Francisco Hermógenes Ramos Mejía

Francisco Hermógenes Ramos Mejía

Francisco Hermógenes Ramos Mejía

Francisco Hermógenes Ramos Mejía Ross
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Francisco Hermógenes Ramos Mejía
Nacimiento 11 de diciembre de 1773
Buenos Aires, Virreinato del Río de la Plata (hoy, República Argentina)
Fallecimiento 5 de mayo de 1828
Los Tapiales, Provincia de Buenos Aires, Argentina
Ocupación Hacendado y funcionario.
Padres Gregorio Ramos Mejía, y María Cristina Ross

Francisco Hermógenes Ramos Mejía Ross (o Mexía), uno de los más importantes hacendados bonaerenses de principios del siglo XIX, fue un destacado defensor de las poblaciones aborígenes. Participó brevemente de la política de su ciudad natal y de la firma del Tratado de Miraflores entre el gobierno y las tribus pampas. Su condena a la violación del tratado por parte del gobierno motivo su detención y aislamiento en una de sus estancias. Defendió una postura religiosa personal lo que le valió ser considerado por sus contemporáneos como un hereje.

Contenido

Biografía

Francisco Hermógenes Ramos Mejía Ross nació en Buenos Aires el 11 de diciembre de 1773. Era el séptimo hijo de los trece de una familia de buen linaje pero escasa fortuna. Su padre era Gregorio Pedro Joseph de Santa Gertrudis Ramos Mejía, natural de Sevilla, y su madre María Cristina Ross, hija de un escocés protestante. A los diez años de edad inició sus estudios en el Real Colegio Seminario de la Purísima Concepción de la Virgen, donde estudio gramática y latín. Completo luego sus estudios en el Real Colegio de San Carlos, los que finalizó en 1797, tras lo que partió a Chuquisaca, Alto Perú, en busca de trabajo y de profundizar sus estudios en la Universidad Mayor Real y Pontificia San Francisco Xavier de Chuquisaca.

Tomina, Chuquisaca.
Pacajes, La Paz.

En 1797 ocupo un cargo en la localidad de Tomina del departamento de Chuquisaca. En 1801 fue nombrado Juez subdelegado en la Provincia de Pacajes, unos de los partidos del departamento de La Paz. El territorio contaba con una numerosa población indígena sometida al régimen de la mita, lo que le permitió conocer el trato del aborigen y probablemente formar su percepción de la cuestión indígena que marcaría su vida.

En La Paz el 5 de mayo de 1804 se casó con María Antonia de Segurola y Roxas, de 15 años de edad, hija de Ursula de Rojas Ureta y Alquiza y de Sebastián Segurola y Oliden, gobernador intendente de La Paz a fines de siglo XVIII y uno de los principales represores del movimiento de Tupac Amaru. Su esposa aportó como dote 150 mil pesos fuertes en dinero y joyas y extensas y valiosas fincas rurales ubicadas en lo que hoy es territorio boliviano.

En 1806, luego del nacimiento y temprana muerte de su primer hijo en La Paz, vendieron sus bienes y se trasladaron a Buenos Aires, haciendo la larga y lenta travesía desde el Alto Perú acompañados por ayudantes y 200 esclavos, y transportando una fortuna en plata y oro amonedado.

Tapiales

El 25 de octubre de 1808 adquirió por 32.000 pesos de plata corriente al Comisario de Guerra y Juez Real Martín José de Altolaguirre una chacra de más de seis mil hectáreas en la zona de La Matanza, que se extendía desde el río Matanza hasta los montes de tala que llegaban al Palomar de Caseros. Entre sus límites se hallaba todo lo que hoy constituye el éjido urbano de la ciudad de Ramos Mejía.[1]

La chacra contaba con numerosas arboledas y potreros cercados con tapias de tierra revestidas por ambos lados con tunas de penca, lo que probablemente dió lugar al nombre posterior de la chacra, "Los Tapiales". Altolaguirre, su anterior dueño, había efectuado una intensa actividad de forestación. Allí también se efectuaron las primeras plantaciones de lino, así como cultivos de olivares y 100 hectáreas de nogales. El terreno adquirido también incluía un amplio caserón situado frente a lo que hoy es la autopista a Ezeiza. Cuando en 1808 los Ramos Mejía tomaron posesión de la chacra no se practicaba aún el alambrado de los campos, por lo que el perímetro estaba marcado con ciento cuarenta mojones de piedra.

