Historia de Cataluña

Historia de Cataluña

Cataluña es un territorio histórico situado en el nordeste de la península Ibérica formado inicialmente a partir de los condados que formaban la Marca Hispánica del Imperio carolingio y cuya extensión y unidad fue completándose a lo largo de la Edad Media. Tras la unión dinástica del condado de Barcelona y el reino de Aragón en el siglo XII, los territorios catalanes se constituyeron en parte integrante de la Corona de Aragón, alcanzando una notable preponderancia marítima y comercial a finales del período medieval. Actualmente, la palabra Cataluña se emplea habitualmente para referirse a la comunidad autónoma del mismo nombre situada en España, mientras que tanto instituciones culturales, tales como el Instituto de Estudios Catalanes y la Universidad de Perpiñán,[1] como medios de comunicación catalanes,[2] hablan de Cataluña Norte para hacer referencia al Rosellón, la región integrada en el Departamento de los Pirineos Orientales de Francia.

Prehistoria en Cataluña

Los primeros pobladores del territorio que actualmente ocupa Cataluña se remontan a los inicios del Paleolítico Medio. Los restos más antiguos descubiertos corresponden a la mandíbula de un individuo del género Homo (especie incierta) encontrada en Bañolas, de unos 66.000 ± 7.000 años de antigüedad (datación directa por Rainer Grun, Julià Maroto i cols. en 2006).

Entre los yacimientos más importantes de este periodo destacan el de las cuevas de Mollet (Serinyà, Pla de l'Estany), el Cau del Duc, en el macizo del Montgrí, el yacimiento de Forn d’en Sugranyes (Reus) y los abrigos Romaní i Agut (Capellades), mientras que para el Paleolítico Superior destacan los de Reclau Viver, la cueva de la Arbereda y la Bora Gran d’en Carreres, en Serinyà, o el Cau de les Goges, en Sant Julià de Ramis.

De la siguiente etapa prehistórica, el Epipaleolítico o Mesolítico, se han conservado importantes yacimientos, la mayor parte datados entre el 8000 y el 5000 a. C., como el de Sant Gregori (Falset) y el Filador (Margalef de Montsant) y, en lo que respecta a las manifestaciones artístico-creenciales, Arte levantino, el Cogul, Cabra Feixet (el Perelló) y Ulldecona.

El período Neolítico se inicia en tierras catalanas hacia el 4500 a. C., aunque en un grado de sedentarización de los pobladores mucho menor que en otros lugares, gracias a la abundancia de bosques, lo que propició que la caza y la recolección siguieran siendo actividades fundamentales y que el establecimiento de asentamientos se demorase en muchos lugares. Los yacimientos neolíticos más importantes de Cataluña son la cueva de Fontmajor (l'Espluga de Francolí), la cueva de Toll (Morà), las cuevas Gran i Freda de Montserrat y los abrigos con arte esquemático del Cogul, Os de Balaguer, Albi, Tivissa y Alfara de Carles.

El período Calcolítico o Eneolítico se desarrolla en Cataluña entre el 2500 y el 1800 a. C., momento en el cual se construyen los primeros objetos de cobre.

La Edad del Bronce se sitúa cronológicamente en el período 1800-700 a. C., de la cual se conservan escasos restos, pero destacan unos poblados formados en la zona del Bajo Segre. La Edad del Bronce coincide con la llegada de los pueblos indoeuropeos, a través de sucesivos flujos migratorios que se desarrollan desde el año 1200 a. C., responsables de la creación de los primeros poblados de estructura protourbana.

A partir de mediados del siglo VII a. C. el territorio catalán alcanza el período conocido como Edad del Hierro.

La Edad Antigua en Cataluña


Este periodo se caracteriza, en una primera etapa, por la confluencia de diferentes culturas colonizadoras en el actual territorio catalán, en particular la griega y la cartaginesa, que darán lugar a la formación, como en el resto de la península, de la cultura ibérica.

De esta etapa es la formación de Emporion, en la costa gerundense, enclave comercial impulsado por la ciudad griega de Focea desde Massalia (actual Marsella), en el siglo VI a. C.

En lo que se refiere a la civilización ibérica, se ha constatado la existencia de diferentes tribus dispersas por tierras catalanas, entre ellos los indigetes (en el Ampurdán), los ceretanos (en la Cerdaña) o los airenosinos (en el Valle de Arán).

Se distinguen cuatro grandes periodos en el actual territorio de Cataluña. El inicial, que abarca del siglo VIII al VII a. C., que corresponde a una etapa de formación, en que los pueblos indígenas entran en contacto con pueblos colonizadores, y en el que aparecen los primeros objetos de hierro. El segundo es el periodo antiguo, del siglo VII a. C. a mediados del V a. C., en el que se consolida el proceso de iberización. Le sigue un período de plenitud, que va de mediados del siglo V hasta el siglo III a. C. Y, finalmente, la fase de decadencia, que se inicia en el 218 a. C. con la presencia de Roma, en que la cultura ibérica es absorbida por el potente impulso de la romanización.

La segunda etapa de la historia antigua en Cataluña corresponde al período de romanización, iniciado en el siglo III a. C. La llegada de los romanos a la Península Ibérica tuvo lugar en el 218 a. C., con el desembarco de Cneo Cornelio Escipión en Ampurias, con el objetivo de cortar las fuentes de aprovisionamiento de los ejércitos del cartaginés Aníbal durante la Segunda Guerra Púnica.

Tras la derrota de los cartagineses y de diferentes tribus ibéricas sublevadas ante la presencia romana, en el 195 a. C., se completó prácticamente la conquista romana en territorio catalán y se inició el proceso de romanización, a través de la cual los distintos pueblos peninsulares fueron asimilados por la cultura romana y abandonaron sus propios rasgos.

El actual territorio catalán quedó englobado primero en la provincia llamada Hispania Citerior, para formar parte desde el 27 a. C. de la Tarraconense, cuya capital fue Tarraco (actual Tarragona).

Producto del periodo romano será la adopción de toda la estructura administrativa y las instituciones propiamente romanas, el desarrollo de una gran red urbana y viaria, la generalización de un sistema agrícola basado en la trilogía mediterránea (cereales, viña y olivo), la introducción de los regadíos, el desarrollo del derecho romano y la adopción del latín.

Siglos III al XI: de la antigüedad tardía a la época feudal

La crisis del siglo III que afectó al Imperio romano y que originaría su decadencia afectó gravemente al actual territorio catalán, donde se han detectado importantes niveles de destrucción y procesos de abandono de villas romanas. También de este siglo son las primeras noticias documentales de la presencia del cristianismo en Cataluña. Aunque los datos arqueológicos indican la recuperación de algunos núcleos, como Barcino (Barcelona), Tarraco (Tarragona) o Gerunda (Gerona), la situación no volvió a ser la de antes, las ciudades se amurallaron y los núcleos se redujeron.

