemos apartado nuestros prejuicios particulares e intentado servir los intereses de todo el mundo».
Con el papa Urbano V (1362-70) el control de la corte francesa sobre el Papado se hizo más directo. A Urbano V en sí se le describe como el más austero de los papas de Aviñón después de Benedicto XII y probablemente el más espiritual de todos. Sin embargo, no era un estratega y hacía concesiones sustanciales a la corona francesa especialmente en finanzas, una cuestión crucial durante la guerra con Inglaterra. En 1369 el papa Urbano V apoyó el matrimonio de Felipe II de Borgoña y Margarita III de Flandes, antes que proporcionando la dispensa a uno de los hijos de Eduardo III para casarse con Margarita. Esto claramente mostraba la parcialidad del papado, y correspondientemente decayó el respeto hacia la iglesia.
Cisma: La Guerra de los Ocho Santos
La decisión más influyente del reinado del papa Gregorio XI (1370-1378) fue el regreso a Roma en 1378. Aunque el papa era francés y todavía estaba bajo la fuerte influencia del rey francés, el conflicto creciente entre facciones amistosas y hostiles al papa suponía una amenaza para las tierras papales y para la fidelidad de la propia Roma. Cuando el Papado estableció un embargo a las exportaciones de grano durante una escasez de comida (1374-75, Florencia organizó a varias ciudades en una liga en contra del Papado: Milán, Bolonia, Perugia, Pisa, Lucca y Génova. El delegado papal, Roberto de Ginebra, un pariente de la Casa de Saboya, inicio una política especialmente cruel en contra de la liga para restablecer el control sobre estas ciudades. Convenció al papa Gregorio XI para contratar mercenarios bretones. Para reprimir un levantamiento de los habitantes de Cesena contrató a John Hawkwood el cual masacro a la mayoría de la población (se dice que mataron entre 2.500 y 3.500 personas).[1] Después de tales acontecimientos, la oposición contra el papado se fortaleció. Florencia entró en abierto conflicto con el papa, un conflicto llamado «la guerra de los ocho santos» en referencia a los ocho concejales florentinos que fueron elegidos para dirigir el conflicto. Se excomulgó a toda la ciudad de Florencia y como respuesta se detuvo la exportación de impuestos clericales. El comercio quedó seriamente obstaculizado y los dos lados tenían que encontrar una solución. En su decisión de volver a Roma, el papa fue también influido por Catalina de Siena, más tarde canonizada, que predicaba en favor del regreso a Roma.
El cisma en sí terminó finalmente por una serie de concilios hasta 1417. El establecimiento de los consejos de iglesia, con el poder de decidir sobre la posición de papa, fue uno de los resultados principales del cisma. Sin embargo, no perduró mucho más allá de 1417.
Crítica
A este periodo se le ha llamado la "cautividad en Babilonia" de los papas. No se sabe con certeza cuándo y dónde se originó esta expresión. Francisco Petrarca, en una carta a un amigo (1340-1353)[2] escrita durante su estancia en Aviñón, describe a esta ciudad como la «Babilonia de Occidente», refiriéndose a las costumbres mundanas de la jerarquía eclesiástica:
...Ahora estoy viviendo en Francia, en la Babilonia de Occidente. El sol en sus viajes no ve nada más horrible que este lugar sobre las playas del salvaje Ródano, que sugiere las corrientes infernales de Cocito y Aqueronte. Aquí reinan los sucesores de los pobres pescadores de Galilea; extrañamente han olvidado su origen. Me asombra, cuando recuerdo a sus predecesores, ver a estos hombres cargados de oro y vestidos de púrpura, presumiendo de los despojos de príncipes y naciones; ver palacios lujosos y alturas coronadas con fortificaciones, en lugar de un barco volcado como refugio.
He estado tan deprimido y abrumado que la pesadez de mi alma ha pasado en aflicción corporal, así que estoy realmente enfermo y sólo puedo emitir suspiros y gemidos.
Ya no encontramos las redes sencillas que se usaban en el pasado para ganar un sustento frugal en el lago de Galilea, y con el cual, habiendo trabajado toda la noche sin coger nada, tomaban, al amanecer, una multitud de peces, en nombre de Jesús. Uno se queda estupefacto hoy en día al oir las lenguas mentirosas, y al ver pergaminos sin valor convertidos, con un sello de plomo, en redes que se usan, en nombre de Cristo, pero gracias a las artes de Belial, para captar a multitudes de incautos cristianos. Estos peces, también, se visten y se ponen en los carbones abrasadores de la ansiedad antes de llenar la insaciable boca de sus captores.
En lugar de santa soledad encontramos un anfitrión criminal y una muchedumbre de los más infames satélites; en lugar de sobriedad, banquetes licenciosos; en lugar de peregrinajes piadosos, pereza sobrenatural y sucia; en lugar de los pies descalzos de los apóstoles, los corceles blancos como la nieve de bandoleros vuelan por delante de nosotros, adornados con oro y alimentados con oro, para ponerles pronto herraduras de oro, si el Señor no observa antes este lujo servil. En resumen, parece que estemos entre los reyes de los persas o los partos, ante los cuales debemos arrojarnos al suelo y venerarlos, y a los que no se puede acercar excepto si se les ofrecen regalos. ¡Oh, vosotros, viejos descuidados y escuálidos!, ¿para esto trabajasteis? ¿Es para esto para lo que habéis sembrado los campos del Señor y los habéis regado con vuestra santa sangre? Pero dejemos el tema.