La Matanza, Buenos Aires.

En los campos de la chacra ya se habían extinguido los caballos baguales y las vaquerías de ganado cimarrón (descendientes de los yeguarizos y vacunos abandonados en la pampa por los primeros conquistadores españoles) por lo que Francisco Ramos Mejía se ocupó de acrecentar su ganado mediante una explotación racional, y registró una marca propia para su hacienda.[2]

En la zona ya no había incursiones de aborígenes, pero aún se recordaba que en 1740[3] los pampas habían llegado muy cerca de Buenos Aires y habían sido detenidos por vecinos armados en el pago de La Matanza.

La parte de la chacra que hoy es jurisdicción de la ciudad de Ramos Mejía estaba atravesada por el Camino Real, que llevaba a la Guardia de Luján. Las carretas (y más tarde las diligencias) en camino a la Provincia de San Luis o a Córdoba (y de allí a Chile o al Perú), debían necesariamente transitarlo por ser el único camino existente.[4] Otro importante camino que cruzaba la chacra a poca distancia del Camino Real era el que hoy se denomina Avenida Gaona, y que desde la primera mitad del siglo XIX se conoció como "Camino de Gauna".[5]

Revolución de Mayo

Ildefonso Ramos Mexía

Ocurridos los sucesos del 25 de mayo de 1810, los Ramos Mejía adhirieron en forma inmediata a los principios de la Revolución. Francisco contribuyó generosamente con sus recursos para equipar y financiar a las tropas de uno de los ejércitos que en 1810 se formó para defender la causa.[6] Fue designado regidor del Cabildo de Buenos Aires revolucionario electo el 17 de octubre de 1810 y cumplió las funciones de defensor de menores.[7] Luego se desempeño como Alférez Real y desde mediados de 1815 Alcalde Provincial dejando de actuar en la politica de la ciudad y la nación en 1816. Uno de sus hermanos, Ildefonso Ramos Mejía, seguiría teniendo una intensa participación en la vida política.[8]

Miraflores

Tras la paz acordada en 1790, en tiempos del virrey marqués de Loreto, donde se fijó como línea divisoria el río Salado, la población indígena gozaba con relativa tranquilidad del control del territorio pampeano. La revolución no cambió eso: las autoridades de las Provincias Unidas del Río de la Plata estaban ocupadas en las guerras para asegurar su independencia y no podían distraer esfuerzos para sostener la expansión hacia el oeste. No obstante, la frontera era permeable y algunos estancieros dedicados a la cría extensiva de ganado vacuno se aventuraron poco a poco más allá del río Salado.

Cabildo de Buenos Aires (1864).

En 1811, tras un desacuerdo, Ramos Mejía dejó su puesto en el Cabildo y en compañía de algunos pocos hombres de la chacra encabezados por José Luis Molina, un baqueano criollo que hablaba perfectamente las lenguas indígenas, se internó tras el Salado hasta la zona de la laguna Kaquel Huincul y Mari Huinkul, que en lengua aborigen significa "diez lomas", situada en el viejo partido de Monsalvo, actual Partido de Maipú, al sur de Dolores, donde compró 64 leguas cuadradas de tierras a los indios pampas en 10000 pesos fuertes.[9] El historiador Adolfo Saldías, en su Historia de la Confederación, plantea que Francisco fue el único estanciero de entonces en comprarle tierras a los indios, permitiéndosele a estos permanecer con sus tolderías en dicho territorio.

Concretada la transacción, por completo inusual para la época, regresó a Buenos Aires en busca de su familia, y emprendió la fundación de la Estancia "Miraflores" así denominada en recuerdo a una finca que su suegro, Sebastián Segurola y Oliden, había poseído en el Alto Perú.

Partido de Maipú.

El camino que seguían las tropas de carreta que unía el sur del Salado (y por ende Miraflores) con Buenos Aires era ya más directo que en el pasado: de Buenos Aires llevaba a Chascomús, desde allí cruzaba el Salado por el Paso de la Postrera y llegaba a Dos Talas, Las Bruscas, Monsalvo, Kakel Huincul (en Maipú), laguna del Vecino (actual Partido de General Guido), los Montes del Tordillo y Montes Grandes del Tuyú, donde se reunía con el que partiera de la Ensenada de Barragán corriendo por el este.