En el siglo V, se produce la invasión generalizada del Imperio romano por parte de los pueblos germánicos. El pueblo germano de los visigodos que había obtenido permiso para entrar en el Imperio y colaborar en la defensa de los limes en la actual Bulgaria como aliados romanos; fueron liderados por Ataúlfo tras la situación de marginación dentro de la sociedad romana y de extrema pobreza de este grupo étnico. Ataúlfo fue un visigodo y general romano que llegó al máximo escalafón militar dentro del ejército romano, y que lideró la rebelión visigoda, llegando a Italia y a Roma, venciendo o esquivando a las legiones romanas, y llegando a conquistar a la hasta entonces invicta ciudad de Roma (1º saqueo). Como acuerdo entre los romanos y los visigodos y para que estos volvieran a aceptar el orden romano, sus leyes, dejaran de saquear Italia, y volvieran a ser fieles aliados, se les entrega Hispania, y parte de Francia. Los visigodos llegan a la península Ibérica por la principal vía romana, instalándose en la ciudad Tarraconense en (410). Y cuando en el 475 el rey visigodo Eurico formó el reino de Tolosa, incorporó el actual territorio catalán, con gobierno primero desde Tolosa y luego desde Toledo.

Los visigodos dominaron el territorio hasta inicios del siglo VIII, cuando en mitad de una guerra civil visigoda por la sucesión del reino penínsular, una de las partes llama a la potencia emergente, el Imperio Omeya, en busca de ayuda y para que decidiera la guerra a su favor. Los musulmanes ya estaban en Marruecos y su imperio se extendía hasta la India. Después de derrotar a las tropas fieles al rey legítimo de la península visigoda, Roderic (don Rodrigo), en la batalla de Guadalete y con apoyo de los visigodos rebeldes que aspiraban al poder conquistan rápidamente la península hasta el norte (Gigia-Gijón cayó en manos musulmanas, y la resistencia se mantuvo en las montañas asturianas de Cangas y Covadonga. La conquista relámpago musulmana se basaba en un ejército de 30.000 hombres (los romanos tenían un ejército de 50.000 para la defensa del Imperio de Occidente y otros 50.000 para la defensa del Imperio de Oriente), en soldados fánáticos que luchaban hasta el final, en las tácticas de caballería ligera que tan bien funcionaron en terrenos abiertos (las mismas que usó Gengis Khan con ayuda de la pólvora), en la debilidad de un reino dividido en mitad de una guerra civil y en la desidia de un pueblo dominado (la inmensa mayoría eran esclavos en la época romana, y gobernados desde Roma) por un grupo extranjero que marginaba y "poseía" al resto de la población, el grupo germánico de los visigodos (la alianza entre visigodos y población local no se produjo hasta la época de la "reconquista", de manera que a la inmensa mayoría de la población la invasión le era indiferente, era cambiar un dueño por otro), el mandato religioso del cristianismo en contra de la guerra (que no cambió hasta finales del siglo XI con el encumbramiento de la clase caballeresca, aprox. 1075, y las cruzadas desde 1100), el miedo a represalias y guerra de terror, la tolerancia con los sometidos "sin resistencia", la facilidad para mantener el poder de las clases dominantes si cambiaban de bando con pocas pérdidas y sólo con un ligero impuesto, el pago de un impuesto por parte de los no musulmanes, y en algunos casos, la entrega de las tierras que "no poseían" a los nuevos conquistadores (las mejores para los árabes y yemeníes, las peores para los bereberes).

En el 718, la conquista musulmana llegó al noreste de la península y pasó a la Septimania, un proceso que tuvo lugar sin graves conflictos bélicos, excepto en algunos casos como el de Tarragona, algunos focos de resistencia aislados en el sur la meseta, Levante y Asturias y Cantabria. El poder musulmán se extendía por Francia ya desde 719, Narbona, Carcasona, hasta Toulouse, e incluso Burdeos, en una continuada expansión hasta centro-Europa, y con la única resistencia efectiva peninsular en Asturias, donde comienza un nuevo reino. La posterior reacción carolingia ante la presión islámica liderada por Carlos Martel, duque de Eudes; la reacción de un inmenso Imperio que iba del norte de Italia, Francia y Alemania, Prusia y Austria, con su poderoso ejército de caballería pesada (con cotas de malla), puso freno a la expanión musulmana por Europa en la batalla de Touluse en 721, y los hizo retroceder a raíz de la batalla de Poitiers en el 732, llegando a liberar Narbona en 759 por Pipino el Breve. Y se continúa con el proceso de crear una marca franca que sirva de frontera para el Imperio Franco (tribu germana), el futuro condado de Barcelona. Esto supuso la ocupación por su parte durante el último cuarto del siglo VIII de las actuales comarcas pirenaicas, de Gerona y, en el 801, de Barcelona, tras la cual se formó una región fronteriza que seguía aproximadamente el curso de los ríos Llobregat, Cardener y el curso medio del Segre. Los dominios del Imperio carolingio delimitados por esta área fronteriza con Al-Ándalus y los Pirineos serían conocidos con el nombre de Marca Hispánica, aunque a diferencia de otras marcas carolingias nunca se constituyó formalmente como tal. Este territorio se organizaba políticamente en diferentes condados dependientes del rey franco.

A finales del siglo IX, el monarca carolingio Carlos el Calvo designó a Wifredo el Velloso, un noble descendiente de una familia del Conflent, conde de Cerdaña y Urgel (870), y conde de Barcelona y Gerona (878), lo cual suponía la reunión bajo su mando de buena parte del territorio catalán. Wifredo fue el primer conde en transmitir la gobernación de sus territorios directamente a sus descendientes, debido a la crisis en que estaba sumido el Imperio y al consiguiente aumento de poder de los gobernantes locales en los territorios fronterizos. Aunque a su muerte Wifredo repartió sus condados entre sus hijos, se mantuvo la unidad entre Barcelona, Gerona y Osona, excepto durante un breve periodo. Se atribuye a la política de Wifredo la repoblación de Osona, así como la fundación de los monasterios de Ripoll y San Juan de las Abadesas, y la restauración de la sede episcopal de Vic.[3]

Durante el siglo X, los condados catalanes se convirtieron en verdaderos condados independientes del poder carolingio, según el poder central del Imperio se debilitaba, y las guerras civiles, de sucesión, hacían su trabajo de desgaste, un hecho que el conde Borrell II oficializó en el 987 al no prestar juramento al primer monarca de la dinastía de los Capeto.[4] En estos años de formación de los condados catalanes, se desarrollaron los primeros pasos de repoblación del territorio tras la invasión musulmana, trayendo grandes contingentes de población de los territorios dentro del Imperio carolingio que eran dominios poseídos por los Condes de Barcelona como súbditos del Imperio, la repoblación se hizo principalmente con población del sur de Francia (las diferencias con la población actual del sur de Francia vienen a raíz de la aniquilación de esta población en las guerras contra la herejía de los cátaros, y la repoblación con habitantes del norte de Francia). Así, durante los siglos IX y X se creó una sociedad donde predominaban pequeños propietarios libres, llamados aloers, enmarcados en una sociedad agraria donde cada núcleo familiar producía lo que consumía, generando muy pocos excedentes, y típica de la Edad Media.

El siglo XI se caracteriza en Cataluña por el desarrollo de la sociedad feudal, como consecuencia de las presiones señoriales para desarrollar lazos de vasallaje con los campesinos libres (alodiales, en catalán aloers). Los años centrales del siglo se caracterizaron por una guerra social virulenta, donde la violencia señorial arrolló a los campesinos, gracias a las ventajas que obtenían de las nuevas tácticas militares, la caballería pesada, y basadas en la contratación de mercenarios bien armados y a caballo.