El término surgió en 1350 en las cartas de Petrarca Sobre la Corte Papal en Aviñón. El apodo es polémico, por cuanto que se refiere a la protesta de los críticos que la prosperidad de la iglesia en esta época estaba acompañada por un profundo compromiso de la integridad espiritual del Papado, especialmente en la alegada subordinación de los poderes de la iglesia a las ambiciones de los reyes franceses. Se señala que la «cautividad» de los papas en Aviñón duró aproximadamente el mismo tiempo que el exilio de los judíos en Babilonia, haciendo la analogía conveniente y retóricamente poderosa. El papado de Aviñón se ha descrito, y se sigue considerando así hoy, como dependiente de los reyes franceses, y a veces incluso como peligroso para su papel espiritual y su herencia en Roma.Casi un siglo y medio después, el reformista protestante Martín Lutero escribió su tratado Preludio en el Cautiverio Babilónico de la Iglesia (1520), pero mantuvo que no tenía relación con el cisma de occidente o el Papado de Aviñón. No obstante, el período papal en Aviñon permitió desarrolar una estructura pontificia adecuada a lo que posteriormente sería una administración eficiente, ya que en el Siglo V la Iglesia ya estaría unida y regiría los destinos de Europa.
Resumen
La relación entre el Papado y Francia cambió drásticamente a lo largo del siglo XIV. Comenzó con el conflicto abierto entre Papa Bonifacio VIII y el Rey Felipe IV de Francia, se convirtió en cooperación de 1305 a 1342, y finalmente pasó a ser un papado con fuerte influencia del trono francés hasta 1378. Tal parcialidad del Papado era una de las razones para la baja estima de la institución, que a su vez fue una de las razones para el cisma de 1378-1417. En el periodo del Cisma, la lucha de poder en el Papado se convirtió en un campo de batalla de los principales poderes, con Francia apoyando al papa en Aviñón e Inglaterra respaldando al papa de Roma. Al final del siglo, todavía en el estado de cisma, el Papado había perdido la mayor parte de su poder político directo, y los estados nacionales de Francia e Inglaterra se establecieron como los principales poderes de Europa.
En conjunto, parece una exageración caracterizar al Papado como una marioneta del trono francés. Incluso durante su periodo de Aviñón, 1305 - 1378, el Papado siempre seguía sus propios propósitos de unir señores cristianos (por ejemplo mediando entre Francia e Inglaterra) y respaldar la posición de la Iglesia (por ejemplo evitando los cargos de herejía contra Bonifacio VIII formulados por rey Felipe IV). Solamente en tiempos posteriores, cuando un rey francés fuerte se enfrentaba a un papa débil, el Papado hacía significativas concesiones al rey francés, como con el papa Urbano V, el más pro-francés, quien fue presionado por el rey de Francia. La base para ejercer tal presión se puede encontrar en el cambio de equilibrio de poder en el siglo XIV. La defensa que el Papado hacía de su soberanía universal, reiterada desde el Dictatus Papae del Papa Gregorio VII y defendida por Papa Bonifacio VIII al principio del siglo, era imposible de apoyar a la vista de los movimientos escolásticos y las influyentes obras de Marsilio de Padua y Guillermo de Ockham. La reorganización administrativa empezada con Clemente V tuvo éxito a la hora de proporcionar fondos a la Santa Sede. Sin embargo, el interés por cuestiones administrativas y jurídicas caracterizó a todo el Papado de Aviñón y por consiguiente perdió mucho respeto entre nobleza más baja y la gente corriente, quienes tenían más simpatía por las órdenes religiosos comprometidas con la pobreza más que por una jerarquía eclesiástica donde los cardenales a menudo vivían vidas principescas.
La principal preocupación de los Papas de este tiempo era la unificación de la Iglesia. Y para lograr ese objetivo, era indispensable salir de la influencia francesa. Por lo tanto, establecerse en Roma pasó a ser primordial.
Véase también
Notas
- ↑ Más tarde, Roberto de Ginebra fue elegido anti-papa el 20 de septiembre de 1378, con el nombre de Clemente VII.
- ↑ Sobre la Carta Que Critica el Papado de Aviñón[1]. (En inglés).
Referencias
- Propylaen Weltgeschichte, Band 5 "Islam, Die Entstehung Europas",
- Capítulo "Das Hochmittelalter", François-Louis Ganshof, p 395ff in [1].
- Capítulo "Religioese und Geistige Bewegungen im Hochmittelalter" Arno Brost, p 489ff in [1].
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- Weltgeschichte, Sechster Band, Mitteleuropa und Nordeuropa, Bibliographisches Institut, Leipzig und Wien, 1906
- Hans F. Helmolt VI. "Die westliche Entfaltung des Christentums" en [12].
- Ladurie, E. le Roi. "Montaillou, Catholics and Cathars in a French Village, 1294-1324", traducido al inglés B. Bray, 1978. También publicado como "Montaillou: The Promised Land of Error".
- Yves Renouard "Avignon Papacy"
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