Pese a haberles comprado la tierra, Ramos Mejía fomentó la permanencia de los indios en su estancia. Quienes lo deseaban podían asentarse en las tierras de la estancia. Se calcula que unas 200 personas optaron por ese régimen. Allí aprendieron a sembrar utilizando el caballo para arar, cosecharon trigo, cebada y maíz, y plantaron árboles (cedros, robles, castaños y frutales). El excedente de lo que producían se vendía en Buenos Aires y su producto les pertenecía. Los aborígenes podían abandonar la hacienda en cualquier momento, ninguna servidumbre los ataba a la tierra o a su dueño. Por otro lado, aquellos que preferían no asentarse tenían garantizado el libre y pacífico tránsito por Miraflores.

Ramos Mejía estableció sólo algunas reglas de convivencia para quienes habitaran sus tierras, que eran conocidas por estos como "la Ley de Ramos". Una de las primeras prohibiciones que estableció fue la del uso de armas.

El 10 de agosto de 1814 presentó al Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata Gervasio Antonio de Posadas, un plan para poblar pacíficamente la pampa llevando adelante una acción civilizadora y por completo prescindente del empleo de la fuerza militar.

A los indígenas le enseñaba algunos principios de moral cristiana, pero no propiamente de doctrina católica ortodoxa, y los sábados dirigía un servicio religioso. Esto, y la falta de imágenes sagradas, su interpretación personal de la Biblia, el rumor de que bendecía las uniones ilegitimas de los indios fue generando creciente alarma entre otros hacendados y las autoridades religiosas de Buenos Aires.

Las Provincias Unidas en 1816.

En 1815 Francisco Ramos Mejía recibió del gobierno en merced las tierras pero no la propiedad.[10] Ese mismo año se instaló en la laguna Kaquel Huincul, su territorio, un fortín al mando del capitán Ramón Lara. Si bien la frontera seguía en el Salado, el avance de las estancias y del apoyo militar y las autoridades civiles fijaron la frontera en el nuevo fortín y en el naciente pueblo de Dolores.

En las inmediaciones se estableció también el principal centro de detención de prisioneros realistas, conocido como Las Bruscas.

Recién en 1819 Ramos Mejía pudo adquirir el derecho de propiedad al gobierno, de una extensión de terreno de 250.000 hectáreas.[11] Juan Manuel de Rosas se opuso en esa ocasión a la venta: sospechaba la connivencia de Ramos Mejía con los malones, dado que estos no afectaban sus propiedades. Rosas se había incluso opuesto a que la frontera se expandiera hasta Tandil, para impedir que Ramos siguiera comprando tierras a los indios. Por añadidura, Ramos Mejía no integraba tampoco el poderoso sector de los ganaderos saladeristas e inclusive la firma de Ramos aparece junto a la firma de los enemigos de Rosas en la guerra de panfletos que se produjo como consecuencia del cierre de los saladeros en 1818, dispuesta con el objeto de garantizar el abastecimiento a la ciudad. Finalmente, sus mismas posiciones religiosas e ideológicas los diferenciaban profundamente: para Ramos Mejía el blanco y el indio debían integrarse pacíficamente en comunidades bajo igualdad de derechos. Miraflores se convirtió en buena medida en esa verdadera colectividad utópica por la que abogaba y la experiencia era exitosa: aunque los indios tenían libertad de irse en cualquier momento la población afincada en paz aumentaba sin cesar, el robo fue erradicado y la estancia daba ganancias. Juan Manuel de Rosas, hábil conocedor de las poblaciones indígenas defendía en cambio una política dual: de negociación y relación paternalista con caciques amigos y de enfrentamiento y sometimiento con los adversarios.

Milenarismo

Manuel Lacunza.

De ideas políticas y religiosas muy particulares, Francisco Ramos Mejía predicaba una interpretación milenarista, original y muy personal de los Evangelios, influenciada en buena medida por el jesuita chileno Manuel Lacunza (1731-1801). Lacunza se hizo conocer por su trabajo La venida del Mesías en gloria y majestad, acerca de la segunda venida de Cristo, escrito bajo el seudónimo de Josafat Ben Ezra durante su exilio en Italia, tras la disolución de la orden. Su libro circuló en fragmentos durante los últimos años de la década de 1780 por toda Europa y América, y fue publicado en forma de libro después de su muerte.