Así, a finales del siglo, la mayoría de los campesinos propietarios se habían convertido en siervos sometidos al señor. Este proceso coincidió con un debilitamiento del poder de los condes y la división del territorio en numerosos señoríos, que con el tiempo daría paso a la articulación de un Estado feudal basado en complejas fidelidades y dependencias, en lo alto del cual se encontraría el conde de Barcelona, tras el triunfo sobre el resto de señores de Ramón Berenguer I. Con el tiempo, los condes de Barcelona vincularían todos los demás condados catalanes al condado que posteriormente pasaría a formar parte de la Corona de Aragón.

Hasta mediados del siglo XII, los sucesivos condes de Barcelona intentaron ampliar sus territorios en múltiples direcciones y por diversos medios. Ramón Berenguer III (1082-1131) incorporó mediante alianza matrimonial el condado de Besalú (1111), recibió por herencia el de Cerdaña (1117 o 1118), y conquistó por la fuerza parte del condado de Ampurias (entre 1123 y 1131). Más allá de los Pirineos, también controló el de Provenza (desde 1112), que al morir legó a su segundo hijo Berenguer Ramón.[5] Por su parte, en 1118 la Iglesia catalana se independizó de la sede de Narbona y fue restaurada la sede de Tarragona.

Siglo XII al XV: La Corona de Aragón

Artículo principal: Corona de Aragón

Bajo el gobierno del conde Ramón Berenguer IV (1131-1162), se produjeron diferentes hechos fundamentales para la historia de Cataluña. El primero, su boda con Petronila de Aragón, lo que supuso la unión del condado de Barcelona y del Reino de Aragón, por lo que con el tiempo el territorio común sería conocido como Corona de Aragón. Fruto de esta unión fue que Ramón Berenguer pasó a ser el princeps o dominador de Aragón, ya que el rey aragonés Ramiro le hizo donación de su hija y de su reino para que la tuviera a ella y al reino en dominio «salva la fidelidad a mí y a mi hija» («dono tibi, Raimundo, barchinonensium comes et marchio, filiam meam in uxorem, cum tocius regni aragonensis integritate [...] salva fidelitate mihi et filie mee.»), y se retiró a la vida monástica, aunque nunca cedió su dignidad real, esto es, que en adelante sería rey, señor y padre de Ramón Berenguer tanto en Aragón como en todos sus condados («sim rex, dominus et pater in prephato regno et in totis comitatibus tuis, dum mihi placuerit»).[6]

La unión del condado de Barcelona y el reino de Aragón no fue, pues, el fruto de una fusión ni de una conquista, sino el resultado de una unión dinástica pactada. De hecho, los territorios que compusieron la Corona mantuvieron por separado sus propias leyes, costumbres e instituciones, y los monarcas reinantes tuvieron que respetar estas bases.[7]

A nivel dinástico, existen diversas explicaciones en la historiografía actual sobre la continuidad de las casas gobernantes en la Corona unida. Así, algunos historiadores, como Ubieto o Montaner, creen que se produjo un prohijamiento por el cual Ramón Berenguer pasaba a ser un miembro más de la Casa de Aragón.[8] [9] En cambio, José Luis Villacañas[10] o Vicente Salas Merino,[11] entre otros autores, consideran que la dinastía reinante entre 1162 y 1412 fue la Casa de Barcelona.

En lo sucesivo, Ramón Berenguer IV materializó las nuevas conquistas políticamente diferenciadas asignadas a título personal como marquesados. Conquistó Tortosa y Amposta en 1148, y Lérida en 1149 gracias a una ofensiva conjunta con el conde Ermengol VI de Urgel. Estos territorios fueron repoblados a lo largo del siglo XII y suelen recibir el nombre genérico de Cataluña Nueva, para distinguirlos de los antiguos condados carolingios que conformaban el área oriental de la Marca Hispánica, denominados Cataluña Vieja. La línea de separación entre ambas áreas geográficas suele establecerse en la línea delimitada por los ríos Llobregat, su afluente el Cardener, y el Segre.

A finales del siglo XII, diferentes pactos con el reino de Castilla delimitaron las futuras zonas donde desarrollar nuevas conquistas de territorio musulmán, pero en 1213, la derrota de Pedro II el Católico en la Batalla de Muret acabó con el proyecto de consolidación del poder de la Corona sobre Occitania. Tras un periodo de agitación, en 1227, Jaime I el Conquistador asumió plenamente el poder como heredero al trono de la Corona de Aragón y se inició la expansión territorial sobre nuevos territorios.

En su reunión de 1188, la asamblea de Paz y Tregua, germen de las Cortes catalanas, estableció los límites de lo que a partir de mediados del siglo XIV se conocerá como Principado de Cataluña, y que se definirá como el territorio sometido a la jurisdicción de dichas Cortes. En dicha asamblea se estableció su ámbito jurisdiccional "desde Salses a Tortosa y Lérida y sus ríos" (Constitución XVIII).[12] No obstante, tanto la frontera occidental como la meridional tuvieron una definición incierta durante décadas. Así, delegados de las tierras de Lérida y Fraga acudieron a las Cortes de Aragón convocadas por Jaime I en Daroca en 1228.[13] En 1244, en cambio, Jaime I fijó la frontera en el río Cinca, situando en el ámbito catalán territorios anteriormente adscritos a Aragón como la Ribagorza, La Litera y el valle de Arán. En cuanto al límite meridional, fue quedando establecido en el curso inferior del río Ebro, entre la desembocadura del Segre y el mar.[14]

A lo largo del segundo cuarto del siglo XIII se incorporan a la corona las Islas Baleares y Valencia. Éste último territorio, el Reino de Valencia, pasó a convertirse en un tercer reino de la Corona de Aragón, con Cortes propias y unos nuevos fueros: los Furs de València. En cambio, el territorio mallorquín, junto a los condados de Rosellón y Cerdaña, la ciudad de Montpellier y los señoríos de Omeladés y Carladés, sería entregado en herencia su segundo hijo, Jaime, y formarían el reino de Mallorca, iniciándose así un periodo de tensión interna que concluiría con su anexión a la Corona de Aragón en 1343, por parte de Pedro IV el Ceremonioso.

Fernando II de Aragón en su trono enmarcado por dos escudos con el emblema del señal real. Frontis de una edición de 1495 de las Constituciones catalanas.[15]

Entre las décadas finales del siglo XIII y las primeras del XIV, Cataluña vivió épocas de gran plenitud, en las que experimentó un fuerte crecimiento demográfico y una expansión marítima por el Mediterráneo. Esta época coincide con los reinados de Pedro III el Grande, que invadió Sicilia (1282) y tuvo que defenderse de una cruzada francesa contra Cataluña; de Alfonso III el Liberal, que se apoderó de Menorca, y de Jaime II, que invadió Cerdeña y con quien el poderío de la Corona alcanzó su máxima expansión económica en la Edad Media. Sin embargo, desde el segundo cuarto del siglo XIV se inició un cambio de signo para Cataluña, marcado por la sucesión de catástrofes naturales y crisis demográficas, el estancamiento y recesión de la economía catalana y el surgimiento de tensiones sociales.