Ramos Mejía estaba tan interesado en esa obra, que copió a mano el manuscrito que poseía el dominico Isidoro Celestino Guerra. Poco después adquirió la edición en cuatro tomos publicada en Londres en 1816 por el general Manuel Belgrano,[12] en la que efectuó numerosas anotaciones en los márgenes, muchas veces críticas de las ideas de Lacunza. Esas críticas a Lacunza, quién pese a sus posiciones poco ortodoxas se encontraba bajo la influencia de su formación teológica católica, indican que Ramos Mejía compartía muchas de las perspectivas de los reformadores protestantes.

En 1820 Ramos Mejía publicó un corto tratado llamado "El evangelio de que responde ante la nación el ciudadano Francisco Ramos Mejía", y otro panfletom "El A B C de la Religión". Esas publicaciones produjeron reacciones inmediatas: sumadas a las denuncias que desde tiempo atrás se acumulaban contra sus practicas religiosas movieron al gobierno a encargar al padre Valentín Gómez su investigación. Valentín Gómez designo a su vez al cura vicario de Dolores para que investigara sobre el terreno las denuncias. El informe finalmente presentado daba por comprobada sólo la acusación de haber santificado el día sábado y manifestaba no tener suficientes indicios para dar por cierta la de realizar casamientos.

Afirmaba no obstante que Ramos Mejía no sólo guardaba el sábado como opción personal, sino que había persuadido a los trabajadores de sus campos y a los indígenas que los habitaban a hacer lo mismo. Este hecho y los rumores, comprobados o no, constituyeron argumentos suficientes para que fuera considerado hereje, por lo que el entonces ministro de gobierno Bernardino Rivadavia[13] dictó una resolución donde establecía que se "Intimase a Don Francisco Ramos Mejía se abstenga de promover prácticas contrarias a la religión del país y de producir escándalos contrarios al buen orden público, al de su casa y familia y a su reputación personal". El dominico Francisco de Paula Castañeda, su principal perseguidor, lo acusaba también de haber quemado las imágenes y eliminado el santoral católico.

El Pacto de Miraflores

Frontera con el indio.

Hacia 1820 la situación de la frontera sudoeste era pacífica. En un informe de 1864 del sargento mayor Juan Cornell al ministro de guerra, recordaba que hacia 1820: "La frontera por el Sud había adelantado hasta Kaquel y también las estancias por inmediaciones a la costa del mar desde el Río Salado hasta la Mar Chiquita. Por el norte partiendo desde Chascomús, Ranchos, Montes y demás puntos hasta Mercedes y Melincué se mantenían en sus antiguos puestos. Los establecimientos de estancias en toda esa estensión al frente no habían alcanzado sino hasta el Río Salado. (...) Los indios pampas hacía años que se mantenían en paz situados por la Lobería, Tandil, Chapaleufú, Huesos,[14] Tapalqué y Kaquel, viniendo a comerciar hasta esta Capital, alojándose en los corralones destinados a este negocio.".

Inmerso en una crisis civil sin precedentes, a principios de 1820 el gobierno buscó un acuerdo con los indígenas de las sierras de Tandil que le permitiese asegurar esa frontera. Cuando las propuestas llegaron a los indígenas, estos decidieron que Francisco Ramos Mejía actuara como su representante en las negociaciones. Con ese objeto Ramos Mejía presentó al gobernador Martín Rodríguez unas "Pautas de convivencia pacífica entre blancos e indios" que serían reconocidas en el posterior Tratado.

Las conversaciones se realizaron en la estancia de Miraflores. El 7 de marzo de 1820, en representación de 16 jefes indígenas pampas, Ramos Mejía firmó con el gobierno de Buenos Aires el Tratado de Paz de Miraflores, que si bien reconocía la situación existente planteaba una relativa reciprocidad en las concesiones. Así, el artículo 4° del texto del tratado reconocía como nueva línea de frontera las tierras ocupadas por los estancieros, pero estos debían permitir a los indígenas el libre paso por sus tierras. El artículo 5° obligaba a los indios a devolver la hacienda robada, pero los blancos debía respetar los bienes de aquellos. Ramos Mejía se negó a suscribir un par de puntos, como el de que el indio debía ajusticiar a los blancos huidos a su territorio.

Cacique ranquel (Pincén).

Fue firmado por Martín Rodríguez con los caciques Ancafilú, Tacumán y Tricnín, quienes había sido autorizados en las tolderías del Arroyo Chapaleufú a representar también a los caciques Carrunaquel, Aunquepán, Saun, Trintri Loncó, Albumé, Lincón, Huletru, Chañas, Calfuyllán, Tretruc, Pichilongo, Cachul y Limay, y por los caciques firmó Francisco Ramos Mejía (Tratado de paz de la estancia Miraflores 7-3-1820).

Pero tras el tratado que debía ratificar la paz existente la situación se deterioró rápidamente en todos los aspectos. Francisco Ramos Mejía ya había sido denunciado como hereje y su afinidad con los indios era considerada sospechosa. Por añadidura, en otros frentes la descomposición política del régimen y la incursión del líder chileno José Miguel Carrera favorecieron nuevas incursiones de las tribus.

Dice Cornell: "Pero desgraciadamente las turbulencias del año 20 y el mal manejo que se tuvo para tratarlos hizo disgustarlos en tiempo del gobierno del General Rodríguez, y se retiraron de Kaquel donde residían las tribus de Ancafilú, Pichiman, Antonio grande y Landao, que vivían pacíficamente agasajados por Don Francisco Ramos Mejía, que permanecía sin ningún temor en su estancia con toda su familia y sin exajeración diré, rodeado de estas indiadas."

Expedición al sur

Pocos meses después de la firma del tratado, el 27 de noviembre de 1820, un malón azotó la localidad de Lobos dejando alrededor de cien víctimas incluyendo al jefe del fortín. Entre las tropas que salieron en su persecución estaba el coronel Juan Manuel de Rosas, pero no lograron darles alcance ni recuperar cautivos o arreo. El 2 de diciembre José Miguel Carrera con una partida de indios atacó la localidad de Salto y destruyó la población.

Martín Rodríguez.

Ante la indignación pública por los malones, el gobernador Martín Rodríguez dispuso una expedición contra los indios que atacaban las poblaciones de la frontera. No obstante ante la imposibilidad de alcanzar las partidas agresoras, Rodríguez efectuó finalmente su entrada contra tribus pacíficas. Se puso en campaña desde el fortín Lobos, donde reunió alrededor de 2500 hombres.[15] [16] Una división dirigida por Rafael Hortiguera, Gregorio Aráoz de Lamadrid y Rosas invadirían el territorio por el centro, mientras otra fuerza al mando de Rodríguez lo haría por el sur.

La columna de Rodríguez cruzó el Salado rumbo al sur, acampó a orillas de la laguna Kaquel Huincul y avanzó hasta la sierra del Tandil, desde donde se dispuso sorprender las tolderías de los caciques Ancafilú y Anepan en las márgenes del arroyo Chapaleufú, pero el arroyo tuvo que ser pasado a nado por lo que las tropas sólo lograron capturar algunos niños y mujeres y ganados.

Grupo de tehuelches (1832).

Los indios se dispersaron en pequeñas partidas que seguían la columna. Enviaron luego una embajada manifestando deseos de someterse, para lo que solicitaban un parlamento. Abiertas las negociaciones, Rodríguez devolvió a los indígenas los prisioneros y sus rebaños, quedando los caciques en presentarse en pocos días. El plan de las tribus consistía en incorporar 300 indios de lanza a la columna como tropas aliadas para operar contra las tribus tehuelches y dirigir a las tropas a una celada en la cual los 300 arrebatarían la caballada y el resto atacarían a la columna. El cacique Juan Landao delató los planes, por lo que los indios del cacique Pichiloncoy optaron por atacar las fuerzas de Rodríguez, quien se impuso ocasionándoles unas 150 bajas.[17]

Los indios pidieron parlamentar y se acordó una reunión con los enviados de Rodríguez cerca de una laguna, conocida desde entonces como laguna de la Perfidia, los que fueron asesinados. Vista la situación, con el ejército semisublevado, Rosas que renunciaba a su comisión y se proponía regresar a su estancia de los Cerrillos y en la certeza de la inutilidad de proseguir las operaciones, Rodríguez resolvió replegarse a Kaquel Huincul.[18]

Ante lo que consideraba una violación flagrante del Pacto de Miraflores por el Gobierno, Ramos Mejía protestó enérgicamente: "Si los indios aspiran de hecho y de derecho a la paz, los cristianos fomentan de hecho y de derecho la guerra (…) ¿No nos desengañaremos jamás de que ni el sable ni el cañón en nuestras circunstancias ni las buenas palabras con tan malditas obras es posible que constituyan ahora la paz entre los hermanos? ¿Será posible darle la salud a la Patria por medio de los prisioneros de la muerte?".[19]