Por su carácter limítrofe, la Ribagorza siguió siendo objeto de disputa entre catalanes y aragoneses durante el siglo XIII. En las Cortes reunidas en Zaragoza en 1300, el rey Jaime II aprobó que tanto Ribagorza como La Litera quedasen bajo jurisdicción aragonesa.[16]

El reinado de Pedro IV el Ceremonioso (1336-1387) se caracterizó por graves tensiones bélicas, entre las que se cuentan la anexión del reino de Mallorca, el sofocamiento de una rebelión sarda, de la rebelión de los unionistas aragoneses y valencianos y, sobre todo, la guerra con Castilla. Estos episodios generaron una delicada situación financiera, en un marco de crisis demográfica y económica, pero también un poderoso desarrollo institucional y legislativo, en el que destaca la creación de la Diputación General de Cataluña o Generalidad de Cataluña (1365).

En 1375, una protesta de los representantes de Fraga ante las Cortes reunidas en Tamarite vuelve a desplazar el límite occidental de Cataluña, ya que esta ciudad vuelve a quedar bajo el fuero de Aragón.[17]

La muerte sin descendencia y sin el nombramiento de sucesor del rey Martín I el Humano en 1410 abrió, además, una grave crisis sucesoria. Ello abrió un periodo de interregno, durante el cual la situación progresivamente iría evolucionando a favor del poderoso candidato de la dinastía castellana de los Trastámara, Fernando de Antequera, quien, tras el Compromiso de Caspe de 1412, fue nombrado monarca de la Corona de Aragón.

El sucesor de Fernando I de Aragón, Alfonso V el Magnánimo, promovió una nueva etapa expansionista, esta vez sobre el reino de Nápoles, el cual dominó finalmente en 1443. Paralelamente, se agravó la crisis social en Cataluña, tanto por los conflictos rurales como urbanos. El desenlace de estos conflictos fue, en 1462, la rebelión de los remensas, protagonizada por los campesinos frente a las presiones señoriales y la guerra civil catalana, que se extendería por un periodo de diez años, tras los cuales la región quedó exhausta, los conflictos remensas no quedaron resueltos y Francia retuvo hasta 1493 los condados de Rosellón y Cerdaña, que fueron ocupados durante el conflicto.

El matrimonio de Fernando II de Aragón con Isabel la Católica, reina de Castilla, celebrado en Valladolid en 1469, condujo a la Corona de Aragón a una unión dinástica con Castilla, efectiva a su muerte, en 1516, pero ambos reinos conservaron sus instituciones políticas y mantuvieron las cortes, las leyes, las administraciones públicas y la moneda propias. Sería Fernando II de Aragón, el Católico, quien, con la sentencia arbitral de Guadalupe resolvió el conflicto remensa en 1486, reformó en profundidad las instituciones catalanas, recuperó pacíficamente los condados catalanes del norte y amplió la actuación de la corona sobre Italia.

Siglos XVI al XVIII: Cataluña durante la Edad Moderna

Constituciones Catalanas, 1535.

Siglo XVI

Ya desde los tiempos de los Reyes Católicos los catalanes participan directamente en las expediciones y campañas militares españolas. El almirante Cardona conquista Mers-el-Kebir (conocida tradicionalmente en las crónicas españolas como Mazalquivir) en 1505. Pere Bertran i de Margarit, ampurdanés, acompaña a Colón en su segundo viaje.[18]

En el siglo XVI, la población catalana inició una recuperación demográfica y una cierta recuperación económica. El reinado de Carlos I fue para Cataluña una etapa de armonía en la nueva estructura que formaban ahora los reinos hispánicos.

Cuando llega Carlos I de España, un rey que permaneció poco tiempo en la península, toma como base de operaciones a Castilla, con una población de 6 millones (entre los reinos más poblados de Europa en la época), una pujante economía (Flandes, Portugal y el Norte de Italia eran las otras economías más desarrolladas del continente), y el descubrimiento de América por el reino de Castilla, y su nuevo ejército que gracias al Gran Capitán era el más poderoso de Europa, lo convertía en la fuente perfecta para sus ambiciones expansionistas e imperiales, siendo la base principal de impuestos y de reclutamiento de tropas. Mientras que Cataluña con sus 300.000 habitantes, se libraban de llevar esta pesada carga, en Castilla se producía la "revuelta de los comuneros" por los nuevos impuestos para pagar los ejércitos y los sobornos para los príncipes electores alemanes para ser nombrado "Emperador del Sacro Imperio romano", las mayores cantidades de oro pagadas hasta la época, así como porque la pequeña nobleza y la burguesía tenían las vistas puestas en la expansión ultramarina, y no en la expansión europea del nuevo rey, que había nacido y crecido en Flandes (actuales Holanda, Bélgica y parte de Francia). Esta revuelta fue aplastada por los tercios que volvieron de Italia, con el apoyo de la población de Navarra y Vascongadas (que recibieron los fueros del rey en agradecimiento por su apoyo), y con el apoyo de la gran nobleza, en contra de la pequeña nobleza y la burguesía de las ciudades. A largo plazo, las necesidades militares y los elevados impuestos, como la alcabala que debía ser pagado cada vez que se producía una operación comercial o de transporte (se suma en cada operación 10%+10+10+..., no como el IVA actual, que solo se paga en la venta final), llevaron al reino de Castilla a la quiebra. La ventaja de la Corona de Aragón al evitar el pago de estos elevados impuesto en favor del rey y para la defensa del reino (no se enviaban grandes números ni en tropas ni dinero), no evitaba tener elevados impuestos en la Corona de Aragón, aunque esta vez a favor de los nobles, y que temían perderlos en favor del rey.

El hecho de que el descubrimiento de América y que por tanto los derechos sobre ella estuvieran en el reino de Castilla, alejó a la Corona de Aragón de sus ventajas hasta la unificación con el reino de Castilla con la llegada de los Borbones en la guerra de Sucesión. Aunque el reino de Aragón se había opuesto a una unificación con el reino de Castilla, puesto que la nobleza que integraba las cortes de Aragón suponían que esta sería una dilución de sus poderes, y tener que soportar la mayor carga impositiva que tenía el reino de Castilla.

Durante el reinado de Felipe II la Corona de Aragón continúa sin soportar el mantenimiento militar de los reinos. Ello se explica por la negativa de la corona de Aragón a proveer de más tropas y fondos al rey y la defensa y expansión de sus dominios, así como por el paso del peso político y económico internacional del Mediterráneo al Atlántico, la debilidad del principado de Cataluña, siendo la preeminencia del reino de Valencia en el espacio de la vieja confederación una cuestión de menor importancia.

El reinado de Felipe II marcaría, en cambio, el inicio de un proceso de deterioro, la crisis económica que comienza en Castilla en 1580 y los elevados impuestos que se atenazan sobre el reino vecino, llevando a este a una gran ´pérdida de población, llegando la meseta y salvo Madrid, a tener menos población en la actualidad que antes de 1580; la economía de Cataluña se resiente, pero se mantiene la unidad del reino. Entre los elementos más negativos de este periodo destacan la piratería berberisca sobre las zonas costeras y el bandolerismo en las zonas interiores. La nueva dinámica y las nuevas fidelidades que generaba originaron también un retroceso en la lengua y en la cultura catalanas, que iniciaron una etapa de decadencia, tras la pujanza de los siglos anteriores.

Durante el reinado de Felipe II, hubo catalanes, como Luis de Requesens que participaron activamente en la política exterior "las Españas" (o de los reinos españoles), tanto diplomáticamente como por el uso de las armas, como súbditos de la corona y del rey.

Siglo XVII

Cataluña en un mapa del siglo XVII. (Guillermo Blaeu, Ámsterdam, Provincias Unidas).

En 1600, y ya desde 1580 la crisis económica había minado a los reinos peninsulares unificados bajo un solo rey; el ejército, los tercios, seguían siendo una fuerza de élite, pero ya no disponían de la abrumadora superioridad tecnológica del siglo XVI, el norte de Flandes de había independizado y en América los reinos españoles mantenían la superioridad, pero sufrían el acoso de piratas y la expansión inglesa, francesa y holandesa. Mientras que en Asia se perdían factorías de puestos portugueses, con peor defensa posible que los Americanos (con más población fiel a la corona y con fácil apoyo entre sus partes). En esta tesitura comienza en 1618 la guerra de los 30 años, y que llevaría a la Francia de Richelieu, y al francés como potencias Europeas de primer nivel, rompiendo la supremacía de las dos superpotencias hasta la época (el Imperio otomano, y la Corona de los reinos Españoles). Europa pasa al equilibrio entre potencias; y esto gracias a la habilidad en la política internacional de Richelieu, al dinero del Reino de Francia, a la división religiosa y al podería militar del reino de Suecia, que imprimió la primera derrota en batalla campal a los tercios. En 1648, al final de la guerra de los 30 años, tras la paz de Westfalia, se abre un nuevo mundo de equilibrios de poder.

La crisis económica, los nuevos impuestos y las nuevas necesidades militares llevan a que se produzca el primer intento secesionista de Cataluña. Las razones de fondos son de dos tipos, en primer lugar por las llamadas "causas antiguas" (reducción de los privilegios medievales de la nobleza desde la unión de Aragón y Castilla, no convocatoria y presidencia de las Cortes, introducción de algunos de los impuestos que se pagaban en Castilla, y la introducción en Barcelona de la Inquisición nueva en sustitución de la vieja Inquisición que ya operaba desde la Edad Media, y que fue el modelo por el cuál se implantó la Inquisición en Castilla en la época de los Reyes Católicos); y "causas nuevas" (la presencia en territorio catalán de tropas extranjeras a sueldo del rey, considerando como tales a castellanas y aragonesas necesarias para defender las fronteras contra Francia en la guerra, pero nunca deseables en tu territorio, y el desempeño de cargos públicos por personas no catalanas. Y en segundo lugar por la política centralizadora del Conde-Duque de Olivares, que pretendía unificar los reinos de Aragón y Castilla, reorganizar y subir el pago de impuestos para mantener la guerra de los treinta años. Se puede resumir los principales problemas en crisis económica, el malestar de la guerra, la presencia de tropas para proteger la frontera contra Francia, dadas a los abusos de los ejércitos de la época; y la petición de nuevos impuestos y levas para mantener el esfuerzo militar durante la guerra.

Durante la guerra existente entre Francia y España desde 1635, los franceses invadieron el Rosellón al mando de Condé y se apoderaron de la villa y la plaza de Salses. Los catalanes levantaron sus somatenes y formaron, con ayuda de soldados reales, un ejército de 25.000 a 30.000 soldados al mando del virrey Santa Coloma, que recuperó la plaza el 6 de enero de 1640, tras lo que Olivares pretendió llevar la guerra al interior de Francia y forzar la paz. Con esta intención se ordenó una leva forzosa de unos 5000 soldados catalanes, enervando aún más los ánimos, con lo que a mediados de marzo los conselleres (Pau Clarís) y la Diputación empredieron negociaciones secretas con Richelieu que fueron ratificadas a finales de mayo.

En 1640 comienza la revuelta de Independencia en Portugal con apoyo de Francia e Inglaterra. Un gran éxito para la diplomacia internacional francesa que abre un nuevo frente para las tropas del rey de España, que ya había visto como comenzaba una revuelta en Nápoles y Sicilia.

El 22 de mayo (1640) llegaron a Barcelona 3000 campesinos del Vallés armados y encabezados por los obispos de Vic y Barcelona. De regreso al Ampurdan, asesinaron a los oficiales del rey refugiados en los conventos obligándoles a retoceder hacia el Rosellón cometiendo estos, actos de venganza en Calonge, Palafrugell, Rosas y otros pueblos.

El 6 de junio, que era la festividad de Corpus (día que posteriormente ha sido recordado con el nombre de Corpus de Sangre), los segadores entraron en la ciudad de Barcelona en busca de trabajo en la siega, siendo acompañados por rebeldes armados, cometiendo distintos saqueos y asesinatos, con una respuesta de los soldados del rey que apresan a un segador prófugo de la justicia por asesinato. La resistencia de los segadores contra la detención de su compañero, los disturbios y combates posteriores y los incidentes sangrientos dan origen a la guerra civil entre los catalanes realistas y los catalanes independentistas y que simpatizaban con el espíritu del levantamiento, aunque el levantamiento comenzó en un primer momento como una revuelta contra las tropas del rey, contra la nobleza y la burguesía, que sufrieron numerosos asaltos, saqueos y asesinatos a manos de los levantados en los primeros momentos.

El embajador francés, Du Plessis Besancon, se reunió en Barcelona con el presidente de la Generalidad, Pau Claris, con la intención de convertir a Cataluña en república independiente bajo la protección de Francia. Se alcanzó un acuerdo mediante la firma del tratado el 16 de diciembre de 1641 y Cataluña se sometió a la soberanía del rey Luis XIII de Francia.

En 1643 murieron Richelieu, el rey Luis XIII y Felipe IV prescindió del Conde Duque de Olivares, lo que supuso un cambio de tendencia en la Guerra y aunque las tropas francesas entraron en Cataluña como aliados de los catalanes, pronto fue evidente para ellos que los soldados franceses se comportaban de igual modo a como lo habían hecho los de Felipe IV.

Un año después recuperaron Lérida y las comarcas leridanas, que nunca más volvieron a caer en manos enemigas.

En 1648 termina la guerra de los 30 años con la Paz de Westfalia, lo que deja libres a las tropas del rey para intervenir en la revuelta en Cataluña.

En 1649 los realistas avanzaron hasta casi Barcelona, donde el comportamiento de los franceses hizo inclinarse la balanza nuevamente a favor de Felipe IV produciéndose incluso varias conspiraciones en este sentido, siendo de destacar la protagonizada por doña Hipólita de Aragón, baronesa de Albi.

En 1651 don Juan de Austria, puso sitio a Barcelona recuperando en menos de un año: Mataró, Canet, Calella y Blanes. San Feliú de Guixols y Palamós. La Diputación general, reconoció a Felipe IV, provocando la huida de Margarit (presidente de la Diputación tras la muerte de Clarís) y sus partidarios a Francia. La ciudad, en estado de peste después de un año de asedio, se rindió a don Juan de Austria el 11 de octubre de 1652, poco después, el 3 de enero de 1653, Felipe IV confirmó los fueros catalanes, con algunas reservas.