En el fuerte de Kaquel Huincul Rodríguez ordenó que fueran detenidos todos los indios que trabajaban en la Estancia de Miraflores, acusándolos de ser espías de las tribus que realizaban los malones, y que Francisco Ramos Mejía se presentara a la ciudad de Buenos Aires para responder a la acusación de preferir la amistad de los indígenas a la de sus conciudadanos y de trabajar en contra de la religión oficial. En el comunicado que pasó al gobierno Rodríguez señalaba que de Miraflores "reciben los demás indios noticias que les favorecen para sus excursiones" y que en esa "estancia es donde se proyectan los planes de hostilidades contra provincia"

Al ejecutarse la orden hubo un intento de resistencia pero Ramos Mejía convenció a los indígenas que marcharan pacíficamente, comprometiéndose a dirigirse al fuerte para hablar con el gobernador y resolver la situación. Al presentarse al dia siguiente en el fuerte, Rodríguez le comunicó que no sólo los indios no serían liberados sino que él debía abandonar de inmediato su estancia e ir detenido a la capital. Su esposa María Antonia y sus hijos fueron encerrados en una carreta rumbo a Buenos Aires, mientras que Francisco Ramos Mejía fue trasladado esposado a caballo. Iniciado el traslado, en las cercanías del fuerte Ramos Mejía vio en el camino los cadáveres degollados de ochenta indios de sus tierras.[20] Al presentar su protesta se le contestaron que durante la marcha se produjo un intento de resistencia que debió ser sofocado. No se encontró ninguna prueba que ligara a Ramos Mejía o a los indios de sus tierras con los malones o de que representaran una amenaza para la frontera. De hecho, en su informe del 4 de febrero de 1821, el capitán Ramón Lara le informó al gobernador que al allanar como se le ordenara la estancia había encontrado sólo seis fusiles, tres de ellos inútiles y los restantes con evidente falta de uso, lo que representaba un arsenal claramente insuficiente no ya para las actividades de que eran acusados sino para cualquier estancia en lo que era zona de frontera.

Cornell afirmaría que la incursión fue un fracaso que "... no produjo ésta mayores resultados, si no al contrario más disposición en los indios para hacernos la guerra y no poca por haber traído preso en el mismo ejército a Don Francisco Ramos Mejía con toda la tribu de indios pacíficos que tenían sus tolderías en su estancia Miraflores."[21]

El malón de 1821

"El malón" por Mauricio Rugendas.

En efecto, el ataque injustificado provocó que las tribus que se habían mantenido hasta ese entonces en paz por voluntad, costumbre y en respeto de lo establecido en el Pacto de Miraflores se alzaran también contra las poblaciones de la frontera. Entre ellos, el cacique pampa Curu-Nahuel ((llamado Curunau, Tigre negro) que vivió en las cercanías de Miraflores entre 1805 y 1835,[22] padre de Cachul, sólo se sublevó ante el evidente atropello, lo mismo que el cacique pampa Calfugán del cual jamas había habido quejas.

En abril de 1821 un malón de 1500 hombres de lanza guiados por José Luis Molina, el antiguo capataz de Ramos Mejía, destruyeron la naciente población de Dolores.[23]

Regreso a Los Tapiales

Ramos Mejía permaneció recluído en su chacra de Los Tapiales y no volvió jamás a Miraflores. Tal como sucediera en su vieja estancia, numerosos pampas fueron congregándose y estableciendo sus tolderías en torno a su nuevo hogar. Víctima de una epidemia, murió el 5 de mayo de 1828, apenado y entristecido por el fallecimiento de dos de sus hijos a causa de la peste. Tenía 54 años.

El mismo día de su muerte, su familia inicio los trámites para poder sepultarlo en el parque de la chacra de Los Tapiales. Pasaron dos días esperando el consentimiento para la inhumación mientras el cuerpo de Francisco Ramos Mejía continuaba en una de las salas de la chacra. Al tercero entraron a la sala ocho indios, tomaron el féretro y lo depositaron sobre una carreta. Fuera del casco de la estancia los esperaban varios indios que formando un cortejo siguieron a la carreta. Tras cruzar el Río Matanzas se perdieron en el desierto y nunca se supo el lugar exacto en el que fue enterrado.