El fin de la guerra se saldó con la anexión del Rosellón, el Conflent, el Vallespir y parte de la Cerdaña a la corona francesa, anexión confirmada en el Tratado de los Pirineos (1659), aunque en la Cataluña transpirenaica francesa los fueros catalanes fueron derogados en 1660 y el uso del catalán poco después, incumpliendo el rey Luis XIV de Francia este tratado.[19]

Siglo XVIII

Con la muerte del rey Carlos II y su sucesión por parte de Felipe V (1700) se instaló en el trono hispánico una nueva dinastía, la Casa de Borbón, reinante en Francia, que sustituía a la de los Habsburgo. Esta circunstancia llevó a la formación de la Gran Alianza de la Haya por parte de Inglaterra, las Provincias Unidas y el Sacro Imperio Romano Germánico a favor de los derechos del archiduque Carlos de Austria, iniciándose así la Guerra de Sucesión Española.

Aunque en Cataluña se aceptó inicialmente a Felipe V, y éste había jurado y prometido guardar sus fueros, las clases dirigentes catalanas percibieron formas absolutistas y centralistas por parte del nuevo monarca, así como una política económica pro-francesa, por lo que pronto se inició una etapa de hostilidad y oposición que culminó con el ingreso del Principado (pacto de Génova) y de toda la Corona de Aragón, salvo el Valle de Arán y algunas ciudades, en la Alianza de la Haya. Así, mientras en los reinos de Castilla y de Navarra Felipe V era comúnmente aceptado, en la Corona de Aragón, Carlos, instalado en Barcelona, era reconocido como rey con el nombre de Carlos III. Aunque el apoyo al archiduque en la Corona de Aragón no fue unánime (ciudades como Cervera permanecieron fieles a Felipe V), sí fue abrumadoramente mayoritario.

La evolución posterior de la guerra, desfavorable a las posibilidades de Carlos, y los tratados de Utrecht (1713) y Rastatt (1714), dejaron a la Corona de Aragón internacionalmente desamparada frente al poderoso ejército franco-castellano de Felipe V, quien ya había manifestado su intención de suprimir las instituciones propias. A pesar de la resistencia a ultranza, como ocurrió con Aragón y Valencia (1707), todo el territorio catalán fue invadido y Barcelona finalmente capituló el 11 de septiembre de 1714.

Con los Decretos de Nueva Planta (Aragón y Valencia en 1707, Cataluña en 1716),[20] [21] [22] se aplicaron para los territorios de la Corona de Aragón buena parte de las instituciones castellanas, aunque se mantuvieron algunas, como el ámbito del derecho privado y procesal catalán.[23]

Todos los territorios de la Corona de Aragón pasaban a tener una nueva estructura territorial y administrativa a imagen de la de Castilla (excepto en el Valle de Arán); se instauraba el catastro y otros impuestos por los que la monarquía conseguía por fin sus objetivos de control económico y se centralizaban todas las universidades catalanas en Cervera, como premio a su fidelidad y para controlar mejor a las élites cultivadas, situación que se prolongó hasta 1842.

A pesar de la difícil situación interna, Cataluña lograría a lo largo del siglo XVIII una notable recuperación económica, centrada en un crecimiento demográfico importante, un aumento considerable de la producción agrícola y una reactivación comercial (especialmente gracias al comercio con América, abierto solo a partir de 1778), transformaciones éstas que marcarían la crisis del Antiguo Régimen y posibilitarían después la industrialización, un primer proceso de la cual se daría en el siglo XVIII, especialmente centrado alrededor del algodón y otras ramas textiles.

A finales de siglo, sin embargo, las clases populares empezaron a notar los efectos del proceso de proletarización que ya se manifestaba, lo cual dio lugar a diferentes situaciones críticas hacia finales de ese siglo. En la década de los noventa se iniciaron además nuevos conflictos en la frontera con Francia, derivados de las consecuencias de la Revolución francesa.

Siglo XIX

En 1808, Cataluña fue ocupada por las tropas de Duhesme, general de Napoleón, tras el comienzo de la Guerra de Independencia Española en Móstoles. Durante el conflicto, Cataluña fue incorporada al Imperio Francés y dividida en departamentos[cita requerida]. El dominio francés se extendió hasta 1814, cuando el general Wellington firmó el armisticio por el cual los franceses debían abandonar Barcelona y otras plazas fuertes que habían ocupado hasta el último momento. Es digno de destacar el asedio al que fue sometida Gerona, defendida por sus habitantes, bajo la dirección del general Álvarez de Castro y ayudado externamente por el capitán Juan Clarós y sus 2500 hombres donde los franceses perdieron gran cantidad de hombres y medios hasta conseguir rendirla con el hambre, las epidemias y el frío el 10 de diciembre de 1809.

Reinado de Fernando VII

Durante el reinado de Fernando VII (1808-1833) se sucedieron diversas sublevaciones en territorio catalán y tras su muerte, el conflicto por la sucesión entre el infante Carlos María Isidro y los partidarios de Isabel II dio lugar a la primera guerra carlista, que se prolongaría hasta 1840, especialmente virulenta en territorio catalán. La victoria de los liberales sobre los absolutistas dio pie al desarrollo de la revolución burguesa bajo el reinado de Isabel II. Estos se dividieron pronto en moderados y progresistas, mientras que en Cataluña se empezaba a desarrollar el republicanismo. También coincide con el avance de la industrialización y el consecuente surgimiento de una nueva clase social, el proletariado, que soportaría condiciones de vida y trabajo muy duras.

Renaixença y nacimiento del Catalanismo cultural

La industrialización estaría marcada por una grave escasez de recursos energéticos propios y la debilidad del mercado interior español, además de por las presiones para adoptar políticas proteccionistas que evitaran la competencia de productos extranjeros. A partir del segundo tercio del siglo se desarrolló también la Renaixença, un movimiento cultural de recuperación del catalán como lengua de cultura, que empezaba a superar así su larga etapa de decadencia.

Reinado de Isabel II

El desarrollo del reinado de Isabel II, marcado por la corrupción, la ineficacia administrativa, el centralismo y las tensiones políticas y sociales, se tradujo en un progresivo aumento de la agitación social y en el desarrollo de la ideología republicana y federal. De ahí que cuando en 1868, estalló la Revolución de septiembre, también conocida como La Gloriosa, producto de la crisis económica que vivía España, que dio lugar al llamado Sexenio Revolucionario, los acontecimientos se vivieran apasionadamente.

Primera República y Restauración

Durante los años transcurridos desde el final del reinado de Isabel II hasta la Restauración borbónica, entre los hechos más destacados se encuentran el gobierno del general Prim y su asesinato, la revuelta federal de 1869, la instauración de la monarquía de Amadeo I, la proclamación de la Primera República Española, el estallido de la tercera guerra carlista y la difusión de las ideas de la Primera Internacional. En 1874, el pronunciamiento del general Martínez Campos en Sagunto dio paso a la restauración de la Casa de Borbón en el trono español, en la persona de Alfonso XII. Es este un periodo de estabilidad política, de represión del movimiento obrero, de desarrollo de la actividad política en Cataluña, que se extendería hasta inicios del siglo XX, momento en que afloraría nuevamente la oposición política, especialmente de republicanos y catalanistas y las tensiones sociales.