General Juan Galo Lavalle.

La chacra quedó en manos de su viuda, María Antonia Segurola. Gobernaba la provincia el coronel Manuel Dorrego quien sería fusilado el 13 de diciembre de 1828 por el general Juan Lavalle, sobrino de Francisco. Tras la derrota de Puente Márquez, Lavalle acampó en Los Tapiales, donde permaneció durante varios meses del año 1829. De allí partió meses después a visitar el campamento de Rosas, en la actual localidad de Virrey Del Pino.

Los hijos de Ramos Mejía, Matías, Ezequiel y Francisco y sus yernos, los maridos de Magdalena y Marta Ramos Mejía, Isaías de Elía Álzaga y Francisco Bernabé Madero[24] estuvieron entre los principales dirigentes del alzamiento de los Libres del Sur en Dolores, lo que determinó la confiscación por Rosas de la chacra. Acompañaron a Lavalle en su retirada hacia el norte tras la derrota sufrida en Quebracho Herrado. Francisco fue muerto en Córdoba y los restantes, tras la muerte de Lavalle el 9 de Octubre de 1841 en Jujuy, continuaron a Bolivia trasladando sus restos y partiendo al exilio. Tras la caída de Rosas, los Ramos Mejía recuperaron sus propiedades. De sus nietos destacan Francisco, célebre historiador y jurista, y José María Ramos Mejía (1842-1914), famoso sociólogo y psiquiatra.

Su chacra de Los Tapiales fue declarada monumento histórico en el año 1942 y en 1968 fue expropiada para levantar en la zona el Mercado Central de Buenos Aires. Dentro de sus límites se preserva hoy el casco de la chacra.

Su doctrina religiosa

Su doctrina no lo sobrevivió siquiera en su propia familia. La mayor parte de sus libros y manuscritos fueron quemados. Es posible conocer su ideario por algunos de sus escritos:

  • El Evangelio de que responde ante la Nación el ciudadano Francisco Ramos Mejía, un extraño y críptico escrito de 15 páginas, de irregular sintaxis, puntuación y lógica, con frases en latín, citas bíblicas y con referencias a Lacunza y su obra.
  • Las anotaciones hechas al margen de la Venida del Mesías en Gloria y Majestad (en la edición de Belgrano de 1816), compuesta por 4 tomos.
  • La carta que escribe al gobernador Juan Ramón González de Balcarce a fines de 1820.

Los principios fundamentales de su doctrina consistían básicamente en que:

  • La Biblia representa la única norma en tema de fe y doctrina
  • La salvación se obtiene sólo por la fé en Cristo
  • Sólo Cristo y los apóstoles constituyen el fundamento legítimo de la Iglesia Cristiana.
  • El dogma de la transubstanciación era inaceptable por considerarlo idolátrico.

Por estas cuestiones, Ramos Mejía es considerado por algunos un precursor del protestantismo en América Latina. Algunos, como es el caso de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, lo consideran incluso un precursor.

Referencias

Notas

  1. Como detalle "costumbrista", la operación incluía la propiedad de seis esclavos negros "los cuales se ponen a 50 pesos cada uno con derecho de poderse libertar en este precio cuando puedan".
  2. Esa marca era reconocida y respetada por las tribus, hasta el punto que es tradición que años después de la muerte de Ramos Mejía, una carreta fue detenida por una tropa de indios y dejada seguir su rumbo sin incidentes porque sus captores, aún sin haber conocido a Ramos, reconocieron la marca en los caballos.
  3. Acta del Cabildo del 24 de noviembre de 1740.
  4. Ese tramo inicial del Camino Real se convertiría con el tiempo en la Avenida Rivadavia.
  5. El nombre de este camino recuerda para algunos al militar salteño Eduardo Gauna, muerto en la Batalla de Suipacha y para otros al coronel también salteño Calixto Gauna. También hay quienes afirman que la denominación corresponde al nombre de quien poseía hacia 1810 los terrenos por donde comenzaba el camino, en la zona que hoy es el parque del Centenario de la ciudad de Buenos Aires.
  6. Gazeta de Buenos Ayres, 5 de julio de 1810
  7. Acuerdos del Extinguido Cabildo de Buenos Ayres, 17 de octubre de 1810
  8. En 1820 Idelfonso Ramos Mejia (hermano de Francisco Hermogenes) ocupo circunstancialmente el mando de la Provincia de Buenos Aires, al presidir la Junta de Representantes y en 1826 fue elegido constituyente por la actual Ciudad Buenos Aires, al congreso que sancionó la Constitución unitaria de 1826.
  9. Juan Carlos Sánchez Sottosanto, Francisco.
  10. Relaciones fronterizas en las tierras del Monsalvo y Dolores, primera mitad del XIX.
  11. Gazeta Nº 112 de 1819.
  12. Belgrano conoció una copia manuscrita de la obra de Lacunza, la llevó a Londres en su viaje diplomático y allí editó 1500 ejemplares. Era una edición de cuatro tomos, realizada en la imprenta de Carlos Wood y consta de un prologo escrito por el mismo Belgrano.
  13. No dejaba de ser una hipocresía impulsada por motivos de opinión pública y oportunismo político. El mismo Bernardino Rivadavia por su activa política contraria a los intereses de la religión sería considerado durante su futura presidencia como hereje.
  14. No he hubicado el sitio. Hay una "Punta Vorohue" en la provincia de Buenos Aires (38°13'S, 57°42'O), cerca de Chapadmalal. Vorohue (del mapudungun Foro-we) significa "lugar donde hay huesos".
  15. Gaceta de Buenos Aires del 10 de diciembre de 1820 y el 24 de enero de 1821.
  16. Pisani, Adriana, Historias del Salado y la Bahía: crónicas y documentos del pasado, Dunken, ISBN 987-02-1989-6, 9789870219897.
  17. Analía Correa, Relaciones fronterizas en las tierras del Monsalvo y Dolores, primera mitad del XIX.
  18. A sable y lanza. Pág. 12-14. Escrito por Alberto Jorge Lamas. Publicado por Editorial Dunken, 2007. ISBN 987-02-2292-7, 9789870222927
  19. Juan Carlos Sánchez Sottosanto, Francisco.
  20. Cerca del viejo casco de la estancia Kakel en Maipú existía hasta hace muy poco, una cruz de madera señalando el cementerio de estos indios.
  21. Relaciones fronterizas en las tierras del Monsalvo y Dolores, primera mitad del XIX.
  22. Su territorio estaba comprendido entre Tandil, Olavarría y el Salado, frente al establecimiento Los Cerrillos de Juan Manuel de Rosas, situado en Monte.
  23. El baqueano Molina fue soldado del Regimiento de Granaderos a Caballo. Cuando Martín Rodríguez apresó al hacendado y a los indios que vivían en su estancia, Molina junto con dos peones más, huyó a las tolderías. Después de la destrucción de Dolores, donde obtuvieron más de ciento cincuenta mil cabezas de ganado, aliado a los caciques Ancafilú y Pichiman invadió por la costa del Salado hasta ser derrotado por los Húsares y Dragones Auxiliares de Entre Ríos. Molina escapó y acusado de traición por los indios recibió protección en los cuarteles. Útil por sus conocimientos fue indultado el 04 de julio de 1826 por Bernardino Rivadavia y se sumó como capitán de baqueanos a las expediciones de 1826 y 1827 del coronel Federico Rauch a la Sierra de la Ventana (Relaciones fronterizas en las tierras del Monsalvo y Dolores, primera mitad del XIX). En el levantamiento rural de 1829 en contra de Juan Lavalle tuvo un papel destacado en la dirección de una de las tantas bandas armadas que mantuvo en jaque al gobierno de facto. Regularizada la situación con la llegada al poder de Rosas, Molina pasó a servir como oficial en el Fuerte Independencia (Ratto, Silvia, Caciques, autoridades fronterizas y lenguaraces, CONICET-UNQ-UBA, 2005).
  24. Madero se convertiría en vicepresidente de la República Argentina durante la primera presidencia de Julio Argentino Roca.

Bibliografía

  • Clemente Ricci, Francisco Ramos Mexía: Un heterodoxo argentino como hombre de genio y como precursor, Buenos Aires, Imprenta Juan H. Kidd y Cía, 1923.
  • Priora, Juan Carlos, Francisco Ramos Mexía, Revista Dialogo Universitario, 2002.
  • Manuel Torres Cano, Historias ferroviarias al sur del Salado, EUDEM, ISBN 987-1371-29-2, 9789871371297
  • Adriana Pisani, Historias del Salado y la Bahía: crónicas y documentos del pasado, Editorial Dunken, ISBN 987-02-1989-6, 9789870219897


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