Siglo XX

El catalanismo y el nacionalismo catalán

En las décadas siguientes fue tomando cuerpo el catalanismo político, como culminación de un proceso de afirmación de la conciencia nacional catalana, las primeras formulaciones del cual fueron debidas al político republicano Valentí Almirall. En 1901 se formó la Liga Regionalista de Enric Prat de la Riba y Francesc Cambó, que impulsó la Solidaritat Catalana. En cuanto al movimiento obrero, el final del siglo XIX se caracteriza en Cataluña por tres tendencias: el sindicalismo, el socialismo y el anarquismo, a los cuales se suma, a inicios del siglo XX, el lerrouxismo. Ello conduce a que en las primeras décadas del siglo XX se distingan dos grandes líneas de fuerza, el catalanismo y el obrerismo.

El primero, bajo el liderazgo de Prat de la Riba, consiguió una primera plataforma de autogobierno desde 1716: la Mancomunidad de Cataluña (1913-1923), presidida primero por éste, y más tarde por Josep Puig i Cadafalch. El obrerismo encontró en el anarcosindicalismo la síntesis aglutinadora de anarquistas y sindicalistas, los dos sectores mayoritarios del movimiento obrero, y en la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), la organización de combate para luchar por sus derechos.

Reinado de Alfonso XIII y dictadura de Primo de Rivera

El verano de 1909 se produce una revuelta popular conocida como la Semana Trágica, en que una huelga general degenera en actos de vandalismo que son reprimidos duramente.

La creciente conflictividad social degenerará a lo largo del reinado de Alfonso XIII, dando lugar desde 1917 a una intensificación de las tensiones y al desarrollo del pistolerismo, alentado desde la patronal contra los obreros y causante de una espiral de violencia, que conducirá al apoyo por parte de la burguesía catalana a una solución autoritaria: la dictadura del general Primo de Rivera (1923-1930).

Tras la caída de Primo de Rivera, la izquierda republicana y catalanista invirtió grandes esfuerzos para generar un frente unitario, bajo la figura de Francesc Macià. Así nació ERC, un partido que logró romper el abstencionismo obrero y consiguió un triunfo espectacular en las elecciones municipales del 12 de abril de 1931, que precederían a la proclamación de la Segunda República Española.

Segunda República Española

La proclamación de la República permitió la restauración de la Generalidad de Cataluña y la aprobación del Estatuto de Autonomía de Cataluña de 1932, que a pesar de sus múltiples limitaciones, supuso la realidad de un autogobierno. La Generalitat republicana desarrolló, gracias a la labor de sus dos presidentes, Francesc Macià (1931-1933) y Lluís Companys (1934-1939), una gran tarea[cita requerida], a pesar de la grave crisis económica, sus repercusiones sociales y las vicisitudes políticas del periodo, entre ellas su suspensión en 1934, con motivo de los incidentes acaecidos en Barcelona en octubre de dicho año.

En cuanto al movimiento obrero, destaca la crisis de la CNT con la escisión de los treinta y la formación del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) y del Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC).

Cataluña durante la Guerra Civil

Tras la victoria electoral de las izquierdas en febrero de 1936, tuvo lugar en julio el fallido golpe de estado contra la II República, que desembocó en la guerra civil. La derrota del golpe militar en Cataluña supuso su incorporación a la defensa de la legalidad de la República.

El desarrollo de la guerra en Cataluña se caracterizó en una primera fase por una situación de doble poder: el nominal de la Generalitat y el real de las milicias populares armadas y el Comité Central de Milicias Antifascistas de Cataluña. Los enfrentamientos entre los partidos obreros fueron muy violentos y se saldaron con la derrota de la CNT-FAI y el POUM, sobre el cual el PSUC desató una fuerte represión. Esta situación se resolvería progresivamente a favor de la Generalitat, pero al mismo tiempo vio reducida su autonomía por el gobierno central. El esfuerzo bélico de la Generalitat[cita requerida] se concentró en dos frentes: Aragón y Mallorca, siendo la segunda un verdadero fracaso. El frente de Aragón resistió con firmeza hasta 1937, cuando la ocupación de Lérida y Balaguer lo desestabilizó.

Finalmente el ejército rebelde rompió en dos el frente republicano al ocupar Vinaroz, lo que aisló a Cataluña del resto. La derrota de los ejércitos republicanos en la batalla del Ebro permitió la ocupación de Cataluña entre 1938 y 1939 por las tropas golpistas, que suprimieron la autonomía e instauraron una dictadura militar, que supuso fuertes estragos contra el catalanismo y la cultura catalana.

El franquismo

El franquismo (1939-1975) supuso en Cataluña, como en el resto de España, la anulación de las libertades democráticas, la prohibición y persecución de los partidos políticos, la clausura de la prensa no adscrita a la dictadura militar y la eliminación de las entidades de izquierdas. Además, se suprimieron el Estatuto de Autonomía y las instituciones de él derivadas, y se persiguió con sistematicidad la lengua y la cultura catalanas en muchas de sus manifestaciones públicas e incluso (en los primeros tiempos) privadas[cita requerida]. A pesar de ello y por ejemplo, a partir de 1941 se permitió la publicación de libros en catalán, con una tirada total de millones de ejemplares, así como la producción y distribución de películas (en contraste, no se produjo ningún filme durante los ocho años de la Segunda República). Cualquier signo de resistencia fue suprimido con energía, en los primeros años se multiplicaron los campos de concentración donde los detenidos vivían en condiciones precarias, las cárceles se llenaron a rebosar y miles de ciudadanos tuvieron que exiliarse.

Además, 4.000 catalanes fueron ejecutados[cita requerida] entre 1938 y 1953, entre ellos el presidente de la Generalitat Lluís Companys, por mantenerse fieles a la legalidad republicana.

Tras la primera etapa de economía autárquica, en la década de los años 1960 la economía entró en una etapa de modernización agrícola, de incremento de la industria y recibió el impacto del turismo de masas. Cataluña fue también una de las metas del movimiento migratorio, que dio a Barcelona y a las localidades de su entorno un crecimiento acelerado. También se desarrolló fuertemente la oposición antifranquista, cuyas manifestaciones más visibles en el movimiento obrero fueron Comisiones Obreras, desde el sindicalismo, y el PSUC.

En la década de los años 1970, el conjunto de fuerzas democráticas se unificaron alrededor de la Asamblea de Cataluña. El 20 de noviembre de 1975 falleció el dictador Franco, hecho que abriría un nuevo período en la historia de Cataluña.

La Transición democrática

Con la muerte del general Franco, se inició el periodo conocido como transición democrática, a lo largo del cual se irían alcanzando las libertades básicas, consagradas por la Constitución española de 1978. En ella se reconoce la existencia de comunidades autónomas dentro de España, lo que da lugar a la formulación del Estado de las Autonomías.

Tras las primeras elecciones generales, en 1977, se restauró provisionalmente la Generalidad, gracias al impulso de la sociedad civil catalana (representada por la masiva manifestación que tuvo lugar en Barcelona el 11 de septiembre de ese año) y la iniciativa del Gobierno de Adolfo Suárez, apoyada por el rey y las altas instancias del Estado. Al frente de la Generalidad restaurada se situó Josep Tarradellas, que había preservado la legalidad del autogobierno catalán como Presidente en el exilio, tras declarar su adhesión al rey y al proceso de reforma política. Tarradellas constituyó un gobierno autónomo provisional compuesto por representantes de las fuerzas más relevantes en aquel momento.

En 1979, se aprobó finalmente un nuevo Estatuto de Autonomía de Cataluña, netamente superior al de 1932 en algunos aspectos como enseñanza y cultura, pero inferior en otros como justicia, finanzas y orden público. En él, Cataluña se define como “nacionalidad”, se reconoce el catalán como “lengua propia de Cataluña” y alcanza la oficialidad junto al castellano. Tras su promulgación, tuvieron lugar las primeras elecciones catalanas, que dieron la presidencia de la Generalitat a Jordi Pujol, de Convergència i Unió, cargo que ostentaría, tras seis triunfos electorales consecutivos, hasta el año 2003.

Desarrollo autonómico

A lo largo de los años 1980 y años 1990 se desarrollaron diferentes aspectos de la construcción autonómica, entre ellos el despliegue de la policía autonómica, los Mossos d'Esquadra, la creación de la administración comarcal y el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña. También se desarrolló la Ley de Normalización Lingüística, a fin de fomentar el conocimiento y el uso del catalán y se crearon la Corporació Catalana de Ràdio i Televisió, los medios de comunicación, radio y televisión, de titularidad pública catalana.

El 5 de noviembre de 1992, España ratificó en Estrasburgo, la Carta europea de las lenguas regionales o minoritarias, por la que adquiere entre otros, el compromiso de reconocerlas, respetarlas y promoverlas.

En 1992 Barcelona celebró los Juegos Olímpicos, que sirvieron para dar a Cataluña y a España un reconocimiento internacional. A lo largo de la década de los años 1990, la ausencia de mayorías absolutas en el gobierno español apenas contribuyó a ampliar las competencias autonómicas, a pesar del apoyo de CiU al último gobierno de Felipe González (1993-1996) y al primero de José María Aznar (1996-2000).

Siglo XXI

El desgaste de CiU tras tantos años en el gobierno y su apoyo a los últimos gobiernos de Aznar condujeron a que, en noviembre de 2003, los resultados de las elecciones autonómicas posibilitaran un cambio de partidos en el gobierno de la Generalitat. A pesar de no haber ganado las elecciones por número de escaños, Pasqual Maragall (PSC-PSOE) fue nombrado presidente, encabezando un gobierno de coalición formado por el PSC-PSOE-CpC, ERC y ICV-EUA, el Tripartito catalán.

El 16 de septiembre del 2005, la ICANN aprobó oficialmente el .cat, el primer dominio para una comunidad lingüística.

El tripartito resultó inestable políticamente, especialmente con el proyecto de reforma del Estatuto de Autonomía de Cataluña, lo cual se tradujo en un adelanto de la convocatoria de elecciones a noviembre de 2006, en las cuales CiU obtuvo mayor número de votos, aunque el tripartito continuó obteniendo suficiente apoyo como para poder formar gobierno del que José Montilla fue nombrado President. Montilla fue el primer presidente de la Generalitat no nacido en Cataluña después de la Segunda República, siendo nativo de Iznájar, Córdoba.

Las elecciones autonómicas del 28 de noviembre de 2010 dieron de nuevo la victoria a Convergència i Unió, por lo que su candidato y cabeza de lista por Barcelona, Artur Mas, fue investido como presidente de la Generalidad el 23 de diciembre de ese mismo año.

Véase también

Referencias

  1. Nomenclàtor toponímic de la Catalunya del Nord, Barcelona, 2007
  2. Por ejemplo, la web de noticias en catalán Vilaweb
  3. Josep Mª Salrach, El procés de feudalització, Vol. II de Història de Catalunya, Edicions 62, Barcelona, 1987, pág. 231.
  4. El proceso de emancipación lo describe, entre otros, Josep Mª Salrach en Catalunya a la fi del primer mil·leni, Pagès Editors, Lérida, 2004, págs. 144-49.
  5. Salrach, El procés de feudalització, págs. 355-58.
  6. Véase el texto del documento dictado por el rey Ramiro II, de 11 de agosto de 1137, en la web del Archivo Virtual Jaime I (Universidad Jaume I de Castellón).
  7. Salrach, op.cit., pág. 364.
  8. Antonio Ubieto Arteta, Historia de Aragón: Creación y desarrollo de la Corona de Aragón, Zaragoza, Anubar, 1987, cfr. especialmente págs 31 y ss. ISBN 84-7013-227-X
  9. Alberto Montaner Frutos, El señal del rey de Aragón: Historia y significado, Zaragoza, Institución «Fernando el Católico», 1995, págs. 23-27. ISBN 84-7820-283-8.
  10. Véase Villacañas, La formación de los reinos hispánicos, Espasa, 2006, pág. 420 y ss.
  11. Véase Salas, La Genealogía de los reyes de España, Visión Libros, 2007, pág. 225.
  12. Véase Fidal Fita Colomé, "El Principado de Cataluña. Razón de este nombre", en Boletín de la Real Academia de la Historia, tomo 40 (1902), pp. 261-269. Disponible para su consulta en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes (PDF).
  13. Véase Thomas N. Bisson, "A General Court of Aragon (Daroca, 1228)", en Medieval France and her Pyrenean neighbours: studies in early institutional history, Continuum International Publishing Group, 1989, págs. 36-39.
  14. Mª Luz Rodrigo, "Jaime I, Aragón y los aragoneses: reflexiones sobre un rey, un territorio y una sociedad", en Esteban Sarasa (ed.), La sociedad en Aragón y Cataluña en el reinado de Jaime I (1213-1276), Institución Fernando el Católico, Zaragoza, 2009, págs. 15-16.
  15. Guillermo Fatás y Guillermo Redondo, Blasón de Aragón: el escudo y la bandera, Zaragoza, Diputación General de Aragón, 1995, pp. 101-102.
  16. Flocell Sabaté, El Territori de la Catalunya Medieval, Fundación Salvador Vives, Barcelona, 1977, págs. 295-96.
  17. F. Sabaté, op. cit., pág. 303.
  18. El Capitán Margarit en le monumento a Colón en Barcelona
  19. Insurrección Cataluña 1.640
  20. J. Mercader, Felip V i Catalunya, Barcelona, 1968
  21. J. Pradells Nadal, Del foralismo al centralismo. Alicante, 1700-1725, Alicante, 1984
  22. A. Felipo Orts, «Aproximación al estudio de un austracista valenciano. El conde de Villafranqueza», en A. Mestre Sanchis y E. Giménez López, Disidencias y exilios en la España Moderna, Alicante, 1997, Pp. 515-542
  23. Joaquim Albareda Salvadó, La Guerra de Sucesión de España (1700-1714), Barcelona, Crítica, 2010, pág. 433. ISBN 978-84-9892-060-4

Enlaces externos

Bibliografía

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  • Anna Alonso Tejada y Alexandre Grimal (2007) (en catalán). L´Art Rupestre del Cogul. Primeres imatges humanes a Catalunya. Pagès Editors. ISBN 978-84-9779-593-7. 
  • Montserrat Llorens, Rosa Ortega y Joan Roig (1993) (en catalán). Història de Catalunya. Editorial Vicens Vives. ISBN 84-316-2624-0. 
  • Pierre Vilar (director) (1987) (en catalán). Història de Catalunya. Edicions 62. ISBN 84-297-2601-2. 
  • Toni Soler (1998) (en catalán). Història de Catalunya (modèstia a part). Editorial Columna. ISBN 84-8300-522-0. 
  • VV.AA., El llibre d'or de Catalunya. Editado por El Periódico de Catalunya, Barcelona, 1996. Depósito legal: B 33160-1996.


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